Partida Rol por web

Santo Dios... -murmuró Casimiro al ver al putefracto tipejo-, qué escoria nos manda el Señor...

¿Acaso Dios sería verdad aquello que contaba?

Y que dejaron ahí el cuer... -Simplicio, que así se llamaba el fulano paró en seco su discurso-.

¡¡¡¡ALTOOOOOOOOOOOOOO!!!! -una tremenda voz masculina se internaba en vuestros oídos, parecía que alguien se internab en el callejón (sin mas que una salida) perteneciente a las Siete Revueltas-. Comenzásteis a escuchar una voz y el mendigo Simplicio temblaba como un pajarillo desvalido, pues ya creían que venían a por él tras confesar lo que sus ojos vieron.

Hasta la puerta llegó un grupo de seis hombres, todos ataviados de armaduras y espadas en sus manos. Eran alguaciles toledanos.

¿¡Quién anda ahí!? -dijo uno de ellos alargando el pescuezo un poco y viendo el interior de la pútrida vivienda-. Enseguida se percató que, ni más ni menos que en la misma callejuela donde el jurado Mateo pereció dos noches antes, un grupo se reunía, siendo agentes de la autoridad...

¿¿¡¡He dicho que quién anda ahí!!?? ¡¡Salid ahora mismo!! -desde luego que era una pregunta retórica convertido en órden-. Allí esperaban los seis tipos en fila a que salíeseis. Simplicio estaba petrificado, creía que de ésta no salía...

Lo que faltaba. Apenas habían terminado de dar las explicaciones y comentar las novedades que habían descubierto cuando hombres armados se acercaron. Bermudo miró al abigarrado grupo que formaban y se preguntó cómo iban a salir de esa sin tener que dar demasiadas explicaciones. Varios infieles... un pordiosero.. bueno, tenían a ese jovenzuelo que era alguacil, quizás a él le hicieran más caso que a los otros.

Se quedó en el interior al lado de Simplicio esperando ver el curso que tomaban los acontecimientos.

Diego hizo un gesto con la cabeza de advertencia al mendigo y,agarrandole del hombro le espetó en un amenazador susurro Mas vale que nos sigas el juego. Luego levantó la cabeza y caminó confiado hacia los alguaciles tocando la espada a modo de saludo e identificación como uno de los suyos.

Buenas noches tengan. Soy Diego de Mendoza, alguacil de esta ciudad. Acabo de llegar esta tarde para ocupar mi puesto dijo a modo de saludo para luego continuar. Sin embargo,me he visto en la obligación de perseguir a un mozo que ha tenido la osadia de robar a estos hidalgos—añadió señalando a Bermudo y Casimiro—, pero el diablo se ha esfumado traspasar por este chamizo.

Otra vez al ver a aquellos hombres armados, decidí pasar un poco mas al interior de la casa y me intenté ocultar un poco entre alguna sombra.

No tenía ganas de pelea, aunque realmente, nunca las he tenido. Mejor dejar que el infiel haga lo que tiene que hacer.

Cuando el mendigo intenta explicar lo que vio aquella noche, los acontecimientos se precipitan y parece que el día se complica, de nuevo Duran se encuentro de frente con varios alguaciles de la localidad, y tocaba dar explicaciones para no salir mal parado de esta situación.

Me acerco a Diego, y espero que con mi porte y mis vestiduras pueda dar credibilidad a la situación - Soy Durán Gómez, terrateniente, y es lo que ha pasado, he visto correr este señor que es alguacil, y yo también he salido corriendo para intentar echar una mano en su función, salí corriendo enseguida que se identificó como alguacil y dió el alto a este hombre. Dijo señalando al mendigo.

No era la persona más apropiada para dar la cara ante la autoridad en una ciudad que desgracidamente ahora pertenecía a los infieles y los suyos no eran muy bien vistos. De manera que se quedó callado y esperó.

Zaif que, aunque no fuera demasiado buenb mentiroso, si había vivido muchas aventuras difícilmente explicables ante los superiores del cuerpo de alguaciles, sabía que una de las mejores técnicas para no ser descubierto en una mentira er, simplemente no decirla. Y así hizo...

- Pero, ¿qué es esto? Menudo susto nos habéis dado con esa entrada tan violenta. ¿Es que ha pasado algo? Por un momento he pensado realmente que estábamos en peligro. ¿Qué hacéis vosotros aquí? ¿Ha habido alguna voz de alarma en el vecindario?

Zaif, quien presuponía que su rostro y su persona serían, si no reconocidas por otros alguaciles, por lo menos si medianamente familiares, decidió jugarse la carta de echar balones fuera y ser él quien preguntase... y no quien respondiese.

Seis alguaciles a las puertas de la vivienda dond interrogabamos a un testigo. Si descubrían la verdad de nuestra empresa, todos los intentos por ocultarla se habrían ido de un plumazo.

Para colmo de males el tal Diego les contesta inventándose una historia en la que no teníamos ni cabida ni papel ninguno de mis hermanos. Es de sobra conocido por todo el mundo, lo fundamentalistas que pueden llegar a ser los cristianos en general y los cristianos con una espada en la mano en particular, así que adopté el único rol que los alguaciles esperarían de un musulmán.

Agaché la cabeza, y sin decir ni esta boca es mía me coloqué discretamente al lado de camisiro, ejerciendo el papel de fiel criado de un caballero calatrabo.

Aquello no le gustaba y Bermudo se mordió la lengua para no tener que hablar. No era un mentiroso, nunca lo había sido y estaba bien seguro que nunca lo sería, podía no contar toda la verdad pero jamás mentir... No, ese no era su estilo, y saber que un alguacil estaba mintiendo, a pesar de saber que con esa mentira podía salvar la misión, no le hacía ninguna gracia. Con menudo grupo me he juntado.

Así que prefirió guardar silencio, que fueran los que hablaban los que cargaran con el peso de su actuación. Allá cada cual con su conciencia.

Parece que la cosa se estaba complicando, el resto del grupo permanece callado, asumiendo un papel un tanto prudente, pero sin duda el mejor rol que pueden optar.

- No me puedo creer que nos tengamos que disculpar al realizar un acto de buena fe, vimos un robo y actuamos, salimos corriendo, seguidos por nuestros criados, no hay nada más. Esperaba que Diego consiguiera convencer a sus "compañeros" de profesión.

Mientras salíais todos a la callejuela como os ordenaron, dejando la casa vacía, la cara de los guardias se convertía en un poema. El alguacil que habló primero escuchaba las razones de Diego y Duran, que bien parecían poco convincentes.

Tu calla, ¡moro! ¡Aquí las preguntas las hacemos nosotros! Ahora me darás tu nombre y te vendrás conmigo... -le dijeron a Zaif mientras le veían la vestimenta de guardia toledano-. A buen seguro que has robado esa espada y esas ropas; -luego miró de nuevo a Diego y Durán; ambos apelaban a cosas distintas:

¿¡En qué quedamos!? -gritó el alguacil-, ¿¡era un niño o era este asqueroso perengano -refiriéndose al mendigo, que tenía las manos en el pecho de puro miedo- al que perseguíais!? ¡Hablad presto o llenaremos el cuartel de detenidos!

Desde luego ninguno de los seis se creyó que aquel grupo lleno de moros "sin lengua" y cristianos con palabras descoordinadas en razones hablase las verdades que debían ser, puesto que encontrarlos a todos en aquel callejón, precisamente, hacía que tal efecto resultase verídico únicamente para niños (o tal vez para borrachos muy crédulos).

Fue entonces cuando el caballero calatravo casimiro se llevó las manos a la capucha de su capa, que se la había puesto antes de salir de la sucia vivienda; luego se la retiró y su cabeza se elevó mirando fijamente al tipo que tan bruscamente hablaba:

No vamos tras de uno ni tras de otro, señor -respondió seriamente Casimiro López aguntándole la vista...-.Sólo os ruego que de mi parte déis mis disculpas a Dios..., ¡cuando estéis en su presencia...! -dijo antes de que su capa ondulase al viento justo cuando éste movió su diestra y sacó su espada.

En cuestión de un segundo, el caballero Casimiro enarboló su tremenda espada (previo rugido del restallar de su vaina), y como si de un rayo a tal velocidad se tratase, hizo un perfecto giró de tronco, con brazo extendido, hasta hacer que la hoja que empuñaba con fiereza alcanzase el cuello del alguacil, y finalmente acabara por separarle la cabeza de sus hombros de forma horizontal... El corte fue tan limpio y silencioso que cualquier ligera brisa parecería tan estridente como el barritante sonido de un elefante de Oriente. La cabeza rodó enseguida justo hasta los pies del mendigo Simplicio, emitiendo un alarido de terror cuando la barbilla del malogrado tocó los asomantes dedos de sus zapatos...

El resto de alguaciles se quedaron embobados (al igual que vosotros por un instante), boquiabiertos ante el tremendo espectáculo. Enseguida sacaron sus espadas.

Y así, dejando un reguero de alguaciles muertos es como el calatravo pensaba cumplir con los criterios de máxima discreción que nos había impuesto el comendador de su orden. No podía llegar a creérmelo.

Me acerco y ataco si es necesario o ataco y ataco directamente (a los alguaciles toledanos)

Aquello no podía estar pasando. Bermudo no se podía creer lo que sus ojos veían al ver la cabeza salir rodando a los pies del pobre Simplicio, que de ésta pronto se reuniría con el Altísimo. ¿Cómo se podían haber torcido las cosas de aquella manera? Pero ya no había vuelta atrás y, una vez consiguió reaccionar, soltó su hacha del cinturón presto a descargar un golpe contra cualquiera de aquellos hombres.