Partida Rol por web

De amores, muertes y sueños

IV. Epílogo. Diaboli virtus in lumbar est

Cargando editor
06/05/2012, 09:35
Director

 

(Play)

Dos años antes de los acontecimientos aquí narrados:

Golpeando suavemente en la puerta de una pequeña casa.

Sacristán de la Osa: ¿Muchacho? ¿Podemos entrar?

Lucencio "El Estaca": ¿Quién se encuentra? ¿Sois vos, don Sacristán?

S: Así es, vine a pasear con mis guardias.

L: Espere, le abro... ¡Buenos días tenga su persona, Don! -dijo al abrirle la puerta

S: Hola, Lucencio, ¿qué tal estás? -saludándole-. Dicen las habladurías más veloces del pueblo que te habías despeñado por un monte o que tan sólo te habías perdido por el bosque y que los lobos te habían devorado, pues como apenas te acercas últimamente al pueblo... ¿Estás enfermo?

L: Así, es señor, asi que pase usted, pero no se acerque mucho a mi persona, no vaya a ser que estos pesares de mi pecho le hagan toser en las frías noches a vos como a mí

S: No te preocupes. Escucha: acércate mañana por la mañana a mi casa. Que no te de reparo entrar y preguntar por el médico al que ostento. Él te mirará aquestos males.

L: ¡Oh! -muy agradecido-, ¿y cómo podré recompensarle y darle las gracias si no es con cebollinos o tomates que pueda sólamente entregarle?

S: No te preocupes, Lucencio, no te pediré nada a cambio. Siempre has sido muy respetuoso con la gente de este pueblo, cosa que no ha sido a modo contrario, y jamás oí rumores de tu boca que dañaran a nadie o broncas y maltratos que fustigaran a cualquier vecino. ¡Anda!, y cierra la puerta, Lucencio, que me voy y el viento corre y te resfría. -marchándose.

L: Hasta más ver, mi señor. Y gracias.

Cargando editor
06/05/2012, 09:56
Martín Antúnez

Año y medio antes:

Llegué a una pequeña aldea con las manos enrojecidas, la cara cortada (más bien la cicatriz me la dejaron en el cuello), y un diente caído tras el severo golpe sobre las piedras de la plaza central. Tuvimos que salir huyendo, bueno, más bien yo. Allá en la ciudad de Palencia, cuando el grupo de farándula me contrató por mi aspecto (asegurándome que haciendo un buen número cómico sacaríamos dineros suficientes como para comer de carne de ánades) no me imaginaba que me venderían de la misma forma.

Se trataba de un grupo de farándula cómico, que a veces hacía desplantes a la iglesia, la burguesía adinerada en general o los sucesos cotidianos de la vida, aquellos de los que las muchedumbres se dan siempre el gusto de hablar si del que hablan no les toca de cerca ni se hacen llamar familiares... El caso es que, durante unos días en la ciudad, sacamos tales recompensas, actuando en diversos barrios. Pero el último día de actuación se produjo un robo en un mercado. Enseguida nos vimos envueltos entre un grupo de soldados con lanzas: el ladrón era un miembro del grupo, habiendo robado unas especias que bien se habrían de pagar en otro sitio. No obstante, todas las miradas de ese grupo se clavaron en mi, y cuando los soldados llegaron ante la mía sorpresa no hicieron otra cosa que culparme a mi, al bajito, al decrépito... ¡argh! ¡CÓMO LES ODIO! -pensaba yo. Fue en estas que los soldados de la ciudad me propinaron una severa paliza, pues no era menester y no habiá tiempo hacer un juicio por tal delito menor. Asi que, en cuanto pude levantarme, corri. Corrí y Corrí, sin mediar palabra y dudar en lo que hacía.

De esta guisa y tras unos días tirado por las afueras entre campos de trigo y frio austero por los dolores de espalda y de encías tras los golpes, llegué a una pequeña localidad, una aldea alejada de cualquier persecución que pudiera sobrevenirme. Se llamaba Pardilla de Alcor, al oeste de la ciudad. En ella enseguida un hombre de buen porte se apiadó de mí, no sin antes desconfiar lo justo y lo precavido de un desconcodio, pero, increíblemente, me llevó a su casa y su propio médico me vio las heridas.

Por mi parte, le agradecía por fuera, con la palabra a cada momento, lo que estaba haciendo por mi, sin apenas conocerme; pero al mismo tiempo, le agradecía por dentro, y esta vez al Altísimo, lo que a mis ojos le fueron puestos delante: su bella hija, Dorotea.

Cargando editor
06/05/2012, 21:30
Lucencio "el Estaca"

Veía a ese tipo que había llegado a Pardilla. Era realmente un monstruo de los que Dios arrinconan con razón para no hablar con nadie ¿¡acaso alguien vió cómo era y cómo hablaba sin que al hacerlo nadie asustarse, avergonzándose por cuenta ajena o le diera asco del pobre hombre!? Harto extraño de aguantar la vista uno pudiera, y más si fuera un niño, pues de asustarse habría. Sin embargo, no era yo el más complacido en guapuras y jamás propondría para risas o chascarrillos lo nuevo acontecido entre los vecinos, más bien al revés. Uno de los días que fui a ver al médico de don Sacristán fue cuando me lo encontré, sentado en una silla sin camisa sobre su pecho, pues el médico le estaba viendo. Incluso llegué a saludarle y no parecía mal tipo.

Fue en estas que, siendo tanta la gratitud que don de La Osa ofrecía hasta a los más desfavorecidos como nosotros, le dejó instalarse en el pueblo, y el don incluso hacía lo posible por que a la gente le agradara aquel tipo. Al poco tiempo me fijé en un par de cosas: por un lado, aquel monstruoso hombre decíase llamar Martín, Martín Antúnez y no eran las menos veces las que yo me daba cuenta cuando me acercaba al pueblo y dejaba las tareas de mi casa y mis huertos que el susodicho iba y venía siempre tras la estela de la hija del don, Dorotea. Pese a que poca gente, creo yo, se dio cuenta de ello, pues sus miradas las hacía de forma cautelosa, el tal Antúnez bebía los vientos por la jóven. Por otro lado, las gentes del pueblo, pese a ver al tipo trabajando unos días con ganados, otros días en las siembras (donde algún vecino le daba jornal por ello), la gente del pueblo en general comenzó a temerle, pues las habladurías pueden ser más poderosas que el filo de una espada: ¿Antúnez había sido mago? ¿Acaso había bebido de los licores de las brujas de las montañas? ¿Y era cierto y más verídico que el sol amaneciendo que había profesado rituales con lo desconocido? Para las gentes tal bravuras eran indiscutibles, certeras, verdad en todos sus sentidos... por eso comenzaron a temerle, a sentir reticencia sólo de sus palabras. Martín, como era lógico, se aprovechó de esta situación: recuperó la reputación que el hombre más guapo tiene, es más... se hizo respetar en la aldea.

Cargando editor
06/05/2012, 21:43
Sacristán de la Osa

Un año antes:

Hola Martín, ¿como estáis hoy en este día tan espléndido? -decíale yo al bueno de Antúnez. Venía a verme de vez en cuando. Muchas veces, casi por miedo a mi persona (cosa que jamás he pretendido despedir), parecía quedarse allí, en el patio, antes de entrar a mi casa. Prefería estar con los criados muchas veces que venir a hablarme, y cuando lo hacía sólo tenía buenas palabras. Lo que si es cierto es que parecía llevarse bien con mi Dorotea. Ella apenas le hacía caso. No es que lo despreciara, pero ésta estaba prometida con un buen señor de la gran Palencia al que yo le dí mi palabra nobiliaria de que sería un buen casamiento y que serían muy felices.

Un día Martín me preguntó por el bueno de Lucencio. No sabía porqué vivía en las afueras, y le contesté con que de la misma manera a él le miraban mal al llegar a este pueblo. También me insinuó algo insólito: que Lucencio, pese a ser un hombre de casi mi edad, parecía "interesado" en mi Dorotea. No es que le acusara de nada, pero parecía no caerle muy bien. Yo sabía cómo era Lucencio y le aclaré que tales insinuaciones no eran más que imaginaciones. Me pregunto por qué Martín se cuestionaba estas cosas... Lo raro vino después. Lucencio siempre había sido bondadoso (y eso lo sabemos quienes le conocíamos de verdad), pero desde hacía algún tiempo estaba ofuscado por algo. Ya no me traía tomates, lechugas o coliflores, que creo eran la mejor plantadas de la zona, y apenas iba al pueblo. Mis huídas hasta su casa a modo de paseos matinales comenzaban a ser más regulares. Fue una de estas mañanas cuando, sentado con la mirada perdida, Lucencio me confesó lo que le ocurría: desde hacía semanas le acechaba alguien.

Decía notar la presencia (incluso alguna vez vio una silueta) de alguien o algo vigilando su pequeño hogar, desde cierta lejanía. No sabía si sería algún lobo instalado en los frondosos bosques que rodeaban Pardilla o si realmente era alguien posado indiscretamente en la zona. Incluso que alguna vez se llevó un rastrillo de severos picos y dio una vuelta por los alrededores para ver si cazaba al entrometido, si piernas tuviera. Sin embargo tales precauciones no hicieron sino aumentar sus dudas, pues nada encontró.

Poco después, el bueno de Lucencio... despareció. Se esfumó sin dejar rastro.

Cargando editor
06/05/2012, 22:02
Dorotea de la Osa

¿Pero... qué querrá? ¿Tu crees que me pretende o algo parecido? -decíale yo a una de las criadas con la que hablaba con la misma confianza que una amiga. Martín sabe que estoy prometida; y conociendo a mi padre no creo que le tenga tales pretensiones para conmigo, aunque... ahora que lo dices... Y en verdad pensaba que aquellas miradas, sonrisas y buenos pareceres que Antúnez me mostraba no eran fruto de la educación y saber estar de cualquiera, sino que en su seno se ocultaba razones amorosas. Por otro lado, podria abrazar al mismísimo Martín en el caso de que mi futuro esposo, un hombre de a bien y buenos prodigios económicos en su poder habidos, me dejara aun siendo por despecho o aún peor, por adulterio. ¡Yo no quería a ese hombre, sino que era un negocio de mi padre! ¿Casarme con alguien al que tan sólo ha venido a ver una vez y para mostrarle los respectos al jefe de la casa de La Osa y no a su futura mujer? ¡Qué despropósito!

Sea como fuere, comencé a pensar tras estas cavilaciones que sí; que realmente Martín me miraba de alguna forma especial. Yo, sin embargo, no tenía intención ninguna para con él, a no ser que fuera cualquier otro tipo de cuestiones o una simple relación amistosa. Eso sí, contaba un montón de buenas historias, pese a la desgracia de su rostro y cuerpo: decía haber sido, antes de llegar a la aldea, un titiritero de renombre en muchas plazas castellanas y que tenía una compañía de teatro y farándula con su nombre. Debió ser un actor estupendo... ¿Por qué vendría a Pardilla de Alcor entonces?

Cargando editor
06/05/2012, 22:21
Padre Grifaldo

No sabía a qué venía tanto revuelo. Fue durante una novena de invierno que al finalizar vi las lanzas en las escaleras de la iglesia, mientras salían los feligreses y yo detrás, tras impartir unas ostias y mandar unos avemarías para rejuvenecer el alma. Les pregunté qué hacían allí, pues eran soldados personales de don Sacristán. Por lo visto eran órdenes precisas: vigilar el pueblo, ordenar sus calles y guardar la seguridad en la pequeña aldea, al menos durante unas semanas. Ni el Señor ni un humilde siervo de su palabra gustan ver los picos que alguna vez han atravesado a un hombre competir en altura con las puertas de la iglesia, allí al lado esperando, pero como "guardián del rebaño" de Pardilla, en esos momentos vi bien y aún más mejor la medida tomada por el honorable Sacristán.

Al día siguiente fui a ver al mismo, pues no había tenido tiempo de preguntarle por la situación, aunque yo ya me imaginaba todo el despliegue de sirvientes y guerreros. "Pues se lo puede imaginar, Padre -me decía el de la Osa-. Lucencio ha desaparecido, sin rastro alguno ni noticia de que si vive en otro sitio o es muerto por bellacos o fauces de perro, y ahora las pesquisas de Antúnez...". "Ah si, -le respondí yo-, pues bien ha hechos, Sacristán". Y es que Martín, tras la desaparición de Lucencio, vino a casa corriendo, a la casa de don Sacristán, encontrándome yo allí cuando le daba confesión en privado. Nos dijo que había visto a gentes hurgar en los campos alrededor de la aldea y también en la casa de Lucencio, que había estado abandonada: creía que había rateros o merodeadores, de esos que se llevan los tuyos cuartos y pero te dejan el cuello en el mismo sitio, aunque bien abierto y listo para los lobos... Ante los largos preparativos (durante meses) que debía hacer don Sacristán, éste no podía dejar que el caballero de Palencia, futuro esposo de su hija y agente de pacto económico, se percatara de los infortunios y las malas prácticas como éstas; por tal cosa actuó.

Pero, yo fui más allá. Las constantes habladurías y no menos mis sospechan me advertían que, quizá, aquellos supuestos "hurtacuartos" se resguardaban en el cementerio; tumbado bajo los grandes árboles y ocultos entre las lápidas y cruces. Fue entonces cuando tuve que apelar a las puertas del cuartel... del cuartel de los Infiernos, una vez más. Pocas veces lo había requerido y en tan aquellas ocasiones que el demonio Nergal, jefe de la policía infernal, no me había denegado la petición: utilizar uno de sus ojos en la tierra para ver a través de él. Por eso, tras unos ofrecimientos en mi propia casa, el Therapin, es decir, la estatua más bella que había esculpida en el cementerio, despertaron una vez más para mi provecho. Cuando yo cerraba los ojos, podía observar lo que los suyos veían... Pero, al cabo de unos días tras la puesta en guardia de don De la Osa, nada vi, nadie osaba resguardarse allí ¿sería verdad que habría ladrones en Pardilla?

Cargando editor
08/05/2012, 12:15
Martín Antúnez

¡Oh si! "Yo bebía los vientos por ella" ¡Por supuesto! ¿Acaso no vieron vuesas mercedes su bello rostro? Era una mujer excepcional, era..., era... Sin embargo, ¿con la misma excepcionalidad podría ella algún día fijarse en mi persona? En ninguno de los casos... O tal vez sí. Para conseguirlo, debía vencer tres obstáculos: uno era el futuro matrimonio de conveniencia de Dorotea y otro era... el sucio de Lucencio, "el Estaca". De la primera ya había comenzado a actuar: había contratado a un par de tipos en los barrios más oscuros de la propia Palencia (de unos que sabía yo durante mi breve estancia allí como titiritero), y les mandé "revolotear" con cierta indiscrección por el pueblo, por donde quisieran, y les ordené robar algunas cosas y acechar al Estaca. Esto surtió efecto y, efectivamente, el cacique Sacristán movió ficha: sacó sus súbditos a pasear por las tranquilas calles de Pardilla... El De la Osa ya había anunciado a algunos, incluido a mí, que su hija tendría por esposo un señor de bien de la ciudad. Mis contratados, además, ya sabían quien era, pues procedían del mismo sitio.

El segundo obstáculo ya lo había hecho eliminar, siendo consecuencia de ello la alarma de las gentes y los De la Osa. Lucencio no volvería acercarse más Dorotea: logré componer un hechizo para transformar al tal en Lobushome*. Quiso la gracia que se transformara en un lobo, al cual reconocí en seguida por ser el único que había en la zona. Tal desaparición llenó de desánimos al Don y liberó de la presencia cercada del mismo a Dorotea.

Pe... pero, se me olvidaba el tercer obstáculo...: mi desgracia viril, mi incompetencia en la "guapura", mi rostro que el Señor me había dado... ¡OH DIOS, CÓMO TE ODIO! Y es que a veces el amor te hace procurar hasta por las más egoístas y horribles acciones. Llegó a mis manos un libro (más bien lo conseguí yo), que no hablaba en una de sus páginas sino de cómo transformar la impía negrura en bondadosa blanqueza, la belleza traída de la bravura, todo ello para la piel, el rostro, ¡El cuerpo! ¡¡Esa era mi oportunidad!! Necesitaba sangre, sangre humana, de hermosas doncellas degolladas, así como su carne. Fue por tanto que, tras pensarlo con calma, me lancé a conseguir "los ingredientes".

Me tomaba mi tiempo en contemplar a las jóvenes más confiadas del pueblo. Ésta, aquella... ¡todas cumplían los requisitos! Un mes tras otro, y una a una comenzaba a arrinconar de noche a las desafortunadas, y, en cualquier callejón, sólo quedaba el degollarlas, tomar la mayor cantidad de sangre posible, y por último, tomar de sus piernas o brazos "filetes" como si de un ternero se trataran ¡y qué finas y exquisitas las cortaba!. Un mes, tras otro, y tras otro... Siempre que volvía a casa guardando bien mis pasos y ocultándome favorablemente gracias a mi pobre estatura, dormía con la carne tomada pues sobre mi rostro, mi pecho, mis brazos... y me bañaba en sangre como cuando se le aplica aceite a los productos de matanza... Sin embargo, pasados algunos meses... nada funcionaba o más bien poco... Notaba más claro mi pelo, me dolian las encías al tiempo que mis dientes blanqueaba, y mis huesudos torcidos dedos rejuvenecían como los de un muchacho de quince, pero poco más...

Fue entonces cuando, una vez que el pueblo comenzó a temer a los extranjeros y a mirarlos con gran recelo (pues estaba desesperado por las misteriosas brutalidades que estaban acaeciendo), decidí actuar con mayor contundencia. La luna brillaba alta y, en ese mes no hubo una vícitma... sino séis... Necesitaba aumentar las dosis, pues Dorotea me seguiría viendo como lo que era, aunque, seguramente, por poco tiempo... En éstas llegaron cuatro tipos al pueblo, cuatro extranjeros.

Notas de juego

*No confundir con el Lobishome o el hombre lobo. El lobushome es una persona maldecida, que se transforma en el primer animal que encuentra, si es una ardilla, pues una ardilla. Pag 122 del manual y también viene en el suplemento del Fogar de Breogán.

Cargando editor
08/05/2012, 12:48
Director

 

(Play)

Aquella noche, un comerciante, un noble, un soldado y un médico se "adentraron" en las tranquilas estancias de un pequeño pueblo al oeste de Palencia para descansar. Cierto es que la gente los miraba mal, ¡y con razón!, estaba atemorizados por los graves sucesos aquí narrados.

Cuando Martín Antúnez les conoció en la taberna y se despidió fue a realizar el último "encargo" del maleficio, y, en plena noche, mientras aquestos viajeros descansaban plácidamente, una última muchacha fue degollada. Tras marcharse a casa antes de formarse un gran revuelo, esa misma noche, Antúnez comenzó a encontrarse mal. Comenzó a vomitar, escupir sangre y las uñas de pies y manos se le cayeron, al igual que su vello pareció retirársele de la piel. Ahí, durante esas horas hasta el amanecer siguiente comenzó su transformación. Mientras aguantaba en silencio sus agonías por temor a que los vecinos se asustases y pudieran fisgar algo, abrió de nuevo su libro de hechizos y logró completar uno de ellos: hablar en sueños. El destinatario no era sino su bella Dorotea.

"Camina por la noche, sin que te vean, mi Amor; en la oscuridad nos encontraremos, allá donde tu estés; camina fuera de la luz y no habrá casamiento, lo juro, pues... tiempo ha que te amo..."

Sin embargo no le reveló quien era, no le dijo su nombre, cosa que tenía pensado hacer, pues... viendo su horrible estado, muy transformado ¿Era aquel juguete fruto de la magia Martín Antúnez? Ni el mismo podría saberlo. Sin embargo, tras confiar mucho o tal vez por la fe del amor profesado, Martín aguantó los dolores internos y, fruto del cansancio, quedó finalmente dormido unos minutos. Al despertar, aun de noche y escuchando todavía el revuelo del último asesinato en plena calle, se miró las manos, el cuerpo, y se tocó su pelo. También notó su estatura, más alta que de costumbre y, tras llenar una palangana de agua, a la luz de una vela se acercó a la misma para contemplar su rostro... ¡Ya no era Martín... AQUEL Martín, sino otro! ¡¡Alguien mejor!! ¡¡Muy atractivo!!

El hechizo había funcionado.

Fue estas que Dorotea se escapó de noche, como tal ella respondió en las preguntas de los viajeros una vez dieron con ella. Los acontecimientos que siguen a esto son los que los tales, oséase, vosotros, vivísteis durante la noche. Aunque... ¿Qué fué aquel asalto de los tipos del tejado? ¿Porqué se transformó de nuevo Lucencio en persona? ¿Porqué amputaron los brazos al Therapim, la bella estatua?

Cargando editor
08/05/2012, 13:02
Therapim

Lo vi todo. Vi el encuentro. Al fin alguien estaba "hurgando" en el cementerio... ¡Mi amo Grifaldo tenía razón! Sin embargo, no noté su presencia a través de mis ojos... ¡en esos momentos no estaba vigilando a través de mi!*. Yo permací quieto, muy quieto, y no es que sea tal cosa una ironía, sino que lo único que podían notar de mi fue la fría piedra que tenía por piel: ni les hablé ni les hice señal alguna. Por supuesto, escuché todo lo que decían:

Había un hombre muy apuesto, robusto y alto, y dos tipos con capas, muy tapados. Creo que iban armados. El hombre alto parecía el amo y los otros los súbditos. El primero les ordenó ir, según aquellas palabras "a la casa del cruce, del cruce de caminos"´, y que una vez allí, "esperaran a que una comitiva llegara para asaltarla y eliminar a todo ser que allí hubiera". Ésto parecieron asentir, y salieron corriendo. Por supuesto, yo me sorprendí, y, sin darme cuenta, entreabrí mis ojos y un tenue rayo de luz salió expulsado. Por supuesto, el hombre alto, una vez quedó solo, diose cuenta del descuido y se acercó a mi.

"¿Quiénes sois vos?" -me dijo. Yo me negué a responderle, y permanecí lo más quieto posible, y apretando con fuerza los ojos. Volvió a repetirme la pregunta, como alterado. Sin embargo, mi único deseo es que desistiera de hablarme al creer que lo hacía vagamente... ¿quién sino un necio hablaría con una estatua? Sin embargo, sus dudas parecieron transformarme en ira, y, de una patada, arracó una de las más finas cruces del cementerio (parecía embravecido), la cogió con sus propias manos, se subió a la base del panteón sobre la descanso, y, en un alarde de fueraza me arrancó los brazos de un severo golpe, que también rompió parte de la cruz ¡Menuda fuerza tenía aquel tipo!. Se encaró conmigo, y, pese a ser un humano como esos que se asustan hasta por el vuelo de un Aoun, me miró fijamente, hasta obligarme a abrir los ojos, cruz en mano.

Tuve que confesar que era y quien dirigía mis acciones. Al hablarle del padre Grifaldo pareció no frenarse cuando iba a arrancarme la cabeza de otro mazazo de piedra, pero cuando le revelé que el amo primero, el de ambos, era el demonio Nergal, éste pareció como discrepar de sus propias acciones. Allí, aún subido en mi base, tiró la cruz a un lado, se arrancó un trozo de camisa y me la colocó en los ojos. Por alguna extraña razón comprendía ahora quién era yo, sabía que era un engendro vigilante. Luego escuché, sin verlo, que manipulaba algo y comenzaba a hablar:

"Huiremos al amanecer; me verás al lado de lo que descansan para siempre. Allí te espero, amada"

Notas de juego

*Y no lo estaba haciendo porque uno de vosotros se encaró con el en el centro del pueblo, que fue Alejandro (podéis leer los hechos cuando os separásteis) :)

Cargando editor
08/05/2012, 13:23
Lobo Lucencio

Lucencio, tras la transformación en un lobo (porque desapareció tras la maldición de Antúnez y el primer animal que se encontró fue un lobo), no hizo, en su estado animal de pensamiento y acto instintivo más que racional, fue merodear por los alredodres, aullando como lo que era. Su presencia fue notada en todo momento por los cuatro viajeros.

Lo único que recuerdo, en mi estancia como forma de lobo es el cazar, dormir y regocijarme en cualquier guarida. Fue casi como mi vida de humano, pero de otra forma. Aunque los hechos que más presente tengo son aquellos en los que tomé contacto con una partida de hombres que se dirigían hacia Pardilla de Alcor, varios a pie y uno a caballo. Jamás había visto a tales, ni siendo hombre, ni siendo lobo, y por ello me acerqué por el camino, de forma paralela, mientras los vigilaba. Pero en estas que uno comenzó a otear el espacio en derredor y me vio... ¡Y corrió tras de mi con una lanza! Fue en éstas que consiguió azotarme con la misma, y pese a que al principio noté un golpe seco, comprobé que en un costado tenía sangre... Mi forma de lobo, institivamente, se intentó lamer la herida aunque no podía. Me dejaron tirado, medio muerto, justo al lado de mi antigua casa, y siguieron el camino hasta llegar a ella. Después, con los ojos entrecerrados, vi una lucha... más bien una brutalidad: un salto, un relincho, una sorpresa... y un montón de cadáveres.

Acto seguido, mi pequeño cuerpo de lobo pareció como vibrar por dentro, como si un gran gusano interno pareciera nacer y moverse dentro de mi*.

Notas de juego

*: el Lobo Lucencio comenzó a transformarse. La criatura Lobushome, si se le hiere en un costado (como así fue) y en un cruce de caminos (como así fue, justo al lado de su casa, Si os fijáis en el mapa de la Escena I, está en un cruce de caminos, no por casualidad), pues entonces la maldición se deshace.

Cargando editor
08/05/2012, 13:33
Sujeto 1

No podemos fallar, no subiremos a ese tejado y nos lanzaremos contra la comitiva. Luego comenzamos a esperar, y, efectivamente, tal y como Martín nos anunció, nuestro objetivo se aproximaba, pues venía a traer algún presente a la familia de su futura mujer. Sin dilación alguna me abalancé yo contra el del caballo. Aquel desdichado no tuvo oportunidad.

Cargando editor
08/05/2012, 13:35
Sujeto 2

Yo hice lo propio con el resto, a los que les sacudí la vida en cuestión de segundo. Tuve que lanzar a uno de ellos contra la casa, pues se resistía, fue entonces cuando observamos en el interior a otros tipos: hombres y mujeres. Mi compañero y yo nos miramos, y bien que nos acordamos de las palabras de Antúnez: "Eliminad a cualquier ser que allí haya". ¿Se referiría a éstos también, que parecían como resguardarse? No había tiempo para preguntas, tan sólo volvimos a sacar nuestras armas...

Cargando editor
08/05/2012, 13:38
Director

De lo que sigue después, mis queridas Mercedes, no tengo mucho más que decir, ni tan siquiera si el idilio de amor entre el tunante embellecido y la noble hija de buena familia fue frondoso o desasastroso. Lo que si es cierto es que Pardilla de Alcor, pasado un tiempo, recuperó la calma: ninguna muchacha volvió a morir horriblemente.

::FIN::