Partida Rol por web

Dani se mostró exigente, eso no le gustó al "humo". Sara permanecía detrás de su amigo, observando la escena por encima del hombro, con mucho miedo en el cuerpo. 

Aquellos dos se esfumaron y, apretando los dientes, se esforzó por sacudirse el pavor de encima y ayudar a Alberto con la Ouija. Aunque no tenía idea de para qué, él parecía saber lo que hacía. O lo aparentaba. 

-¿No os ha parecido que Guadalupe está… no se, mal? Como si esa otra presencia la dominase. Qué mal rollo. 

Quizás sí deberían echarle una mano. ¿Pero, cómo? 

Luisa se quedó unos segundos petrificada por las palabras de Guadalupe. Hasta cierto punto, se alegró de que aquella figura se llevara al otro espíritu. De nuevo, el silencio se hizo en la casa y Alberto sugirió algo que Luisa no podría haber pensado en el estado en el que estaba.

— Si es la única manera de hacerlo, vamos, tenemos que acabar con esto.

Tenía sentimientos encontrados: había ganado una buena pasta con el directo, pero tardaría meses en olvidarse de esta experiencia.

Alberto salió al jardín sin esperar a nadie y comenzó a escarbar con las manos en un rincón, junto a un rosal. La tierra se le incrustó bajo las uñas e oscureció sus manos de suciedad. Su mente se había obsesionado con que aquello era lo correcto, lo que había que hacer y no quiso escuchar a Sara ni sus insinuaciones sobre Guadalupe.

- Esto nos queda grande - se dijo tratando de justificar su desinterés mientras seguía haciendo el hoyo más grande.

Excavas hasta que te duelen los dedos y consigues hacer un agujero lo bastante grande para que la tabla y la planchette estén bajo tierra.

Te asalta una duda, no sabes si enterrar la ouija será suficiente. En la noche de los muertos estos pueden vagar con libertad.

Una idea surge del fondo de tu mente. No es algo abstracto, es un nombre: Margarita Posada.

Daniel se quedó mudo con la desaparición de las apariciones, había mucho que pensar en lo que acababa de suceder. Sabía que Luisa haría lo imposible por sus directos, pero ahora no estaban grabando. Sus padres tampoco harían una broma con ese presupuesto y aun así no conocía tecnología alguna que pudiese recrear lo que acababa de ver.

—A ver... ¿cómo es posible? ¡Es imposible! —se llevó la mano a la frente y no estaba enfermo, sí acalorado—. ¿No iréis a decirme que toda esa mierda de espíritus existe realmente? Si solo sirven para asustar en películas de miedo...

No podía explicar de ninguna manera aquello, tan solo aceptando lo que no quería aceptar. Era muy testarudo con el tema. Recogió la sal y se la dio a Alberto. De paso asaltó la despensa sanitaria a un lado de la cocina y recogió algunos detergentes. Solo su cabeza sabía para qué podían servir todos esos productos químicos, aunque ahora tenía la cabeza hecha un lío.

Fue al jardín con Alberto y dejó los productos a un lado. Necesitaba un mechero.

—Ya está enterrada, ¿ahora qué? ¿Oración? —lo típico, como se decía.

Cuando estaban a punto de dejar la tabla enterrada, Luisa pensó en lo que había pasado en el cementerio.

— Margarita Posada, ¿Margarita Posada? 

Rápidamente buscó en su móvil aquel nombre, pero se temía otra cosa: quizás tendrían que volver al cementerio en busca de esa lápida.

— Es el nombre de la mujer que busca Guadalupe... Debemos reunirlas... Debemos ir al cementerio.

Esa mujer ¿Quién puede ser?

-¿Regresar al cementerio? ¿Estás loca? - se giró Sara hacia Luisa.

Aunque..., ella misma había comentado lo de ayudar a Guadalupe. Pero fue un pensamiento espontáneo...

-¿Cómo sabes su apellido? 

Miró a Daniel. -¿Una oración? Yo creo que sí existen, Daniel. Después de esta noche me lo creo de verdad. Necesito otro trago.

— Po... Posada es el apellido de Guadalupe... Nos lo dijo en el cementerio...Margarita... la chica a la que menciona, debe de ser su hermana... Margarita Posada... Estuvimos allí, en la tumba de su hermana... Cre... Creo que aquel humo negro es alguien que está entre medias... su padre... no sé, alguien.

- Se supone que no hace falta decir nad... - dijo Alberto limpiándose las manos en los pantalones antes de que lo interrumpiera Luisa - ¿Ayudarlas? - le preguntó incrédulo - ¿Te has vuelto loca? ¿Has visto a esa cosa? Si la misma Guadalupele le tiene miedo y está muerta ¿qué te hace pensar que nosotros...? - Alberto tembló al recordar como aquella presencia lo había paralizado. Por otro lado, una chispa de curiosidad de asomó tímida en sus pensamientos - ¿Qué le ocurrió? ¿Qué era esa presencia?

Por suerte no tendrían que decir ninguna oración. Si dependieran de Daniel para que la magia de las palabras funcionase, lo tendrían muy duro. Enterró el resto de la tabla con los pies, no quería tocar ese trozo de madera nunca más. Luego miró a los demás, quienes trataban el tema con suma normalidad.

—Joder, ¿pero habíais visto algo así alguna vez? En los vídeos son todo efectos ópticos... Esa sombra oscura se movió realmente, ¿qué coño era? Los fantasmas no son así, ¿no? —no tenía ni idea, se imaginaba sábanas con cadenas o asaltacamas como los de Cazafantasmas—. Si esto existe de verdad, tiene que haber alguien que sepa del tema... o lo mejor será olvidarnos de esta mierda para no hablar de esto jamás, como dijo el humo.

El humo que se había fumado, porque nada tenía sentido en su cabeza.

-Ahhhh...Posada es un apellido...no me acordaba, que pensábamos en otra cosa- El miedo paralizaba el cerebro de Sara, no era muy lista, pero ahora menos.

Miró a los chicos. Claro, era un tema de chicas, ellos pasaban. -Pero...¿cómo nos olvidamos? Hemos venido aquí y se ha presentado. A lo mejor ahora al enterrar la Ouija todo se acaba, ¿no? Y si no, qué, qué hacemos, ¿eh? ¿A quién buscamos? ¿A los Warren?

Se le ocurrió bromear. Abrió la botella de ron y bebió a morro un buen trago largo. 

En el móvil de Luisa suena una campanita. Ha recibido un email. Pero no a su email particular, sino al que tiene de contacto para su canal.

Luisa cogió el móvil cuando sonó. Le extrañó una notificación del canal a esa hora, aunque sería relacionado con el directo seguramente. Leyó primero para ella, y después en voz alta.

—No sé, macho —responde a Sara, aunque sea una hembra—, a la persona que entienda. ¿De dónde aprendiste, Alberto? Ahí tenemos una fuente de información.

Su abuela, la biblioteca maldita, contacto en los suburbios, película de los Warren... En algún lado tendría que estar escrito cómo deshacerse de esta paranoia. La notificación suena y Luisa dice en alto el mensaje.

El email dice lo siguiente:

No sé como lo habéis hecho para que se haya dejado ver, pero la mujer que aparece en vuestro jueguecito con la ouija está enterrada junto a su marido. Su hija, Margarita, iba a verlos cada poco y les ponía flores.
Un día dejó de hacerlo, y no sé el motivo.

Soy el vigilante del cementerio, la próxima vez que os coléis llamaré a la policía.

Sara puso cara de perplejidad. Joder. El segurata. Cómo iban a imaginar que estaría viendo el directo. O alguien se lo ha dicho un familiar, un conocido.

Se quedó pensando. Se metió otro trago del ron. Comenzaba a notar los efectos de la bebida, iba camino de pillar un buen pedal. Miró a sus tres amigos.

-Y qué pasa. ¿tenemos que encontrar a la Margarita en un campo de flores? Jajaja.

Al igual que Sara, Daniel veía muy sensato llenarse las venas de alcohol para no tener que discurrir demasiado lo que sucedía. Quizás matando unas neuronas conseguiría entender la dimensión del asunto. Necesitó también un par de caladas de lo que tuvieran y contemplar el humo realista que salía de sus pulmones.

—Entonces... —emitió una risa ahogada al escuchar a Sara—. ¿La Guadalupe es la madre, el humo que se fumó es el marido y Margarita es la desaparecida? Joder, pues hay que encontrarla para que siga llevando flores, que ahora nos molestan a nosotros...