Partida Rol por web

Michael sonrió. Al fin una había entrado en su juego y se alejaba de la estupidez de la llamada.

—No sabía que además de una friki de lo oculto era usted una puritana, señorita —dijo pomposamente—. Quizá eso tendría que preguntarle yo ha ustedes, ¿quién diablos se creen que son para allanar la habitación de un pobre hombre solo porque una ridícula llamada de un teléfono sin línea les haya conminado? En serio, dejen de llenarse la cabeza con fantasías ridículas y lean alguna novela seria alguna vez.

Se giró airado y se encaminó hacia su habitación.

—Y sí, eso haré... me marcharé a mi habitación y de paso llamará a seguridad informando de que unos chiflados han entrado a la fuerza en una habitación que no es la suya —dijo en voz alta mientras se encaminaba unas cuantas habitaciones más allá.

La visión del hombre vino como un golpe en el plexo solar, haciendo que todo el aire saliera de sus pulmones en un gesto de sorpresa. Aquella voz que antes luchaba por respirar era la de un hombre aferrándose a la vida y parece que había perdido esa batalla. Irina apartó rápido los ojos del cuerpo, por respeto y por el horror de ver un cadáver reciente. Una cosa era hablar con el Más Allá y otra ver muertos por todas partes.

-Deberíamos respetar al finado y llamar al exterior para que levanten el cadáver- dijo la espiritista mirando el proceder de Douglas y acabando por salir de la habitación. Aquella situación le producía náuseas y sentía que una arcada podía venir si seguía oliendo la sangre a su alrededor. –Me parece increíble que esté tan cerca del cadáver, como si ese hombre no estuviera vivo hace unos minutos. ¡Qué inhumano, caballero!- negó en desaprobación e indignación.

-Yo voy a probar a llamar a urgencias o al 911- añadió a las palabras del hombre que se marchaba y se dirigió a recepción, con la esperanza de poder usar el teléfono que no había parado de sonar hasta congregarles.

Amanda hizo un gesto con la mano hacia el tipo de la tolla, como la que despide a un sirviente moleste, cuando éste procedió a cumplir lo que había dicho.

- ¡¿Qué?! - exclamó cuando escuchó la palabra cadaver de la boca de aquella mujer. - ¿Está segura? ¿No será otra maldita broma?

La preocupación era genuina y decidió que lo más seguro era avanzar con ella, por si acaso, no quería entrar la habitación si había un cadaver y mucho menos quedarse sola en el pasillo.

- ¿Seguro que estaba muerto? ¿No puede ser un montaje? Escuché que el Stephen tenía inversiones en algún estudio de Hollywood y quizá es cosa de un especialista de esos... - avanzaba a la par que la mujer, asegurandose de no quedarse atrás.

-Seguro que estaba muerto, pero lo mejor será llamar a las urgencias, a la policía, o a quien sea que sepa más. Había sangre por todas partes... Oh dios...- lamentó en voz alta al recordar aquellas sábanas y la expresión del hombre antes de caer desplomado. Con aquella cantidad de sangre y con sus nulos conocimientos médicos Irina aseguraba que aquel hombre estaba muerto. Que Douglas se acercara a aquel hombre a leer las marcas que tenía antes que a socorrerle de no ser así... el solo pensamiento la hacía sentir más náuseas. -Como sea no podemos dejar a ese hombre ahí sufriendo si aún vive. Ese tipo se ha acercado a mirar las marcas que tenía el pobre hombre en el pecho, ¡qué desconsiderado!

El mundo se está yendo a la mierda... Y tú con él...

Dijo una voz burlona, la cual en ese momento Irina no identificó con lo que tenía encima. De haber estado más calmada hubiera sabido que era John, un republicano amargado que pasó sus últimos días solo en su sillón frente a la tele lamentándose de hacia dónde iba la sociedad. Encontraron su cuerpo aferrado a su escopeta, no porque se quitara la vida sino porque le gustaba tenerla lista sobre el regazo y así le pilló cuando llegó el trombo al cerebro, dejándolo seco en el sitio. John había decidido visitar a Irina al poco de morir, pues vivía frente a su casa. El maldito viejo, que en vida se mofaba de lo loca que estaba por hablar con muertos, no paraba de hablar cuando le daban cuerda. Como si todo le pareciera ahora un chiste.

Oía las voces de los demás que salían de la habitación, pero no levantaba los ojos del torso del hombre. De vez en cuando, le alumbraba la cara, para comprobar que realmente había muerto y que no se volvería a levantar de golpe. Si en algún momento se le abrieran los ojos, quería estar preparado.

Aquello era realmente interesante y sólo esperaba que las voces de fondo de los demás no escondieran algún murmullo o sonido que pudiera captar la grabadora del entorno. Después le esperaba trabajo de edición para eliminar las pistas superfluas de la grabación y encontrar algo que pudiera usar en el programa.

Las dos mujeres se dirigieron hacia la recepción. Allí Irina levantó el teléfono con gesto decidido, ignorando al pesado de John. Por desgracia aquel teléfono que antes les había molestado tanto ahora no daba ni siquiera señal. Sorprendida por este hecho revisó el cable del mismo y lo encontró cortado. Se quedó un momento mirando la punta desgarrada del cable, como si un animal lo hubiera roído, y revisó la base del mostrador. La otra parte, la que conectaba a la clavija, no estaba. Había polvo en ese área. Aquello no había desaparecido sin más en ese momento: llevaba tiempo sin estar allí. Pero si ese teléfono no había estado nunca conectado ¿cómo había sonado? ¿quién les había hablado?

Entonces Amanda vio un movimiento en las puertas de cristal que conducían al primero de los salones del hotel. El salón Regencia. Le pareció ver una figura pequeña vestida de blanco que se adentraba en la oscuridad. ¿O se lo había imaginado? ¿Qué pintaba allí una niña? ¿Sería la hija de alguien del personal que hubiera llegado antes que ellas? Porque en el autobús no había ningún menor de edad, de eso estaba totalmente segura.

Michael se encogió de hombros ante el desprecio de la mujer y regresó a su habitación. ¡Llamaría a alguien! ¡Claro que sí! Una cosa era acompañar a aquella panda de frikis y otra muy distinta que le intentasen tomar el pelo como en una barraca de feria. Si querían montar un tren de la bruja en las estancias de aquel hotel le parecía genial pero ¡debían avisarlo antes!

Al descolgar el teléfono no obtuvo línea. Típico. Ni siquiera se sorprendió.

Entonces vio la luz del baño encendida. ¿La había dejado él? Se fijó también en que la ropa de Clara seguía en la silla. No pensó en eso cuando se levantó. ¿Se había ido en lencería hasta su habitación? ¿Cuál era? ¿La 214? Sí, la 214. Sonrió al recordar la parte placentera de aquella noche. Pero entonces un ruido en el baño le sobresaltó. Un chapoteo. ¿Habría vuelto Clara para darse un baño? Que cosas más raras hacía esa chica. En este hotel todos estaban un poco locos...

Douglas repartía su atención entre mirar o descifrar los símbolos tatuados y comprobar que el tipo no volvía a tener un estertor mortal. No parecía que fuera a ser el caso: el tipo no movía el pecho así que parecía claro que estaba muerto. Al reportero no parecía importarle este detalle, ni tampoco la sangre pegajosa sobre la que se apoyaba para mirar mejor mientras le hablaba a su grabadora.

El anciano parece haber fallecido después de una intensa tortura. Los tatuajes que cubren su cuerpo se hicieron con algo punzante y provocando cortes profundos. Aún así la cantidad de sangre que hay en las sábanas y en el suelo requerirían un corte mucho mayor en algún punto específico. Y sin embargo no parece que sea el caso. Intento descifrar los signos... parece una mezcla entre símbolos de la cábala y runas sin origen concreto. ¿Podrían ser vikingas?

En ese momento el reportero vio un movimiento súbito cuando el brazo del anciano se levantó como impelido por un resorte buscando su cuello.

Pude ver cómo el brazo se levantaba e instintivamente eché un paso atrás. Si el.tipo se levantaba buscaría algo con que atizarle en la cabeza. Según las películas la cabeza era el punto débil de esas criaturas. Una lámpara serviría.

Amanda se notaba nerviosa, no era para menos, y no podía evitar que lo que sucedía desde que se había dormido en el sillón le recordara a aquellos hongos alucinógenos que le habían dado un mal viaje en Filipinas.

Todo había sido desde que se durmió tras la fiesta... ¿quizá ese lunático de Stephen había adulterado alguna de las bebidas?

- ¿Hola? - dijo sin pensarlo cuando vio una pequeña figura de refilón por el rabillo del ojo.

¿Era una niña? ¿Quizá uno de esos enanos que usan como especialistas en los estudios de cine?

Se giró hacia aquella mujer, que estaba trasteando con el teléfono y los cables, y le hizo gestos hacia la puerta.

- Creo que he visto a alguien por allí. - omitió que parecía una niña, la noche ya estaba siendo lo suficientemente rara. - Creo que deberíamos comprobar si es alguien que pueda ayudarnos.

Dio un par de pasos el salón pero se giró a esperar a la paliducha. Tenía claro que no le apetecía ponerse a vagar sola por el hotel...

Tras el gesto de agotamiento colgó el teléfono mascullando algo entre dientes.

—¿Estás ahí preciosa? —dijo levantándose de la cama y dirigiéndose decidido al baño—. Pensé que te habías ido esta mañana, aunque me sorprendió que te hubieras dejado la ropa. No te vas a creer la que han montado. Al parecer, al señor Price se le ha ocurrido montar una especie de yincana del terror y ha preparado algo en la habitación 237. ¡Aquí al lado!

En ese momento llegó al baño y asomó la cabeza al interior.

Douglas logró echarse atrás lo suficiente como para que aquella garra sólo atrapase su brazo, en lugar del cuello. El anciano abría la boca en un gemido gutural pero luego se oyeron voces desde su interior. No hablaba el viejo: las voces procedían de su garganta como susurros insidiosos.

—Querían desafiar a la muerte... y nos llamaron... sí... nos llamaron

La mano libre de Douglas alcanzó la lámpara de lectura que había en la mesita. Gracias a dios era una lámpara de época: pesada y de metal. La garra no aflojaba su presa, parecía querer acercar al reportero a la cara del anciano, para que escuchase mejor.

—El viejo había servido a Dios sin que éste le hablase nunca, hasta que un día se cansó y habló con nosotros. Y nosotros le contestamos. Le contamos los viejos rituales de los Mahogany. Se puede hablar con los espíritus, se puede pedir ayuda a los espíritus... El viejo les dijo donde debían construir... pero se asustó cuando se dio cuenta de las consecuencias...

Douglas no lograba liberarse. El brazo lo aferraba como una tenaza mecánica con una fuerza inhumana.

Jarvis echó un vistazo al interior del baño. Se quedó mirando un rato la escena sin acabar de procesar la información que llegaba hasta él por lo inusual de la misma. La bañera estaba llena pero en lugar de agua lo que había allí era sangre. Espesa sangre roja coagulada. El olor metálico era tan intenso que el joven sintió arcadas y tuvo que taparse la nariz. La sangre desbordaba por un lateral de la bañera, goteando en el suelo del lavabo.

Cogí la pesada lámpara y la descargué con fuerza contra la cabeza del viejo. No escuché con perfección las palabras que farfullaba, pero quedarían grabadas en la cinta que después revisaría en la habitación. Eso contando que lograra salir de allí con vida, ya que la zarpa del viejo tenía una fuerza bastante superior a lo que podría tener si estuviera vivo, normal, o lo que fuera.

Intenté arrear otro golpe, esta vez al brazo que me aprisionaba para ver si conseguía que me dejara libre.

La espiritista se quedó embobada mirando el cable cortado, como si sus neuronas estuvieran tardando en contemplar aquella posibilidad. Más le costó procesar que no hubiera clavija ni la otra mitad del cable, pues podía haber sido todo saboteado después. Se giró levemente y le mostró aquel cable pelado a su compañera.

-¿Qué demonios? ¿Antes estaba así?- preguntó confusa, en parte a sí misma, en parte a quien sea que le contestara.

Miró hacia donde le mostraba Amanda, quizás más gente había bajado ante los ruidos varios.

-¿Alguien? ¿Quieres comprobar? ¿Habrá más teléfonos aquí abajo?- volvió a ojear la recepción para asegurarse que ese era el mismo teléfono que había sonado no hacía tanto tiempo atrás. –Esto es muy extraño, quizás quien has visto ha cortado el teléfono, ¿pero por qué?

Alrededor de ambas John se reía, de una manera desquiciada y enfermiza que la señorita Lambert no podía soportar en ese momento.

-¡Cállate de una vez!- gritó al aire molesta.

Amanda se había acercado a la puerta del salón Regencia. Estaba muy oscuro, demasiado para que una niña pequeña anduviese por ahí sin ver con qué podía tropezar. No era el mismo salón de la bienvenida. El Overlook tenía una buena cantidad de salones y lugares de esparcimiento, hecho probablemente derivado de estar en medio la nada, aunque Amanda prefería no pensar en esto último.

Irina, tras comprobar que el teléfono era el mismo pero al parecer había estado siempre inexplicablemente cortado, se acercó a su compañera.

—El salón Regencia. Aquí se daban las fiestas de bienvenida. La vuestra no la dieron aquí porque la bienvenida que tuvo el equipo de rescate en 1899 fue impresionante. ¿Sabías que encontraron a media docena de huéspedes colgados del techo por sus entrañas? Como si fueran un adorno navideño. Todavía llevaban sus trajes de fiesta.

La medium se giró sobresaltada. ¿Qué voz había sido esa? ¡Nunca la había escuchado! Pero no vio espíritu o ser vivo que respondiera a esa duda.

Por su parte Amanda se asomaba al salón sin querer abandonar la luz de la entrada.

La lámpara se estampó contra la cabeza del viejo¹. Douglas logró soltarse y trastabilló hacia atrás, soltando la lámpara que había quedado incrustada en la frente del anciano. ¿Qué había hecho? ¡Había matado a aquel individuo? ¿O acaso ya estaba muerto? De la masa encefálica empezaron a brotar decenas de arañas. Eran arañas de cuerpo menudo y patas largas, que más que caminar sobre las ensangrentadas sábanas parecían clavarse a ellas.

La escena era tan demencial que el joven esperaba despertarse en cualquier momento empapado en un sudor frío en su casa. Pero seguía atrapado en aquella pesadilla.

Miró alrededor buscando el origen de aquella voz, uno desconocido y que no podía identificar.

-¿Quién eres?- preguntó caminando en la dirección que había creído oír aquella voz. -¿Trabajabas aquí? ¿Moriste aquí? ¿Fuiste uno de esos huéspedes?- trataba de canalizar aquella energía a través de ella, contactar con el Más Allá. Acabó poniendo sus pies dentro del salón de Regencia. -¿Estás dentro del salón?

Querida, no deberías entrar ahí.

Advirtió Doris, pero ya era demasiado tarde pues Irina estaba empujando la puerta para ver qué había al otro lado.

Habia perdido la lámpara al asestar el golpe. No podía volver a atacar al viejo si volvía a levantarse. Dudaba que lo hiciera ya que tenía la cabeza abierta, pero no iba a dejar que las arañas se le acercaran lo más mínimo. Me retiré hasta la puerta para salir por ella.

No perdía de vista al cuerpo estirado vigilando que no saliera a por el.