Partida Rol por web

Mis esforzados amigos consiguen traerme en tiempo récord hasta la orilla y, una vez allí, soy la primera en saltar a tierra de la embarcación. 

Pero una vez en la orilla, no echo a correr, sino que me siento en el suelo con las piernas cruzadas y entierro mis manos en el fango. No puedo perder un segundo buscando el cobijo del árbol más cercano. No nos lo podemos permitir. Debemos actuar lo más rápida y contundentemente posible contra este monstruo, antes de que sea él quien tenga ocasión de hacerlo.

—Oh, Padre Njiljeeh. Oh, Gran Cazador —invoco en un susurro reverencial al espíritu de la caza al que mis ancestros han rendido culto desde la noche de los tiempos—. Senos propicio para que podamos realizar para ti una ofrenda que sea de tu agrado. Aguza nuestros sentidos y concede puntería a nuestros golpes, para que no pueda escapar nuestra presa de nosotros.

Cuando por fin tocaron tierra, Lowen saltó de la barcaza hacia la arena, y se abalanzó corriendo contra la enorme criatura. El solámnico eludió a Lluvia, a la que escuchaba entonar sus cánticos una vez más, y se llenó de fuerzas y determinación, invocando en su fuero interno la fuerza oculta de los caballeros de solamnia.

El honor es mi vida.

La frase resonaba con fuerza en su mente, y parecía imprimir energía a sus brazos. Corrió junto a la arena, blandiendo el mangual sobre su cabeza mientras preparaba un potente golpe. Pero el caballero de la Corona no estaba preparado para el rápido giro de la criatura, ni para el breve temblor del agua ante su peso, y sintió que el equilibrio le fallaba. Por un momento dudó, sintiendo que su golpe no surtiría efecto.

Enrielle no podía compartir el entusiasmo de Lowen al enfrentar a esa monstruosidad. Más bien al contrario, tenía serias dudas de cómo acabaría el enfrentamiento, pero era eso o que los pillara navegando en la estúpida balsa y tuvieran que atizarle con las pértigas conforme sobrevolara sus cabezas. O arrancando sus cabezas, más bien.

Soltó la pértiga y se movió un poco buscando un buen ángulo de tiro, pero con lo grande que era el bicho tampoco tuvo que esforzarse demasiado para apuntar su arco por encima de las cabras de los otros. Cabezas que esperaba siguieran sobre los hombros muchos años más.

El enano del grupo habría entonado un cántico a Reorx por haber vuelto a tierra firme si hubiera dispuesto de tiempo, pero un simple "gracias" tendría que valer. Por desgracia aquel regreso no tenía que ver con la confortabilidad y sí con disponer de una base firme desde la cual lanzar un ataque y no ser aniquilados sin posibilidad de supervivencia razonable.

Tras un salto para salir de la barca más grácil de lo esperable para un miembro de su raza, Thorwyn no perdió el tiempo. No disponían de él. Con gestos decididos y voz firme convocó sus energías místicas para lanzarlas contra el monstruo, pero, aunque alcanzó al wyvern con un torrente de llamas mágicas, sólo lo rozó más que impactarlo¹.

El arcanista lanzó una maldición, esperaba que su hechizo hubiera hecho bastante más que lo que había conseguido con él.

Acto seguido, viendo que la bestia no sólo seguía activa sino que en unos pocos segundos estaría tratando de arrancarle la cabeza a alguien, Thorwyn decidió buscar cobertura aunque fuera de un árbol. Mejor eso que nada.

Sentada en el suelo empapado y jugando con el barro como una niña pequeña, Lluvia Estelar invoca a los espíritus de su pueblo para que os sean propicios en la batalla.

Detrás de ella, el arcanista enano salta también de la balsa y conjura un rayo ardiente que arroja contra el enorme reptil. Hacer blanco en él resulta sencillo, dadas sus dimensiones, pero el hechizo no parece causarle más dolor que unas cuantas escamas fundidas y algo de piel enrojecilla allí donde el proyectil mágico ha impactado.

Enrielle, en cambio, no pierde un segundo en bajar de la embarcación. Se planta decididamente en mitad de la misma y dispara con su envidiable puntería una flecha tras otra, atravesando la carne gris verdosa de la bestia y haciéndola rugir de rabia y dolor por las molestas picaduras.

De forma temeraria, vuestro guía salta de la barca y se lanza a la batalla vociferando y blandiendo su hacha con un entusiasmo impropio de la situación. La hoja de acero se estrella contra el costado de la criatura y rebota inofensiva sin lograr atravesar sus duras escamas.

Lowenherz corre tras Iblirack sin que parezca que el peso de su equipo de batalla le pese lo más mínimo y logra alcanzar el lomo del wyvern con su poderoso mangual. Por desgracia, el golpe es bastante torpe y es desviado por las protuberancias óseas que sobresalen de la espalda de la bestia.

Enfurecida por las provocaciones de sus atacantes, el draco gira sobre sí mismo haciendo templar el suelo con cada paso y se abalanza sobre la pareja de combatientes situados en el cuerpo a cuerpo. Su mortal aguijón se precipita desde las alturas contra el hombre-lagarto, aplastándolo e inoculándole su mortífero veneno. Allí queda tendido el bakali, en medio de terribles convulsiones. Pero el wyvern no ha acabado aquí su carnicería y lanza un feroz dentellada contra el caballero de Solamnia, atravesando con facilidad su camisote de mallas.

Las dos flechas se clavaron como diminutas astillas en el dragón. Porque era un dragón, ¿no? Demonios, si era verde y tenía alas... Maldita sea, toparse en la ciénaga con un dragón con cola de escorpión era lo que les faltaba.

El entusiasmo del hombre lagarto no duró apenas un asalto, lo que duró antes de que lo aplastaran con esa enorme cola. ¿Pero en qué cabeza entraba capturar vivo semejante monstruo para usarlo de montura? En la de un bakali obviamente no. Esos seres debían tener el cerebro del tamaño de una almendra.

Y ellos también, por no haberlo visto antes y esconderse a tiempo. Maldiciendo por lo bajo, la exploradora volvió a cargar más flechas, sabiendo que no eran más que mondadientes para el monstruo. Si lograra acertarle en algún ojo...

Lowen gruñó al sentir la mordedura de la criatura, al tiempo que emitía un grito de sorpresa y temor cuando su monstruoso aguijón se clavó en Ilbrack.

Adiós a nuestro guía del pantano. - pensó, mientras sus ojos seguían inconscientemente la trayectoria de aquel apéndice infecto.

Demasiado tarde, Lowen comprendió lo imprudente que había sido. Se había arrojado sin pensarlo un instante a por un monstruo del que no sabía nada, arrastrado por el ímpetu de las últimas batallas, y ahora se veía cara a cara con él, un monstruo enorme con un aguijón terrible.

Lowen decidió dar el todo por el todo, agitando su mangual con absoluta violencia sobre su cabeza, mientras buscaba con denuedo el cráneo de aquel monstruo infernal.

- ¡Solamnia! - volvió a gritar.

Había ciertas criaturas en el mundo, como goblins, kobolds y, aparentemente hombres-lagarto, que no sabían medir sus fuerzas. Cuando uno se enfrenta a criaturas mucho más grandes que uno mismo, una buena medida de precaución o alguna estrategia inteligente no están de más. Lanzarse al ataque sin más, en línea recta, sin nada que te respaldara, era poco menos que un suicidio. Lowenherz, por fortuna, era mucho más resistente y poderoso que el bakali y aguantó la primera embestida del monstruo, aunque había tenido la suerte de que el agijón del wyvern había ido dirigido al pobre Ilbrack. Éste, claro, no había sobrevivido a la experiencia.

─¡Lluvia, salva al hombre-lagarto! ¡Le necesitamos! ─exclamó el enano.

Y bien cierto era aquello. Ilbrack era su guía, el único que sabía realmente a dónde iban. Y ahora, si sobrevivía, además de haber revivido gracias a la supuesta reencarnación de su diosa, podría dar testimonio del poder de los guerreros capaces de acabar con el wyvern. Aunque para ello haría falta conseguir abatir a aquella cosa mortífera además de revivir a su escamoso guía.

Sin perder más tiempo, Thorwyn invocó nuevamente un hechizo, formándose esta vez 2 dagas de luz resplandecientes que, atravesando velozmente el aire, fueron a clavarse infalibles en la bestia. Acto seguido avanzó para colocarse entre árboles que pudieran servirle de cobertura mientras avanzaba tras Lowen.

En cuanto veo caer a Iblirack, víctima del veneno del wyvern, comienzo a recoger barro de la orilla mientras inicio un cántico para que Sahanahráy-iiná, el espíritu de la vida, imbuya con su inconmensurable poder esta tierra sagrada.

AH-UH NAYAH OH WA OH WA SHON-DAY OH WA OH WA SHON-DAY CAN-NON NON NOHA AH-UH NAYAH
OH WA OH WA SHON-DAY OH WA OH WA SHON DAY YEHA NOHA AH-UH NAYAY TOR SHNA NENA NAY
YAYAH NENA NAY YAY YEHA NOHA AH UH NAYAY TOR SHNA NENA NAY YAYAH...

Escucho la voz de Thorwyn, tan preocupado como yo misma por la salud de nuestro guía y por la importancia de que no muera aquí o nos encontraremos irremisiblemente perdidos de nuevo. Pero los espíritus son caprichosos y reclaman que les prestemos la atención que merecen antes de prestarnos sus dones.

Para la desesperación e incredulidad de sus compañeros, Lluvia Estelar se queda donde está: sentada en la orilla jugando con el barro.

Sabiendo que Lowenherz corre un gran peligro enfrentándose cuerpo a cuerpo en solitario con el pavoroso wyvern, Thorwyn lanza una andanada de proyectiles mágicos a la criatura que impacta infaliblemente contra él. Furiosa, la bestia libera a Lowen de sus fauces para lanzar al cielo un rugido de dolor.

También dispara Enrielle tras avanzar otro paso y situarse en la proa de la embarcación. Una de sus flechas rebota inofensiva contra el escamoso cuerpo de la criatura pero la otra se le clava en un ojo, dejándola tuerta y haciendo que brame de dolor una vez más.

El caballero de la Corona aprovecha este momento para situarse en el punto ciego del monstruo y descargar su letal maza sobre el cabeza del wyvern. La bola de acero destroza el cráneo, reduciéndolo a un montón de afiladas astillas óseas que se clavan en el cerebro del infeliz draco. Si teníais alguna esperanza de capturarlo con vida, ya os podéis olvidar de ello. La criatura se desploma lateralmente, muerta antes incluso de tocar el suelo.

Siento auténtica admiración por el coraje de mis compañeros y por el de Lowen más que por el de ningún otro. Se ha lanzado en solitario a enfrentar a ese monstruo y lo ha destrozado de un solo golpe.

Mi labor, mucho menos espectacular que la suya, es igualmente valiosa aunque posiblemente no todos sabrían apreciarla en su justa medida. Si no neutralizo el veneno del wyvern, Iblirack morirá sin remedio y creo que soy la única que tiene una posibilidad de conseguirlo.

AH-UH NAYAH OH-WA OH-WA SHON-DAY OH-WA OH-WA SHON-DAY YEHA-NOHA...

Así, con mis manos ahuecadas y llenas de barro del pantano, me incorporo del suelo y avanzo hacia el cuerpo tendido del bakali. Sin dejar de cantar, cubro su picadura con légamo sanador. Está muy débil y no estoy segura de poder salvarle. Su herida es grave pero no es la que más me preocupa. Es la ponzoña que se extiende por su organismo a toda prisa la que le matará en segundos si no consigo frenarla.

Cuando el wyvern cayó, Thorwyn de repente se dio cuenta de que estaba reteniendo la respiración. Exhaló profundamente. Su respiración, a pesar de lo corto del enfrentamiento, todavía era agitada.

─¿Estás bien Lowenherz? ¿Enrielle? ─dijo mientras se pasaba la mano por la calva para quitarse un poco el sudor. Con el calor que hacía allí era difícil saber si era a causa de éste o de la agitación del combate.

El bakali estaba siendo atendido por Lluvia, que con sus extraños rituales bárbaros ya le había revivido a él mismo en una ocasión. Aquello era magia, la llamaran como la llamaran, la entonaran en el idioma que la entonaran. En fin, reflexiones para otro momento.

Poco a poco, no sin cierta suspicacia, el enano se fue acercando a la bestia caída, una vez se aseguró de que ésta estaba muerta. Un mal estertor con aquel aguijón del tamaño de una daga podría ser mortal. Y ahí estaba precisamente el trofeo. Seguro que aquel veneno debía valer una fortuna. Por desgracia él era armero y forjador, no alquimista. Aunque tal vez...

─Lowen, ¿crees que podrías ayudarme a separar el aguijón del cuerpo? No sé extraer el veneno, pero seguro que tiene que ser bastante valioso, o quizás podría usarlo Enrielle, ¿no?. Y el aguijón como trofeo, también podría valer unas cuantas monedas...

Thorwyn podía pasar cualquier vicisitud, la que fuera, y monetarizarla. La que fuera. Seguro. Enano ambicioso...

— Sí, estoy bien, gracias. — dijo Enrielle bajándose de un salto de la lamentable embarcación . Se acercó al monstruo dracónido, husmeando con cautela el cráneo destrozado por el brutal mazazo del caballero. A pesar de que era evidente que estaba muerto, la muchacha no se lo terminaba de creer. — Vaya, buen golpe Lowenherz.

Observó extrañada a Lluvia Estelar cómo trazaba circulitos en el barro, pero cuando la vio acercarse al cuerpo del idiota del guía lagarto, y entendió que se trataba de algún ritual. Negó con la cabeza.

— Vaya un guía que nos ha caído. Cuando nos dijo que la causa de estar medio muerto por ahí había sido que un compañero suyo lo había tirado por accidente al agua teníamos que haber sospechado que estos bakali son un poco lerdos. — comentó aprovechando que el ser estaba prácticamente en el otro barrio y no le escuchaba. — Espero que en el poblado haya alguno medio centrado.

En cuanto Thorwyn empezó a hablar de veneno, Enrielle se acercó interesada.

— Hum, desde luego que untar las puntas de las flechas puede ser útil en una situación desesperada... Aunque no se mucho acerca de venenos. — comentó, dispuesta a ayudar al enano en la extracción de los elementos que quisiera extraer.

Lowen contempló a la bestia desplomándose sin poder casi creerlo. Su golpe, imbuido por la fuerza de los ancestros de los que-shú y el orgullo guardián del pueblo solámnico, la había derribado con gran violencia y efectividad, finalizando con el enfrentamiento de forma rápida y quirúrgica. No se podía decir que lo hubiese hecho solo: el disparo de Enrielle y la magia de Thorwyn habían contribuido a enfurecer a la bestia, y eso le había permitido hallar el ángulo necesario para asestar tan brutal golpe a placer.

- Gracias, Enrielle. - dijo, rascándose la cabeza con fingida modestia - No habría podido hacerlo sin vosotros. - Y sonrió.

Tampoco habría podido hacerlo sin el lagarto, pensó. Lo cierto es que Ilbrack había cargado junto a él contra aquella bestia, y se había llevado la peor parte: un aguijonazo indudablemente ponzoñoso, cuya mordedura tal vez el propio Lowen no hubiese resistido. Dándolo por muerto, Lowen se agachó pensando en cerrarle los ojos, pero entonces se percató del cántico que Lluvia mantenía persistentemente desde hacía un rato. A base de viajar con la que-shu, y gracias a las conversaciones que habían tenido en su intimidad, Lowen había aprendido algunas cosas sobre su religión, sus espíritus y el poder de estos. Había aprendido a respetarlos, y a reconocer su poder. Y, aunque el lagarto le parecía muerto más allá de toda posible recuperación, no era la primera vez que se imaginaba eso. Así que se apartó, dejando que Lluvia hiciese aquello que sabía hacer mejor, confiando en que lo salvaría.

- Puedo ayudaros con el aguijón, si os hace falta. - le dijo a Thorwyn, sacando su espada - Aunque solo sea a cortarlo...

Aunque la mística que-shu consigue ralentizar la expansión del veneno mortal por el organismo de Iblirack, éste no se encuentra fuera de peligro ni mucho menos. Sus venas se han hinchado y ennegrecido y sus labios se han amoratado, pero Lluvia Estelar no ceja en su empeño y sigue canturreando mientras le embadurna de barro la herida.

Sus esfuerzos reciben su recompensa cuando vuestro guía parece recobrar el conocimiento, abre los ojos y mira a su salvadora. Pero el alivio dura solo unos instantes porque en seguida comienza a convulsionar y salirle espuma sanguinolenta por la boca.

El joven chamana intenta devolverle la consciencia por todos los medios a su alcance, invocando desesperadamente a los espíritus de sus antepasados y del propio Iblirack, pero el veneno es letal y ella solo consigue estabilizarle de nuevo. Vuestro guía se sume entonces en un coma profundo del que tardará días en despertar sin la ayuda de Lluvia Estelar.

Entretanto, los demás os habéis estado ocupando de viviseccionar al wyvern muerto y tratar de localizar el depósito donde guarda su veneno. Perpetráis una auténtica carnicería antes de localizarlo en unas glándulas situadas en el propio aguijón, pero con la cuidadosa mañana de Enrielle os las ingeniáis para extraer cantidad suficiente como para impregnar con ella la hoja de un arma o de una punta de flecha. O podrías guardarla en un frasquito si tuviérais dónde hacerlo.

La arquera del grupo y el enano hicieron un mano a mano para lograr extraer el veneno que quedaba en el aguijón. Seguro que habría habido una manera más productiva de conseguir esa sustancia, pero trabajaban con lo que sabían, que no era demasiado. Localizaron el mortífero líquido y rápidamente Thorwyn aportó un vial que siempre llevaba por si acaso. Esta vez les vino de perlas.

─Toma, guárdalo tú. Espero que no lo necesites. Pero me reservo el derecho de reclamártelo si surje la necesidad de un disparo milagroso. Magia... ─"aclaró" el arcanista enano.

"En caso de necesidad" era una expresión sumamente laxa, pero seguramente sería un caso fácil de identificar. Por ejemplo, un disparo a gran distancia, más de 100 metros. En ese caso Thorwyn tenía en su haber un hechizo de adivinación extremadamente útil, Impacto Verdadero, que permitía realizar disparos de ese tipo con más seguridad que los arqueros más experimentados.

En cualquier caso, debían descansar. Sin su guía no llegarían muy lejos y en las condiciones en las que estaba... todavía era dudoso que incluso Lluvia Estelar pudiera sacarle de ese estado.

─Acampemos y veamos qué podemos conseguir de interés de los restos de la masacre organizada por el wyvern.

¿Estaba el theiwar dando órdenes? ¿O acaso eran sugerencias en las que su poco tacto natural hacía que olvidara palabras como "si os parece" o el condicional. Desde luego Thorwyn no era el as de la diplomacia, pero si había que apostar por la persona más inteligente del grupo seguramente no habría más dudas. Aunque él mismo votaría por Lluvia, la que tenía la mayor cantidad de sentido común. Tal vez empatada con Enrielle, que a pesar de no conocerla demasiado todavía parecía una persona cauta y discreta.

Enrielle maldijo por olvidarse de la redoma vacía que había abandonado en el campamento días atrás tras dársela al enano de beber cuando lo dejaron literalmente frito. Por suerte, el mismo enano aportó un vial propio cuando entre ambos terminaron de despiezar toscamente el cadáver.

— Magia, ¿eh? — dijo la exploradora, que más bien pensaba en complicados sortilegios, extrañas combinaciones de reactivos y otros incomprensibles rituales. — Ya. Sin problema Thorwyn, yo lo guardaré y, hum, espero también no tener que usarlo. — dudó si darle las gracias o no. Le había quedado la sensación de que si lo utilizaba en el momento equivocado -equivocado para el enano- éste le pediría luego algún tipo de compensación económica. Por supuesto, con el vial vacío de vuelta y quizás algún gruñido por añadidura. Estos condenados enanos. — Gracias. — le dijo finalmente, aunque casi sonó más como una pregunta.

Al comprobar que el guía estaba vivo, se sintió aliviada. Era un descerebrado, pero al menos sabía donde estaba su poblado. O eso quería pensar. Se acercó y puso una mano sobre su hombro.

— Lo has logrado una vez más, Lluvia. Has salvado a nuestro guía, y si realmente sabe dónde vamos habremos evitado perdernos en este lugar, que visto lo visto no parece el mejor sitio para vagar sin rumbo, y gracias a tí. Bueno, si es que se despierta... Como sea, tengo un contraveneno en mi mochila. Si ves que lo necesita para salvarlo... me fío de tu criterio.

Luego se afanó con Thorwyn en husmear por el campamento y los hombres lagarto mutilados por el wyvern ayudando de nuevo al enano a encontrar algo útil. Descubrió que le agradaba trabajar con él. Obviamente era un enano, claro, con sus cosas de enano como todos los enanos, pero era práctico, y eso le gustaba.

Viendo que sería más un estorbo que otra cosa, Lowen se apartó y dejó trabajar a la exploradora y el arcanista. Aquello se parecía mucho a la matanza de cerdos que hacían en su pueblo, pero era una tarea de mayor delicadeza, y al final del día Lowenherz no dejaba de ser un bruto salido de una región humilde y sin recursos. Por otro lado, Lluvia seguía con sus cánticos desesperados, tratando de salvar al hombre lagarto a toda costa. No queriendo interrumpir su concentración, el guerrero se apartó e inspeccionó los alrededores. Se preguntaba si aquel monstruo viviría cerca, si tendría alguna cueva a la que se llevase los cuerpos mutilados de los seres a los que cazaba para devorarlos. Mientras husmeaba, se aseguró de volver hasta la barca y meterla en tierra, de modo que no flotase a la deriva durante su descanso, dejándoles sin su medio de transporte. Tras un rato, vio que Lluvia detenía sus cánticos, y le pareció percibir que Ilbrack respiraba débilmente. Pero no estaba muerto, y aquello significaba mucho para ellos.

- Buen trabajo, Lluvia. - le dijo, tocándole el hombro con suavidad - Tal vez deberíamos descansar.

Se sentía abrumado por el esfuerzo. Había puesto toda su energía en remar y en el breve pero brutal combate con la criatura. Pese a ello, ayudó a improvisar una camilla en la que llevar a Ilbrack al interior de alguna choza. No podrían ir muy lejos hasta que despertase, y los alimentos no abundaban en demasía.

Me llevo la mano a la frente perlada de sudor y dejo un rastro de barro en ella. Mi paciente aún vive y eso debería confortarme, aunque me siento un poco fracasada por no haber sido capaz de devolverle el vigor perdido. Por fortuna, mis amigos siempre encuentran palabras amables con las que consolarme. Les dedico una sonrisa cansada pero agradecida y ayudo a Lowen a transportar a nuestro guía hasta una de las cabañas cercanas.

Es una suerte que hayamos llegado precisamente hasta otro de estos campamentos que los bakali tienen repartidos por el pantano. Aunque quizá no lo sea para las pobres víctimas del wyvern, cuyas vidas están más allá de mis limitadas capacidades.

Lo que sí puedo ofrecerles es un reposo para sus cuerpos y paz para sus espíritus, así que paso el resto de la jornada tratando de ofrecerles un entierro digno a falta de madera seca con la que armar una pira funeraria.

Enrielle andaba entre las chozas. Poco y menos tenían aquellos desdichados hombres lagarto, que en algunos casos por no tener ya no tenían ni cabeza. Así pues ayudó a Lluvia Estelar a enterrarlos en la poca tierra seca que encontraban, que no tardaba en convertirse en barro si profundizaban un poco.

Tras el ingrato trabajo de enterradoras, el cual había pasado rumiando mientras cavaba con una piedra y luego arrastraba los cuerpos, se lavó las manos y se acercó a Thorwyn.

— Guárdalo tú mejor, Thorwyn. Fue idea tuya sacárselo, al fin y al cabo, y si dices que te puede venir bien para tus... — dudó — "cosas mágicas", mejor. Yo sólo lo usaría para mojar en él una punta de flecha y desearle una muerte rápida al que la reciba. — le dijo con media sonrisa.

Luego suspiró cansada, mirando el cielo que iba cambiando de color conforme atardecía. Silbó y su halcón Nudillos voló a su puño.

— ¿Quedan frutas de las que forrajeamos esta mañana? Habrá que conseguir más... Y mejor si logramos atrapar algo que no sea venenoso. — comentó, dirigiéndose sobretodo a Lluvia Estelar, que se había demostrado curtida en desenvolverse en lugares salvajes. Por otro lado algo que no le sorprendía, dados sus orígenes. — Aún quedan varios días de viaje y quién sabe lo que nos encontraremos más adelante.