Partida Rol por web

Cuando terminó de echar el vistazo, Enrielle volvió sobre sus pasos y examinó más detenidamente las tres cerraduras, lanzando miradas sobre su hombro. Luego, se acercó disimuladamente a las puertas del personal y afinó el oído. Intentaba discernir si había alguien por allí y cuál sería la habitación del semiogro, si es que dormía allí.

Después, susurró, en voz muy muy baja, casi inaudible, sus hallazgos. Se quedó quieta, tratando de escuchar la respuesta en su cabeza, pero al no escuchar nada se sintió como una idiota hablando sola, así que decidió volver sobre sus pasos y volver con sus compañeros, segura de que nadie la había visto entrar ni salir.

Al volver explicó lo que había encontrado.

— Así es. Son cuatro hombres-dragón los que he visto en la taberna. Diría que bebidos. Puede que haya alguno más escondido en algún rincón que no he llegado a ver, y de seguro los nerakanos en algunas de las habitaciones, pero no he visto prudente asomarme. — miró al cielo y arrugó el entrecejo — El patio está vacío aún, pero no por mucho tiempo. Hasta que el mozo de cuadra se despierte. Podríamos tratar de abrir la puerta del almacén, pero sin hacer ruido y con tres cerraduras...

El examen de las cerraduras no le revela mucho a Enrielle. No es ninguna experta en esta materia, pero le parecen bastante nuevas y en buen estado; al igual que la puerta de madera, que no presenta los mismos restos de podredumbre causados por la humedad que sí presentan el resto de las puertas de la posada.

Cuando, a continuación, se acerca a los dormitorios de la planta baja, escucha ronquidos en dos de ellas y movimientos tras otras dos, lo que le indica que sus ocupantes están a punto de abandonarlas. En las cinco restantes no se oye nada, aunque eso no significa necesariamente que se encuentren vacías. En qué habitación duerme el semiogro propietario de El Susurro de la Ciénaga, no tiene forma de saberlo sin arriesgarse a abrir las puertas y echar un vistazo a su interior.

Lowen escuchó los susurros de Enrielle, comprendiendo que la situación se precipitaba y que no gozaban de mucho tiempo si querían entrar sin ser vistos. No sabía gran cosa sobre cerraduras, pero, de cara a reventarlas de un mangualazo, lo mismo daban una que tres.

- ¿Qué opináis? - miró a Thorwyn - ¿Podría tu magia abrir esa puerta antes de que nos descubran? Debemos actuar rápido, o tendremos que esperar hasta la noche otra vez.

Pensó en Kylian. No parecía que los sectarios hubiesen organizado un recibimiento para ellos. Quizá se habían visto diezmados y habían decidido huir antes de que los aventureros les alcanzasen. Lo que hacía que el tiempo corriese en su contra. Lowen sentía la impaciencia en sus extremidades, deseoso de actuar.

- Vayamos ahora. Los sectarios nos llevan demasiada ventaja...

Lo dijo todo en susurros, para que le llegase también a Enrielle.

Es un enorme alivio para mí ver regresar a Enrielle sana y salva de su incursión en solitario. Y también me tranquiliza que no haya guardias apostados en los balcones esperando nuestra llegada con sus ballestas preparadas, eso significa que Kylian no nos ha traicionado; aunque quizá le hayamos traicionado nosotros a él. Le prometimos que nos reencontraríamos aquí con él ayer por la tarde y no lo hicimos. Quiero creer que, cansado de esperarnos, se marchó a dormir y despertará durante nuestro asalto, aunque la verdad es que es muy improbable que eso suceda.

—Estoy con Lowen, deberíamos entrar ya. No vamos a tener una ocasión mejor —me muestro de acuerdo con mi apuesto campeón—. Tal vez ya no queden fanáticos de Takhisis para intentar detenernos después de que los matáramos a todos en el pantano, pero seguro que a los mercaderes que se alojan en la posada no les hace gracias despertarse y encontrarnos forzando las cerraduras del almacén en el que guardan sus cosas. Va a ser complicado explicarles que no estamos intentando robarles, así que cuanto antes entremos allí y de la forma más discreta posible, mejor. Y si de verdad hubiera enemigos ocultos, en ese patio somos presas fáciles de cualquiera, pueden salir de las habitaciones de abajo, de las de arriba, del comedor... pero una vez que estemos dentro del almacén, podemos resistir lo que haga falta aunque nos superen en número.

─¿Tres cerraduras? ¡Maldición! Sólo tengo memorizado un hechizo de Apertura y cada uno de ellos se puede encargar de hasta 2 de ellas... pero por fortuna tengo unas ganzúas y los humanos son bastante torpes haciendo cerraduras. A las malas repetiré el hechizo usando mi perla mágica ─reflexionó en voz "alta", entre susurros─ Pero no perdamos más el tiempo. Lluvia, si tienes que convocar el poder de tus espíritus, este es el momento. Yo haré lo propio...

Thorwyn se temía lo peor. O casi. Cabía la posibilidad de que nadie les estuviera esperando. Le gustaba esa posibilidad. No se la acababa de creer. Los draconianos "apostados" en la sala común de la posada era una mala señal. De las puertas de los huéspedes y del personal de la posada podía surgir en cualquier momento una considerable fuerza. Incluso junto al almacén, en las dependencias bajo la taberna superior, podía estar alguien durmiendo o vigilando. Pese a todo, el enano prefería pensar que habían llegado a horas intempestivas, demasiado tarde o demasiado temprano, depende de cómo lo interpretases, de manera que los nocturnos (como los draconianos) estaban demasiado cansados y los diurnos (como empleados del Susurro de la Ciénaga) todavía estaban durmiendo, con lo que contaban con la ventaja de la sorpresa. Pero como era precavido, no pensaba ir desprevenido, como en el último enfrentamiento.

Con la precisión propia de movimientos entrenados durante años y vocalización memorizada hasta el último detalle, el barbudo arcanista procedió rápidamente a lanzar no uno sino hasta tres hechizos: Armadura de mago, Escudo y Gracia felina. Con este pequeño arsenal se aseguraba una protección dura en torno al cuerpo, un escudo mágico que repelería los ataques que pudieran llegarle y una agilidad antinaturalmente elevada que le proporcionaría unos pies ágiles y un pulso firme.

Acabados los preparativos, Thorwyn se dirigió sin demora hacia la puerta del almacén, atento a cualquier sorpresa pero sin desperdiciar el tiempo deslizándose por las paredes. Sus pequeños pies, a diferencia de los de otros miembros de su raza, no resonaban con fuerza por botas pesadas, ni por exceso de carga, ni sus pertenencias tintineaban con sonido metálico a causa de su armadura. Aquel enano tenía cualidades extrañas para ser enano...

Aunque Enrielle se mueve con el sigilo de un gato y Thorwyn es también bastante silencioso para lo que suele decirse de los enanos, los otros dos miembros del grupo son ruidosos como maracas. Especialmente Lluvia Estelar quien, cargada como va, termina tropezando con su propio saco, chocándose contra Lowenherz y cayendo al suelo en mitad del patio causando un gran estruendo.

Mientras el solámnico se apresura a ayudar a su compañera sentimental a reincorporarse del suelo y Jilhazhí protesta por la caída. Thorwyn recorre los metros que le separan hasta la puerta del almacén con una tambaleante carrera y comienza a forcejear en la primera de las cerraduras. Las tres le parecen iguales, bastante normalitas; nada que no pudiera abrir si dispusiera del tiempo necesario para hacerlo, pero con el alboroto causado por sus compañeros es muy difícil que a uno no le tiemblen las manos mientras trata de accionar el mecanismo de apertura con sus ganzúas.

La exploradora de la Legión, arco en mano, otea a su alrededor muy atenta y consciente de que en cualquier momento esto se va a llenar de curiosos. No se equivoca. De una de las puertas de la planta baja sale un joven de unos quice o dieciséis años, poco más joven que Lowen y Lluvia, que se frota los ojos con gesto somnoliento.

—Eh, ¿qué pasa aquí fuera? —pregunta, antes de descubrir a la mística que-shu tirada en el suelo. Da un par de pasos hacia ella y parece que con intención de ayudarla pero entonces repara en el enano y grita muy asustado—: ¡Ladrones! ¡Auxilio, ladrones!

Da media vuelta y trata de regresar a la carrera hacia su dormitorio. Arriba, en el balcón, dos hombres en pijama se asoman con sus ballestas preparadas. Y en la planta superior del almacén escucháis sonidos inequívocos de actividad. Borrachos o no, lo que está claro que es que los draconianos que estaban "desayunando" allí no están sordos.

Lowen observó el estruendo causado por Lluvia. Él mismo no estaba siendo nada silencioso, pero la que-shu amortiguó todo el ruido que él causaba, hasta el punto en que no se oía nada más que el sonido de sus cacerolas cayendo al suelo. Había corrido a ayudarla, cuando tendría que haber sacado el arco y haberse preparado para detener a cualquier centinela que pudiese dar la alarma. Ahora, ante la mirada pasmada de los aventureros, los gritos del muchacho resonaban, y los enemigos comenzaban a emerger con rapidez. El espectáculo iba a ser indigno de ser contemplado.

- ¡Nos han descubierto!

Echó mano de su arco con rapidez, cargando una flecha y disparando contra los soldados recién levantados que les apuntaban con sus ballestas. No había salida de allí, más que abrirse paso hasta los túneles y correr por ellos a toda prisa. Y, tal vez, dejar un incendio a sus espaldas. Soltó la flecha en dirección a uno de aquellos tipos, y la vio volar muy cerca de su cabeza, aunque no tuvo claro desde su ángulo si le había alcanzado.

- ¡Date prisa Throwyn! - y luego miró a Lluvia - ¿Pueden tus espíritus darme fuerzas otra vez?

─¡Maldición, maldición, no, no, no, no, nooooo! ─exclamó mentalmente el enano apretando las mandíbulas al escuchar el indescriptible concierto de la patosa bárbara de las llanuras. Por si fuera poco al guerrero del grupo se le ocurrió vociferar que les habían descubierto. Por si alguien no se había enterado o tenía dudas...

Aquel estruendo, como cabía esperar, acababa de despertar a la posada entera. Ahora quedarían como ladrones en vez de pasar discretamente al almacén sin que nadie se enterase. Y como ladrones les tratarían. Incluso los draconianos quedarían como héroes y, si por un casual lograban sobrevivir a las fuerzas que se juntarían contra ellos en un momento, acabaría acudiendo la guardia de la ciudad. Más draconianos. La cosa pintaba muy mal.

Pero lo primero era lo primero. De momento tenían que sobrevivir a los próximos minutos. Después ya se preocuparían de lo demás.

─Cubridme, abriré la puerta.

Con mi ballesta amartillada en una mano y el saco con mis cosas colgado al hombre, entro en el patio sintiéndome aliviada de que todavía no haya nadie aquí fuera. Todo va a las mil maravillas y ahora solo queda que Thorwyn se ocupe del pequeño obstáculo que suponen las cerraduras y nadie se enterará de que hemos estado aquí...

O al menos eso pensaba justo antes de que el saco se me resbalara, tropezara con él y terminará cayendo de lado al suelo para no aplastar a Jiłhazhí.

Sin embargo, el estruendo que provoca mi caída me duele más que el costalazo que me acabo de llevar.

En las caras de mis compañeros veo su preocupación e incredulidad, mientras la vergüenza sonroja mis tostadas mejillas. Yo misma tampoco me termino de creer que acabe de echar por tierra nuestra discreta infiltración. Cuando Lowen me ofrece su mano para ayudarme a levantarme, no me atrevo ni a mirarle a la cara.

En lugar de eso, miro a los tipos que nos apuntan con sus armas desde la balconada y al escandaloso mozo de cuadras que nos acusa de ser unos ladrones. De no ser porque Thorwyn ya se encuentra forzando las cerraduras, todavía podríamos tratar de rebatir esa acusación, pero en estas condiciones lo mejor que podemos hacer es tratar de cubrirle mientras él se ocupa de la puerta, como nos pide.

Siento reparos en disparar a unos hombres en pijama que probablemente ni siquiera sean cultistas de Takhisis, sino mercaderes que piensan que les estamos robando. Así pues, en lugar de atacarlos, me dirijo hacia nuestro salvador enano para pedir a los espíritus de sus antepasados que le guíen en esta crucial labor que está desarrollando. Cuanto antes consigamos entrar en ese almacén, mejor para todos.

Tantos días de infiltración, escuchas a hurtadillas y peligros sorteados se habían ido por la letrina en un momento, a causa, ni más ni menos, de un estúpido saco de cacerolas que Lluvia Estelar había decidido arrastrar penosamente a la misión. Tal había sido el estruendo que los zapatazos del caballero parecían no haber emitido ni el más leve ruido.

Pero allí estaban. A ojos de quien los viera con las manos en la masa. Oh, y claro que los habían visto. Ese estúpido mozo de cuadras, con su estúpido grito y los dos estúpidos en pijama que se habían asomado con sus estúpidas ballestas. Enrielle se había puesto roja de rabia ante la estúpida situación, y entonces estalló.

— ¡Quietos vosotros dos, hijos de mil perras! ¡Sabemos lo que escondéis bajo esta posada infecta, jodones cagalindes! — les gritó — ¡Quietos u os juro que haremos que esta posada de mierda arda hasta su último cuartucho!

Tan pronto como Lowenherz detecta a los tiradores apostados en el balcón, amenazándoos a todos, el caballero de Solamnia actúa por instinto abatiendo a uno de ellos de un certero disparo. Sin más protección que su pijama, el infeliz se precipita desde las alturas y se estrella contra el suelo situado varios metros más abajo.

Desde la pasarela que conduce a las habitaciones del piso superior, el segundo ballestero comienza a dar voces pidiendo auxilio y acusándoos de ser unos asesinos. Sin dejar de gritar, dispara su arma contra Lowen, hiriéndole en el pecho.

Por su parte, Lluvia Estelar ha conseguido recuperar la verticalidad y ha acudido presurosa en ayuda de Thorwyn. A su manera. Una ayuda que consiste en moverse a su alrededor moviendo las manos de forma teatral y pidiéndole a espíritus que nadie puede ver que concedan al arcanista enano la pericia necesaria para abrir las tres cerraduras que clausuran el acceso al almacén.

Si los espíritus escuchan los ruegos de la mística que-shu o no, no hay modo de saberlo; pero lo cierto es que Thorwyn continúa forcejeando con la primera de las cerraduras sin éxito. Una más sencilla seguramente se hubiera abierto ya frente a sus persistentes esfuerzos, pero ésta se resiste a sus encantos enaniles.

Enrielle, entretanto, trata de intimidar al ballestero que queda pero al ver que es un tirador competente y que ha conseguido herir a Lowen, ella responde con sus propias flechas acabando con su vida de un certero flechazo. Varias puertas que dan a las habitaciones de huéspedes comienzan a abrirse cuando sus ocupantes se asoman a investigar el origen de la escandalera.

Es entonces cuando la primera pareja de draconianos aparece en lo alto de la escalera que conduce al comedor de la posada armados con espadas y ataviados con cotas de malla. Por los ruidos que se escuchan arriba, los otros dos no tardarán en salir.

Thorwyn, como buen enano, podía decir pestes de los suyos, de su sistema de vida o de las decisiones políticas que adoptaban, pero estaba orgulloso de sus creaciones, los mejores fabricantes de Ansalon, sin discusión… Por lo que a veces infravaloraba lo creado por los humanos. Esta habría sido una de esas ocasiones. O tal vez habría sido la presión de trabajar mientras se daban voces y se iniciaba un combate a su alrededor. La cuestión era que una simple cerradura humana se le había resistido.

Con su orgullo racial herido y la necesidad acuciante de entrar en la sala para protegerse de los ataques, Thorwyn se esforzó esta vez al máximo. La cerradura no tardó en ceder.

─Una fuera y quedan dos. Preparaos, cuando lance el hechizo se abrirán los otros dos cerrojos y podremos entrar ─susurró el enano a sus compañeros aprovechando el hechizo todavía en efecto.

Una vez que entraran en la sala al menos tendrían un respiro momentáneo. Podrían trabar la puerta, apuntalarla. Incluso si ésta cediera los enemigos solo podrían acercárseles de uno en uno. Le preocupaba, eso sí, lo que pudieran hacer los draconianos, en especial si contaban con un hechicero. Esos, además, explotaban. Y también el posadero, ese podía ser un enemigo temible.

Aunque, tal vez, si quedaban fortificados y nadie podía entrar en el almacén, tal vez lo intentaran con los túneles secretos… Pero no, era mucho mejor que fueran ellos y no los de fuera los que los localizaran. Si lograban dar con ellos podrían escapar antes de que acudieran refuerzos.

La mente de Thorwyn trabajaba a toda velocidad previendo los problemas que pronto tendrían que abordar. Se le daba bien preocuparse.

— Joder... — masculló la exploradora. No quería matar a nadie sin saber si lo merecían o no. Al principio pensó que eran empleados, pero recordó que éstos dormían abajo. Por otro lado, si habían salido tan deprisa o eran individuos valientes muy concienciados con la propiedad y siempre prestos a protegerla, o efectivamente eran adoradores de Takhisis que habían visto peligrar su tapadera, pues los otros huéspedes se asomaban temerosos. Como debían hacer, diablos. Se le ocurrió la idea estúpida de que que sería cómodo que los muy malnacidos llevasen un tatuaje en el pecho indicando quienes eran.

Miró hacia la escalera para ver a los feos y borrachos draconianos que bajaban en tropel hacia ellos.

— ¡Entendido Thorwyn, cuando digas! — respondió al enano en tono de apremio

La exploradora cargó dos flechas para dispararlas sobre el hombre-dragón más cercano.

Anticipándose a la carga de sus enemigos, y viendo a los dos tiradores abatidos, Lowen se giró hacia los draconianos. Recordaba el combate con tres de aquellos en la ciénaga, y ciertamente no tenía ganas de volver a probar sus afilados colmillos, aunque no podía evitar recordar el modo en que los había derrotado. Había tenido que usar todas sus energías para ello, esforzándose al máximo en cada golpe. Se centró en el disparo, tensando la cuerda de su arco y dirigiendo un proyectil hacia el más cercano de los reptilianos seres. Sin pararse a comprobar si el proyectil impactaba, se apresuró a colgarse el arco del hombro, sacando su escudo y su espada con la intención de proteger a Thorwyn de cualquier enemigo que pudiese atacarle. Supuso que el enano necesitaría concentrarse para invocar su poder arcano.*

- ¡Te cubrimos Thorwyn! - dijo Lowen con determinación.

Escucho el escalofriante sonido de un cuerpo chafándose contra el suelo del patio al caer desde la balconera. Me estremezco pero me obligo a no volver los ojos hacia allí, ni tampoco hacia las pisadas y el crujir de los tablones de madera de las escaleras situadas a mi izquierda. En lugar de ello, permanezco concentrada en Thorwyn y en invocar para él la ayuda de los espíritus.

Solo me permito esbozar una sonrisa cuando el habilidoso mago enano consigue abrir la primera de las cerraduras. Él está convencido de que su magia abrirá los otros dos cerrojos y yo confío plenamente en sus capacidades sortílegas. Espero que Enrielle y Lowen consigan mantener a raya a nuestros atacantes mientras tanto.

El joven solámnico dispara su arco una vez más pero en esta ocasión lo hace contra los draconianos que han aparecido procedentes del comedor, como Enrielle ya os había anticipado. Sin embargo, no es lo mismo disparar contra unos tipos en pijama, que contra unos feroces hombres-dragón cuyas escamas son tan resistentes como las armaduras que visten y la flecha de Lowen rebota inofensiva al impactar contra las defensas de su oponente.

Desenvainando su espada y aprestando su escudo, el caballero de la Corona se sitúa a los pies de la escalera para bloquear el paso a los draconianos que intentan llegar hasta vosotros. El primero de ellos, un ejemplar bastante imponente, blande contra Lowenherz su espada curva pero él logra bloquear el ataque con su escudo encantado.

La exploradora de la Legión de Acero acude entonces en auxilio de su camarada solámnico disparando dos proyectiles que se clavan certeramente en la carne de su enemigo. El draconiano gime de dolor pero todavía se mantiene en pie y dispuesto a luchar hasta las últimas consecuencias.

El segundo draconiano extiende sus finas alas y salta desde lo alto de la escalera, planeando torpemente para aterrizar a espaldas de la arquera. Solo la agilidad de Enrielle le permite escapar de la peligrosa estocada a traición, por muy poco.

Para entonces Thorwyn, a pesar de las distracciones de Lluvia Estelar (que danza a su alrededor) o tal vez gracias a ellas, consigue abrir la primera de las tres cerraduras que os impiden entrar en el almacén. Al mirar hacia arriba descubre que otros dos draconianos acaban de surgir del comedor y el imprero de ellos aletea por encima de su cabeza para aterrizar tras la mística que-shu, acorralándola.

En lugar de darme la vuelta para encarar al baaz que acaba de aterrizar a mi espalda, lo que hago es intentar rodear la pequeña montaña de paja para interponerla él y yo y, a continuación, me giro rápidamente para dispararle con mi ballesta cargada.

Antes de que se me eche encima de nuevo, guardo mi arma en el saco y blando la lanza que llevo a la espalda. 

—Thorwyn, los contendremos tanto tiempo como podamos, pero nos superan en número. Date prisa, por favor.

El acero del draconiano pasó peligrosamente cerca de su abdomen. Demasiado cerca. Enrielle pudo esquivarlo con movimiento rápido, pero no sabía cuánto más podría esquivar. De modo que de un salto retrocedió, de nuevo cargando su arco, pero esta vez apuntó al draconiano que estaba hostigando a Lluvia Estelar. Con el rabillo del ojo le pareció ver que el enano conseguía abrir la puerta, pero ese maldito cara de lagarto estaba posicionado de forma que cortaba la retirada de Lowen, y la suya propìa.