Partida Rol por web

   Después de haber lanzado por segunda vez el mal del tullido, oigo a Dolca. La sóla mención e imaginarme a mi misma como "un ángel del dios cristiano" hace que se me escape una carcajada que retumba en el callejón.

   Luego, enjuagándome las lágrimas de la risa, me muevo alguna vara para no permanecer en el mismo sitio por si alguien se acerca a donde estaba.

--¡Debemos evitar que el otro huya!  Yosef se lanza a la carrera por el callejón en pos del maleante que hace un instante trataba de raptar al pequeño Álvaro. 

La situación es caótica, las decisiones se cruzan y entrecruzan en unos pocos instantes, dejando a menudo confundido a quien reacciona más despacio. Lo primero que sucede a continuación es que el maleante que se enfrenta a Elías pierde su segundo brazo. El hombre comienza a gritar «¡Pero que es esto! ¡Mis brazos! ¡Brujería!» mientras gira con los brazos yertos pendiendo de sus hombros, como si de un gigante de una fiesta de pueblo se tratara.

Para entonces, Yosef ya ha comenzado su carrera. Pasa volando junto a Dolça, esquiva a Elías y al pelele de brazos colgantes y llega a la altura del asombrado niño en su persecución del otro malhechor. Pero este también ha comenzado a correr y, para cuando Yosef llega a la altura del niño, ya está girando a la derecha en la calleja del fondo.

Dolça se intenta hacer entender entre los gritos desesperados del hombre y el trote del joven sefardí. Habla dulcemente con el niño, habla sabiamente con el agresor y apela a la multitud. Parecen muchos discursos para tan breve espacio de tiempo, pero no sería Dolça bat Maimón si no manejara la palabra como otros manejan un arma afilada. Su llamada a los espectadores toca alguna cuerda acertada, y se oyen voces que dicen «Ticio, hay que avisar a Ticio. Corre, corre, avísale, estaba junto a la hoguera» y cosas similares.

El niño, en cambio, no la obedece a la primera: se queda pegado a la pared, pero la mira con una cierta confianza, como una de las pocas figuras no amenazadoras en ese siniestro callejón.

El maleante, en fin, no hace caso de las sabias palabras de la mercader, y es que no está para atender a razones. Pero esto no significa que su discurso haya caído en saco roto. Cuando Dolça trata de explicar el posible origen angelical de la parálisis del brazo del misterioso hombre, una extraña risa de vieja se oye entre las filas de los espectadores. Una risa parecida a la de Yedra, por cierto.

En el grupo de espectadores, nadie se detiene demasiado en el origen de esta risa de procedencia incierta, porque Oier y su séquito de valientes lugareños se dirige a la carrera hacia la plaza, tratando de cortar la retirada de los (¿ya vencidos?) agresores.*

Y, sí, la victoria parece más cercana cuando el maleante trata de evitar el acercamiento de Elías y no lo consigue. El judío ha llevado a cabo su estrategia de acercarse al hombre hasta quedar a una distancia muy corta, suficientemente corta como para echar los brazos a su alrededor.**

Deja que te dé un abrazo... y trato de retener al pelele.

Tu papá se llama Ticio, ¿verdad?

Te puedes acercar, sin miedo.  Mira que mi ayudante ya detuvo al maleante ese, ya no te podrá hacer daño.

Si quieres, sosten tu la antorcha, para que te sientas más seguro.  Si, anda.  Mira que ahí están tus vecinos y ya fueron a por tu padre. 

    Dime, ¿que querían? ¿Porqué te querían llevar?  -Dolça hablaba mientras recogía los maravedís tirados y que sería una pena desperdiciarlos así nomás.     

Llegaron a la plaza ¿Y ahora por dónde? miró interrogativamente a alguno de los que le acompañaban, no hacían falta demasiadas palabras.

-Hay que cortar el paso a ese tipo. Que no vayan a pensar que pueden venir a Monegros et facer lo que les plazca-  Y es que pensaba atrapar a aquel tipo y ofrecérselo al padre del niño para que él decidiese qué hacer con el rufián que había intentado raptar a su hijo. Era lo más justo, y de paso quizás obtuviese la posibilidad de una cama gratis en agradecimiento. 

Corrió lo más que pudo para atrapar al malhechor. En cuanto le diese caza, si lo alcanzaba, saltaría sobre él para llevárselo al suelo y golpearle con el puño. 

El maleante intuye que Elías se abalanza sobre él. Para evitar que lo atrape balancea su cuerpo y se desliza a un lado, tratando de tomar distancia con su oponente.

Yosef sabe que tiene que darse prisa si quiere evitar que el maleante se escape. Así que corre con todas sus fuerzas tratando de atrapar al matón que huye por la calleja. Aunque correr no es algo que se le dé especialmente bien...

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   Tras mi carcajada y visto que la cosa parece encauzada, decido moverme. El matón intenta zafarse, pero prefiero no dejar cabos (ni mozalbetes) sueltos. Resistiendo la tentación de lanzar un pontente aullido, me abalanzo a la carrera pasando al lado de mis cachorros alzando el borbon que uso. Al llegar a su altura, preferiblemente de espaldas, le sacudo un garrotazo en la cabeza con intención de dejarle aturdido.

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   Conteniendo mi risa, me lanzo a la carrera hacia delante, casi me dan ganas de lanzar un aullido mientras voy corriendo, pero resisto la tencación, ahh, me siento como una lobezna joven entre tanto mozalbete, con la emoción de la aventura. Se me había olvidado lo interesante que eran los campesinos... a veces....

   La pelea está encauzada, es bueno que los mozos se líen a pedradas de vez en cuando para gastar los naturales humores de la juventud. Aunque la buena moza de Dolca parece más interesada en usar la boca para charlar en vez de para morder... cosa curiosa, sí...

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El esbelto Yosef continúa en su carrera en pos del maleante que ha abandonado la escena del crimen. Como un rayo, llega al final del callejón y gira a la derecha. Gracias a su visión de lobo, avista sin problemas al rufián, que avanza todo lo rápido que puede entre las casas, subiendo una empinada cuesta que acaba en los campos de espalta que rodean el pueblo de Monegros.

Las palabras de Dolça, con su acento exótico, han acabado de convencer al chaval, que avanza un par de pasos hacia ella, con mucho cuidado de no enredarse en la refriega que sigue desarrollándose entre Elías y el raptor herido. Dolça también se desplaza hacia el niño, de forma que quedan frente a frente, examinándose a la luz de la antorcha.

Mientras tanto, Elías ha rodeado con sus brazos de hierro el cuerpo maloliente (mucho vino, sudor, animales) del maleante. Este, que, al parecer, acaba de recuperar la movilidad del brazo izquierdo, saca fuerzas de flaqueza (o quizás del miedo) y repele con vigor inusitado el abrazo del judío, que no consigue retenerlo. Además, el hombre trata de recuperar la distancia de cuerpo a cuerpo, pero Elías maniobra de manera que -jadeantes y electrizados- sus cuerpos quedan todavía a apenas unas pulgadas, la cabeza del hebreo mirando amenazadora desde las alturas.

Oier corre, seguido de un grupo de voluntarios, a la plaza, con el objetivo de rodear la casa y llegar al callejón por el otro lado.

Gesticula preguntando por dónde y le indican que siga hasta el final de la casa, que aquella calleja (a unas 8 varas todavía) es la que da al callejón donde se está produciendo la pelea.

Oier calcula que, si el malhechor hubiera tirado hacia aquí, ya estaría apareciendo por aquella calleja. Supones, por tanto, que ha sido detenido, o que ha escapado en la dirección contraria.

Yosef está decidido a dar caza al fugitivo.
Corre con todas sus fuerzas para atrapar al maleante.

En los breves segundos que transcurren desde que el tipejo se escurre de entre sus brazos hasta que trata nuevamente de apresarlo, al pobre Elías solo le pasa por la mente una imagen, la de su propia muerte: "si este hombrejo, borracho y medio tullido, se me escapa de entre los brazos, eso solo puede significar que estoy en clara decadencia, más cerca de ser uno con la tierra que de mi plenitud...".
-¡¡¡Ahhhh. Esta vez no te escapas de mi abrazo, maldito!!!

Como en un sueño que se repite, el hombre adivina los mismos movimientos de Elías destinados a apresarlo y, tratando de no pensar en su brazo derecho, inútil, se prepara para evitar, una vez más, el abrazo del oso.

Mientras tanto, el niño, arrimado a Dolça, busca a su familia con la mirada.

Ya con el niño cerca, seguro, buscando a su familia, Dolça buscó que le contara que más había detrás de todo esto.  Quizá nada, pero, por si algo...

¿Porqué crees que te querían robar esos maleantes? 

Su mirada se fue hacia los dos hombres que aún intentaban la lucha grecorromana en Urbión.  

Ríndete ladrón de niños.   Entre más luchas, más culpable.  Mejor ayúdanos a dar con quién te encargó semejante cizaña.