Partida Rol por web

Una vez el jarrón se rompió hecho añicos, aprovechó aquel momento John para derribar a la italiana pero ésta esquivó el impacto. Estaba a punto de convertirle en el blanco de su ira cuando el silencioso Marco se hizo cargo de la situación. El culatazo resonó secamente al impactar en la base de su cabeza dejándola inconsciente.

Un charco de sangre se formó rápidamente bajo la herida. Era demasiada sangre, tal vez por los nervios, o por ser demasiado diligente en su tarea la había matado. 

Sin embargo la duda permaneció, una duda sin respuesta... Marchetti.

¿Qué significaría eso? ¿Sabía de sus negocios? ¿De las familias? 

Los segundos pasaron lentamente pero la cacofonía no sonó. Silencio era todo lo que se escuchaba, al menos el silencio propio de la gran ciudad. Pero ni rastro del disparo.

Aquello sorprendió al siciliano, aguzando el oído certificó que la voz de la ragazza se había visto silenciada pero no por un disparo. La habían hecho guardar silencio, ¿tenían también sus dudas? La otra opción era que el trabajo estaba hecho, silenciosa y eficazmente, tal vez una 'corbata siciliana'¹.

Ni rastro de Ferri quién tampoco parece haber salido del local. Aquella era una misión demasiado sencilla, sin embargo nada parecía funcionar como él había previsto.

Al barman no parecía gustarle aquel curso que tomaba la conversación, aquello que le comentaban parecía ser ajeno a su conocimiento y a su escaso área de influencia que era aquel local del que disponía y que le permitía poner algo de alimento en la mesa de su familia¹.

—Sí, la conozco, una joven hermosa de la que habláis. Pero no entiendo, no sé nada de los Marchetti, es a los Panepinto a los que pago por protección y no me interesan los asuntos de los demás —se aproximó a su interlocutor, su voz temblaba al igual que su mirada, no sabía hacia donde mirar. Mirar a los ojos de aquel italiano podría interpretarlo como un desafío, más desviar la mirada le expondría como un vulgar cordero, sin decidirse volvió a hablar:

—Siempre la veo sola, aunque sé que alguien la visita, alguien poderoso pero prefiero no saber nada. —Su voz subió un poco levemente hasta hablar en un tono normal —. Me enseñaron a no meterme en lo que no eran mis asuntos. Y éstos sólo son, saber en qué puedo serviros.

Aquel pobre diablo parecía estar a punto de hacérselo encima, no conocía a aquel recién llegado y miraba alrededor buscando algo que le dijese que iba a seguir vivo un día más. Los demás actúan con normalidad, al menos es lo que pretendían hacer parecer, el lugar se había silenciado y uno o dos estaban fijando su atención en la escena que se está desarrollando entre el apuesto recién llegado, de buena presencia y su familiar anfitrión¹

John maldijo para sus adentros. No solo había fallado misablemente al apresarla, sino que tenía una escena que generaría preguntas. Y las preguntas a veces son peligrosas. Mirando la escena se pone rápidamente a pensar.

—Hay algo que no me gusta en esto. Si los Marcheti están relacionados con ella, puede que estemos en un gran lío. Marco, necesito que me ayudes, si tienes alguna idea de como hacer parecer esto un "accidente" con gusto te escucho. Yo mientras revisaré que secretos tenía esta "señorina"—

Acto seguido, y tras calarse los guantes se puso a revisar con sumo cuidado las cosas de aquella mujer, teniendo mucho cuidado de dejar las cosas tal y a como estaban. En estos momentos, necesitaba respuestas y nada de preguntas. Ya fuera de el "Don", de alguna de las familias, o de la policía.

—Estaba pensando— dice de pronto —que tal vez deberíamos mover los restos de ese jarrón.

Marcelo no podía aguantar más aquella incertidumbre. O algo estaba saliendo muy mal, o era todo lo contrario. Había salido muy bien y la puttana había sido eliminada de una forma rápida y limpia.

La inquietud del siciliano no estaba no obstante tanto en lo que estaba ocurriendo en el piso, como si lo estaba en el interior del local y en lo que pudiera estar haciendo Renzo. Ese hombre era un verdadero quebradero de cabeza. Cada idea que surgía en su cabeza resultaba ser un nuevo fiasco. 

Si tenía la oportunidad hablaría muy en serio con don Gaspare. No le gustaban sus métodos y estaba convencido de que si su jefe sabía cómo se estaba comportando, muy posiblemente acabaría en el fondo del río Erie con unos zapatos de hormigón.

Resopló resignado. El trabajo saldría. De una manera o de otra siempre acababa saliendo, pero a Marcelo le gustaba seguir una serie de pautas. Era un hombre meticuloso y perfeccionista con su trabajo. Si trazaban un plan, sibel Don les hacía una serie de indicaciones, le gustaba seguirlas al pie de la letra.

Marcelo salió del coche escondiendo el revólver en su cinturón. Cerró la puerta del auto, pero no con llave. Si debían salir por patas no podía entretenerse metiendo la llave. Entonces se acercó hasta el local y trató de encontrar a Renzo entre la muchedumbre desde fuera y a través de las ventanas.

— Porco... Sono stanco di te... ¹— Musitó el siciliano.

Finalmente con aquello que percibió no solamente de sus palabras sino de como cantaban sus gestos no verbales, supo con total seguridad que no le estaba mintiendo en nada de lo contado.

Se le notaba el miedo y la incomodidad al hombrecillo del montón, por lo que era hora de aflojar no sin antes pedirle algo a cambio:

—Tranquilo lo has hecho bien eso era todo, ponme un café solo a cuenta de la casa y me iré —dijo al barman con la sonrisa y el tono de un tipo agradable.

—¡¿Y ustedes qué miran?! ¡¿Acaso nunca han visto alguien de la familia Marchetti?! Pues saludos soy Carlo, sólo voy a tomar un café de este buen hombre y me iré —dijo muy serio y desafiante en voz alta a todos los que se encontraban en la sala llamando su atención pues había reinado el silencio en una ocasión perfecta para hacerse oír.

Marco, aún pistola en mano, acabó de cerrar la puerta entreabierta y, acto seguido, buscó algo con que limpiar aquella escena. Lo cierto es que todo había salido a pedir de boca, había sido muy rápido, razonablemente silencioso y aceptablemente limpio. La sangre saldría si la limpiaban inmediatamente por lo que mientras su compañero buscaba información acerca de los secretos de aquella damisela difunta (que a él, para que negarlo, no le interesaban en absoluto), él se puso a buscar cosas más mundanas: una gran alfombra* sería perfecta, pero también le valdría ropa de cama (preferiblemente de matrimonio) y si no, toallas. Con ellas podía envolver y transportar el cadáver si decidían llevárselo para deshacerse de él, lo cual entrañaba un cierto riesgo pero, de salir bien, les permitía borrar todo rastro de su paso: una desaparecida siempre era mucho más enigmática que una muerta para la policía. También buscó un trapo con lo que limpiar la pistola, de la que sin duda se desharía más adelante. Mientras se ponía a ello comentó a su compañero:

—John, deberíamos decidir qué hacer con ella antes de que a Renzo se le ocurra alguna idea peregrina. Podríamos dejarla y largarnos, no creo que sea fácil seguir nuestro rastro... pero esto jamás podrá pasar por un accidente**. Quizá sería mejor llevárnosla y hacer desaparecer el cuerpo

La seriedad con la que Marco se tomaba su trabajo quedaba ahora muy patente: John recordaba muy pocas ocasiones en las que le hubiese oído enlazar dos frases seguidas y, lo que era más raro todavía, expresar una opinión personal.

Tanto John como Marco empezaron a revisar la vivienda con mucho tiento, sin embargo los objetivos que buscaban no tenían nada que ver el uno con el otro. Mientras que el primero buscaba respuestas, el segundo buscaba soluciones.

Marco enseguida localizó tres puntos de interés: las sábanas que cubrían la cama, también en el interior del armario localizó sábanas de repuesto y mantas por si las primeras no fuesen suficientes. También contaba como opción la gran alfombra que cubría el suelo, sin embargo de emplearla tendrían que tener cuidado con los muebles que se apoyaban sobre la misma. La opción de las toallas estaba descartada: eran demasiado pequeñas.

Menos suerte tuvo John en su búsqueda, revisó todas las cajoneras, armarios y muebles, sin embargo no localizó nada de interés en ellos, al menos nada que respondiese a las preguntas. Localizó algunas fotos de familiares de la joven fallecida, algunas cartas con remitente de un pequeño pueblo de la región de Calabria llamado San Fili, y pertenencias personales de nulo interés para el caso que les ocupaba. Lo único que se podía comentar como una anécdota de interés fue el doble fondo en uno de los cajones que contaba con menos espacio que sus homólogos, sin embargo allí sólo había dinero.

Marcelo era un tipo ordenado, no de los que tienen su cuarto ordenado como a una mamma le gustaría. Si no, ordenado en su trabajo. No era algo que le hacía jactarse frente a otros, pero suponía cierto orden en sus rutinas, una forma de saber de antemano si una misión iba a acabar bien o no.

Lo que vio al asomarse al escaparate fue a Renzo departiendo con un barman de apariencia asustada. Sin embargo pronto pareció suspirar de alivio y colocar una taza frente al siciliano. No debía ser la reacción que Renzo debía esperar pues enseguida exclamó a viva voz al resto de los clientes del lugar:

—¡¿Y ustedes qué miran?! ¡¿Acaso nunca han visto alguien de la familia Marchetti?! Pues saludos soy Carlo, sólo voy a tomar un café de este buen hombre y me iré.— Dedicó una mirada amenazadora en derredor asegurándose de que el mensaje calaba, entonces miró al exterior y pareció ver entonces al propio Limone, testigo de lo que sucedía.

Con cada ataque, el barman era cada vez más insignificante, sin embargo en cuanto escuchó el pedido del café pareció recuperar algo de su tamaño original. Tal vez sabiéndose sano y salvo, se permitió recuperar algo de la confianza perdida. Se dispuso a cumplir la comanda depositando primero una taza vacía frente a su cliente, a continuación tomó algo de café y lo molió; cuando de pronto se detuvo al escuchar las palabras pronunciadas por aquel extraño que antes buscaba su pizzo:

—¡Y ustedes qué miran! ¡Acaso nunca han visto alguien de la familia Marchetti! Pues saludos soy Carlo, sólo voy a tomar un café de este buen hombre y me iré

Todos quedaron paralizados, no sólo el barman. Ferri lo vio en sus rostros, o lo que se vislumbraba de éstos pues todos optaron por bajar la mirada, confiando en que aquello alejase el peligro. Volvió nuevamente su rostro el siciliano, para comprobar que Marcelo seguía aguardando como buen perro en su lugar. Sin embargo esta vez le encontró en el exterior del local, mirándole sin parecer dar crédito a lo que había escuchado.

No podía creer lo que veían sus ojos. Tampoco creía que don Gaspare pudiera creer lo que estaba viendo. ¿Qué estaba haciendo aquel anormal? ¿Qué pretendía identificándose como el principal enemigo de la "famiglia"? Por suerte, Marcelo conocía al hijo díscolo de los Marchetti. De lo contrario, por lo descabellado de lo que estaba presenciando, podría haber llegado a creerse aquella pantomima.

- Non rompere le coglione!1- Le gritó desde fuera sin demasiadas esperanzas en que le oyera. - Oggi ho proprio le palle girate!2 Non voglio sopportare piu assurdità! 3

Marcelo, a la espera de noticias de Marco y Doe, empezó a hacerle gestos a Renzo para que saliera de allí. ¡Al final iba a causar un gran problema! ¿Y si había en el local algún Marchetti? ¿Y si había algún enemigo de Marco? ¿Y si simplemente conocían el rostro de Marco Marchetti? ¡Renzo tendría que dar muy buenas explicaciones a don Gaspare!

Non voglio sopportare assurdità

Marcelo, a la espera de noticias de Marco y Doe, empezó a hacerle gestos a Renzo para que saliera de allí. ¡Al final iba a causar un gran problema! ¿Y si había en el local algún Marchetti? ¿Y si había algún enemigo de Marco? ¿Y si simplemente conocían el rostro de Marco Marchetti? ¡Renzo tendría que dar muy buenas explicaciones a don Gaspare!

Non voglio sopportare assurdità

Renzo había observado como todos se habían quedado quietos mientras confirmaba lo que suponía; que Marcelo era un completo imbécil; debido a que el siciliano desde la calle le estaba haciendo señas (como los niños pequeños) para que saliera sin entender el pobre la profundidad de aquella "maquinación" de la que formaba parte sin saberlo, pero que no iba a tardar en descubrir en breves momentos de boca del propio Renzo.

En definitiva todo estaba saliendo según el plan que Renzo tenía en mente.

Invirtió unos segundos en pasar la mirada desafiantemente desde el barman a todos y cada uno de los allí presentes mientras se dirigía presto a la calle. Al fin y al cabo no le importaba que pensarán que Carlo Marchetti bien podría ser un fanfarrón, eso engrandecía más su idea. Además ya contaba con las dos alternativas de seguir dentro de la cafetería o salir ante Marcelo por lo que nada de lo que sucedía le pillaba por sorpresa.

Ahora solo tenía que explicarle todo mascado a Marcelo ya que la inteligencia no parecía darle para más, sino conocía las vicisitudes bien podría haberse mantenido al margen como el compañero de ambos Marco Rossi.

—Saluti Marchetti! —dijo a Marcelo—. Grazie a voi¹ ora todos saben che vienes con Carlo. Mentre io hacía il mio lavoro di pizzo hemos descubierto che il locale está la nostra protezione e quella donna Antonella non va con nadie más che il pezzonovante. Capisci?

»Ti ricordi il silenziatore? Come sono costoso il mio plan funcionará ante eventuale imprevistos; non ti preoccupare; nada migliore² che quitar pressione della polizia hacia la nostra famiglia con la morte di Antonella, confundir al resto di las famiglie y al mismo tempo joder al nostro nemico³ comune Carlo e la sua famiglia.

John maldijo por lo bajo, admirándose al mismo tiempo de la eficiencia de aquella mujer. Nada de Evidencias. Tomo una tercera parte del dinero, una de las fotos familiares (donde se vea el mayor número de gente), y dos de las cartas (la mas vieja y la mas reciente). Acto seguido se acercó a Marco para ayudarlo a limpiar la escena y a "cubrir" a la desaparecida. Nada salía como estaba esperado..

—Dime en que te ayudo, amico. ¿quieres que vaya por algún otro de los chicos, o les pido que oteen por si viene alguien?

¿De qué diantres hablaba ese "rompecoglioni"? Qué se había hecho pasar por Carlo Marchetti era evidente. Pronto le fue desvelado el motivo. Su intención era cargale el muerto, o en este caso la muerta a los Marchetti.

Reconocía que la intención no era mala. Si aquel plan salía cómo Renzo tenía planeado, podía ser incluso un punto extra frente a Don Gaspare. Si salía bien claro, cosa improbable. 

Carlo Marchetti era conocido por mucha gente. Su rostro había salido en los periódicos. Si había alguien en la sala que conociera al Marchetti, la estratagema de Renzo se iría al traste. 

— Parlai con noi la prossima volte.¹ — Le susurró. — Dobbiamo sapere che lo fai!² — Abrazó a Renzo y le murmuró algo al oído. — Non ho sentito lo sparo. Saliamo con gli altri?³

Marco envolvió rápidamente y de forma efectiva el cuerpo de la mujer en sábanas, a modo de mortaja. Eso absorbería la sangre, al menos de momento. Acto seguido, volvió a envolver el cuerpo dentro de la alfombra hasta que quedase completamente oculto y tuviera una apariencia lo mas parecido a una alfombra sin cuerpo*.

Mientras estaba ensimismado, a mitad de una tarea que ya de por sí requería toda su intención, John le interrumpió. Marco reprimió un chasquido de fastidio porque sabía que aquello no ayudaría a mejorar el trabajo. Además, John tenía razón.

—Baja a asegurarte de que el coche está arrancado y el maletero abierto. Que Marcelo esté en su sitio. Cuando acabes, regresa a la puerta del portal y dame un silbido si está todo limpio —dijo, sin apartar la vista de la alfombra que estaba enrollando.

Aquello había sido una verdadera retahíla, pero Marco hizo un esfuerzo más. El trabajo lo merecía.

—Grazie, belo.**

Tras ayudar a Marco con los "detalles" de la tarea, se encamina a la salida, teniendo perfecto cuidado para realizar cada una de sus tareas. La primera fue fácil, quedar a unos pasos del Umbral, en un ángulo ciego, oteando rápidamente desde una de las paredes al ángulo contrario pegando el cuerpo a la pared, para salir luego con perfecta calma del lugar, vislumbrando rápidamente los elementos de la calle. Salió, con eficacia y eficiencia, como un tipo cualquiera al que nadie observa. Acto seguido se dirigió hacia donde estaban los demás.

-Chicos, necesito maletero y ojos abiertos. Nos acaban de hacer un regalo y hay que proceder con calma y eficiencia. No llamar la atención, y largarnos a cualquier otro lado, necesito hacer unas compras antes de llegar a casa con mi mujer.

Una vez comprado que todos están en posición oteó rápidamente la calle desde un callejón, y avanzó tranquilamente silvando, bajando el ritmo al pasar por la entrada, para que Marco lo escuchase.

Un cuerpo podría entrar en el portamaletas de la parte posterior del Ford que les aguardaba… Un cuerpo enrollado a mano por aquella alfombra como si fuese un buen habano era harina de otro costal. Lo más probable era que tuviesen que alojarlo en la parte posterior del vehículo, entre los dos ocupantes del asiento posterior. Ese fue el juicio que emitió John Doe tras bajar y verificar el asunto.

Tras emitir aquel juicio, Walker ayudó a su compañero a sujetar el fardo. La joven pesaba poco, era grácil y delicada y eso era algo que un asesino siempre agradecía al deshacerse del cadáver. Entre los dos salieron de aquella estancia dejándola intacta a excepción de la ropa de cama de repuesto que retiraron del armario y de la bufanda, salvo aquellos dos detalles que desnudaban la habitación dándola una apariencia de vacía parecía que nada había acaecido en aquel lugar.

Al salir los dos sicarios portando el cadaver oculto discretamente en un rollo de alfombra, casi chocaron de bruces con la pareja de compañeros que les habían asignado. Tras haber dejado el coche operativo y con la portezuela abierta lista para recibir el cuerpo que estaba por llegar se disponían a dirigirse al interior para asegurarse que no había ningún problema.

Tras depositar el aparatoso fardo en el medio de la parte posterior del asiento, los dos que iban en la parte posterior dedicaron una mirada en derredor antes de ocupar su sitio. No sería la opción más cómoda, pero desde luego que era mucho mejor opción que atar el rollo de alfombra al portamaletas y que por un percance en la conducción acabase cayendo a la carretera y desenrollándose de manera accidental.

Rossi volvió a ocupar su sitio y aceleró el vehículo alejándose de aquel lugar

Creekville. Distrito Portuario

En el callejón que da a la trastienda del Panepinto´s Bar

– ¿Y bien? –Aquella pregunta venía del consiglieri, Jimmy Brincos les estaba esperando en el exterior de la trastienda del Panepinto’s Bar. En cuanto reconoció a los ocupantes del vehículo golpeó la puerta de acceso a la trastienda como si quisiera pedirles que le dejasen entrar. En su lugar salió el consiglieri.

–¿Lo has hecho, mataste a su cunnae? –Inquirió otra vez, esta vez la pregunta era para Renzo–. ¿Algo digno de mención?