Partida Rol por web

Por ridículo que pueda parecer, mi mayor preocupación no es nuestro cautiverio. Tampoco lo es estar divididos tanto físicamente como en nuestros propósitos, pues esto es algo que empieza a ser recurrente. Ni siquiera tener que enfrentarnos a esa Llama Negra (sea lo que sea) me causa tantos quebraderos de cabeza como el tener que mantener mi burdo disfraz durante toda nuestra estancia en compañía de los enanos de Thoradin.

Bajo tierra me resulta imposible calcular el paso del tiempo y, en consecuencia, la posición de las tres lunas en la bóveda celeste. Así pues, asumo el peor de los escenarios posibles: que Solinari se encuentra en fase de luna nueva y no solo no acrecienta mi poder, sino que lo debilita.

Eso significa que debo invertir buena parte de mis energías arcanas en mantener esta apariencia indigna de mercader humano, reduciendo así de forma significativa el número de conjuros ofensivos para la batalla que se aproxima.

Extraño a Shilara más de lo que extraño al resto, me inquieta la suerte que pueda haber corrido la fortaleza voladora y sus ocupantes en nuestra ausencia y me irrita no poder comunicarme con el Cónclave. Por supuesto, podría regresar a mis aposentos o incluso a Wayreth en pocos segundos pero eso significaría abandonar a mis compañeros al no poder teletransportarme de vuelta hasta aquí.

En cualquier caso, no me molesta tanto que nos hayan aislado como el haber tenido que cambiar mi rutina. Además, obligado como estoy a renovar mi disfraz cada poco tiempo, me resulta imposible meditar durante largos periodos. Esto me mantiene en constante tensión, por si alguno de nuestros anfitriones decide entrar a traerme algo de comer o sencillamente a comprobar que sigo bajo custodia.

En definitivas cuentas, toda esta experiencia sirve para convencerme de que sería conveniente fabricar en el futuro un objeto como el de Kylian que me permita cambiar de aspecto a voluntad. Quizá una versión más refinada.

No obstante, todas estas consideraciones quedan relegadas a un segundo plano cuando me encuentro formando parte del impresionante ejército de Thoradin. Está claro que este no es lugar para mí, pero tampoco pienso abandonar a mi amigo Ulfgar en esta peligrosa misión. A fin de cuentas, la recompensa que nos aguarda si tenemos éxito es el motivo que nos ha traído hasta aquí.

En otras circunstancias el ingeniero enano se sentiría como pez en el agua, en un ejército de enanos pertrechados para la batalla avanzando hacia el campo de batalla, con el retumbar de la música de marcha haciendo resonar los pasos del ejército y rebosar el temor en los corazones de los enemigos. El enemigo: enanos corruptos que habían renegado de su dios, Reorx. Enemigos dignos y aceptables, pues. El objetivo: lograr una gran victoria para un reino enano que asegurara la paz y la estabilidad durante las próximas generaciones.

En apariencia todo estaba bien, pero el fondo del asunto, el cómo se trataba, cómo se había integrado (o desintegrado) a los héroes de Mem, quién y cómo dirigía la marcha, eso eran notas discordantes. El ingeniero enano no estaba entre los suyos, los enanos de Kayolin. Sobre su cabeza la roca y no el cielo. Los enemigos, otros enanos, no ogros, goblins o tropas humanas malvadas. El líder del ejército era un enano que por mucho que dijese ser Profeta de Reorx, dudaba seriamente que tuviera siquiera contacto con él a través de sus dones y cuya arrogancia y terquedad eran epítome de los peores calificativos que las razas ajenas a los enanos utilizaban para caracterizarlos. Y los Memhemitas, los héroes de la fortaleza volante de Mem, se habían dividido. Nada bueno había en las divisiones y nada bueno auguraban. En su conjunto, una cacofonía.

Y sin embargo Ulfgar marchaba con el ejército en el Pelotón que les habían asignado (Slökkvihópur svarta loga en enano), bajo el estandarte que él mismo había diseñado, la Llama Negra bajo el martillo de Reorx. Tenían un objetivo difícil, a decir del rey de Thoradin, uno casi imposible. 500 soldados podían resultar muy pocos dependiendo a qué se atacase. Y fuera lo que fuera la Llama Negra ya había resistido al menos una vez el embate de las fuerzas de Thoradin. Pese a todo había que intentarlo, había que tratar de ganarse la maza que habían venido a buscar. Esto era lo más valioso que podían aportar, participar de la batalla. No eran simples guerreruchos, con poca o ninguna experiencia en combate. Los héroes de Memheim habían luchado y sobrevivido a numerosos enfrentamientos, algunos de ellos contra enemigos contra los cuales no se suele luchar, menos sobrevivir y aún menos salir victoriosos.

─Si no habéis participado antes en una batalla real, mantenéos juntos, a mi vera. Cuando comience se desatará el caos y es fácil perderse. Tenemos libertad para movernos como queramos, pero os recomiendo no separaros del ejército o éste no os podrá defender... ─comentó a sus compañeros el enano, evidentemente un veterano de guerra.

Ojerosa, malhumorada y sucia de barro del pantano, Enrielle acompañaba a sus compañeros a la guerra en silencio. Cada golpe de tambor le provocaba dolor de cabeza. Estúpida cerveza enana. Había recuperado sus armas, pero por mucho que había ladrado los malditos enanos tenían la cabeza de granito y no habían cedido. Y Klunurig tampoco estaba allí. Por mucho que lo había intentado convencer había sido inútil, de modo que sólo restaba desearle suerte y que su caótica decisión no les trajese más problemas.

Levantó la cabeza cuando Ulfgar dijo que no se separaran y gruñó algo ininteligible a modo de respuesta. No se podía creer que de verdad estuviera participando en esa condenada guerra. El estúpido Kylian siempre parecía saber qué palabras la harían cambiar de opinión. Y pensar que había sido ella la que le había intentado convencer primero de ir allí...

Kylian marchaba seguro de sus posibilidades y orgulloso del estandarte que el Alto Thane había dispuesto para su pelotón. Era mucho más de lo que los solámnicos o los duranti-asesinos, habían hecho por ellos. Aquel estandarte representaba no sólo al pelotón que encabezaban, sino que afianzaba un sentimiento de pertenencia a algo. 

- Quizás podamos dejar de ser una proscritos. - Se dijo a si mismo. - Allí donde vamos somos rechazados. Puede que sea esa manía nuestra de sembrar el caos, la muerte y la destrucción..  - Sonrió para si mismo.

Pero pronto se le borró la sonrisa. Una bestia magmática acababa de engullir a un oficial enano que trataba de arengar a los suyos en la batalla. Aquello sí era una guerra y no una mera escaramuza como las que habían vivido hasta la fecha. 

- ¡Oh Gilean, protégeme de la llama! - Imploró. 

El olor del sudor, del cuero, del acero, del aire tórrido y viciado de las profundidades... todas esas son cosas que me repugnan en esta marcha casi tanto como tomar parte en esta guerra fanática a la que jamás deseé unirme.

Los campos de batalla no me son ajenos. Yo sé bien lo que es luchar por defender aquello en lo que crees. He combatido por mi patria y he presenciado los cadáveres innúmeros de mis compatriotas cayendo frente a los invasores minotauros, pero esto es diferente. Para empezar porque entonces batallaba a lomos de Shilara y no rodeado de ruidosa y maloliente soldadesca enana; y, para continuar, porque aquí los invasores somos nosotros.

De alguna manera, resulta reconfortante estar aquí en compañía de Ulfgar. Él parece tan habituado y tan cómodo en medio de este mar de cuerpos acorazados que su tranquilidad resulta contagiosa. Incluso a pesar del retumbar de los tambores.

También es bueno que Flechas de Muerte haya decidido al fin unirse a nuestro pequeño pelotón. Aunque apenas hace un par de meses que nos conocemos, la he visto combatir en tantas ocasiones que puedo afirmar sin temor a equivocarme que es uno de los activos más valiosos en batalla que jamás he conocido. Sea lo que sea la Llama Negra, tiene menos posibilidades de sobrevivir si la legionaria de acero está a nuestro lado.

Y si a esto sumamos la ausencia de Klunurig, mis esperanzas de victoria o al menos de una retirada sin bajas por nuestra parte se acrecientan notablemente. Pero el Destino siempre encuentra la manera de recordarme que la esperanza es un arma que blande contra mí en cuanto le doy la ocasión de hacerlo.

Tan pronto como avistamos desde nuestra posición elevada el asentamiento de los zhakar, conjuro sobre mí un sencillo sortilegio de protección y me preparo para enviar a mis pequeños exploradores a recorrer las inmediaciones y alertarnos así de la presencia de fuerzas hostiles que se nos aproximen. 

—Rodeadnos a cien metros y regresad si veis acercarse a criaturas peligrosas —les ordeno en mi lengua natal y, aunque sé que no pueden ver en la oscuridad tan bien como yo mismo, confío en que la tenue iluminación de los alrededores sea suficiente para ellos.

Solo me lleva un minuto hacerlo, pero ninguno de los pequeños orbes oculares tiene ocasión de volver junto a mí antes de que la tierra se abra a nuestros pies y de ella brote ese aterrador coloso de piedra y magma. Su repentina e inesperada aparición me sobresalta, pero me obligo a mantener la cabeza fría a pesar de los gritos y el caos que desata a nuestro alrededor.

Una pareja de enanos en desbandada está a punto de derribarme pero me apoyo en una pared de roca cercana y logro mantener la verticalidad mientras ellos escapan a la carrera. Cuando vuelvo a mirar en dirección a mis compañeros, veo que uno de los guardaespaldas de Stonehand está hablando con Ulfgar pero el ruido no me permite oír lo que dicen. Me consuelo pensando que tal vez lo hagan en lengua enana y yo no podría entender lo que hablan aunque les oyera. Conozco un hechizo para comprender cualquier idioma, pero este no parece el momento más adecuado para lanzarlo.

En lugar de ello, avanzo hacia Enrielle, tomo su mano y hablo directamente a su oído para que consiga escucharme por encima del vocerío.

—Te confío mi vida como te la confié en Shrentak, heroína de la Desolación. No hay dragón de carne, ni de piedra que pueda enfrentarse a ti.

Si Enrielle tenía resaca, la espantosa aparición de La Llama Negra la despabiló de golpe. Cuando pasó la situación de peligro, Enrielle se apresuró en hacer unas danzas pélvicas mientras repartía el barro que le quedaba de su abrazo a Klunurig.

—¡Chislev, protégeme del fuego! ¡Huh, huh! — exclamó intentando imitar a Klunurig con la torpeza habitual.

Entonces llegaron las órdenes de perseguir al dragón. Ellos solos. ¡Y sin la Dragonlance, maldición! ¡Ese estúpido rey enano y sus malditas prisas!

Aprestó una flecha sin perder de vista el túnel por el que se había marchado cuando notó que el gordito y afable mercader le agarraba una mano suavemente para susurrarle al oído.

Enrielle se giró un momento y miró a Ailaserenth tras su disfraz. Sus palabras disiparon toda duda que hubiera albergado, llenando su corazón y encendiendo su ánimo como la verdadera heroína que era. Flechas de Muerte de Dragones. Aquel monstruo no debía escapar de allí.

Apretó la mano del elfo y lo miró asintiendo con total determinación.

—¡No te abandonaré! ¡Juntos lo derrotaremos! — le respondió en grito para hacerse oír.

Zhakar no era lo que esperaba el ingeniero enano. La maravillosa arquitectura de Thoradin, su magnificencia, brillaba tanto como sorprendía lo improvisado y precario de las construcciones de los enanos corruptos. Aquellos enanos, que no habían visto nunca la luz del sol o las lunas, que adoraban a una criatura en vez de a un dios, su dios, se habían abandonado a la miseria y se habían condenado a sí mismos a una existencia lamentable. Su exterminio le dolería, por el desperdicio de vidas, pero no por realizar ningún acto malvado. Eran ellos los corruptos, los zhakar, mientras que las huestes de enanos que habían descendido sobre ellos lo hacían para asegurar una existencia libre de la amenaza de la muerte y la corrupción. Nada más avistar su asentamiento el Yunque Poderoso preparó sus defensas, invocando el poder de Reorx para mejorar la efectividad de su armadura¹.

Sabía también Ulfgar que estaban allí porque el último ataque contra los zhakar se había visto truncado por la aparición de la Llama Negra. Sabía que tal criatura, a la que adoraban los enanos corruptos bajo Thoradin, debía ser fastuosa, de gran poder, suficiente como para poner a su servicio y proveerle de comida a los zhakar, pero no sólo eso, también para detener los poderes del monarca enano. Cuando hizo acto de aparición, su surgimiento de la tierra y la destrucción que desató resultó impresionante. No esperaba menos. Sobrecogedor, sí, pero no lo suficiente. Así que cuando llegó el mensajero de Severus simplemente asintió, convencido.

Su tarea estaba clara, ahora quedaba llevarla a cabo. Y antes de siquiera pensarlo, debían protegerse o ese "todo lo que podáis" podía transformarse en sólo unos segundos. Llevó su mano al pecho y, firme en su lugar como una estatua, murmuró para sí invocando la ayuda de su dios en gutural y profunda lengua.

─Reorx, protege a este tu siervo fiel, porque nuestro enemigo nos atacará con gran furia y sólo tu ayuda puede salvarme².

Tan pronto como presenciáis los ardientes efectos de vuestros enemigo, aquellos de vosotros que podéis protegeros contra el fuego no dudáis en hacerlo como primera reacción casi instintiva. Únicamente Ailaserenth no lo hace, al carecer de sortilegios que puedan defenderle contra las fuerzas elementales.

En pocos segundos os quedáis completamente solos. Bien por terror a la Llama Negra, bien por disciplina y obediencia a sus oficiales, lo cierto es que el ejército de Thoradin ha continuado su avance sobre Zhakar; dejándoos atrás protegiendo su retaguardia. Una extraordinaria muestra de confianza en vosotros que esperáis no defraudar.

Todavía podéis escuchar las pisadas de cientos de enanos alejándose de vuestra posición, pero no es el único sonido que se escucha. En el túnel lateral por el que ha desaparecido la Llama Negra podéis oír los sonidos de refriega y los gritos de dolor del paladín de Reorx que heroicamente ha atraído sobre sí la indeseable atención de la bestia.

- Calma Vendaval, calma. - Intervino el gnomo. - Antes de acudir a un suicidio seguro, debemos preparanos. Los enanos no pudieron cabar con la criatura antes y de no ir con todas nuestras bazas, puede que nosotros tampoco aportemos demasiado.

Mientras Kylian decía aquello, avanzaba lentamente hacia el lugar donde había desaparecido la criatura ignea. Una de las pocas ventajas que había adquirido al reencarnarse en goblin, era que podia ver con facilidad en la total oscuridad. 

- ¡Oh Gilean, haz de mi bastón un arma mágica! - Imploró.

—¡Un momento, que no veo nada! — protestó Enrielle.

Mientras Kylian hacía lo suyo, que era básicamente pedirle cosas a Gilean, Enrielle sacó de su mochila la antorcha siempreardiente. En ese momento echó de menos a su querida aprendiz. La kender tenía muchos talentos, ella lo sabía bien, y sujetaba la antorcha con verdadera profesionalidad. La Legionaria no reconocería que en este sentido abusaba un poco...

─Invocaré una luz cuando esté cerca de la Llama Negra, atrayéndolo hacia mi. Resistiré lo que pueda. Vosotros atacadle lo más fuerte que podáis...

Con esas simples palabras se despidió el Yunque Poderoso de Reorx de los componentes de su grupo, comenzando su avance hacia la bestia. No esperaba llegar a tiempo de salvar al paladín enano que había osado atraer la atención del monstruo, pero su muerte habría ganado tiempo para el ejército de enanos, como serviría la de Ulfgar, si sus compañeros no lograban pararle a tiempo de acabar con él.

─Reorx, te lo imploro, dota a este viejo cuerpo de la resistencia que precisa para soportar los más duros embates de la batalla. Y porque soy viejo pero quiero vivir mucho más, contar esta historia y fabricar armas y armaduras que estén a la altura de momentos como este.

Oigo a Kylian pedirnos cautela, pero el valeroso enano que está dando su vida por sus compatriotas no necesita tibieza por nuestra parte, sino que correspondamos su valentía con la nuestra. Y Ulfgar parece bien dispuesto a enfrentarse a nuestro enemigo.

Así pues, lanzo un sortilegio para dar alas a nuestros pies y aguzar nuestros reflejos de modo que podamos llegar antes hasta la Llama Negra. Con suerte, todavía habrá alguna esperanza para el campeón de Thoradin.

Espoleados por la magia de Ailas y vuestros propios deseos de enfrentar a la Llama Negra, os internáis en el pasillo por el que le habéis visto desaparecer persiguiendo al Paladín de Reorx.

Sin embargo, no tenéis que avanzar demasiado antes de toparos con él a muy pocos pasos en cuanto dobláis un recodo del serpenteante pasillo.

La luz que lleva Enrielle proyecta siniestras sombras sobre el enorme y palpitante cuerpo de la bestia de lava, que se mezclan con su propio resplandor anaranjado. La Llama Negra os da la espalda en estos momentos, centrado como está en despedazar al enano que yace tendido en el suelo sobre un charco de su propia sangre.

Ahora que tengo tan inquietantemente cerca a nuestro adversario, no puedo evitar examinarlo con más detalle y preguntarme si es algún tipo de dragón auténtico protegido por una armadura de obsidiana volcánica o si se trata de un constructo creado y animado por la magia de los zhakar.

Ninguna de las dos opciones resulta demasiado alentadora, pero tal vez me daría alguna pista sobre sus vulnerabilidades y sus puntos fuertes.

Mi reacción inmediata ante su proximidad es protegerme bajo una nueva ilusión que enmascare mi actual posición y, acto seguido, parapetarme tras la pared más próxima para evitar ser visto.

- ¡Oh Gilean, que el poder de la justicia guíe mis actos! - Imploró la goblin. 

Acto seguido, su tamaño se dobló su fuerza y resistencia aumentaron de forma exponencial. Todavía no estaba lista del todo para el combate y le hubiera gustado poder seguro lanzando protecciones divinas, pero no iba a ser posible. 

Por desgracia el valeroso paladín yacía muerto en el suelo sobre un charco de sangre y la bestia ígnea ya se encontraba frente a ellos lista para plantar cara. Iba a ser un combate desigual y posiblemente alguno de ellos no lo contara. Él haría todo lo posible para que no fuera así. 

El paladín de Reorx, como había temido el ingeniero enano, yacía en el suelo, el monstruo ensañándose con su cuerpo. Ahora les tocaba a ellos continuar su labor, a ser posible, claro está, sin perecer en el proceso.

Ulfgar, ya asistido por la magia del elfo, juzgó necesario de todas maneras recurrir una vez más al poder de su Dios, esta vez de forma más intensa todavía¹. Lo hizo con premura pero entonando su oración con cuidado. Necesitaba la ayuda de Reorx para ganar ese combate. Y cuando al fin sintió cómo el poder divino recorría cada fibra de su cuerpo, encaró a La Llama Negra, su martillo sagrado preparado para asestar un golpe².

Dando un paso adelante, Ulfgar llamó a la bestia a voz en grito, con intención de incitarle a atacar:

─¡Eh, tú, gusano hipertrofiado, ven a enfrentarse a la muerte!