Partida Rol por web

Alfa y sabueso. Amo y criatura. Ambos habían permanecido tensos y en silencio ante aquellas vistosas plantas, pero no dijo nada. Ya había allí viajeros que hablaban por todos ellos. El único sonido que se escuchaba era el ronco gruñido del chucho, que amenazaba a nada en particular pero que sabía que había algún problema por la posición de su amo.

Con un gañido, lanzó al sabueso hacia atrás para que olisqueara un camino alternativo que no los rondara ni remotamente cerca de aquellas cosas.

—Esas plantas las conozco, emanan unas esporas altamente venenosas. Hay que tener cuidado, por eso es que hay tanto hueso. 

Se unió a la conversación y estuvo atenta al movimiento de las plantas, incluso cortó un trozo de vestido para atarlo en el rostro así tapaba nariz y boca. El aroma de la tela era horrible, pero peor sería inhalar de forma muy directa aquello. No serviría de mucho, pero intentaba ser precavida. 

Leech se quedó rezagado, esperando a que el resto de sus compañeros estuviera lejos de las plantas y marchando en otra dirección.  Por su parte, se ubicó mientras a unos doce metros de las mismas, guardó la libreta y, empuñando con ambas manos la calavera  que había recolectado del piso momentos antes, musitó entre dientes:

—Colega huesudo, veamos si en verdad esta especie es la famosa mata que mata, je.

Dicho eso, procedió a arrojar el cráneo hacia el centro de la maleza, de manera tal que cayera llovido sobre ella y generara algún tipo de reacción defensiva que fuera digna de registrar, expandiendo así el conocimiento de su comunidad sobre tan exótico tema, de momento sumido en el común oscurantismo de la mera tradición oral.

Una vez más las perlas de sabiduría del Anciano les fueron útiles. Greeny le había escuchado decir en más de una ocasión que cuando dudara qué camino escoger, eligiera aquel que transitaran los animales, pues estos nunca irían a saltar por un precipicio, ni se aventurarían de frente contra un peligro mortal. El merodeador encontró huellas del paso de unos ciervos bordeando el lugar, evitando las flores y tomando una ruta alternativa que rodeaba las ruinas. Así se confirmó cuando el chucho de Alfa gruñó a las flores, y ante la demanda de su dueño siguió el mismo camino que los ciervos para evitar el terreno peligroso. 

Antes de irse, Leech no pudo evitar la tentación de lanzar el cráneo que había encontrado al centro de la espesura para ver qué ocurría y anotarlo en su registro. Atinó en una de las llamativas flores, que inmediatamente expulsó una nube tóxica que contagió rápidamente a las otras plantas como si de una reacción en cadena se tratara. Ante las advertencias de White, que había escuchado de aquellas plantas, el grupo salió corriendo de allí, siguiendo el camino que habían dispuesto Greeny y Alfa. 

Rodearon el conjunto de edificios. Entre White, Greeny, Alfa y su perro lograron mantener el rumbo sin demasiados contratiempos. Bordearon el resto de ruinas y retomaron el camino que llevaba hasta el siguiente sector delimitado en los mapas de los merodeadores. 

Una vez más Greeny avanzó por delante de los demás a buen paso entrando en diferentes edificios, buscando y rebuscando, con evidente poca preocupación por la seguridad, ya fuera por ser un inconsciente o por confiar en que sus compañeros estarían pendientes de los peligros. De igual manera se notaba que se esforzaba más allá de sus capacidades tratando de subir por sitios de difícil acceso en que había que trepar.

En uno de esos viajes volvió a tener suerte regresando con cinco latas de papeo, de las cuales pasó tres a sus compañeros, quedándose él con dos, y descendiendo después con los demás.

A pesar de encontrar el papeo seguía buscando. Estaba claro que su interés era encontrar algún artefacto, algo que les sirviera como gran triunfo a la vuelta al Arca. Aunque ya iban a regresar con más papeo del que se llevaron, aún quería algo más que demostrara su éxito sin lugar a dudas.

Tras el éxito en su experimento, Leech se encontraba en un estado de exaltación académica en el que poco importaban los asuntos mundanos, por más inmediatos que fueran. El día había comenzado de mala manera, por su involuntaria ausencia en la Asamblea, pero ese encuentro con las plantas asesinas lo había irónicamente revitalizado.

Aprovechando que Greeny guiaba la marcha y que no había nada especialmente llamativo que anotar, se acercó a la muchacha de blanca cabellera para entrevistarla sobre un dato que aún no constaba en su expediente personal:

—Señorita White, ¿se ha planteado alguna vez que, ante el eventual descubrimiento de Éden, su estado de servidumbre bien podría entrar en conflicto con las leyes vigentes del lugar?

Dejó primero que la pregunta fuera bien procesada, antes de expandir un poco su contexto:

—Mi gremio tiene registrado, de boca del mismísimo Anciano, que en el Viejo Mundo la esclavitud era una práctica ilegal. Así que, en teoría, todos los esclavos que ingresen a Éden deberán pasar de inmediato a la condición de libertos, o quedarse fuera junto a sus amos. ¿Cómo se siente usted al respecto?

—¿Y por qué no le preguntas eso a Lobo? —intervino Alfa, que caminaba junto a la muchacha. Le disgustaba enormemente la verborrea de Leech, pero que además preguntara a White cosas que claramente podían ponerla en peligro si su amo se enteraba le había hecho enfadar. Sin embargo, no miró a ninguno de los dos. Estaba más interesado en olisquear la lata que Greeny le había pasado, intentando adivinar su contenido.

Al observar que Leech se había acercado a ella, la joven lo miró un tanto curiosa hasta que escuchó las preguntas un tanto comprometidas que le terminó haciendo el cronista. Aquello la impulsó a torcer el gesto en una clara mueca de incomodidad, quizás porque no podía ser demasiado genuina con la respuesta, más aún cuando esas palabras podían llegar a su jefe y la paliza que recibiría sería terrible. 

—No tengo idea sobre ello—respondió amable—, sólo quedaré libre si mi amo lo concede no por alguna ley que nos ampare. Al parecer no es muy ilegal que digamos, considerando mi situación y lo que se permite. 

No agregó ninguna palabra más, menos desde que Alfa intervino a consciencia de que no era competencia de ella meterse en esos derroteros verbales porque saldría muy perjudicada y cualquier ápice de traición en alguien como Lobo Gris, podía significar estar bajo su odio, siendo torturado, abusado y deseando la muerte antes que vivir en ese calvario. 

—A mí la esclavitud me parece una patochada sin sentido —opinó Ash—. En los talleres, los mecánicos intentamos organizarnos según nuestra idea del Edén, de la forma más práctica y ética posible. Compartimos todo: nuestros hallazgos, nuestras pérdidas, la comida, etc. ¿Poseer a un ser humano? Es algo absurdo y monstruoso, pero está claro que en el Arca hay hueco para todo tipo de pareceres. Supongo que hay que respetar otros puntos de vista*.

Ética. El Anciano había intentado inculcarles hacía años la idea de que debían respetarse mutuamente**, pero a algunos parecían haberse olvidado de aquellas enseñanzas.

—¿Ves algo, Greeny?

El desgarbado cronista anotó conforme la réplica de White, sin emitir juicio sobre el tema. Su interés principal era la recopilación de datos y no tanto su análisis, al menos no en plena campaña. Así como algunos habitantes de los Millenium Mills coleccionaban chapas, botellas y demás chucherías, Leech acumulaba perfiles de gente, objetos e ideas en su archivo. Todo aquello lo consideraba trasfondo útil para la arquitectura de su Magnum opus literario.

—Valiosa opinión, colega Ash. Tal vez te interese unirte a las mesas de debate que organizamos entre semana. Mayormente somos gente del gremio, pero aceptamos invitados de otros rubros.

El día había ido volviéndose más oscuro conforme pasaba la tarde y no habían visto el sol desde que pararon a comer. Guiados por Greeny afrontaron un nuevo sector cuyo terreno mostraba características algo diferentes a las de los edificios residenciales que tenían atrás. En esta ocasión, llegaban a una zona donde también predominaban los edificios ruinosos, pero estos eran algo más altos y mostraban un aspecto completamente diferente. Gigantescas construcciones de hormigón recubiertas de cristales que reflejaban el nublado cielo sobre sus cabezas.

Greeny les guió entre escombros, vegetación salvaje y los restos de aquel suelo extraño que los Antiguos llamaban asfalto, hasta dar con un edificio que predominaba sobre los demás. Se mantenía firme, estable y apenas consumido por el paso de los años. Una pequeña reminiscencia de lo que habría podido ser el mundo de los Antiguos. La puerta de entrada del edificio era de cristal, lo cual les pareció algo terriblemente poco práctico. Los Antiguos eran gentes raras, tan pronto construían edificios sellados a cal y canto con apenas unas ventanas estrechas como que hacían edificios abiertos cuyo interior podía verse desde fuera. En este, sobre la entrada, había unas grandes letras escritas en el antiguo idioma. Leech las pudo leer para todos, aunque ni siquiera él llegó a comprender el significado de todas ellas. La inscripción decía: Premium Bank of London.

Mientras el resto debatían sobre la condición de esclavitud, la libertad, y otras nociones éticas, Greeny se adelantó para explorar el interior. La primera de las salas era un amplio recibidor, muy espacioso pero totalmente vacío. Lo único que pudo encontrar de valor lo vio cerca de la puerta de entrada, donde se situaba una especie de armario con una superficie de cristal en cuyo interior había diferentes estantes numerados con un código de una cifra y dos números que contenían latas y envases de papeo con colores y formas muy diversas. La mayoría de los estantes estaban vacíos, pero Greeny pudo romper el cristal y extraer hasta cinco raciones de papeo que compartió con el resto. Por lo demás, la sala era diáfana y amplia, salvo por una especie de mostrador tras el cual se encontraban dos puertas metálicas y unas amplias escaleras que continuaban hacia el piso superior. Aquel lugar prometía bastante, les dio la sensación que era uno de esos lugares en los que, antes de la Caída, se hacía el trabajo importante. 

Para fortuna de Greeny se perdió las preguntas de Leech y toda la discusión sobre la esclavitud.

- Parece que este sitio fue importante – comentó a sus compañeros dando claras muestras de agotamiento por más que tratara de disimularlo, le costaba recuperar el aliento – Quizás encontremos algo útil, además del papeo.

Miró las puertas metálicas.

- Esas puertas solo se usan para guardar cosas importantes. – dijo señalándolas. Encontraba estúpido tener semejantes puertas detrás de otras de cristal, como las de la entrada, pero no era algo que fuera a juzgar, los antiguos eran gente rara, por eso jodieron todo el maldito mundo. – Y arriba puede que haya otras cosas. Yo empezaría por arriba, por asegurar que no hay nada más viviendo aquí dentro que pueda ser un peligro que trate de mordernos el culo por la espalda. – señaló esta vez las escaleras que ascendían.

—Premium... Bank... of... London —murmuró desconcertado, en tanto guardaba lentamente la libreta en un bolsillo junto a su pecho y comenzaba a examinar más detenidamente cada rincón en el interior del edificio. 

—Suena como alguna frase que le escuché decir al Anciano tiempo atrás, aunque dudo que conste en mi registro casero. Es más como un recuerdo lejano de la infancia, por desgracia.

Tras decir eso, desapareció escaleras arriba, demasiado curioso como para esperar a sus compañeros. Venía ya muy envalentonado por su encuentro con la flora venenosa, y el día prometía otras tantas maravillas foráneas.

El adiestrador no prestó atención ni a las letras — al fin y al cabo, la palabra escrita era cosa de Cronistas — ni a las paredes y puertas de cristal. A él le interesaban otras cosas, como posibles peligros o fuentes de agua potable. O una camada que pueda imprimar, pensaba, mientras entraba en el lugar y tanto Greeny como Leech se alejaban del grupo. Que la sanguijuela saliera malparado le daba igual, pero el merodeador estaba resultando ser extremadamente útil a la hora de buscar comida y abrirse camino entre las ruinas, y no le gustó nada no tenerle vigilado.

No hizo falta que dijera nada más. El sabueso empezó a olisquear y a merodear por los alrededores buscando algún rastro que valiera la pena, mientras Alfa permanecía en el hall del edificio, rifle en mano, atento a peligros.

El lugar resultó interesante ante los ojos de White, esto hizo que la curiosidad la impulse a dar unos pasos hacia los alrededores, buscando quizás más papeo o algo interesante. Ya dos de sus compañeros se fueron hacia arriba y ella buscaría otra opción alternativa. Más aún porque el lugar se veía muy bien, existiendo la posibilidad de que alguien esté viviendo allí. 

Pensó que cuánto más se abarca, más claro tendrán el panorama. 

Entusiasmado por el nuevo hallazgo y contagiado por el interés de Greeny por aquella zona, Ash decidió estar ojo avizor y tratar de ser de ayuda en todo lo posible al merodeador.

Todavía no había olvidado el tema que trataron en privado, pero prefería dejarse llevar por la sensación de descubrimiento mientras se mantenía alerta. Ahora eran ocho ojos, pero tarde o temprano tendrían que hablar también con Alfa para que también estuviese al tanto.

- No os separéis hasta que hayamos comprobado que peligros hay aquí. – les indicó Greeny avanzando junto a los demás hacia la parte de arriba de las escaleras – Si hay algo peligroso es mejor que lo enfrentemos unidos. – como deberíamos hacer con todo en el Arca y no hacemos nada, pensó amargamente.

Se unió a la exploración, pero aún notaba que le faltaba el aire por el esfuerzo lo que hacía que le costase concentrarse, además de que su interés estaba más en encontrar artefactos que en buscar peligros.

No les hizo falta mirar durante mucho rato para darse cuenta que la gran estancia de la entrada no tenía mucho más que ofrecer, Greeny ya había dado con todo lo que pudiera haber allí de utilidad. Al otro lado de la sala diáfana, había una especie de mostrador dividido en diferentes secciones, y tras él una estancia con una puerta blindada enorme, pero su interior estaba vacío. Solo había algunos papeles de colores a los que no encontraron gran utilidad, ya que eran rugosos y estaban llenos de dibujos y números sin sentido. Por tanto, siguieron ascendiendo por las escaleras hacia las plantas superiores en busca de algo realmente llamativo. Alfa prefería quedarse abajo vigilando que no hubiera ningún peligro en los alrededores, pero no le quedó más remedio que seguir a los demás cuando incluso su chucho avanzó por las escaleras en busca de un rastro que parecía haber encontrado. 

La planta superior era igualmente amplia pero se encontraba dividida por extrañas pantallas semitransparentes que formaban pequeños cubículos. Cada una de estas divisiones tenía una mesa, una silla, y un montón de chatarra encima, todas idénticas, repitiéndose como si la uniformidad fuera algo que encantara a los Antiguos. Había papeles amarillentos cubriendo todo el suelo y el polvo se amontonaba en las superficies, colándose a través de las ventanas rotas. Al fondo, en el mismo espacio que ocupaban abajo en la distribución de aquella planta, vieron las mismas puertas metálicas. Las pudieron observar mejor ahora, junto a cada una había unas flechas apuntando en direcciones opuestas, y una pequeña cerradura en la que parecía encajar algún tipo de llave. 

Mientras observaban maravillados el complejo, Alfa se dio cuenta de que su perro había desaparecido. Miró por todos lados sin encontrarle hasta que lo vio en el interior de una habitación separada por paredes firmes de la sala de los cubículos. Allí, el chucho había encontrado algo que estaba sujetando con sus patas delanteras mientras lo roía con sus dientes. Cuando Alfa se acercó más se dio cuenta de que era un hueso humano. Algo que pudo deducir por los jirones de ropa que colgaban de la boca del animal.

- Cosa más rara… - musitó Greeny para sí. Seguro que Leech se meaba encima de la emoción al ver tantos papeles aunque fuesen amarillentos. – Oye, Ash, ¿crees que algo de eso será de utilidad? – preguntó Greeny señalando la chatarra que había encima de las mesas.

Enarcó las cejas por encima de sus goggles al ver aparecer al chucho con el hueso en la boca. Sacó su cuchillo con una velocidad pasmosa, como si siempre hubiera estado en su mano.

- Ojala que lo que matase a esa persona se fuera hace mucho tiempo, pero cuidado por si aún merodea por aquí lo que fuera que lo matase. – advirtió a los demás antes de acercarse con sigilo hasta la sala de donde había salido el perro con el hueso pendiente de lo que pudiera estar acechándoles. Aquí al menos no hemos visto plantas de pesadilla…

Leech se avocó a recolectar cada una de las hojas que estaban desparramadas por todo el piso de la planta, sin prestar atención a otra cosa, al menos hasta que su tarea de acopio lo llevó a la vecindad del perro sin nombre. Para desmayo del cronista, encontró a la bestia empecinada en masticar un hueso de apariencia humana, a lo que protestó:

—Señor Alfa, ¿sería tan amable de ordenarle a su fiel mascota que desista en  su encarnizado  intento por destruir lo que bien podría ser una valiosa pieza de evidencia antropológica sobre los antiguos habitantes de este curioso sitio? Es de gran menester para el Arca que sepamos del pasado y aprendamos de él.