Partida Rol por web

La explosión arranca trozos de viga, argamasa y hace que las enormes piedras de la pared de la torre salgan disparadas como proyectiles mortales. Uno de los guerreros que iba delante de vosotros cae aullando por el hueco que forma la enorme escalinata de caracol por la que bajáis mientras, bajo vuestros pies, los escalones empiezan a desmoronarse. Contabilizáis unos nueve metros de caída: eso puede romper algunos huesos...

Y pensar que hace nada estabais durmiendo.

Os habían destinado a Cauceseco como representación de la Gran Compañía de Aventureros, uno de los gremios más importantes de los reinos. Se habían avistado a las Hordas de la Oscuridad avanzando por el Gran Yermo en dirección a los Montes Grises. Cauceseco era el único punto de paso en medio de las escarpadas montañas y durante siglos ha sido el último baluarte defensivo ante los intentos de los Señores del Mal por alcanzar los Reinos de los Hombres (o de los elfos, o de los enanos... hay una amplia discusión sobre el nombre global de la región).

Y esta vez han venido a lo grande. Cuando llegasteis a la ciudad los visteis acampados a las puertas de las murallas del sur. Hordas de elfos oscuros, ogros, trolls, brujas, gárgolas, licántropos. Un espectáculo digno de ser visto... de lejos. Por suerte las protecciones mágicas de la ciudad seguían manteniéndolos a raya como había sucedido los últimos mil años.

Hasta esta noche.

Haremos un resumen rápido: cuernos, alarmas, gritos, gente poniéndose armaduras y buscando sus armas mientras salen de la niebla del sueño. Salisteis al pasillo de la torre donde os alojaron (en la cuarta planta) casi en el mismo momento que se escucharon explosiones y gritos demasiado cerca. Y cuando bajabais las escaleras para ver que estaba pasando - ¿habían caído las defensas? - fue cuando una explosión reventó la pared de la torre. Con vosotros en la escalera.

¿Estamos situados? Fantástico, porque es el momento de evitar caer por el hueco de la escalera.

Veo pasar delante de mí a a un tipo, o lo que queda de él seguido de un pedrusco de proporciones respetables. Le ha tocado la china*, pienso mientras me asomo fugazmente por el borde del agujero de la pared.

Ahí abajo se ha montado un buen follón y esa torre está tocada, para sobrevivir lo mejor es llegar abajo lo más rápidamente posible pero hay un atasco de aventureros, mercenarios y soldados en las escaleras. ¿Donde estarán mis compañeros del concurso de beber cerveza? Bueno, ya se vería. 

Bajar por ahí va a llevar tiempo así que engancho el garfio y la cuerda al muro, compruebo que está bien sujeta y desciendo por la misma. Gracias a mi experiencia profesional, lo de las cuerdas y los garfios lo controlo bastante, después de todo, la gente tiende a guardar sus tesoros tras muros altos y gruesos.

De hecho, en lo de bajar así mientras me disparan cosas también tengo experiencia. La novedad es que los proyectiles vienen de abajo y no de arriba... 

No lo dudé ni un segundo, era un elfo... sin duda alguna los más ágiles y diestros guerreros de todas las razas que pueblan el continente conocido. Un grácil y elegante salto ayudado de uno de los salientes de la pared producido por aquella roca sería más que suficiente para pasar al otro lado del agujero y poder seguir con el descenso por las escaleras hasta una zona más ¿segura?

Puedo sentir el viento en mi cuerpo guiándome hacia el otro lado, y justo debajo de mí esta aquel bribón del concurso de bebida de la otra noche. Con las prisas no recuerdo si me había equipado con toda la ropa, quizá fuera eso lo que lo desconcentrara... en cualquier caso no parece muy seguro de lo que esta haciendo.

Apoyo mi mano sobre el otro lado del agujero casi resbalando con un escalón. Casi. Me giro hacia el resto.

- ¡¡ Adelante mis guerreros !! - 

Digo mientras vuelvo mi rostro haciendo que el largo pelo haga un precioso giro mientras comienzo el rápido descenso por aquella escalera...

Toda la hecatombe me pilla en mitad de un placentero sueño donde simulaba ser una bailarina del agua bailando desnuda sobre las cristalinas aguas del lago. Era feliz, los pájaros más voyeurs se dedicaban a tararear una melodía o a silbar, nunca sabría decir la diferencia, mientras me muevo al más puro estilo discotequero, pero en un golpe de cadera esa ilusión se resquebraja, despertándome por la explosión.

Parpadeo varias veces mientras me levanto, escuchando de fondo la multitud incansable de pasos y gritos que surgen desde el pasillo. Tardo unos segundos interminables en reaccionar, colocándome rápidamente la túnica y cogiendo el libro que descansaba sobre la mesita.

Algo pasaba, no sabía el qué, pero dudaba que fuera un simulacro tan bien montado a modo de broma para los novatos. Me pego lo más que puedo en la pared aunque no puedo evitar un cúmulo de pisotones y empujones, luchando contra la marea en dirección contraria y maldiciendo por la poca coordinación.

- ¡¡Un momento!! – Levanto los brazos para hacerme ver, pero era tan pequeña, o ellos tan monstruosamente grandes, que apenas mis manos estiradas llegaban a la coronilla del hombre más cercano, obligándome a dar saltos para llamar la atención. Sí, era bastante ridículo.- Mantengan la calma, id en fila india hacia la saliva.- Parezco una azafata, moviendo los brazos hacia la salida esperando que me hagan caso, aunque todavía ni sabía siquiera si me habían escuchado.

Viendo que podían necesitar mi ayuda y la gente pasaba de mis consejos, opto por agacharme e ir pegando pellizcos contra marea para seguir adelante, llegando al otro lado tan cansada que quería volver a acostarme.

Pero no, no podía, no después de saber que las Hordas venían a nuestra dirección después de flanquear las defensas mágicas, ¿acaso no había nadie competente en este lugar?

Otra explosión mientras subo las escaleras para tener mejor perspectiva hace que tambalee en el sitio, buscando la pared más cercana para apoyarme. Pero no necesitaba una pared, sino suelo al notar que pedazos de escaleras iban cayendo y, posiblemente, yo iba detrás.

Viendo la vida pasar a cámara lenta, abro el libro de conjuros y muevo la mano alrededor de las páginas escritas en idiomas que parecen inventados, dejando que los dedos se encargaran de hacer magia.

- ¡Levitar!

Y esto es lo que hay. Vuelvo a encontrarme con mi archienemigo, y el de cualquier enano, en una torre. Las escaleras. Porque no son escaleras enanas. No, esas son fáciles de subir y de bajar, además de que no se derrumbarían como lo están haciendo estas.

Esto son escaleras humanas. Difíciles de subir, mucho más difíciles de bajar. Y más si eres un enano con una pesada armadura, un escudo y un hacha. No obstante, el tiempo apremia. No tengo tiempo que perder. No creo que pueda llegar abajo a tiempo, pero al menos que no se diga que no lo he intendado.

El primer paso siempre es el más difícil. Y vaya si es difícil, porque según piso, tropiezo. Tropiezo y caigo rodando. Todas las escaleras abajo. Una detrás de otra. Doscientos treinta y seis escalones.

Por suerte, soy un recio enano (Y a ver qué enano no es recio. O a ver quién tiene el valor de decírselo a la cara que no lo es), unos cientos de escalones no me harán mucho daño. Según voy rodando, voy cogiendo velocidad, mientras aguanto estoicamente los golpes.

Al final será el mejor método que tengamos los enanos para bajar escaleras humanas....

Explosiones, piedras volando, muertos... los aventureros no se arredarían ante esto. Después de todo era por lo que habían firmado: acción y emoción, magulladoras y quizás muerte, pero siempre con gloria.

Mientras Langorin saltaba impecablemente, melena al viento, para arengar a sus compañeros su compañero enano digamos que resolvía el problema de una forma un poco más estoica. Varias piedras lo golpearon de diversas maneras aunque él continuaba bajando sin inmutarse, acelerando a cada paso mientras su pequeñas piernas se habituaban a aquellos escalones mal diseñados, rumiando bajo sus barbas algo sobre 'la endeble estructura de las casas humanas'.

En medio de todo este caos Gamet intentó deslizarse con ayuda de su cuerda. Aferró el garfio y guiñando un ojo se lanzó por el hueco de la escalera. Para su desgracia otra de las explosiones reventó el escalón que había usado como punto de anclaje por los aires. La fortuna hizo que la caída fuera amortiguada por algunos cadáveres que le habían precedido¹ y aunque fue dolorosa sin duda no se convirtió en moral como habría sido de otra manera. Al menos, pensó el ladrón, había llegado rápidamente al suelo.

Se sorprendió, eso sí, de ver como Elbarïa lograba alcanzarlo sin sufrir daño alguno usando el mismo atajo. Pero claro, es lo que tienen los magos: la magia². Quizás con un poco más de experiencia aquello habría tenido un aspecto magnífico pero en realidad la muchacha estaba pálida y casi había arrancado la página del libro donde estaba aquel conjuro de levitar que probablemente le había salvado la vida.

Cuando Orbudor y Langorin alcanzaron a sus compañeros todos se dirigieron prestos hacia la puerta, porque estaba claro que el interior de la torre distaba mucho de ser seguro mientras siguieran lloviendo fragmentos de la estructura.

Aunque claro, al salir al exterior y encontrarse con el caos en forma de casa ardiendo, soldados luchando y gritos de dolor tampoco es que uno se sintiese más seguro. De hecho ahora mismo frente a ellos podían ver como el comandante de la guarnición comandaba una unidad que luchaba a muerte contra una decena de orcos liderados por un elfa oscura especialmente hábil con su lucero del alba. A cada arco que trazaba la elfa con su arma volaban por los aires soldados. Algo, sin embargo, llamó la atención de la elfa, que se deslizó por una calleja cercana. Eso no mejoraba la situación del comandante y sus hombres, que estaban siendo masacrados literalmente por los orcos. Sólo él y dos soldados quedaban en pie, y se veía que estaba realmente malherido.

Garnet había descendido con gracia y elegancia hasta que perdió pié. El golpe fue de todo menos grácil y elegante. Pero podría haber sido peor, se dijo el ladrón, después de todo había caído en blandito y el garfio que se desprendió y bajó a toda velocidad hacia su cara se incrustó en un cadáver de los que habían a unos cinco centímetros a la izquierda de su frente.

Se incorporó dolorido y con una mano recuperó el garfio mientras que con la otra le levantó la bolsa al soldado muerto más cercano. Total, no la iba a necesitar, ¿no? Luego se descolgó el arco del hombro, cargó una flecha y oteó la zona.

La estrategia militar no era su fuerte, pero creía pero la cosa pintaba mal. Aquel comandante había intentado cerrar la brecha con sus soldados y no solo no lo había logrado sino que le habían abierto unas brechas a sus muchachos.

Al ver como de la puerta de la torre comenzaba a salir gente armada hasta los dientes y con intenciones asesinas para con los asaltantes, se centró en la figura que se escabullía del combate. Estaba buena. Lástima que era el enemigo y se iba a llevar un flechazo de un tipo diferente al que le hubiera gustado lanzarle.

-¡La elfa! ¡Se escapa! Voy a por ella- Avisados los demás soldados, echó a correr y al doblar la esquina apuntó y disparó.

Por desgracia, el golpe había sido mayor de lo calculado porque el pobre Garnet casi tropezó con un cubo que estaba lleno de algún tipo de rodamientos metálicos que rompieron varios cristales de la casa más cercana al salir disparados. Para recuperar el equilibrio se agarró al badajo de una campana que se puso a sonar de manera poco discreta y, al girar la esquina, tropezó con un montón de cajas que parecían estar llenas de loza y vasos de cristal.

El disparo en semicaída fue también muy elegante y grácil, con una pose digna de un concurso de tiro con arco, pero en el mismo instante en el que la flecha salió del arco, Garnet supo que, si rozaba a la elfa, iba a ser de milagro.

Tras disparar la flecha miró hacia la elfa y sonrió. Con la mano del arco sonrió, la otra bajó al pomo de su espada. -Hola, me llamo Garnet, ¿tú no eres de por aquí verdad?

Tras su descenso, Ordubor vio a un grupo de soldados rodeado por…  ¡Orcos! ¡Y parecía que estaban ganando! ¡Intolerable! ¡Un buen enano como él no podía dejar que eso sucediese!

Así pues, sin pensarlo mucho (porque Orbudor no era mucho de pensar) el guerrero se lanzó a por los orcos, con intención de que no quedase ni uno en pie. 

No obstante, por alguna extraña razón, los soldados supervivientes parecía que querían resistir hasta el final sin la ayuda del enano, por lo que apenas si pudo llegar a larzar un primer hachazo.

¿Pero es que el enano no tenía ojos? El elfo vio como se lanzaba a toda velocidad contra lo que sin duda eran los esbirros de la elfa tras la que había salido el humano. No había duda, los humanos estaban por encima de los enanos en inteligencia. 

- E tu, gran maestro bebedor Orbudor - Si no recordaba mal de la noche anterior ese era su nombre - Deja a esos mequetrefes para el resto. El premio gordo se va por ahí - 

Señaló con su arco hacia donde Garnet había salido corriendo, e inmediatamente comenzó su embelesante movimiento. Acompañó los primeros pasos con una movimiento que provocó que la capucha cubriera la cabeza del elfo. El principal motivo era proteger su preciosa caballera de la polución, sangre y sudor de todos los que le rodeaban.

Cuando llegó a la altura de Garnet "El Patoso" ya tenía la flecha cargada y el arco tenso; y no le costó pasar por encima del estropicio que había causado de un salto. Solo tuvo que visualizar su objetivo y soltar. Sintió como la pluma rozaba su cara y rápidamente salía en dirección a su objetivo mientras Langorin caía más allá de los cristales levantando algo de polvo del suelo.

En el fragor de la batalla el pícaro iba más pendiente del sorprendente contenido de la bolsa¹ que se había agenciado que del decorado por el que se movía, lo cual evidentemente tuvo fatales consecuencias.

Orbudor se abalanzó sobre los orcos sin dudarlo pero si esperaba pillarlos desprevenidos se llevó una decepción. Uno de los grandullones desvió fácilmente su hacha con su machete. El enano, desequilibrado, vio como otro de los orcos intentaba aprovechar la ocasión para rebanarle el cuello rápidamente. Pero el enano no iba a ser una presa fácil: interpuso su escudo en la trayectoria del machete cubriendo su cabeza del impacto mortal². Aún así se había metido en una situación complicada porque tres orcos lo rodeaban una vez la elfa se había hecho cargo de varios de los defensores. El comandante, que seguía luchando bravamente, sufría varias heridas considerables y parecía en las últimas.

A todo Langorín volvía a hacer gala de su excelente puntería alcanzando a la elfa en el mismo momento en que se escabullía por el callejón³. Sin embargo aquello fue poco más que una rozadura superficial que tocó el hombro de la mujer antes de que desapareciera de la vista de todos. ¿Por qué huía si pese a los recién llegados los invasores parecían tener la ventaja de su lado?

Garnet puso otra flecha en el arco y miró hacia el enano. La cosa pintaba mal, pero ¡eh! Era un enano ¿no? Si un puñado de orcos podían con él vaya mierda de enano que era. Así que salió corriendo, lo más sigilosamente posible, tras la elfa.

Pero la suerte no estaba con él, eso estaba claro. Al ir corriendo tropezó con una caja de frutas y una sandía salió volando, cruzó la calle, atravesó una ventana y, a juzgar por el ruido, reventó un aparador de cosas frágiles. Y caras, probablemente. También juraría que había aplastado a un gato a juzgar por el bufido de cabreo que brotó de la casa en cuestión.

Garnet se encogió de hombros resignado e intento mantener la compostura, como ya no tenía sentido ir sigilosamente se aclaró la voz -¡Vamos! ¡Que no soy tan feo! ¿Te invito a comer y lo discutimos?- y siguió avanzando hacia la esquina por la que se había perdido la elfa a toda velocidad.

Como tonto no era, al llegar a la esquina se asomó con cuidado en vez de lanzarse a toda velocidad. Después de todo, Langorín sí que le había dado, así que solo había que seguir el reguero de sangre.

El enano no se desanimó al ver que su ataque fallaba. ¡Las cosas fáciles son para elfos, no para enanos! De nuevo, con impulso, volvió a lanzar su hacha contra los orcos.

No obstante, parecía que estos orcos no querían morirse. ¿Dónde estaban sus compañeros, que no estaban pegando a los orcos?

Langorin vió como Garnet salía tras la elfa oscura, o como se les llamaba en los Bosques Pétreos, los elfos morenos. No se que pretendía aquel humano, ¿estaba intentando ligarse a la elfa? Desde luego labia no le faltaba, y estaba a la última en frases para romper el hielo.

No obstante, lo que más le dolió al elfo fue que ni siquiera se detuvo a mirar su espectacular parada tras el disparo. A ver si voy a estar luciéndome así para nada. Negando con la cabeza dejó a su suerte al enano y a la maga y siguió el desastre que estaba dejando a su paso Garnet. 

Viendo que se había asomado y no había recibido un flechazo, Langorin se envalentonó y salió con el arco cargado con una nueva flecha dispuesto a dispararle si es que estaba a la vista.

- Tranquilo patoso - Dijo hablando a Garnet a la par que soltaba la flecha - Yo seré tu cupido, deja que llene a la morena de flechas de amor - 

Sin duda un elfo de alta cuna como Langorin jamás mezclaría su sangre con una morena... pero claro, Garnet era un humano... esa sería una de las grandes gestas que contar a su regreso.

No supo exactamente cómo había logrado salvarse de esa, pensando mientras levitaba, primero, en si era una caída lenta a la cual luego tendría que ir “nadando” en el aire para llegar hasta el suelo y, segundo, si alguien le vería la ropa interior por la perspectiva, juntando las piernas y cogiendo los pliegues bajo de su túnica para taparse, muerta de vergüenza.

Con los pies sobre una superficie lisa quería saltar de alegría y gritar el subidón que tenía encima, pero estaba sola celebrando su conjuro ya que el resto se marcharon buscando ¿una elfa? - ¡Esperadme! – Iba a correr junto con sus compañeros cuando se percató que el enano estaba en problemas, debatiendo durante unos segundos con quien ir.

Giró a la derecha pensando que los dos hombres tal vez necesitarían su ayuda, o la elfa una mano femenina para huir de ellos. Giró a la izquierda para ver al enano, solo, rodeado de esas criaturas. Como si fuera un partido de tenis, miraba a un lado a otro sintiendo que daba igual a donde fuera, el otro grupo sufriría igualmente.

No tardó en decidirse a seguir al suicida, colocándose detrás suya preparada para la acción.

- ¿Necesitas ayuda? – Dejando su libro a un lado bien guardado, sacó su bastón y se dispuso a atacar a base de volutas mágicas.

Las cosas se estaban complicando en el lado de la batalla. Los orcos que ahora rodeaban a Orbudor dejaban caer una lluvia de furiosos machetazos sobre él. El enano era un guerrero curtido por lo que pudo detener uno de ellos desviándolo con su propia hacha mientras se cubría nuevamente con el escudo de otro. Pero el tercero no lo vio venir: el machete se le clavó en las costillas y aunque la herida no fue gran cosa¹ el orco que tenía el machete clavado en el escudo aprovechó el momentáneo desequilibrio del enano para arrancárselo de las manos². Por suerte no cayó demasiado lejos³.

La maga se había lanzado a ayudar a su compañero pero para su desgracia el combate no era lo suyo. Haciéndose un lío con su propia túnica y el bastón, a la par que tropezaba con el cadáver de uno de los soldados de la guarnición, cayó rodando en medio de la batalla campal. Dos orcos que acababan de rematar a otro de los guardias se dieron cuenta de ello y se dirigieron sedientos de sangre a por ella⁴.

Ajenos al combate, Langorín y Garnet, atisbaban por el callejón buscando a la elfa. Fue el ladrón quien se percató de un rápido movimiento en los tejados. El elfo, ante una señal suya, se aprestó a lanzar otra flecha que nuevamente encontró blanco⁵, ésta vez en la espalda de la fugitiva. La mujer, sin embargo, logró resguardarse en aquel tejado fuera del alcance de nuevos proyectiles. En medio del fragor de la batalla a Garnet le pareció escuchar un aleteo que se aproximaba.

—¡Estúpida humana! ¡No ves que van a hacerte trizas aquí! ¡El combate no es para la gente que va con vestidos! —gritó el enano al tiempo que pegaba un puñetazo con su ahora mano libre al orco que tenía su escudo. Mientras este pensaba en qué ocurría y por qué le dolía la cara, recuperó su escudo mientras se aproximaba a la humana, interponiéndose entre ésta y los orcos.

Tras interponerse, miró a los orcos con cara de pocos amigos, para seguir espetando a la maga—. ¡No lo pienses tanto! ¡Lanza rayos o lo que quiera que hagáis los humanos desde lejos! ¡Yo me encargo de que no se te acerquen! —terminó de decir para golpear su escudo recién recuperado con su hacha y gritar a los orcos—. ¿Qué miráis? ¿Tenéis miedo? ¡Venga, venid a por mí, cerdos asquerosos!

Garnet, por un microsegundo, sopesó la idea de intentar subir al tejado sigilosamente, pero la desechó. Intuía que hoy no era su día en lo tocante al sigilo así que, haciendo el mayor ruido posible, se encaramó al tejado de manera que una chimenea le cubriera del lugar en el que se resguardaba la elfa.

Rompió un cristal, tiró carbón de un carro y golpeó la pared con una contraventana. Al llegar arriba tiró una teja con el pie y, una vez acurrucado junto a la chimenea, otra con la mano. Esa ya a posta. De hecho, apuntó a la herrería de enfrente y logró tirar varios aperos metálicos que cayeron como fichas de dominó.

Satisfecho se asomó para contemplar el panorama mientras a su espalda los ruidos metálicos aún continuaban. Le daba en la nariz que el aleteo provenía de algún BVNI, o bicho volante no identificado, que acudía a echarle una mano a la elfa pero mejor confirmar como estaban las cosas antes de cargar contra los malos. Tras echar el vistazo rápido retomó su intento de ligarse a la elfa. -Vamos, al menos dime tu nombre. Qué menos que saber quién es la que está realizando esta misión secreta para lograr lo que sea que quieres lograr ¿no...?

Un momento. Era cierto. ¿Qué intentaba hacer la elfa? Volvió a otear la zona buscando un blanco susceptible de semejante infiltración. -... Así sabré qué poner en la tarjeta de las flores. ¿Te gustan las rosas?

Estaba tan emocionada que no calculó que, para luchar, tienes que saber qué haces. Durante unos instantes sintió que tenía las piernas de trapo, incapaz de moverlas o sostenerlas sobre su propio peso, trastabillando con su larga túnica y viendo el suelo cada vez más cerca, intentando apoyarse con el bastón de mala forma, ya que resbaló por la sangre del cadáver más cercano, terminando de hacer que cayera con un golpe seco.

Posiblemente tendría magulladuras en las rodillas que luego se convertirían en sendos moratones, aunque ahora le preocupaba más conservar la vida que el color natural en su piel. Al alzar la cabeza los vio tan cerca que podía oler su apestoso aliento, levantando una mano para saludar al agitarla en el aire.

- Hola… ¿os pillo en mal momento? – Intentó la vía cordial del diálogo a modo desesperado con una sonrisa nerviosa al enseñar demasiado los dientes. Estaba claro que los orcos no tenían ganas de charlar, sobre todo ante los griteríos del enano, aprovechando para levantarse como pudo para alejarse un par de pasos mientras musitaba un “lo siento” de forma repetida en voz baja, sin saber si se disculpaba por el espectáculo, su torpeza o haberle distraído.

Cuando estuvo en una distancia mínima, volvió a abrir su libro y a mover los dedos sobre las hojas en círculos completos, recitando en voz baja un conjuro que vagamente recordaba.

- ¡Fuego! – En su cabeza se imaginaba lanzando un gran dragón de llamas lanzando fuego a sus enemigos tras sobrevolar sus cabezas, aunque posiblemente dictara mucho de la realidad.

Esa elfa era dura de pelar. Si tenía el mismo aguante con Garnet que con las flechas de Langorin sin duda iba a darle mucha guerra al humano. Humano que por otro lado no había duda que necesitaba unas clases de sigilo. Decidió que seguirlo iba a ser contraproducente, el factor sorpresa estaba totalmente anulado y seguir a la morena sin duda no parecía que fuera a dar buenos frutos.

Miró a su alrededor y se fijó en la iglesia que tenía al lado, sin duda era uno de los puntos altos de Cauceseco. Es probable que desde un punto lo suficientemente alto de la misma fuera capaz de avistar a la elfa y con algo de suerte adivinar cual era su objetivo...

Las cosas se estaban poniendo complicadas en la zona del combate.

Ahora el enano se enfrentaba a cuatro orcos ya que uno de los que iban a por Elbarïa se había girado a por él. ¡Al menos había recuperado el escudo para hacer frente a la lluvia de machetazos! Le caían por todos lados y al final uno acabó encontrando el hueco necesario para darle un buen tajo que hizo saltar abundante sangre de su hombro¹. ¡Aquello no pintaba nada bien!

El orco que había decidido continuar a por la maga corrió tras ella y aprovechando que estaba todavía arrastrándose por el suelo la agarro por la capucha tirando violentamente de ella hacia atrás. La muchacha se vio alzada en vilo y golpeada de nuevo contra el suelo con dureza. El impacto hizo que se le nublase la vista² que a duras penas pudo coger su libro con las manos ensangrentadas e intentar lanzar su conjuro de fuego. Logró que una llamarada saliese de sus dedos para impactar en el orco que tenía justo encima pero estaba tan debilitada que el fuego apenas chamuscó al peligroso bruto³.

Ajeno a todo aquello Garnet y Langorín intentaban detener a la elfa. Desde su escondrijo el pícaro intentó localizar a la mujer⁴. No fue difícil porque ahora veía el enorme Krank que estaba aterrizando en el tejado por el que había desaparecido la mujer. Lo pilotaba un orco de aspecto más fiero de lo normal y mejor equipado, que descendió del animal para cedérselo a la que sin duda parecía su jefa. La mujer señaló hacia un lugar concreto: la pared de la iglesia por la que ahora Langorín intentaba trepar sin demasiado éxito. Había llegado a mitad de altura por una de las paredes cuando perdió mano y pie, resbalando aparatosamente. El orco recién llegado levantó su ballesta para apuntar al lugar donde se encontraba el elfo mientras la mujer se sentaba a lomos del Krank.