Partida Rol por web

Al entrar en la cocina vi que la joven estaba a punto de decapitar un pollo, así que me quedé en silencio, esperando que se diera cuenta de mi presencia. No quería que por mi culpa se cortara un dedo. Al hablarme, ya la contesté.

-"Buenas tardes querida. Muy bien, la verdad, hemos pasado un buen rato en la feria. Una pena que no viniera con nosotros."

Me fui acercando un poco hasta ponerme al lado de ella y la pregunté.

-"Bueno, esperemos que tu señor vuelva lo antes posible, ya ardo en deseos de verle. Por cierto, en la aldea he oído que tu señor apresó a un par de campesinos por un incidente poco afortunado, algo relacionado con su perro. Al parecer esos dos desgraciados estuvieron presos en la alcoba donde ahora pernocto. ¿Qué me puedes contar sobre ello?"

Estuve atento a sus reacciones y a lo que me decía, ya que quería saber si me decía la verdad o no. Después de hablar con ella, iría en pos de Mikel para preguntarle por lo mismo.

La mujer bajó el brazo y la mano y el pollo, recién desplumado, quedó descabezado tras un intenso impacto. Luego te miró, con cara de pocos amigos.

Así es... -respondió Alaiñe-. Yo aun no entré a servir a don Paskal, pero yo vi, al igual que muchos en la aldea, cómo se llevaron a esos hombres a la fuerza. Uno de ellos vivía al lado de la casa de mis padres. Pere no es un mal hombre.

La mujer quedó apesadumbrada al recordar esa escena. Se giró y entonces fue a coger otro cuchillo más pequeño. Siguió despiezando el animal.

Luego cuando entré aquí, me enteré que don Paskal los había liberado. Pero no están en la aldea -prosiguió-. Quizá marcharon del pueblo. No sabía que... habían estado en vuestra alcoba.

Notaste que la mujer estaba compungida por el suceso. Si mentía debía actuar muy bien, por lo que supusiste que decía la verdad. Por eso, sin querer importunarla más, saliste de la cocina y marchaste a buscar a Mikel.

Al salir de allí caminaste por el patio de armas. Dunixi y Mateu ya habían dejado a Melisa en la cuadra, y viste a una figura encorvada llevar un cubo de agua desde el pozo del patio hasta la propia cuadra. Ambos os cruzásteis de camino hasta dicho lugar.

¿Os habéis divertido, señor? -dijo Mikel-. Seré vos quién deba dar cuenta a don Paskal, una vez llegue, de cómo le ha ido a su feria; esos dos -refiriéndose a Mateu y Dunixi- huelen mucho a vino.

Al parecer Alaiñe tampoco mentía y además estaba preocupada por el destino de esos dos. La pobre era vecina de uno de ellos y decía que era un buen tipo. ¡Qué extraño todo esto! ¿Se habría pasado don Paskal con ellos y habían fenecido por el castigo impuesto? ¿Los habría enterrado en una fosa lejos de cualquier mirada? ¡Qué intrigante todo! Y más con el suceso de anoche con Mateu. Al ir al patio encontré a Mikel y fui a hablar con él. Su rostro, marcado por alguna enfermedad, era feo de ver. Ni qué decir de la deformación de la espalda.

-"Sí, mucho. Ha sido muy entretenido ir a la feria. Sí, yo le relataré lo que quiera saber sobre la feria, no te preocupes. Los dos muchachos tenían que divertirse un poco y les invité a una botella de vino, no se lo tomes en cuenta. Por cierto, en la aldea escuché una historia sobre un par de campesinos de la zona que fueron apresados por tu señor y traídos presos al castillo por haber matado a su perro. ¿Qué sabes sobre eso? ¿Sabes quiénes eran esos dos y dónde están ahora?."

Las pesquisas aún no terminarían con el interrogatorio a los tres criados. En cuanto cenáramos y volviéramos a nuestra alcoba, la investigaría para ver si veía dónde estuvieron encadenados los dos campesinos. Además, me tomaría el brebaje de la vieja para no dormirme esta noche. Además de velar por Mateu, quería ir de una vez a la biblioteca. Para asegurarme de que el chico no se levantara de nuevo, le ataría con unas pequeñas sogas los pies a la cama.

Mikel te miró como extrañado. Trató de hacer memoria y asintió.

Sí, sé del suceso al que os referís... -añadió-. Algo he oído, pero no conozco a esos hombres. Cuando llegué a Birañe, pues yo vivía lejos de aquí, me reencontré con mi hermana al tiempo que entró a servir a don Paskal. Y alguna vez se mencionó sobre esos dos, pero poco más. ¿Son parientes suyos? -entonces relinchó Melisa-. Vuestra yegua ya reclama agua, si me disculpáis... -y avanzó pasos hasta la cuadra en pos de su faena y oficio, con el cubo entre sus manos, llevándolo con cierta dificultad-.

Dejaste aquello así, sin saber si Mikel tenía algo que ver en ello, pues no supiste discernir sus opiniones en aquel corto intercambio de palabras. Tal vez fuera que estabas pensando más en la biblioteca que en aquellos dos hombres de los que oiste hablar.

La cena pasó rápido, y los tres criados cenaron antes que vosotros, como de costumbre, para cubrir algún tipo de necesidad que se diera en la noche. Aquella sopa caliente no estaba mal, pero tenías el estómago algo encogido por las dudas del momento. No así, Mateu, que parecía haber olvidado sus dolencias en la mano y tomaba el cucharón de palo con esmero, a tu lado, sin dejar de mirar al plato.

Ramiro, a mi no me importa que tarde el señor don Paskal en regresar, je je -dijo el chico mientras apuraba el vaso de vino aguado que le había puesto Alaiñe un rato antes-; aquí se está muy bien.

* * *

Un rato después ya estábais en vuestra alcoba. Mateu tardó un poco más en llegar porque le pidió a Alaiñe que le cambiara las vendas, y tú de buena gana le dejaste un rato a los dos juntos, antes de dormir. El muchacho vino más contento de lo que se había ido, resoplando y mirando al infinito con cara de cordero (pensando en aquella joven, tal vez).

El caso es que éste se durmió pronto y aprovechaste para tomarte el brebaje. Destapar el fino corcho y elevar el codo. En un instante, el brevaje viajó por tu garganta, y era en cierta medida amargo, pero bien podrías tomarte otro sólo por el sabor. Mientras se acostaba Mateu, tú aprovechaste para observar la habitaciones: sus muros, el suelo, el techo y la ventana. Allí no había atisbo de cualquier tipo de encierro... excepto cuando miraste bajo la cama.

Debajo del jergón, estando tu agachado, dos argollas salientes del suelo descansaban allí, sin cadenas ni nada. Seguramente, bien podrían ser grilletes para sujetar cadenas, pero ahora no tenían función ninguna. La idea de que los dos campesinos pudieron estar allí encerrados cobraba vigencia. Por lo demás, esperaste a que Mateu se durmiera, y cuando fue así, trataste de no quedarte tú dormido (aunque el día había sido algo movido).

Un rato después, tus párpados seguían abiertos en medio de la oscuridad. Tal vez fuera el momento de ir a la biblioteca. Por ende, que tomaste de nuevo una velita y ésta fue la única acompañante en tu periplo por el pasillo del castillo. Habías cruzado esa torre ya varias veces, y habías averiguado que más abajo del descansillo donde Mateu rascó con violencia la pared había otra sala. Allí debía estar la biblioteca del señor Paskal. Ni harto ni perezoso te encaminaste hacia allí, en mitad de la noche (debía ser más de la medianoche).

La puerta de ésta estaba abierta. Bueno, en realidad estaba cerrada, pero encajada a la fuerza, sin ningún tipo de cerradura. Al entrar las bisagras de la misma chirriaron un poco, y te adentraste allí. Un escalofrío, fruto de la tensión del momento, te recorrió la espalda. Por lo que la vela pudo alumbrar, en aquella sala se guardaban algunos "tesoros" propiedad de don Paskal: una armadura vieja, algo oxidada, colocada sobre una especie de estafermo rígido; dos lanzas y tres espadas sobre una pared, y otras dos más apoyadas en el suelo, en una esquina; una alfombra con un bello tapiz en el suelo, sobre la piedra, y en mitad de la sala, sobre la alfombra, había un pequeño atril con un libro, junto a una mesa. El atril tenía en su parte inferior varios libros colocados y apretado entre sí; y otra pequeña colección sobre la mesa, no muy numerosa, descansaba con algunas velas apagadas y gastadas, delante de un cómodo sillón. Por el aspecto de la habitación, seguro que don Paskal pasaba bastante tiempo allí, aunque tú no recordabas que el noble hubiera tocado nunca un libro (al menos en tu presencia y servidumbre tiempo atrás).

Parecía que el brebaje de la vieja funcionaba, así que me dispuse a rebuscar entre los libros allí colocados el que había venido a buscar. No había hecho mucho ruido al salir de la habitación ni al entrar en la biblioteca, así que esperaba que mi paseo nocturno hubiera pasado desapercibido totalmente. Cogí unos pocos libros y me los llevé a la mesa. Me senté en el mullido sofá y empecé a leer los títulos y a abrirlos uno a uno para ver de qué trataban. En cuanto encontrara el que ansiaba, me lo llevaría a mi alcoba para leerlo allí y así vigilar a Mateu. La pequeña vela la había dejado en una esquina de la mesa y su llama bailaba al son de una música que no escuchaba, haciendo que las sombras de la biblioteca cobraran vida. De vez en cuando levantaba la vista de las hojas para escuchar, por si alguien viniera.

Fuiste viendo uno a uno los libros. Ninguno de ellos tenía título, sino cubiertas de piel de ternero o simplemente no tenían lomos. Tenías que abrirlos poco a poco y ojear páginas al azar (o las primeras páginas), para hacerte una idea de qué podía contener. No tuviste que leer demasiado en muchos de ellos, pues sus grandes ilustraciones religiosas te hacían una idea del tipo de libro que abundaba allí: textos bíblicos. Debía ser don Paskal muy piadoso. Eso sí, entre uno de ellos apareció otro tomo de piel negra, y tras abrirlos debido a una instantánea admiración causada, leiste en la primera página algo así como: "De Naturas Rerum", fechado en 1157. Tras pasar más hojas, observaste que no era sino un tipo de diario de plantas, un descriptor herbario o algo parecido. Había anotaciones de diversa índole; unas en grafías que no conocías (árabe, tal vez), y otras en latín y en castellano. Bocetos de plantas, de árboles y musgos, y luego también demasiadas anotaciones en las esquinas y márgenes de muchas hojas. Quien fuera el autor o lector de ese volumen le había dado mucho uso. Estaba claro que, si buscabas un libro de plantas para tu remedio "milagroso", debía ser éste.

Encontré un libro un tanto peculiar que trataba sobre plantas. Quizá éste fuera el que andaba yo buscando. Para no entretenerme más y arriesgarme a que me pillaran en la biblioteca, me guardé el libro debajo de mi camisón, cogí la vela y me decidí a salir de allí, no sin antes echar un último vistazo en derredor por si captaba algo que no me hubiera dado cuenta al entrar. Una vez hecho esto, abrí con cuidado la puerta y salí al pasillo con la intención de volver a mi alcoba y allí ojear tranquilamente el libro. Así también podría vigilar al muchacho y que no se levantara en medio de la noche de nuevo.

Ojeaste una última vez aquella biblioteca, pero nada viste más allá de la penumbra ofrecida por tu vela. Además, solo pensabas en salir de allí y escudriñar el libro en la seguridad que tu habitación del castillo ofrecía. Nada más salir al pasillo, rezaste en tu interior para no toparte con ninguno de los tres criados. Y así fue.

El caso es que tras colocarte de espaldas a Mateu en el jergón, tu cuerpo hacía de pantalla contra él, por lo que la luz de la vela no le podría molestar, y así podrías leer mejor el libro. Tu criado dormía, resoplando fuertemente, pues siempre cogía el sueño de manera rápida.

La lectura era interesante... Aunque solo las partes que estaban escritas de manera coherente, en tu idioma, y que poseían cierto orden. Estaba claro que había anotaciones posteriores, bocetos añadidos sobre los textos y alguna que otra página arrancada. Asique ya tenías tarea para los próximos meses, pues descifrarlo de cabo a rabo llevaría su tiempo.

Algo menos de una hora duró la única vela que tenías a mano, por lo que finalmente hubiste de rendirte a la noche y cerrar y guardar el libro contigo, allí arropado, para ocultarlo debidamente al día siguiente. Incluso tuviste decidido el no decir nada ni tan siquiera a Mateu hasta que no saliérais del castillo.

Y allí quedaste, con los ojos abiertos en mitad de la noche, pues el efecto de aquel brebaje había hecho ya su efecto. Estuviste despierto en la alcoba durante un par de horas más, tratando de dormir a propósito, hasta que finalmente el efecto del brebaje se pasó, quedando así a merced de los sueños.

Fundido en negro.

¡Ramiro! ¡RAMIRO! -Mateu te despertó zarandeándote- ¡Despierte! ¡Mire lo que se ve por la ventana.

Al abrir los ojos viste que los primeros rayos del sol entraban por la ventana. Estaba amaneciendo. Por lo visto, el muchacho estaba sobresaltado.

No podía decir que el maldito brebaje no hubiera funcionado, ya que me costó lo indecible poder conciliar el sueño. Cuando estaba bajo los brazos de Morfeo, los gritos de Mateu me sacaron de mi letargo. Confundido y adormilado, al principio ni siquiera le escuchaba, no entendía lo que decía. Como un poseso, movía los brazos de un lado a otro, queriendo indicarme algo. Miré a la ventana y nuevamente al muchacho. La realidad empezó a hacer retroceder las brumas oníricas y presté más atención a la llamada de Mateu. Al parecer algo había hecho que se despertara pronto y se veía por la ventana, algo que tendría que ser espectacular o intrigante si no quería llevarse una buena reprimenda. Me levanté lo más rápido que pude y fui hacia la ventana para ver qué era lo que al otro lado había. Los primeros rayos de sol me hicieron daño en los ojos, pero a los pocos segundos me acostumbre, poniendo la mano derecha en la frente a modo de parapeto. ¿Qué sería lo que habría allá afuera?

En ese preciso momento entre el día y la noche, advertiste a través de la ventana una figura encapada que cruzaba el patio de armas del castillo. Poseía una antorcha en su mano, encendida, y caminaba con paso firme y cabeza agachada (la cual tenía cubierta por una caperuza). Enseguida desapareció por la parte trasera del castillo. Mateu se había sorprendido por esto.

Ramiro... -balbuceaba el joven-. Me he despertado, he mirado por la ventana ahí estaba. ¡Va hacia la cuadra, allí está tu yegua!

Quizá el muchacho pensó que era algún tipo de intruso en la fortaleza.

Era raro ver a alguien a esas horas deambulando por el castillo y dirigiéndose a la cuadra. Desde que estábamos aquí, no hará más de un par de días, Mikel era el encargado de cuidar de Melinda. ¿Acaso había regresado don Paskal? ¿Era ese hombre o mujer encapuchado algún lacayo que acompañaba al noble? Me quedé mirando el patio de armas y no vi a nadie más. Ni caballos, ni noble, ni nada. Por cómo se había movido la figura, dudaba que fuera Alaiñe y menos Mikel, con esa joroba de dromedario en la chepa. La curiosidad me picó bastante y ver el estado de mi querida yegua, así que le comenté a Mateu que se vistiera y bajáramos a comprobar la cuadra para ver cómo estaba Melinda. Si todo estuviera bien, le preguntaríamos durante el desayuno a los criados, por si supieran algo. ¿Y si era uno de los campesinos desaparecidos? Cada vez mi imaginación volaba más alto, así que me di prisa en vestirme. Una vez que estuvimos listos, recogí una vela por si acaso, ya que en los pasillos interiores del castillo aún estaba oscuro, y salimos hacia la cuadra.

-"Vayamos en silencio muchacho, no queremos despertar a nadie."

Mateu te miró con cierta desgana. No le pareció bien aquella idea de fisgar, según entendiste al mirar su reacción. Tras vestiros y tomar una vela, bajásteis por las escaleras de la torre y luego llegasteis hasta la planta superior. No visteis a ninguno de los tres criados, y la luz comenzaba a entrar por rendijas y ventanas de la fortaleza. El caso es que ambos salisteis al patio de armas y caminasteis por el mismo lugar y recorrido que había tomado aquella figura encapuchada.

Mateu miraba a todos lados, extrañado al igual que tú: no había rastro de comitiva alguna, por lo que don Paskal no debía haber regresado. Así que, finalmente, llegasteis a la parte trasera del castillo. Cualquiera sabría nada más caminar hasta allí que aquella zona trasera tenía un único propósito, que no era sino el de acudir al establo. Y aquella figura caminó, según visteis desde la ventana, en tal dirección. Tampoco había zona para rodear el castillo, puesto que aquel rincón trasero del castillo carecía de salida ni estaba comunicado con alguna otra zona.

Instantes después, solo os quedó abrir la puerta del establo. Allí dentro estaba Melisa, ya de pie en su cubículo, y había paja para acomodar a las bestias y aperos para los animales por doquier... Pero ni rastro de figura humana... ¡Se había desvanecido!

¡No está! -dijo Mateu sujetando la puerta de madera-. ¡Ha desaparecido! Ramiro, todo esto es muy raro...

Al llegar a las cuadras nos dimos cuenta de que no había nadie, solo estaba Melinda allí. El chico se puso algo nervioso y aunque yo también quedé inquieto, no di rienda suelta a mis miedos. Había que pensar con el cerebro y no caer en la superstición. Habíamos visto a una persona real venir hasta aquí y si no estaba era por dos motivos. O había vuelto sobre sus pasos cuando bajábamos desde nuestra alcoba o había alguna puerta oculta en algún sitio de las caballerizas.

-"Tranquilo Mateu, piensa con el cerebro y no sucumbas a supercherías. De seguro que hay alguna puerta oculta en algún sitio de la cuadra. Ve por ahí y rebusca bien, en las paredes y en el suelo. Los castillos antiguos suelen tener entradas que pasan desapercibidas."

Me puse a buscar yo también, exhaustivamente, pero no logré ver nada. Incluso cogí una horca y quité el heno de varios puntos para ver si había alguna trampilla en el suelo, pero nada de nada. Durante el almuerzo les preguntaría a los criados si sabían de alguna entrada escondida en la cuadra.

-"No veo nada Mateu, será mejor que volvamos y almorcemos algo."