Partida Rol por web

—Pero, ¡qué cojones! —exclamó dando unos pasos atrás mientras se cubría la nariz—. Esto empieza a ser indignante.

Se anudó un pañuelo en la nariz y avanzó con cuidado de no resbalar a la bañera. Una vez allí metió la mano con el objetivo de quitar el tapón y que aquella sangre se fuera por el desagüe.

La situación empeoraba por momentos. Douglas intentó escapar de las arañas pero estas bajaron a gran velocidad de la cama para meterse por debajo de su ropa. Sintió sus patas rasgando la piel y le embargó el terror de tal manera que cayó al suelo totalmente superado por la situación¹. Como si sus peores pesadillas pugnasen por volverse reales el cuerpo del anciano se incorporó de forma antinatural, como si se tratase de una marioneta de cuya cruceta alguien súbitamente hubiera tirado para jugar un poco. El movimiento de sus brazos y de su cuello parecía ir con fotogramas cambiados. Giró la cabeza destrozada con la boca imposiblemente abierta hasta que la mandíbula ocupó el espacio que normalmente tenía la frente.

¡Y venía a por él!

Me golpeaba el cuerpo intentando ahuyentar las arañas que notaba como corrían por todo mi cuerpo. No vi que el viejo estaba incorporado hasta que escuché como se desencajaba algún hueso. La imagen del viejo me golpeó. Jamás  habia logrado ver nada tan espeluznante y horrible. Intente salir de la habitación por la puerta y cerrarla tras de mi para poder librarme completamentende las arañas. 

Jarvis metió la mano en la bañera, llenándose de sangre hasta el codo. Porque aquello era sangre. No le cabía duda alguna. ¿De animal? ¿Cómo habían podido llenar tan rápido su bañera? Mientras tanteaba buscando el tapón revisó los bordes buscando unos posibles canales por los que cayese el líquido, porque el hecho de que alguien hubiera entrado con un par de bidones le pareció muy ineficiente. Casi tenía el tapón. No vió los agujeros así que penso que estarían, probablemente, en la base. Sonrió satisfecho: era un buen truco. De los que se han pensado bien. Ahí estaba el tapón. Tiró de él y el sonido del desague absorbiendo todo aquel líquido le proporcionó una pequeña satisfacción.

Hasta que sintió la mano.

La mano que lo tenía agarrado.

Durante un momento se sorprendió tanto que no fue capaz de reaccionar. Fue cuando empezó a tirar de él hacia la bañera, hacia la sangre que aún estaba en proceso de bajar del desagüe cuando tuvo un atisbo de verdadero terror¹.

No necesitaba mirar más. Douglas se lanzó por el pasillo de la habitación como alma a la que persiguiese el demonio (en sentido literal) tirando tras él la mesita en un intento de dificultar la persecución de aquella cosa, fuera lo que fuese. Cuando alcanzó la puerta que daba al pasillo exterior se lanzó por ella deteniéndose sólo un momento para cerrarla con fuerza y agarrar la manija para que no tiraran de ella desde dentro.

Respiraba con dificultad. Estaba abrumado por la tensión.

Se tocó el cuerpo, las piernas... no había arañas. Por un momento empezó a pensar que se lo había imaginado todo cuando, de pronto, algo tiró con fuerza de la puerta. Pero Douglas la mantuvo cerrada. Luego pasaron unos segundos eternos en los que sintió como el pasillo solitario lo abrumaba. Al otro lado de la puerta no se oía nada.

Irina y Amanda se asomaron al gran salón de baile. En la oscuridad se entreveía una enorme barra en un lateral del mismo y una gran cantidad de sillas apoyadas contras las paredes, dejando un amplio espacio central para la zona de baile y algunas mesas rendondas a los lados con cubiteras y botellas de champán.

Y eso fue lo que les sorprendió.

Estaba todo preparado como si fuera a darse una fiesta en cualquier momento aunque la bienvenida se hizo en otro salón. Incluso había guirnaldas colgando del techo. Guirnaldas navideñas.

Las dos mujeres habían ojeado desde la recepción aquella sala al llegar y no habían visto esa decoración. ¿Se trataría de algún tipo de sorpresa?

Entonces escucharon el ruido de una puerta cerrándose un poco más adelante. Y se dieron cuenta de que había una luz procedente de un pasillo que se encontraba al otro lado del salón de baile.

No le había dado tiempo a contestar que no recordaba el estado del teléfono, que ella solo había remarcado y comprobado que no había línea cuando aquella mujer se puso a chillar al aire.

Lo que faltaba, arriba había dejado un cadaver y un estúpido estirado y había decidido acompañarla a la recepción buscando la tranquilidad y seguridad para comprobar que había terminado acompañando a una loca que hablaba sola.

- Esto, oiga, disculpe señora... - se dio cuenta en ese momento que no conocía el nombre de ninguno de los otros tres que habían coincidido en esa misma recepción minutos antes.

Pero la mujer avanzaba, hablando sola otra vez, directa al salón.

Y, una vez allí dentro, no pudo evitar extrañarse; eso no estaba así hace un rato pero tampoco había esuchado el ruido que conllevaría montar todo eso.

Agarró una botella de champán, dudando si darle un trago primero, sabe dios que lo necesitaba, pero optó por llevarla agarrada del cuello a modo de improvisada cachiporra, más para darse seguridad a sí misma que porque realmente se viese golpeando con ella a nadie.

- Ahí hay una luz. - dijo señalando hacia delante, esperando que aquella mujer siguiera abriendo la marcha.

Irina se adentró en el salón, tratando de buscar respuesta de aquella voz.

-¿Eres quien ha visto mi compañera?- siguió preguntando, al tiempo que sus pasos la llevaban a la luz. Le extrañaba ver aquel salón decorado, pero tampoco sabía qué había pasado con el resto del hotel pues se fue temprano a dormir. Apenas había visto nada del edificio tras la cena.

Pensó que quizás el comienzo de la excursión de mañana sería ahí, por lo que no dio más importancia a aquello que la que tenía. Estaba más interesada en quien había tratado de contactarla desde el Más Allá.

No tuvo que esperar que Amanda le señalara la luz para tomar ese camino.

-Vamos, no seas tímido. Dime quién eres- instó al espíritu a hablar de nuevo.

Tiró fuertemente hasta que consiguió liberarse de esa mano. Tuvieron que ser tres intentos para que lo que fuera que estaba dentro de la bañera soltara el brazo de Michael. El hombre cayó hacia atrás y rodó hasta darse contra la pared del otro lado. Jadeaba rápidamente quizá por el esfuerzo o quizá por lo inexplicable del suceso.

—Cálmate Michael —dijo entre jadeos—. Tiene que ser todo un montaje... seguro... ahora no lo ves pero tiene que serlo.

Todavía con las piernas temblorosas se levantó del suelo y se acercó a la bañera de nuevo, tratando de mirar ahí dentro. Cogió la escobilla del váter y empezó a remover esa sangre casi esperando descubrir ese truco más que confirmar que ahí había una mano.

Cuando armado con una escobilla empezó a hurgar en la bañera sintió un repentino tirón y fue incapaz de evitar que se perdiera en el líquido que, ahora, empezaba a burbujear mientras como si fuera una especie de caldero de brujas, a la par que descendía el nivel en la bañera. Era imposible que nadie, por pequeño que fuera, se pudiera ocultar en ese espacio salvo que hubiera una especie de doble fondo.

Entonces la sangre comenzó a formar una figura en ella. Lentamente, como si alguien hiciera un modelo de barro con aquella sangre, Michael veía como se iban formando unas pantorrillas que ascendían, hecha de propia sangre. Era un efecto tan hipnoticamente aterrador que costaba apartar la vista.

Douglas aún se mantuvo un rato agarrando la puerta hasta que, finalmente, se dio cuenta de que nada tiraba ya del otro lado. Entonces se dio cuenta de la música que venía de la planta inferior, como si una banda estuviese tocando algo de ragtime en una de las salas de baile inferiores.

Amanda no tenía claro que le estaba provocando más miedo: si aquel salón decorado para una fiesta de fin de siglo o su compañera hablando sola. Agarró la botella de champagne —sólo por si acaso, se dijo a si misma— y se giró hacia la puerta abierta de la que venía la luz.

Irina no obtenía respuesta del espíritu, que ahora se mantenía en un obstinado silencio. Todos guardaban silencio nuevamente, incluso los conocidos. Como si esperasen algo.

Y de pronto un piano comenzó a sonar en algún sitio. Una música de principios del siglo XX, un ragtime que recordaba a una época pasada donde la gente iba a vivir un cambio sin precedentes, donde el futuro se presentaba desenfadado y alegre. Pero en aquel salón las notas resonaban con un eco que quizás predijera la resaca que toda fiesta deja a su paso.

Entonces fue cuando aparecieron los bailarines. De la nada. Las dos mujeres pudieron pensar que se trataba de una proyección pero cuando un pareja tropezó con Irina, casi tirándola al suelo, se dio de cuenta de que eran muy tangibles. De hecho la mirada enfadada de la mujer, que la miró con recriminación, le dolió más que el empujón. El hombre, vestido de época como ella, le lanzó una amable sonrisa sin perder el paso.

La medium estaba en medio de una pista de baile donde docenas de parejas ataviadas con trajes de noche de finales de siglo bailaban alegremente al son de la música del piano, dando vueltas a su alrededor. Amanda, en la zona de la ventana, se había echado hacia atrás contra las mesas de forma instintiva, esquivando la vorágine de bailarines. Vio por el rabillo del ojo un camarero que, servicial, se aproximaba con una bandeja llena de copas, quizás entendiendo que tenía ganas de un poco de champán.

Jarvis trataba de calmarse. Tenía el brazo manchado de sangre y la camisa y el pantalón comenzaban a sufrir las salpicaduras. se colocó de pie, erguido frente a la bañera que poco a poco se vaciaba de esa sangre que empezaba a hacer formas extrañas. Michael no retiró la mirada. Apretaba el puño derecho con tanta fuerza que los dedos empezaban a sentir la angustia de no recibir la suficiente sangre y comenzaban a palidecer. Y Jarvis no retiró la mirada.

Fuera lo que fuera lo que había ahí dentro pronto sería el momento de descubrirlo.

La sangre fue subiendo hasta formar una figura femenina. Pese al terrible aspecto pudo reconocer a Clara. El aspecto de su cuerpo desnudo formado por la sangre todavía conservaba una perturbadora y macabra sensualidad. El hombre parpadeó un par de veces mientras se levantaba del suelo con dificultad. Su mente se había bloqueado en el proceso de intentar interiorizar lo que estaba viendo. Era, simplemente, imposible.

Y lo fue más cuando aquella figura salió de la bañera, chapoteando, acercándose a Michael pidiendo con lascivia:

—Abrázame cariño...

Aún con el corazón acelerado y sin perder de vista la puerta, Douglas soltó poco a poco, dispuesto a reaccionar si algo intentaba salir de la habitación. Caminó de espaldas, sin dejar de mirar la puerta de la habitación donde estaba esa cosa y se dirigió hacia las escaleras para bajar al piso inferior.

Oía una música extraña que venía de abajo. En aquel hotel, realmente estaban pasando cosas extrañas. El programa sería el de máxima audiencia de la historia de la radio si conseguía salvar la grabación y documentar todo aquello. Bueno, y sí conseguía salir con vida de allí.

Bajó las escaleras lentamente en dirección a la sala de baile de donde salía la música. No veía al resto del grupo. Habían salido de la habitación, dejándolo sólo y no los había vuelto a ver.

—¿Amanda? ¿Jarvis? ¿Hay alguien aquí?

Quizás no me escuchen por la música - pensó Douglas. Siguió la música hasta encontrar la habitación de la que salía el sonido.

Amanda no pudo evitar soltar un gritito asustado cuando aquella música comenzó a sonar, como si la vibración que provocaba la tecla del piano sobre la cuerda también la hubiera afectado a ella y hubiera emitido su propia nota musical.

Y entonces comenzó el caos, bailarines apareciendo de repente, de ningún sitio, como si fuera una macabra performance improvisada, lanzando a la otra mujer al suelo y danzando alrededor de ella como si ellas fueran las que se habían entrometido.

Inconscientemente, descargaba parte de la tensión sobre la botella, la cual apretaba con tal fuerza que los nudillos se marcaban blanco y seguramente podría romperse en cualquier momento, pero ese camarero acercándose a ella fuera la gota que colmó el vaso. O la copa.

- ¡Que le zurzan! - gritó en referencia a la zumbada que le había acompañado y lanzó la botella al suelo, a los pies del camarero, para echar a correr todo lo posible hacia la primera salida que tuviera cerca.

—¡Maldita sea! —exclamó mientras salía a gatas del baño de camino al armario, donde estaba su maleta.

Todo el suelo se manchó de sangre mientras el hombre resbalaba una y otra vez intentando ponerse de pie. En unos segundos llegó a su maleta y rebuscó en el interior desesperadamente, levantando de vez en cuando la vista para tener controlada a esa cosa que se había convertido en Clara. Pronto encontró lo que estaba buscando. Sacó una pequeña pistola de la maleta y tiró de la parte superior para cargarla. Se levantó como pudo y se dirigió a la puerta de la habitación para abrirla mientras apuntaba hacia la puerta del baño, que estaba junto a la de la habitación.

—¡Aquí! —gritó—. Aquí hay alguien joder...

En ese momento vio el pulsador de alarma del hotel y lo pulsó sin dudar.

La espiritista tuvo que mirar alrededor impresionada. Hablaba con los espíritus pero no los veía así, aquello era demasiado para sus sentidos. Demasiado nunca era bueno, aquella manifestación le hizo retroceder y tratar de buscar una pared palpando con sus manos. Trató de evitar tocar a cualquiera de aquellos bailarines fantasmales para ella.

Siguió reculando hasta dar con una de las paredes, muda ante tal visión y la sacó de su ensimismamiento la botella rompiéndose contra el suelo, pues el grito de Amanda apenas caló en su conciencia, menos en sus oídos, tenía a John riéndose a mandíbula batiente a su lado. No podía soportar aquella risa y nunca había querido ser malhablada o maleducada.

-¡Márchate de una maldita vez, John! ¡Estoy cansada de ti!- gritó a su alrededor y pegada a la pared como estaba buscó la puerta más cercana con pequeños pasos. No podía dejar de mirar la fiesta que había aparecido de repente ante sus ojos, como si de alguna manera la embrujara.