El Río del Tiempo no discurre de igual modo en los dominios que Chemosh posee en el Abismo. Al menos, no en el decadente palacio con el que ha recompensado tus servicios y que, en realidad, es más una prisión que otra cosa.
Sentada en tu trono de huesos, escuchas con apática resignación cómo espectros sin rostro te susurran sin descanso tus logros y tus pecados, para que jamás puedas olvidarlos. Rememoran para ti momentos bochornosos que quisieras no haber vivido y también escenas de triunfos gloriosos ahora perdidos para siempre. Te hablan de los compañeros muertos a los que no salvaste y de aquellos a los que, creyendo salvar, condenaste a una eternidad de servidumbre a tu amo. De lo que una vez fuiste y de lo que pudiste llegar a ser pero ya nunca serás.
Lo has probado todo para espantarlos, pero siempre terminan regresando con su desmoralizante letanía.
Deambulando por los laberínticos e inacabables pasillos de tu palacio, en ocasiones has creído percibir la sombra de algún ser querido. De Briand, de Enrielle, de Vallev... Pero siempre se desvanecían cuando tratabas de hablar con ellas.
Ahora, hace tiempo que no los recorres los corredores. ¿Para qué? Has perdido la cuenta de cuántas puertas has cruzado buscando la salida de este lugar o simplemente alguien con quien conversar y cada una de ellas te han conducido indefectiblemente al mismo lugar: una inmensa biblioteca con estanterías tan altas que se pierden fuera del alcance de tu vista. Estanterías repletas de libros que se convierten en polvo en cuanto posas tus manos sobre cualquiera de ellos. Y, en el centro de la estancia, tu trono de huesos.
No sufres ningún tormento físico, pero en ocasiones te preguntas si esto no será peor. Si Chemosh no se habrá olvidado de ti y dejado aquí para toda la eternidad.
Sin embargo, por primera vez en tu monótona existencia de ultratumba, percibes ahora la presencia de esa oscuridad impenetrable y aterciopelada que antecede la aparición de tu dios.
Tedio, aburrimiento, olvido, angustia y ansiedad. Con eso le había premiado sus servicios su dios patrón. Y con un palacio... un palacio polvoriento y desierto para ella sola, totalmente sola.
La ironía de Chemosh era evidente al dotar a ese acogedor palacio con una enorme biblioteca que al verla uno pensaría que podría albergar todo el conocimiento y sabiduría de Krynn. Con todo aquel conocimiento reunido, Kyliana habría tenido una eternidad algo más apetecible, pero no. Aquella broma era más bien un castigo a sus inicios, pues kylian fue un monje dedicado a la Neutralidad y el Equilibrio encarnados en Gilean.
- Nunca abandone del todo la Senda del Equilbrio. - Se dijo a si misma. - Por eso me castiga...
Y se lo tenía bien merecido, pues nunca fue abiertamente maligna aunque si hiciera cosas en vida, que podrían considerarse malvadas. Su objetivo final nunca fue la destrucción de la vida y la infestación que se había desatado sobre Ansalon. No. Ella quería encontrar un nuevo equilibrio entre el bien y el mal y había reclamado los dones del dios de la Muerte al que ahora y pese a todo, amaba.
- Los hecho tanto de menos... a todos, pero sobre todo a Lluvia y a Enrielle... - Hubiera suspirado de tener aliento. - Y a Ailaserenth... nunca probé su carne. Y sus aprendices... - Apretó sus huesudas manos. - Cuanto placer me dieron. - Pensó entonces en Valev. - Debieron destruirle cuando yo me fui...
Y entonces... algo paso. La sutil presencia de su carcelero eterno.
- ¿Eres tú? - Preguntó. - Mi señor, sabía que no me habías abandonado en esta prisión de piedra y polvo...
—Sí, querida, ¿quién si no yo vendría a visitarte? —te susurra dulcemente la oscuridad—. Vengo a hablarte del regalo que me hiciste, de esa criatura llamada Leodinia. La han soltado y se ha escapado. Nunca antes nadie había roto unos grilletes como los que tú forjaste para su alma...
»Y, lo reconozco, eso me ha causado cierta contrariedad. No porque su pérdida sea importante para mí, sino porque su fuga ha supuesto que muchas de las almas que la seguían estén abandonando los cuerpos que ocupaban y regresando al Abismo.
»Sé bien que este no ha sido un golpe asestado por mortal alguno, sino por los dioses de la Luz. Se han conjurado no para acabar conmigo, sino para quebrantar esa Senda que tanto amas. Han propiciado la destrucción de los santuarios de Nuitari, Sargonnas, Zeboim e Hiddukel en Herida del Alma. Han atacado el corazón mismo de Morgion en su templo subacuático y ahora se ensañan con mis leales ejércitos. Y estoy convencido de que tú sabes por qué lo hacen. Para poner fin al Equilibrio y enseñorearse de Krynn.
- Traté de hacer todo lo que pude por ti en vida. - Le respondió Kyliana a Chemosh. - Traté de complacerte. Hice lo que me ordenaste hacer en el mausoleo de la Santa, traté de destruir a los morgionitas como quisites. Protegí tu santuario en la Herida del Alma y mírame...
La esquelétia versión de Kyliana de Mem se señaló de arriba abajo con sus esqueléticas manos. No parecía dichosa, más bien su tono era de enfado.
- Mi belleza desapareció demasiado pronto. - Apretó sus huesudas manos. - Me arrebataste tanto y a tantos... - De nuevo, hubiera suspirado de poder respirar. - Confié en ti. Confié que al final de mis días, habría una recompensa para mi. Creí que podría reencontrarme con las personas que quise en vida. Enrielle, Briand, Valev, Lluvia, Klurunig... - Negó con su calavera. - Y muchos más... lo sabes bien. - Se pasó sus manos por su rostro cadavérico. - ¿Te resulta gracioso atormentarme con sus siluetas apareciendo y desapareciendo en cuando las toco? ¿Te parece un castigo razonable poner a mi disposición una biblioteca interminable, a la que tampoco puedo acceder? ¿Qué hice tan mal para recibir tanto castigo? - Le preguntó finalmente.
—¿Esto te parece un tormento, querida? Tendrías que ver lo que les hago a quienes me defraudan realmente —el susurro suena cariñoso, pero crees notar un poso de amenaza—. No te preocupes por la belleza, eso es algo tan efímero... Mientras que nosotros somos atemporales, eternos, ¿no es así? Ese es mi regalo para ti, la eternidad. No conocerás la sed, el hambre, ni el cansancio. Has trascendido las ataduras de la mortalidad. ¿Qué pueden importarte un puñado de almas insignificantes? No me culpes porque no estén aquí las de quienes todavía no han muerto, ni de que algunas de las que pertenecieron a tus viejos amigos no deseen reencontrarse contigo. Tendrás que preguntarte a ti mismo qué les hiciste, aunque supongo que el hecho de que los condenaras al Abismo es un motivo más que justificado para que ahora te rehúyan en la muerte, ¿no te parece?
Aquello hizo reflexionar a Kyliana.
No le convencían los argumentos de Chemosh acerca de que le había reglado la eternidad, ni sobre lo efímero de la belleza. Una eternidad sola, en aquel palacio de pesadilla y teniendo que ver su demacrada imagen al otro lado del espejo, se antojaba más un castigo o una tortura que un premio. No obstante, ¿se podía esperar algo diferente de un dios maligno como el que tenía como patrón?
La respuesta quedó en el aire, pues Kyliana, pese a intuirla, no quería conocer la verdad.
Pero lo que realmente le dolió fue el hecho de que Chemosh le hubiera intentado abrir los ojos en cuanto al rechazo que las almas de las personas que tanto amó en vida, ahora la rechazaran por el hecho de haberlas condenado al Abismo Insondable donde ahora se encontraban. Ella actuó siempre de buena fe. Quizás de forma algo más egoísta de lo que debiera, pues no quiso nunca dejar marchar a ninguno de sus amigos, cuando su destino no era otro que la muerte.
No esperaba aquello. No esperaba que una vez muerta, ese fuera su destino final. Necesitaba a sus amigos y nunca más estaria con ellos. Si no fuera porque estaba muerta, se suicidaría.
- ¿Qué quieres de mi? - Preguntó sin tapujos y sin darle demasiadas vueltas al asunto que habían tratado hasta el momento. Le dolía demasiado.
—Por el momento, solo quería asegurarme de que supieras que, a diferencia del resto del mundo, yo no me he olvidado de ti. No he olvidado tus servicios, ni tampoco que fracasaste al recuperar para mí el Sudario de la Takhisis, ni que con tu muerte perdiste la maza que ella bendijo para Verminaard de Nidus. De haber tenido esas reliquias en mi poder, ahora las cosas serían muy diferentes. Pero, no temas, quizá todavía encontremos la manera de que puedas redimirte ante mí. Hasta entonces, querida, disfruta de tu palacio.
Y, con estas palabras, el siniestro dios se desvanece dejándote de nuevo en compañía de tu soledad y de los espectros de aquellos cuyas vidas arrebataste al servicio del Señor de la Muerte.