Partida Rol por web

Uluong sonrió ante la caída de Valyëvan al tratar de golpearle. Era verdad que hacía algún tiempo que no cogía una borrachera como aquella, pero solía tolerar mucho mejor el alcohol que lo que estaba demostrando durante aquel reto. Podía ser que aquella cerveza tuviera una graduación superior a la normal o podía ser que simplemente aquel cabezazo la hubiera dejado del todo aturdida. No por nada, a aquel hombre le llamaban Cabeza de Cabra.

La caída al suelo fue bastante ridícula, pero a nadie le importaba demasiado. Tras beber lo que aquella mujer había bebido era algo bastante normal. algunos de los parroquianos ayudaron a Valyëvan a ponerse en pie, y lo cierto es que cuando la dejaron a punto estuvo de volver a caer en redondo. De no ser por Aenifer y alguno de los hombres que la rodeaban, así hubiera sido.

Uluong sonrió y se acercó a ella algo tambaleante, entonces le dio un abrazo y la pelirroja sintió su abultado buche pegado a su cuerpo. Antes siquiera de poder determinar si aquel abrazo le resultaba molesto o en cambio, todo lo contrario, pues le ayudaba a guardar el equilibrio que todavía o había recuperado, la soltó y la agarró del la mano alzando su brazo hacia el techo.

- ¡Eres todo un macho! - Le dijo. - ¡Déjalo ya, que te voy a destrozar! - Y soltó una carcajada. - ¡Os invito a comer a ti y a tu preocupada amiga! - Miró entonces a Aenifer. - Si tu amiga sigue jugando conmigo, no quedara nada para el Oiahg Lehnar. ¿Lo dejamos en empate? - Sugirió.

Uluong acercó a mí cuando yo apenas podía tenerme en pie y me abrazó. Era el típico abrazo que le daba un guerrero a otro, y eso me hizo sonreír satisfecha.

- ¡Eres todo un macho!  ¡Déjalo ya, que te voy a destrozar!

-Sí, será lo mejor -dije riéndome.

¡Os invito a comer a ti y a tu preocupada amiga! Si tu amiga sigue jugando conmigo, no quedara nada para el Oiahg Lehnar. ¿Lo dejamos en empate?

Obviamente, no había ningún empate posible y por mucha camaradería que hubiese, un guerrero siempre debía reconocer la derrota ante otro más fuerte, así que...

-No. La victoria es tuya -le dije, mostrándole mi brazo para agarrarme del suyo en señal de amistad -. Y seré yo quien te invite a comer. ¡Vamos!

El resto de la comida la pasamos entre carcajadas y burlas sinceras sobre mi poca resistencia a las pintas, a lo que yo respondía que de ninguna manera podía beber más de cinco pintas antes de un Raahgt. Fue una comida divertida que demostró que incluso en la derrota, podía hallarse la victoria más dulce.

El respeto de un guerrero.

Solo podia ver que la cosa iba de mal en peor. Mi compañera no estaba del todo bien y tendria que pasar la noche atendiendola.... otra vez.

No me molestaba cuando era en combate pero si en tonterias como esas que al final siempre herian a alguien.

- Vamos Valy.... Dije desanimada.

La verdad preferia que perdiera de una vez antes de seguir haciendose daño. Necesitaba que estuviese bien para mañana que era el dia importante. A eso habiamos venido.

Llegó la noche y con ella las dos mediohumanas acabaron por los suelos. Eran grandes consumidoras de cerveza, pero durante el Oiahg Lehnar, hasta el mayor de los beodos acababa por los suelos si no iba con cuidado y ellas, sobre todo en el caso de Valyëvan, no lo habían tenido. Durmieron en el mismo suelo de la taberna, rodeada por otros alcoholizados hombres del norte y también de alguna mujer. La taberna olía a culo y no era por casualidad, pues estaba sucia hasta las juntas de las paredes. El estado en que quedaban las tabernas, tascas y posadas de la ciudad durante aquella festividad, era realmente un pecado, pero a fin de cuentas, les salía rentable a los dueños, pues el consumo se multiplicaba enormemente durante aquellas fechas.

Un toque de cuerno detrás de otro hizo despertar a Valyëvan, aunque no antes de que lo hiciera Aenifer. La providencia quiso que al desperar, nada les faltara de sus pertenencias. Los pícaros y pilluelos de Pozo Rojo, eran los otros grandes benficiados de aquella fiesta ancestral, pues lo que robaban a los combatientes caídos por la bebida durante las noches, les servía para vivir un año entero. De hecho, eran casi tantos los bandidos que llegaban a la ciudad para trabajar durante aquellas fechas, como los guerreros que lo hacían para combatir.

El cuerno indicaba claramente una cosa. El Oiagh Lehnar estaba a punto de comenzar y aquel enorme cuerno hueco que se utilizaba como instrumento musical en ocasiones y en otras como alarma para las gentes de Pozo Rojo, convocaba a todos los combatientes y a los no combatientes al estadio. Pues el tercer negocio que también se veía notablemente beneficiado de aquella festividad, era sin duda alguna el de las apuestas. Y las apuestas ponían a priori un doce a uno a favor de Valyëvan en su primer combate, contra un tal Eliferum Anjo, quien se dice que descendía de forma muy lejana, de Hewdino Anjo primer rey de la mayor ciudad conocida en toda la historia, Dunsaroc en el reino de Jasania.

No tardaron demasiado en llegar al estadio pese a la gran afluencia de personas en las calles. Por suerte habían dormido en una tasca muy cercana al estadio. Una vez a las puertas del mismo, Aenifer y Valyëvan se despidieron de forma momentánea. La arena estaba destinada únicamente a los participantes, mientras que los aficionados que vinieran a ver los combates, debían situarse en el graderío. Las grades ya estaban a rebosar de gente. Aenifer tendría que contemplar el espectáculo de pie, algo con lo que por otra parte ya contaba. Mientras tanto, en la arena, más de dos centenares de guerreros aguardaban su turno de lucha, por suerte para Valyëvan, su oportunidad de demostrar su valía, sería en breve, pues su combate esta anunciado para dentro de pocos minutos.

Aenifer encontró sitio en las gradas. No es que fuera un lugar de los mejores, pero al menos tenía buena visibilidad de la arena y podría contemplar bastante bien el espectáculo. Como había predicho, tendría que estar de pie, aunque salvo los palcos destinados a los mandatarios y mandamases, todo el público se encontraba de pie. A sus lados se encontraban gran cantidad de hombres. Algunos fornidos, otros no tanto y otros menudos y poca cosa. Mujeres no había ni una sola. No solían ser las que más disfrutaban con la barbarie del Oiagh Lehnar.

Pronto salieron a la arena los primeros guerreros. Valyëvan no estaba entre ellos, eso Aenifer lo tenía por seguro. En total una veintena de hombres armados se iban a enfrentar por parejas hasta que uno de los dos acabara notablemente herido, falleciera o se rindiera, aunque la tercera opción no era la más recurrente de las tres. Lo cierto era que aquella festividad era un evento violento y sangriento, en la que casi uno de cada diez participantes no veían un nuevo amanecer.

Aenifer confiaba en que Valyëvan pudiera contarlo, no tanto en su victoria, pues era realmente difícil, pero en el caso de que muriera en combate, se habría ganado el favor de los dioses del norte. Morir durante el Oiagh Lehnar, era un salvoconducto ante el dios patrón que debiera juzgar los hechos en vida del alma del difunto. De morir de esta forma se tenia prácticamente asegurado el acceso al Vergel, aunque eso era sólo lo que se creía entre los vovits.

El combate dio inicio entre vítores de júbilo y tras el toque de cornetas una vez el gobernador de Pozo Rojo, un reconocido diplomático con orígenes jasones, un tal Eachard Vindred, dio su autorización. Inmediatamente después comenzó el combate y en pocos segundos el martillo de uno de los guerreros ya había aplastado el cráneo de su rival, un hacha había cercenado el brazo de otro de los combatientes y las heridas de tres de los participantes, les imposibilitaron seguir luchando. Todo eso dentro del primer minuto de competición y el resto de participantes de aquella primera tanda tampoco duró mucho más. Finalmente en menos de cinco minutos ya había vencedores y vencidos y tras marcharse por su propio pie algunos de ellos y arrastrados los que no pudieron hacerlo, llegó una segunda tanda de combatientes y entre ellos se encontraba Valyëvan.

- Aen... - Aenifer volvió a escuchar la voz de aquel hombre que tantos malos recuerdos le traía, aunque también alguno bueno. - Ayer no me recibiste con demasiadas ganas. - Dijo Alex Ryder, quien se encontraba a la espalda de la mediohumana. - No importa que grites, ni que me ataques con una de tus dagas. - Bromeó aunque sospechando que ninguna gracia le haría a su antigua novia. - Vengo en son de paz. El pasado... pasado está... ¿No? - Lanzó aquella frase hecha con la esperanza de que Aenifer aceptase la tregua. - Tengo algo para ti... - Afirmó mucho más serio.

Valyëvan estaba nerviosa. Todavía le dolía la cabeza del golpe de ayer. De hecho le había salido un prominente chichón que le impedía la visión completa con el ojo izquierdo. Aunque eso no le detendría a la hora de luchar. Retirarse sería toda una deshonra que no estaba dispuesta a asumir. Bajo el palco donde se sentaban las autoridades, se congregaban las más de doscientas almas que iban a pugnar por la vitoria final a lo largo de toda aquella semana de lucha.

Pronto salieron a la arena los primeros guerreros. Valyëvan no estaba entre ellos y se impacientó un tanto, pero logró controlar sus ansias de combate, muy pronto llegaría su oportunidad de demostrar lo que llevaba dentro. En total una veintena de hombres armados se iban a enfrentar por parejas hasta que uno de los dos acabara notablemente herido, falleciera o se rindiera, aunque la tercera opción no era la más recurrente de las tres. Lo cierto era que aquella festividad era un evento violento y sangriento, en la que casi uno de cada diez participantes no veían un nuevo amanecer.

Valyëvan confiaba en poder sobrevivir a aquel evento, aunque no tanto en su victoria, pues era realmente difícil. Esa era su segunda participación y en la primera tan solo logró pasar a la segunda ronda, aunque lo hizo tan malherida, que al día siguiente no pudo saltar a la arena. No obstante, en el caso de que muriera en combate, se habría ganado el favor de los dioses del norte. Morir durante el Oiagh Lehnar, era un salvoconducto ante el dios patrón que debiera juzgar los hechos en vida del alma del difunto. De morir de esta forma se tenia prácticamente asegurado el acceso al Vergel, aunque eso era sólo lo que se creía entre los vovits.

El combate dio inicio entre vítores de júbilo y tras el toque de cornetas una vez el gobernador de Pozo Rojo, un reconocido diplomático con orígenes jasones, un tal Eachard Vindred, dio su autorización. Inmediatamente después comenzó el combate y en pocos segundos el martillo de uno de los guerreros ya había aplastado el cráneo de su rival, un hacha había cercenado el brazo de otro de los combatientes y las heridas de tres de los participantes, les imposibilitaron seguir luchando. Todo eso dentro del primer minuto de competición y el resto de participantes de aquella primera tanda tampoco duró mucho más. Finalmente en menos de cinco minutos ya había vencedores y vencidos y tras marcharse por su propio pie algunos de ellos y arrastrados los que no pudieron hacerlo, llegó una segunda tanda de combatientes y entre ellos se encontraba Valyëvan.

- Te deseo que los dioses te acompañen durante el Oiagh Lehnar, mujer. - Dijo aquel hombre ofreciéndole la mano a Valyëvan. 

Se trataba de un hombre ya anciano aunque conservaba su musculatura y la fuerza bruta que le caracterizó durante su juventud. Previamente al combate, Valyëvan y ese hombre habían compartido una conversación corta. Valyëvan sabía algo más de su adversario. Además de su nombre, dijo que provenía en efecto del linaje Anjo, la primera dinastía de reyes de la ciudad de Dunsaroc y por tanto de toda Jasania. Además le contó que ese era el séptimo Oiagh Lehnar en el que participaba y que hace doce años logró llegar a la ronda final, donde salió derrotado por un enorme hombre de la tribu de los Puños de Hierro.

- Puede que seas mi última rival en esta arena. - Confesó. - Si vas a vencerme, procura que no vuelva a ver la luz del sol. Me estoy muriendo y podrías aliviarme un largo sufrimiento. - Soltó una carcajada.

El combate se había iniciado con el habitual júbilo entre los espectadores, pero también, dejando constancia de que la muerte y la sangre formaban parte de aquel ritual.

En pocos minutos, varios guerreros quedaron reducidos a un amasijo irreconocible. Sabía lo que yo me jugaba. Mi vida. Pero en realidad no temía por ella. ¿Significaba tanto que debía luchar para conservarla? En realidad, no. Luchaba... porque era lo que sabía hacer.

Cuando llegó mi turno, caminé hasta llegar al centro del recinto, encontrándome frente a otro guerrero, que se presentó como Eliferum Anjo.

-Yo soy Valyëvan -le respondí.

El guerrero me ofreció la mano y me deseó suerte.

Te deseo que los dioses te acompañen durante el Oiagh Lehnar, mujer.

Yo se la acepté de buen grado y le devolví el honorable saludo.

-Lo mismo te digo, guerrero. Que los dioses te favorezcan... pero algo menos que a mí -le dije, sonriéndole con intención.

Miré a Anjo y me fije en que a pesar de su edad, conservaba en sus brazos bastante fuerza y sus ojos aún mostraban la fiereza del combate. No podía despreciarlo simplemente por ello, porque además eso significaba que si estaba allí, su habilidad y fuerza le habían permitido sobrevivir continuamente. Y no solo eso. A pesar de no encontrarse en su mejor momento, había tenido también su oportunidad.

Era un contrincante peligroso. 

- Puede que seas mi última rival en esta arena. Si vas a vencerme, procura que no vuelva a ver la luz del sol. Me estoy muriendo y podrías aliviarme un largo sufrimiento. 

Yo no estoy aquí para matar a nadie si puedo evitarlo.

Solo los dioses saben lo que ocurrirá, pero será un honor luchar contigo. Tanto si salgo derrotada como si te venzo, te ofreceré mi mano sin contemplaciones.

Eachard Vindred, el gobernador hizo un gesto a uno de sus lacayos y este comunicó a los músicos que dieran inicio a la segunda tanda de combates. Las cornetas sonaron y los gritos de alegría se sucedieron en el graderío.

Fue cuando entonces lo guerreros que se hallaban en la arena comenzaron con las hostilidades. Valyëvan se encontraba a pocos pasos de su rival y éste, armado con un mangual cargó contra la bárbara haciendo girar la bola de pinchos sobre su cabeza. Era evidente que el hecho de ser mujer, no iba a valerle para que aquel veterano, combatiera de forma más piadosa.

El ímpetu me podía. En cuanto las cornetas sonaron, me lancé a por él con todo lo que tenía... fallando estrepitosamente mi ataque. Sabía que mi hacha iba a pasar por encima de él sin darle justo cuando empecé a ejecutar el movimiento, y me recriminé a mí misma no usar la cabeza, en lugar de dejarme llevar por las ansias de victoria. 

Aquello podía costarme muy caro.

En cuanto fallé, me quedé completamente al descubierto y me preparé para recibir la descarga del guerrero. Quizás si sobrevivía a aquel primer golpe, pudiera empezar a luchar como sabía. Si no... habría sido un visto y no visto.

Soy idiota.

El ataque de Valyëvan erró por escasos centímetros. De haber golpeado a aquel venerable guerrero, sin duda le hubiera causado una severa herida, sin embargo logró esquivar el golpe.

Fue entonces cuando gritó con fuerza furioso y al instante sus músculos se tensaron y hasta parecieron aumentar de volumen. Valyëvan reconocía aquello. Aquel hombre acababa de entrar en trance, el conocido frenesí del guerrero.

El mangual voló por encima de la cabeza de aquel hombre y lanzó un ataque contra el abdomen de si contrincante y acto seguido un nuevo golpe acabó por golpear contra su hombro. Valyëvan sintió un intenso dolor, pero su honor estaba en juego y ya se dejó ganar sin ser capaz de asestar un solo golpe a su rival en el ritual de la noche anterior.

A pesar del enorme golpe, sabía que aquel combate era de un solo golpe. En todo momento, cualquiera de nosotros podía caer bajo una acción afortunada, así que decidí que tenía que ser yo. 

Debía ser yo.

Reuní todas las fuerzas que pude y me preparé para hacer girar mi hacha, primero en un sentido y después en otro, anulando con ello cualquier posibilidad que tuviese para esquivar mi ataque.

El primero de ellos dio en el blanco con tanta fuerza, que lo dejó aturdido, además de dolorido, lo cual permitió que mi siguiente movimiento volviese a impactarle.Quizás no fuese suficiente para acabar con él, pero sentir su cuerpo aplastado bajo mi arma me hizo sentir, por primera vez, que la sangre me llamaba.

Lanzando sendos gritos de furia, descargué toda mi rabia sobre cada uno de mis golpes, pensando para mí en que la adicción que me creaba buscar la victoria a través del combate.

Soy una mujer y soy guerrera. Tendrás que darme más fuerte para hacerme caer, pensé, mientras terminaba mi movimiento y abría los ojos para ver cómo había quedado mi contrincante.

Eliferum Abajo había caído al suelo totalmente aturdido y sorprendido ante el ímpetu y la furia de aquella mujer. Sabía que un solo golpe más como aquellos acabaría irremediablemente con su vida pero eso era lo que deseaba.

Se puso en pie. Valyëvan le dejó, estaba siendo un adversario honorable y ella sabía que ahora estaba cerca de la victoria. El descendiente del linaje Abajo miró a su rival dio un paso hacia adelante y lanzó un ataque con su bola que impactó en un mismo de la pelirroja. Trató entonces de alejarse la rotación de la cadena pero fue lenta y la bola le golpeó contra la frente, por suerte no le golpeó de lleno.

- ¡Acaba con ésto! - Le recriminó mientras mantenía agarrado su mangual aunque ya sin más fuerzas necesarias como para volver a usarlo.