Partida Rol por web

Sonrió a Tessa y antes de poder contestarle el piloto volvió a hacer gala de su falta de modales.
¿De verdad le hacía falta decir a la gente que no se acercase a su puesto de piloto? Si su cara de perro ya lo hacía por él...
La única norma que le fastidió realmente fue la de no poder fumar. Si lo hubiera sabido, es posible que lo hubiese hecho antes de subir, aunque en realidad la urgencia que tenía por emprender el viaje había hecho que se olvidase por completo de los cigarrillos. Hasta ahora, claro.

— Buenas tardes. -Contestó al nuevo pasajero mientras sus ojos se detuvieron un momento en su maleta. Doyle llamó su atención en el momento justo para que su mirada no estuviese fija en el maletín más tiempo del normal.— Ya... bien visto. Aunque siempre estaba la esperanza de que no fuera así. —Respondió con una sonrisa a Doyle.

Luego bajó la mirada a su libreta, dio un par de gopecitos en esta con el culo de la estilográfica, y su mirada voló hacia los asientos de enfrente. Hacia el joven seminarista más concretamente. Cerró la libreta y apoyó ambas manos sobre ella. No quería que el joven pensara que estaba escribiendo sobre él.

— Despegaremos pronto. Agárrela bien. —Mostró su preocupación por la monja con un tono suave y tratando de ser lo más clara posible. Parecía que el seminarista no había entendido al fotógrafo momentos atrás, no sabía si por lo inesperado de la pregunta o porque realmente hablaba otro idioma, pero tenía curiosidad por saber el motivo. Aprovechó para observarle mejor.

Te fijas en el hombre que acaba de llegar y te das cuenta de que tiene ansiedad y que se aferra al maletín de forma obsesiva...

El hombre miró a Tessa y trató de esbozar una sonrisa aunque seguía muy agitado y debía concentrar sus esfuerzos en tomar aire.

-Eh Schmidt, mi nombre es Sigmund Schmidt-dijo haciendo una pausa para que ella misma se presentase, sin hacer mucho por moverse de donde estaba sentado.

Mientras el seminarista esbozó una sonrisa un poco boba a Anne Marie al ver que le hablaba pero sin más, probablemente porque no entendiera lo que esta le decía.

No tardaron en escucharse los cierres de las puertas y la máquina comenzando a encenderse.

El piloto apareció al otro lado de la cortina.

-Vamos a despegar de inmediato, ¿alguien tiene alguna pregunta antes de que ponga los motores en marcha?-dijo el hombre mientras observaba las caras asustadas de los pasajeros y entonces por primera vez su rostro esbozó una sonrisa, sardónica pero comprensiva-. No se preocupen, nunca he tenido ningún percance, ni siquiera cuando tuve el privilegio de combatir contra El Barón Rojo durante La Gran Guerra. Ni siquiera he tenido que hacer jamás un aterrizaje de emergencia-les dijo para intentar tranquilizarlos.

-Encantada señor Schmidt, yo soy Tessa Korber, estudio medicina en Munich ¿A qué se dedica usted?

Entonces apareció el piloto para dar las últimas indicaciones y ante la mención de que jamás había hecho un aterrizaje de emergencia no pudo contenerse.

-Alguna vez tiene que ser la primera ¿no? ¿Cuánto durará el vuelo?

-Soy empresario-respondió el hombre a Tessa-. Trabajo en la industria del carbón, me temo que nada interesante para una doctora jeje-dijo tratando de bromear aunque estaba tan alterado que apenas se entendió la intención.

-Bueno, aún no lo soy -dice sonriendo- ¿Se encuentra bien? Se le ve un tanto nervioso. Si es por el vuelo, no se preocupe, estamos en manos de un piloto competente.

El hombre asintió quitándole importancia, sentado en el suelo abrazado a su maletín.

-Si, si... Es solo que he tenido que correr mucho para no perder el vuelo-dijo resoplando-. No estoy acostumbrado. Ya recuperaré el aliento, no se preocupe-dijo esbozando una sonrisa.

Parecía que el despegue sería inmediato, así que Marius se acomodó e intentó disimular su desconfianza, hablar de combates aéreos no era exactamente tranquilizador, estaba claro que aquel piloto no destacaba por su don de gentes, así que esperase que destacase por lo único que tenía que hacer bien, llevarlos sanos y salvos hasta su destino, Rumanía.

Después de su paseo al baño no quiso importunar más, sabía que no le convenía atraer demasiada atención para realizar su trabajo, un fotógrafo tiene que saber estar como si no estuviera, una vez en tierra eso le sería más fácil.

—No se preocupe señor, por los pelos, pero ha llegado usted a tiempo. Parece que vamos a despegar.

Después solo por descartar una posibilidad, señalo la portada de su guía hacia el seminarista, y a ellos, insistentemente, intentando averiguar si eran rumanos y por eso no les entendían bien

—¿Ustedes… rumanos? —señalaba la portada de la guía y separaba las palabras como si así se entendiese cualquier idioma.

El seminarista abrió un poco los ojos sorprendido al escuchar a Marius y asintió con la cabeza. 

-Rumanos-repitió mientras asentía, confirmando su procedencia. La monja a su lado parecía estar atenta a todo lo que ocurría a su alrededor pese a no poder ver nada pero se mantenía en silencio.

Ante su intento fallido de comunicarse con el seminarista volvió a abrir la libreta, resignada. Si bien por ahora continuó sin escribir palabra.
Aunque no participó en la conversación pues en su opinión era entrometerse ya demasiado, si que prestó atención a lo que decían a su alrededor, al fin y al cabo era información sobre las personas que la acompañarían durante el trayecto y qué menos que saber algo sobre los presentes.

"Rumanos... claro. Tanto viajar y tan poco idioma." Renegó contra sí misma.

El aparato emitió dos sonidos atroces seguidos de un temblor. Las hélices se movían en ambas alas, aunque una de ellas parecía hacerlo de forma más lenta. El despegue fue... fuerte, tanto que llegó a tirar al suelo a quien no tenía su trasero bien pegado al asiento. Entonces todo comenzó a moverse alrededor y la estructura comenzó a dar pequeñas sacudidas mientras las ruedas se deslizaban por el terreno silvestre. 

Tras un minuto zarandeándose, el avión dio una vibración algo más suave y relajada y despegó, imprimiendo en los pasajeros una sensación de realidad alterada que se concentraba en sus estómagos revueltos en suspensión. Para casi todos, la primera vez que sentían aquello pues jamás habían montado en un avión.

En cuestión de quince minutos estaban a cinco mil pies de altura y las nubes más bajas comenzaban a envolverles. La luz del interior se apagó, lo que hizo que Sigmund Schmidt se agarrase más fuerte a su maletín mientras emitía un lamento.

La voz de Alex se escuchó por un altavoz.

-No se preocupen por las luces, es para ahorrar combustible-explicó. Al momento se encendió una pequeña bombilla sumiendo la cabina en una tenue penumbra que bañaba los rostros de los viajeros de un tono rojizo.

Había algo en la conducta del tal Sigmund que le llamaba poderosamente la atención; ese manierismo en sus gestos y la fijación de aferrarse al maletín, como si su contenido fuese altamente peligroso o valioso como para dejarlo a la vista de unos desconocidos. Robert observó, de manera breve, al sujeto, atento a lo que comentaba. No comprendía qué podía llevar a tan variopinto grupo de personas a tomar el mismo destino, pero desde luego era intrigante. Quizá no fuera mala idea interactuar con ellos una vez estuviesen en tierra, en una zona más calmada.

El hombre se relajó en el asiento, a pesar de que este no fuera el más cómodo del mundo, y se puso a leer con detenimiento el libro. Después de haberse enterado de la noticia que le empujaba a realizar ese viaje, quería comprender mejor qué era lo que se podrían encontrar en Rumanía. Sin embargo, la lectura no llegó a durar demasiado porque le envolvió pronto la oscuridad más absoluta después de un largo traqueteo en el que se le subió la comida a la garganta. Robert miró por la ventanilla comprobando la altura que habían tomado y se reclinó en el banco, exhalando un suspiro. No le gustaban mucho los ruidos que emitía la máquina, pero confiaba en que ese piloto malhumorado hiciese bien su trabajo, que para algo le habían pagado. Y no poco precisamente.

—¿Creen que la noticia del extraño humanoide es verídica? ¿O serán solo infundios para atraer la atención de los curiosos? —preguntó, en tono reflexivo, a nadie en particular.

Tessa jamás se había subido a un avión, por lo que el traqueteo y los zarandeos la pusieron bastante nerviosa. Cuando el aparato ascendió la mujer pensó que se iba a morir. Aquello era tan antinatural. La gente no estaba hecha para volar. Dios, ¿y si de pronto se caían del aire? ¿Cómo podía aquella máquina tan pesada sostenerse como si fuera una pluma? El comentario de Robert la distrajo de esos pensamientos tan funestos.

-Rumores y noticias sobre extrañas apariciones grotescas siempre han existido -dijo con voz temblorosa aunque se volvió más firme a los pocos segundos- y no se le ha prestado nunca tanta atención. Que esta en concreto haya trascendido al gran público me hace pensar que no se trata de un timo. Realmente han encontrado algo.

-¿De qué hablan?-preguntó con curiosidad el hombre, que ahora que estaban en el aire parecía un poco más tranquilo. Solo un poco- ¿un humanoide? Si pretenden asustar al chico, no creo que les entienda-les dijo pensando que estaban hablando de algo inventado pues no había leído la noticia del hallazgo que había llevado a los investigadores a aquel avión. 

Aquellos zarandeos no pillaron a Marius por sorpresa, y no hacían más que confirmar sus temores, aquel cacharro parecía una tumba volante, y esas luces recordaban a los días de la Gran Guerra, estaba seguro de que el piloto disfrutaba con todo aquello, y se preguntaba si no estaría haciendo de más por asustar a unos pobres civiles.

—No señor, no tengo ninguna duda de que algo así, como ese humanoide, no puede ser otra cosa que algún tipo y engaño, una forma de aprovecharse de las leyendas que pueblan esta región.

—Pero me gustaría saber usted como experto en folclore ¿Cuántas veces tienen esas leyendas algo de verdad detrás? seguro que muy pocas, pero, ¿y esto, le merece a usted alguna credibilidad?

Sin querer preguntar directamente intentó animar e introducir en la conversación al resto del pasaje, le interesaba saber que podían pensar.

Aquel hombre del maletín tenía una forma de intentar pasar desapercibido que, muy al contrario, resultaba bastante llamativa.

Se puso ligermente tensa cuando el avión comenzó con sus ruidos y vibraciones previas al despegue, y es que tenía que reconocer que aquella era su parte menos favorita de los viajes, aunque, de algún modo, también podía encontrarle cierto encanto a la situación y es que siempre que tomaba una avión, tras unos leves momentos de tensión, quedaba maravillada por tanto avance tecnológico que le permitía estar en el aire como si no fuese nada del otro mundo.

Al ver que el piloto apagaba las luces y parecía empezar un debate entre los presentes, guardó su libreta y su pluma en la mochila que llevaba colgada a su pecho.

— Si bien es cierto que no se pueden hacer caso de todas las leyendas que hay alrededor del mundo, en este caso parece haber pruebas, y sería muy egocéntrico por nuestra parte pensar en una situación así que somos los únicos humanoides en el globo.

Robert escuchó las opiniones de los presentes, mientras trataba de atisbar sus rostros, que eran prácticamente imperceptibles en la penumbra. 

—No sabría decirle un porcentaje —respondió a la primera cuestión de Marius—. En muchas ocasiones me han llegado informes de personas que aseguraban haber hecho un hallazgo asombroso y luego resultaba ser una patraña... Muchas veces la propia naturaleza que nos caracteriza a las humanos se encarga de deformar lo que percibimos, amoldándolo a nuestra realidad más cercana o a nuestros miedos, según nos convenga —explicó, de un modo elocuente—. ¿Que si esta noticia me parece que pueda ser real? Difícil, mas no imposible —aseguró, chasqueando los dedos—. Por eso estoy aquí con ustedes, para constatarlo. Y por eso la universidad me ha apoyado a realizar este viaje. No dejaría de reportar notoriedad a la misma que un miembro de su institución se encargara de arrojar luz sobre un descubrimiento sin precedentes.

—Aquí —golpeó el lomo de su libro de folclore de Rumanía— puede haber muchas respuestas a lo que haya allí abajo. Ya lo averiguaremos.

Aquel hombre que parecía un filósofo y hablaba como tal, le había sorprendido y ganado su respeto, parecía bastante sensato. Con respecto a la estudiante de medicina, le recordaba a él en tiempos más juveniles e inocentes, pero no le podía echar en cara su entusiasmo, al fin y al cabo, como bien decía el profesor, muchos de esos engaños no surgen de la mala intención, sino de la propia necesidad humana de abrazar el misterio, antes que enfrentar las rígidas leyes de la vida y la muerte mundanas.

Sin misterio y engaños no habría dioses ni consuelo.

Pero lo que quedaba patente e importaba más era que todos tenían un interés común, y seguramente será de mutuo beneficio encararlo con cierta solidaridad, y así se esforzó por expresarlo a sus compañeros de viaje.

Después contestó al hombre del maletín— debe ser usted un hombre muy ocupado para no haberse enterado de la gran noticia de estos días, Londres, Berlín, incluso en América, no se habla de otra cosa—entonces le hizo un breve resumen de lo que contaban las noticias, esperando a ver cual era su reacción, ya que no le parecía muy creíble que no supiera nada.

El hombre negó con la cabeza.

-No se de que hablan. He... tenido mucho trabajo estos días y no me he puesto a mirar los periódicos, tampoco es que yo sepa mucho animales o criaturas, lo mío es el carbón-dijo como tratando de excusar no saber de qué hablaban-. De todas formas como ha dicho usted, seguramente sea un engaño- Hizo una pausa terminando su discurso pero entonces se dio cuenta de que los cuatro viajaban para ver esa cosa y enseguida se corrigió- Quiero decir, espero que sea real y puedan ustedes verlo, sea lo que sea. Quizás sea un animal nuevo...-dijo tratando de no ofender a ninguno auqneu estaba claro que no sabía de que hablaban.