Partida Rol por web

Devil's Gate, North Dakota 10:03 a.m.

Despiertas otro día más en aquel pueblo de mala muerte. Un sitio de tierra estéril alejado de la mano de Dios. Llevabas ya un par de meses en aquella comisaría y no acababas de tomarle el gusto a aquello, pero al fin y al cabo era tu ciudad natal. Nunca pasaba nada, día tras día era igual, nada más raro que una llamada para tratar de sacar algún mapache rabioso del porche trasero de la señora Norris. Alguien que abandonaba el pueblo sin decir nada a nadie, pero dejar aquel lugar comido por el polvo era normal.

Deseabas que pasara algo importante y con ello ganar una oportunidad para salir de aquel agujero. Además el sheriff era demasiado prepotente, de buen corazón, pero te tomaba como una mujer que no estaba en su medio aparte de una novata. Él mandaba por lo que lo que decía era "ley".

Cuando llegas esa mañana a comisaría te manda bajar de su camioneta el cuerpo de un ciervo. Parece que alguien lo había atropellado al cruzar este la carretera y eso había causado un accidente. A él le había tocado retirarlo de la carretera, pero a ti te tocaba bajarlo de su camioneta.

-Vamos Perkins, ese ciervo no va a bajar solo de la camioneta. Quizás lo podamos revender al señor Long- ese viejo usaba las pieles para crear bolsos y cosas hechas a mano que en internet se venderían por un pico, pero el señor Long no sabía lo que era internet. También tallaba huesos, eso era un tanto desconcertante.

-Yo voy a esperar, que al parecer viene un federal para la desaparición de la señora Pratchett. Le diré lo que sabemos, que no hay rastro de ella y que quizás abandonó al señor Pratchett- sí, eso era lo que decía todo el mundo. Porque era lo esperado cuando una pareja que nada más salir del instituto se casa y no es por penalti, que ella se hartará del cazurro de su marido y buscará algo mejor fuera de ese lugar.

Devil's Gate, North Dakota 10:03 a.m.

Ahí estás, conduciendo el sedán negro que la agencia a puesto a tu disposición para ir a ninguna parte a investigar una desaparición que a nadie le importa. Las razones de ello es que al agente especial Wood no le habías caído en gracia. Ese era el tipo de casos que caían en manos de novatos para hacerlos moverse un poco y comenzar a trabajar de campo, con algo simple. No era tu tipo de trabajo, ni el de nadie viendo lo baldío de las tierras del lugar.

¿Quién estaba tan loco como para asentarse allí?

Y sin embargo Devil's Gate existía en el mapa, por desgracia. 

Te adentras en el interior del pueblo, que no parece ser mucho más aparte de cuatro calles. Bueno, quizás algo más, pero ningún grande comercio aparte de algún negocio familiar. Un par de bares, una cafetería con pinta de servir pastelitos también, tres o cuatro tiendas siendo una de comestibles que veas a simple vista... Nada remarcable.

Tu misión allí es investigar sobre la desaparición de la señora Pratchett y su hijo. Eso decía el dosier que te habían entregado al respecto. Y que el agente de más rango de aquel pueblucho era un tal Sheriff Gruenwell. Ahí es a donde te diriges, hacia la comisaría. Esperas que haya una al menos.

Sin duda, si alguien tuviera que dar una descripción gráfica de la involución, solo tendría que mirarme a mí. El maldito Sísifo se quedaba corto... Tanto que, si fuera real, se pararía en la piedra para señalarme con el dedo y partirse de la risa. Los días se habían convertido en un bucle de monotonía, tan insípidos como la dieta de un hipertenso o el sin fuste de la cerveza sin alcohol. ¿Qué gracia tenía la cerveza sin alcohol? Cuando tu vida es un sin fin de mierda acumulada, ninguna.  

Allí estaba yo, después de todo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me largué de este pueblo casposo? ¿Ocho? ¿Nueve años ya, quizá? Para mí era como ayer. Todo seguía igual, estanco y rancio, como si el reloj se hubiera congelado. Jamás pensé verme aquí de nuevo, pero la vida da tantas vueltas... Y todo por mi culpa. ¿Cómo podía haberla cagado tanto? ¡Si lo tenía todo! 

Doy un el último trago a mi café matutino, aderezado con una pizquita de Jack Daniels clandestino, en lo que mastico una resaca martilleante. Hoy parecía que ni las aspirinas habían querido hacer su efecto, y el día se empeñaba en no querer mejorar. Lo sé en el momento que me encuentro con el sherrif y su camioneta.

No puedo evitar esbozar un mohín con la cara, arrugando el entrecejo.

- ¿Pero donde quiere que deje a ese bicho muerto, señor? - me tengo que morder la lengua para no tutearle y decirle cuatro tacos bien dados. Pero me tenía que controlar, precisamente mi incontinencia verbal me había llevado a donde me había llevado - Debe pesar demasiado, quizá un machote fornido sea más adecuado...  - intento, alegando a su mentalidad machista de mierda. 

Si, el caso de la señora Pratchett. Aunque no esperaba que un federal viniera por algo así. Era raro.

- ¿Un federal por un caso de desaparición de una señora de pueblo? - enarco una ceja.

Aquel era el tipo de casos para el que no estaba hecho. No por la investigación en sí misma. No por faltarle el respeto a las víctimas. Era porque era un caso totalmente menor, de novato. Un caso para foguearse, para tomar contacto con el trabajo de campo.

Y eso era algo que él ya tenía superado por completo.

Ya no era un novato. Ya no necesitaba hacerse cargo de los casos menores, de las sobras de la agencia. Había visto decenas de casos como ese y había demostrado su valía en ellos. Pero seguían dándole la morralla. El hijo de puta de Woods seguía ninguneándolo. Iba siendo hora de dar un golpe sobre la mesa.

Pero no sería hoy. Ese día le tocaba cumplir con su deber. Un triste suceso había acaecido sobre... ¿Devil´s Gate? Sí, Devil´s Gate. Un nombre sorprendente para cualquier lugar, cuya resonancia ya le daba a Nix una impresión de lo que iba a encontrarse. Un pozo. Una mancha en el mapa.

Criado en la gran ciudad, bien educado y de actitudes modernas y abiertas, Nix sabía que se sentiría como pez fuera del agua en Devil´s Gate. Una vez más. Pero tendría que contemporizar y buscar el apoyo de un previsible sheriff distante e incompetente y una población rehusiva y poco colaboradora.

Después de algunas horas de trayecto sobre una carretera anónima, una bandera de EE. UU, le indicó que llegaba a su destino. Cuatro calles y media. Cuatro gatos sospechosos. Cuatro días de investigación. Y de vuelta a Washintong D. C.

Buscó la comisaría y aparcó ante su puerta. Después de tanta conducción tenía hambre y ganas de estirarse y descansar, pero también la llamada de la energía contenida. Prefirió empezar cuanto antes, liberar la tensión con trabajo. Como mínimo tendría la oportunidad de presentarse. Que eso desentumeciera al cuerpo aburrido.

Se puso la chaqueta, se quitó las gafas de sol y bajó del coche para entrar en la pequeña comisaría de Devil´s Gate.

...menudo nombre...

El sheriff se encoge de hombros ante tu pregunta.

-Le diremos que venga por donde ha venido. El señor Pratchett no sabe nada y yo creo que la señora Pratchett lo abandonó y se llevó al niño…- sentencia el sheriff y se pone a recoger papeles que hay por medio de vuestros escritorios y a enchufar la cafetera. A veces era un capullo, pero el café le salía de miedo.

Como no te contesta a lo del machote fornido te toca ir a bajar el ciervo muerto de su camioneta, un pickup que pertenece a comisaría. Pertenece a comisaría pero tú no solías tocarlo era casi derecho único del sheriff hacerlo.

El ciervo es un macho y por suerte está de una pieza para bajarlo tirando de él, aunque te iba a costar moverlo. Es cuando te pones manos a la obra que llega un sedán negro con pintas de caro y aparca frente a comisaría.

Cuando detectas comisaría, más que nada porque tiene un enorme pickup con una serigrafía lateral de “SHERIFF” en él, aparcas al lado.

No tienes que mirar muy lejos para encontrar al primer agente de la ley del lugar. Una mujer con cara de pocos amigos trata de bajar de la parte trasera del vehículo un enorme ciervo macho. Es un ejemplar con el que es difícil que pueda, pero ahí está intentándolo al menos. Al ver tu coche para y levanta la mirada.

Llegado por fin a Devil´s Gate, nada indicaba que no fuera lo que temía, un pueblucho de provincias de provincias de uno de esos Estados vacíos de la gran nación, donde la mitad del territorio son cultivos y la otra mitad bosques y montañas. Devil´s Gate, una carretera con casas, vaya. Un lugar que invita a irse antes de llegar. Porque nadie puede sentirse cómodo en un lugar cuyo nombre invita a lo peor. Esa sombra pesa aunque no pienses en ella.

...que me aspen si aquí tienen mocaccino...

Había bajado del sedán negro dispuesto a entrar en la comisaria, ignorando primero a la ranchera. Pero le extrañó ver a aquella mujer apeándose para luego intentar descargar a un ciervo. Siendo un vehículo policial, esa mujer no podía ser sino miembro de las fuerzas del orden del lugar.

Un lugar en el que la policía tiene tiempo de dedicarse a cazar y en el que, seguramente, llevar un rifle encima es perentorio porque en cualquier momento te encuentras con un oso o un puma. En definitiva, un lugar que Nix ya conocía: la gente iba a lo suyo y le trataría como un enemigo o un intruso. ¿Cuántas veces se había enfrentado con aquello ya? En vez de estar resolviendo casos de terrorismo, se veía encerrado en un laberinto de casos menores. Casos que le obligaban a alejarse constantemente del ambiente qué conocía como suyo: la ciudad, la modernidad, el estilo; y que le forzaban a relacionarse con sheriffs desconfiados e incompetentes, muchas veces racistas, ante los que más de una vez tenía que acabar poniendo los huevos encima de la mesa.

Se acercó un par de pasos a la mujer, enseñando su identificación fugazmente.

—Buen día. Soy el agente Nix, del FBI. Estoy aquí por el caso de los Pratchett. ¿Sabe usted si está el sheriff dentro?—A pesar de conducir la ranchera, Nix pensó que ella no podía ser el sheriff. Se vería en el uniforme. De inmediato cambió de tema y señaló al animal—. ¿Quiere ayuda?

Lo último que quería era mancharse la ropa y las manos con el tufo de animal salvaje. Pero parecía que el tamaño del animal superaba a la mujer y nadie había salido de la comisaría a ayudarla.

En aquel momento me importaba una mierda que había pasado con la señora Pratchett y su hijo. Lo único que veía ante mis ojos era un bicharraco muerto que tenía que descargar por pringada y mi suerte puta. Farfullo en voz alga, para mi, mientras toco aquel cadáver, sacándole a empujo para fuera. Al menos no lo tenía que bajar a trozos o con las tripas fuera. Pero apestaba, joder. 

Apenas reparo en el sedán que se detiene, quedando en la periferia de mi campo visual.

- Me cago en... - empujón - ... mi puta vida. Puta mierda, copón... - empujón, hedor a cadáver y a animal salvaje - Se lo podría meter por el puto culo... Me cago en mi puta vida... - empujón y un respingo, al escuchar la voz a mi espalda. 

Me molesta al cabeza y la luz me ciega un poco, así que tengo que entrecerrar los ojos. Sin embargo, me percato perfectamente de las pintas del tipo y su tufo... que delata su identidad incluso antes de enseñe la placa.

- Vale - digo sin mas a lo de la ayuda, por el marrón que me quitaba de encima y tiendo la mano al federal - Detective Perkins. Si, el Sheriff está dentro.

Lo que la morena trata de mover de la parte de atrás de la camioneta es un ejemplar de ciervo macho enorme. Por la cantidad de sangre y el estado del animal, había debido ser atropellado o algo así. La detective desde luego se estaba manchando de sangre hasta los codos por tratar de moverlo.

El caballero de ciudad bien podía comportarse como tal y ayudarle, con las manchas consecuentes. O podría ser un capullo como se podría esperar de un federal visitando un pueblo de mierda.

La mano que le tendía la detective Perkins estaba sucia de sangre. Nix levantó de inmediato las suyas, esquivándola.

—¡Me declaro inocente, detective!—dijo con media sonrisa— Deme la oportunidad de no mancharme todavía.

Se quitó la chaqueta, que colgó del espejo de la ranchera, y se arremangó la camisa blanca. Una camisa que a poco que se acercara al animal no podría volver a ponerse. Por suerte llevaba unas cuantas más en su equipaje. Lo que de verdad no quería mancharse era los zapatos. Demasiado caros para estropearlos con vísceras.

—Deme un minuto.

Abrió el maletero de su sedán y buscó entre el equipo de tránsito que la agencia solía incluir en sus vehículos: chalecos reflectantes, triángulos, una caja de herramientas básicas, cadenas de nieve... Sacó el cable de acero enrollado que a veces se usaba en remolques de emergencia. No tenía un cabrestante, porque tampoco era aquello un vehículo de campaña, pero servía igualmente.

—Engánchelo por los cuernos o las patas—le dijo a la detective, dándole un extremo—. Que trabaje el coche, ¿no cree?

Enganchó el otro extremo al saliente de su vehículo, se sentó al volante y esperó a que la detective hiciera lo propio con el ciervo. Ciertamente, mancharse las manos y apestar a muerte tan pronto era lo último que quería Nix. Había maneras más eficientes de hacer las cosas.

—¡Cuando diga!—avisó desde dentro.

No reparo en mis manos manchadas cuando la tiendo al federal. Simplemente estoy demasiado cabreada como para ello, pero la retiro en cuanto me percato. Sin embargo, el pijito de ciudad ya se ha llevado la impresión y eso me hace gracia. Parece que tiene miedo de mancharse sus ropas caras. 

- Ya... claro - esbozo media sonrisa (de tía puta)y concediéndole el minuto para que se las ingenie por salvaguardar la integridad de su imagen. Y lo hace, saca un sable metálico del maletero y entiendo lo que pretende. Por eso, en cuando me tiende el extremo, trato de engancharlo al animal. Dependiendo de lo que de de sí el acero, un nudo o algo así.

Si puedo con ello, después le doy el aviso.

- ¡Tira!

La detective ata el cable a las patas del animal y con un tirón del sedán negro, acaba bajando el ciervo de la camioneta. La acción del federal no evita que algunas gotas de sangre salpiquen de nuevo a la local, manchándose algo más. El único que iba a salir inmaculado de allí en principio era el chico de ciudad.

Plof por el golpe seco del voluminoso animal contra el suelo y chof sobre la ropa de Perkins.

Al menos el trabajo del día estaba hecho, había bajado el ciervo de la ranchera y así el señor Long podría venir a buscarlo. Seguramente le tocaría ayudarle a cargarlo de vuelta en la camioneta del señor Long, pero eso eran gajes del oficio. Quizás se pudiera escaquear con ayuda del federal.

¿Por qué esforzarse si las máquinas están para servirnos? Nix tiró del ciervo y, tan fácil como tirar de la nada, el animal cayó al suelo. Algo salpicó a la detective, cosa que extrañó al neoyorquino. ¿Dónde se había criado esa paleta? ¿En una porqueriza? ¿O era de esas de acabar inconsciente en el charco del callejón de atrás del bar del pueblo? Que no se hubiera apartado por instinto le parecía mala señal. O era torpe o era descuidada.

Abrió la guantera y sacó un paquete de toallitas húmedas, que solía utilizar cuando tenía que comer en la calle un bocata cualquiera y no podía lavarse las manos con agua. Salió del coche y se lo lanzó a la detective, en un movimiento casi imprevisto.

—Sírvase. Al menos podrá limpiarse las manos.

Se agachó a observar el ciervo y soltar el cable. Parecía un atropello bien importante. No le pasó desapercibido y tomó nota mental de aquello. Recogió el cable y lo guardó en el maletero. La Operación Bambi había acabado como tenía que acabar: eficiente, rápido, pulcro. Trabajo del FBI. Como debían hacerse las cosas. Es decir, bien hechas.

—Supongo que sabrá a qué he venido—dijo mientras se ponía la chaqueta que había colgado en el retrovisor—. Los Pratchett.

Parece que el invento del pijito funciona, pero cuando choca la carne contra el suelo, algunas gotas de sangre me salpican aunque intenta apartarme. 

- ¡Me cago en mi puta vida! - blasfemo en una queja que me sale de lo más profundo, cual truño bien macerado y pesado en el intestino. 

Cojo al vuelo las toallitas que me tiende el federal, con cara de mala hostia y farfullando todavía. Que por cierto ¿que tipo de tío tiene toallitas húmedas en el coche? 

- Lo que necesito es una maldita ducha, joder - trato de sacarme la sangre con varias toallitas, mientras el agente Nix parece ir al grano.- Si, ya me dijo el jefe que vendría un federal - le digo y le miro con cierta curiosidad - Te va a decir lo que todo el mundo piensa en este pueblo, que se fue de casa de forma voluntaria con su hijo. Pero no creo que manden a un federal por una desaparición de pueblo...

Nix negó ligeramente con la cabeza.

—No, no mandan a un federal para una desaparición. Ni de pueblo ni de ciudad, detective. Pero sí para un secuestro.

En efecto, el FBI no se encargaba de investigar desapariciones. A pesar de las tonterías del cine, la agencia no se encargaba de todo tipo de casos. De hecho, la inmensa mayoría de los asesinatos eran cosa de las autoridades locales.

El FBI no se dedicaba a desapariciones comunes salvo cuando se trataba de menores. En ese caso, tomaba la consideración de secuestro y entraba en funcionamiento la maquinaria de la agencia. Una maquinaria que, una vez más, estaba mal retratada en la pantalla. Ni era tan glamurosa ni estaba tan perfectamente engrasada ni tenía recursos mágicos. Tampoco era tan fría y distante como se mostraba, al menos con otras fuerzas del orden. Si la relación era correcta, la cosa funcionaba bien, los casos se resolvían y el pueblo americano estaba seguro.

Lo que sí era muy cierta era la escena de cine en la que el agente del FBI tiene que poner en su sitio al sheriff local que pretende hablarle de jurisdicciones. Nix esperaba que no fuera el caso, porque le aburría extraordinariamente esa mierda de egos y caciquismo policial, que al final solo servía para entorpecer la investigación. Y, al final, siempre acababa igual: la policía local tenía que envainársela y comerle la polla al agente. Porque un agente del FBI se debe al caso y eso implica que los recursos del lugar estan a su disposición. Incluyendo agentes de otros cuerpos menores, como la policía local.

—El niño de los Pratchett ha desaparecido y eso sí es de mi incumbencia. Algo me dice que usted no comparte la opinión del sheriff. ¿Qué opina de este caso?

Nix trabajaba. Llevaba horas de carretera de noche y estaba cansado, pero antes de preguntar por un motel lleno de cucarachas en el que darse una ducha y tomar un desayuno sin moccacino, le surgió la oportunidad de tirar del hilo. La detective Perkins parecía tener algo que decir. Quizá fuera la compañera y guía local que necesitaba.

Me limpio las manos con hastio mientras Nix se explica. Tengo que mirarle cuando dice que viene por un secuestro, el del niño. ¿Quien lo había remitido como secuestro?

- ¿Secuestro? - del niño, parecía ser. Me vuelvo a mirar las manos, con cara de asco y tiro las toallitas ensangrentadas a la papelera más cercana, si no me tenía que desplazar mucho. Sino, al mismo suelo.  - ¿Quien cree que es secuestro? ¿y solo del niño? No se que ha podido pasar, pero la madre también está desaparecida... como no sea un secuestro parental... - con ello contesto la pregunta del federal, sobre qué opinaba, al menos en parte - No sé que tipo de vida tenía esa mujer como para pensar o no si se ha pirado o qué. Y no es que mi jefe vaya a dejar hacer alguna mierda por esto... - calada, con mucho amargor.

...genial, el jefe que pasa de todo...

Dificultades, como no. Si el sheriff estaba en plan tocarse las pelotas, Nix tendría más trabajo por hacer. ¿Y por qué se tocaría las pelotas? Eso significaba que el caso le importaba una mierda y eso, a su vez, indicaba que ya había decidido causas y motivos. Echarle la culpa a ella, seguro. Nix se atrevió a adivinar.

—¿Creen que ella simplemente se ha ido de casa harta de todo?

Si fuera cierto, nadie podría culparla. Esa comarca deprimiría a cualquiera con un mínimo de aspiraciones.