Partida Rol por web

Maldita sea¨maldijo para si mismo el Estaliano con el ceño fruncido y el labio torcido por un gesto de molestia, retrocedió unos pasos y echó mano del rifle y su munición para comenzar a cargar el arma con toda la rapidez de la que era capaz mientras retrocedía paso a paso sin perder el ritmo para alcanzar el otro lado del vehículo para acabar con aquel maldito inquisidor.-Confundirlos con asaltantes¿que coño creías, que disparo a la ley por gusto?.-Maldijo el Estaliano al lugar del que proceda Otto, lo suficientemente ocupado en recargar su arma en los escasos siete metros que habría entre el y los atacantes.

El capitán se vio sorprendido por el cazador de brujas, que le asestó un espadazo que realmente le hirió en lo más profundo, tanto de su orgullo como de su cuerpo. El inquisidor retiró la espada manchada de sangre, y acto seguido Hiemdrich comenzó a sangrar por una fea herida en el estomago. !No somos de esos, pero no nos deja otra opción señor! Le gritó al inquisidor mientras le lanzaba un par de tajos con su sable de combate intentando acabar con él. Por desgracia una punzada de dolor en el estomago le provocó un espasmo al capitán Hiemdrich e hizo que el sable se le cayera de las manos.

En cuanto ve cómo el capitán Hiemdrich ataca al inquisidor, Eira cambia rápidamente de víctima y deja escapar la flecha que tenía bien cogida, dirigiéndola al inquisidor que tiene enfrente, deseando acabar con esto cuanto antes. Cosa difícil, pero no imposible.

La situación se volvía cada vez más y más desesperada. A la ya de por si notoria incompetencia del capitán se le había unido la traición del noble. Le lance una mirada de odio, planteándome seriamente la opción de ir a por el para que no pudiera escapar de los inquisidores y así viera que no era bueno andar jugándosela a la gente. Pero descarte la idea tan rápido como vino. Había tenido la fortuna de escapar una vez del encarcelamiento y la muerte y dudaba de tener esa misma suerte una segunda vez.

Así que tocaba ingeniárselas para escapar. Tenía que encontrar la manera de distraer o al menos entretener a los inquisidores. Y entonces recordé un truco utilizado en una ocasión por mi maestro. Íbamos por el camino rumbo a la capital cuando unos bandidos nos asaltaron. Después de que nos amenazaran con matarnos si no les dábamos todo nuestro dinero el maestro les aconsejo divertido que huyeran si querían salvar la vida. Los bandidos se rieron y cargaron contra nosotros. En ese momento mi maestro abrió la boca y de ella salio un terrible y sobrecogedor rugido de dragón. Los bandidos huyeron despavoridos sin mirar hacia atrás. Me dije que alguna vez tendría que usar ese truco y finalmente el momento había llegado.

Regule mi respiración como en los ejercicios que tantas veces había practicado con mi maestro. Comencé a realizar lo movimientos de manos destinados a atraer y manipular el Aethyr que me rodeaba. Note como la magia se iba acumulando en mi cuerpo y la comencé a canalizar en dirección a mi boca. Cuando ya había suficiente en mi boca la abrí todo lo que me daban las mandíbulas y lance un potente rugido de dragón con la esperanza de asustar a los inquisidores lo suficiente como para poder salir corriendo.

Los inquisidores miraron con cara de poquer a la Bruja rugir como un dragón, y señalándola con las espadas gritaron estallando de rabia. !!TIENEN UNA BRUJA SEÑOR!! !!MUCHO CUIDADO CON ELLA!! !!HAY QUE ACABAR CON ESTA HEREJÍA!! Estaba claro que eran gente entregada a su trabajo, y que aquel tipo de cosas... no les gustaban un pelo. Espada y escudo en mano, aquellos inquisidores se lanzaron a la carga. Mientras los primeros se trabaron contra la Elfa y el Veterano Escudero, el resto pasó entre ellos y cargó contra los que se encontraban detrás. Estaba claro que aquello de la magia, el dragón y las demostraciones públicas de hechicería no gustaron nada a los inquisidores, pues un par de ellos se centraron en la maga, lanzándole mientras entraban a la carrera sendos tajos rápidos con sus espadas de estilo "curzado".

Al igual que los demás compañeros, diego recibió la carga de aquellos profesionales y lo sorprendieron con el arcabuz en la mano y una carga de pólvora entre los dientes, lista para ser introducida en el cañón. A la Elfa, se le trabó igualmente otro inquisidor, más concretamente el mismo que aún tenía en uno de sus brazos el extremo roto de la flecha que le había alcanzado. La batalla había comenzado con ferocidad y desde el otro lado del carruaje llegaban sonidos de lucha igualmente furiosos.

¡Un monstruo!

Otto se giró hacia el origen del sonido, pero allí sólo estaba la bruja Umbra. El rugido había parecido el de un dragón pero Otto no había visto (ni oído) un dragón en toda su vida; pero aquel sonido había sido terrible y antinatural. Recordó que los hechiceros manejaban una especie de viento de Caos y podían convocar a...

¡Un demonio! ¡Es un demonio!

Todo aquello era muy confuso, pero aquel adorador del Caos y la bruja...¡ella había propuesto ir a la taberna del halfing! Y allí encontraron a aquel noble, quién sabe si no estaban compinchados desde el principio; tal vez esa fuera la razón por la que estaba en prisión: por brujería. Entonces, ¿porqué no había acabado en la hoguera?

Todo aquello le quedaba muy grande a Otto.

El contrabandista alzó su espada demasiado tarde y el inquisidor que lo había escogido como blanco logró acertarle con un golpe que le llegó rápido e inesperado. Soltando maldiciones echó un paso para atrás mientras miraba a su contrincante con ojos de terror. !Era la Inquisición! !La institución más temida de todo el Imperio! ¿Qué loco no le tendría miedo? El desde luego se lo tenía, y le costó bastante reunir el valor necesario para lanzarle una estocada, pero esta fue débil y sin mucho entusiasmo, y no alcanzó su objetivo.

El supuesto noble imperial, seguía observando cómo se desarrollaban los acontecimientos refugiado tras sus guardaespaldas. Cuando Umbra realizó aquel rugido de dragón, el tipo rio con ganas. !Jajajaja! !Que burdo! ¿De verdad no sabes nada más eficaz? Dijo riendo mientras señalaba a la maga.

Por su parte, los dos guardaespaldas que el noble tenía haciéndole las veces de escudos humanos, siguieron apuntando frente a si con las espadas y cubriendo sus cuerpos con sus escudos. No hicieron nada con aquel rugido que salió de la garganta de la mujer que portaba el báculo y las túnicas. O bien ya se esperaban algo similar, o habían visto otras veces la magia en funcionamiento.

{{ NUEVO TURNO, 3º }}

Eira: (8/12): LISTO.
Inquisidor Mayor: (X/X): LISTO.
Diego: (6/13): LISTO.
Hiemdrich: (0/14): LISTO.
Umbra: (03/14): LISTA.
Acolitos Inquisitoriales: (X/X): LISTO.
Contrabandista: (11/12): LISTO.
Otto: (10/15): LISTO.
Von Schaffer: (X/X): LISTO.
Guarda Espaldas: (10/12): LISTO.

Como siempre, aún en momentos de estrés, Eira seguía las instrucciones de su padre para disparar. Centrarse en el objetivo, nada más existe. Coger arco y flecha con decisión, que no te van a morder, y acompasar la respiración al tiro. Por todo esto, no se esperaba, ni mucho menos, escuchar ¡un rugido de dragón! 

- ¡Corred! ¡Corred todos! - grita a sus compañeros, sin saber que el rugido provenía de uno de ellos. Y, pasando a Otto, se interna en el bosque.

Diego se encontraba enfrascado en recargar su arma y levanto la cabeza lo justo para observar las hechicerías de Umbra, mas temeroso de los soldados armados que se acercaban que del  rugido dracónido de Umbra, Diego recargó más rápido inclusive si se podía.-No huyas,Vuelve...no es lo que parece.-Gritó esperanzado a la elfa Diego,hasta que claro una espada cruzó su rango de visión, trastabilló y propinó una patada mas por inercia al casi caer que por propia habilidad que desvió la espada lo suficiente como para permitirle respirar unos instantes.-ASCHE AYUDA¡.-Gritó pidiendo la ayuda del animal,tal vez con la ayuda del perro consiguiese acabar con esto.

La destreza del jefe de los inquisidores no tenía rival, y pese a que el capitán Hiemdrich era bueno en el arte de la espada, no alcanzaba a imaginarse hasta donde llegaban las dotes de aquel hombre mayor que tenía en frente y que ya le había acertado un primer y nefasto golpe. El inquisidor jefe dio un giro de 360 grados sobre si mismo mientras blandía la espada y la larga gabardina revoloteaba por el aire estorbando la visión del capitán de prisiones. Cuando hubo completado el giro, se detuvo y lanzó una segunda estocada contra el buen capitán. Mientras giraba y combatía sus labios se movían recitando una oración de purga para espantar al mal que él entendía que el grupo portaba.

El primero de los tajos le vino por sorpresa. Con aquel giro de 360 grados y los faldones de la gabardina por el aire, el capitán de prisiones no pudo ver lo que se le avecinaba hasta que la hoja en una rápida pasada le abrió el cuello de lado a lado y lo dejó como si fuera un dispensador de caramelos pez. Su cabeza se inclinó hacia atrás y un chorro de sangre salió a borbotones de la herida. El inquisidor no se detuvo ahí, sino que hundió su espada en el corazón del capitán y luego de dio una potente patada para desprenderse del cuerpo que lanzó el cadáver del capitán a un metro de distancia, dejando ahí al desgraciado, echando espuma por la boca y agarrándose el cuello hasta que la vida lo abandonó.

Los dos caballos de tiro escucharon aquel rugido de una fiera voraz y no pudieron quedarse donde estaban, a pleno galope salieron corriendo hacia delante, siguiendo el camino y una vez que llegaron hasta el árbol derribado lo saltaron con agilidad en un intento por alejarse todo lo posible de la fuente de aquel rugido. No pasó lo mismo con la carreta que transportaban, y la mujer que iba dentro. La carreta al llegar al árbol caído se hizo astillas. Primero se reventaron las ruedas delanteras, que saltaron hechas pedazos cuando impactaron contra el rudo tronco, y luego, mientras los caballos seguían tirando, la parte de atrás se elevó y salió disparada cayendo al otro lado del tronco boca abajo, aplastando con todo el peso del transporte la cabina y dejándola a nivel de las puertas. Los caballos, libres tras el contacto con el tronco por el impacto, salieron corriendo por el camino y se perdieron en la lejanía.

Una vez que la carreta se hubo ido, todos los aventureros pudieron ver bien el destino que el capitán de prisiones había sufrido a manos del inquisidor jefe. El perro de Diego, que hasta el momento había demostrado un valor digno del mejor guerrero del imperio, al escuchar aquel rugido salió corriendo igualmente y al llegar hasta el árbol con un fluido movimiento lo saltó y se refugió tras él.

Una maliciosa sonrisa apareció en mi rostro cuando los caballos corrieron aterrados hacia la barricada y la caravana quedo echa migas a ver si te ríes ahora maldito desgraciado desagradecido. Si creías que te ibas a ir de rositas lo llevas claro.

Pero ahora tenía otras preocupaciones en mente. Uno de los inquisidores llegado hasta mi y si quería salir corriendo tenía que hacer primero algo con el. El truco del maestro no había salido tan bien como quería, no es lo mismo tratar de asustar a un grupo de bandidos menores que a unos inquisidores debidamente entrenados.

Pero ese no era el único truco que había aprendido en del maestro. Había muchas otras maneras de liberarse de alguien usando la magia. Por desgracia y con mi poder actual tan solo podía intentar otro de ellos, tratar de dormirlo. Así que nuevamente conjure y manipulé los vientos del Aethyr, concentrándolos esta vez en mis manos, sin embargo los vientos de la magia me sacudieron con una violencia que no esperaba y no solo falle miserablemente a la hora de conjurar el hechizo sino que a punto estuve de sufrir las consecuencias del mal uso de la magia.

Al ver que la magia no me salvaría en esta ocasión desenvaino el báculo y me preparo para aguantar una nueva acometida por parte del inquisidor.

Diego dejó caer el rifle a un lado con todo el cuidado que pudo, retrocedió dando un medio paso y desenfundó su espada.-Lo siento buen señor, pero si mi honorable palabra no le sirve...-Dijo mientras lanzaba un tajo feroz hacia su contrincante.-Me veré obligado a retarle en justo combate.-Escupió con venerable carisma, mientras rezaba a los dioses para que el perro se acercase con celeridad a atacar el flanco desprotegido de su enemigo.

Los combates se desarrollaban en todos los puntos por igual. En el mismo momento en el que el inquisidor mayor acababa con el Capitán Hiemdrich, el contrabandista eludía dos ataques muy potentes del inquisidor que lo acosaba, que acabaron perdidos en el aire por pura suerte para el afortunado hombre. No hubo tanta suerte por el contrario con el combate de Diego y su contrincante. Con palabras corteses y muy acertadas, Diego soltó un tajo que dio en blando en las carnes del servidor de la inquisición, y este por su parte se lanzó a fondo con un par de tajos que afectaron también al veterano soldado. Uno de los contrincantes que luchaba con la maga, al verla flaquear y caer al suelo se dio la vuelta y apoyando a su compañero contra el veterano Diego, atacó también al soldado.

Todo parecía indicar que Umbra moriría en aquel mismo momento, pero cuando el inquisidor que la tenía contra las cuerdas se dispuso a lanzar la estocada final, tropezó con una raíz del camino y cayó hacia atrás, quedando sentado en el suelo mientras su espada se le escapaba de las manos por el impacto. Era un milagro desde luego, y seguro era que Umbra sabía captar la increíble suerte que le había acompañado.

En el frente del combate se encontraban combatiendo Eira y Otto, que se batían con buena mano contra sus inquisidores, los cuales los acosaban sin tregua, sobre todo a la esbelta Elfa, que había demostrado tener una puntería más que precisa. El inquisidor contra el que combatía le lanzó varios ataques que impactaron en sus protecciones, y la elfa notó el frio del acero en su carne mientras la hoja traspasaba.

El contrabandista se batía contra el inquisidor con uñas y dientes, y tras ver pasar muy cerca de su cabeza aquellos dos ataques que acabaron perdiéndose, apuntó con su espada y se empleó a fondo. El ataque dio resultado y la espada impactó en el cuerpo del inquisidor que luchaba contra el, pero el golpe había sido muy flojo y a penas traspasó la armadura del servidor de la inquisición, provocando menos de un arañazo. Mierda… murmuró con ojos inyectados en sangre y la adrenalina bombeando por sus venas debido al terror.

Otto detuvo el golpe con el escudo, notó cómo le dolían los huesos ante la furia del acólito. Como diestro en el juego de espadas amagó un golpe por la derecha y..¡el acólito se anticipó a él con un brillante juego de pies! Todo lo que quería hacer Otto se desvaneció, y la supervivencia prevaleció sobre el valor. Dios tres pasos atrás, alejándose del acólito y del combate.