Partida Rol por web

Finalmente el conde Godofredo accedió a ir directamente al castillo del antiguo señor de Aedai. Sabía que entre nobles se entendían y le recibiría y trataría bien. La fortaleza resultó  hallarse sobre una pequeña colina, algo alejada del resto de edificaciones de la ciudad. Tras rodear una pequeña loma os topáis con el curso de una torrentera y con un puente que la superaba conectado a el risco afilado sobre el cual reposaba aquel antiguo y oscuro castillo en el que abundaban los arcos y las bóvedas, así como amplios ventanales. La luna llena reinaba sobre el manto negro de la noche iluminando el torreón central, la Torre de Lucien, así como la puerta negra que da acceso a ésta justo a los pies del puente. La mera visión de aquella construcción producía escalofríos.

No esperaron más y cruzaron el puente y caminaron en ascenso hasta el portón. Tras llamar a la puerta y esperar un par de minutos escucharon unos pasos y alguien cuando se detuvieron tras la puerta, una ventanilla se abrió dejando ver unos tristes ojos pertenecientes a un anciano rostro. Aquel hombre miró a los recién llegados con una mezcla de sorpresa y curiosidad. No dijo nada y cerró la ventanilla para acto seguido abrir la puerta.

Te percatas por la arquitectura y el estado de conservación de aquel castillo, que su construcción debe ser anterior a 700 años como mínimo. No obstante, su estructura sigue siendo muy sólida.

Creéis escuchar risas en la lejanía, así como chillidos de algún tipo de animal que no sabéis reconocer. No obstante, no podéis estar seguros de nada.

El hombre que abrió la puerta, resultó ser, en efecto un anciano vestido con librea, un mayordomo sin duda. Parecía tener poca vista, pues no conseguía centrar la mirada sobre el grupo. Su apariencia era moribunda, por el pálido color de su piel. Tras unos segundos interminables por fin les localizó.

- Se-an muy bienve-nidos. Soy Gra-zón... - Dijo hablando con lentitud y con una voz entrecortada. - Pa-se, pa-sen... - Les ofreció. - No se que-den a-llí

Tras atravesar la puerta principal el grupo accedió a un patio descubierto interior rodeado por la muralla de la fortaleza. El mayordomo os hizo una señal para que esperaseis allí y se marchó lenta y parsimoniosamente. Tras algunos minutos el regresó e hizo pasar a los recién llegados a lo que llamó “Salón Principal”. Allí les esperaba su anfitrión.

Se trataba de un espigado y demacrado hombre con mirada perversa y facciones afiladas y muy marcadas. Sus labios eran de un color rojo oscuro y os miraba con cierto desprecio pero sonriente. Este extraño y escalofriante personaje estaba rodeado por una serie de rufianes armados que lucían la heráldica de la casa, un cisne plateado sobre un fondo azur.

- Bienvenidos, bienvenidos... - Dijo sonriente y mostrando su afilada dentadura. - ¿Han tenido un buen viaje? Espero que si. Estarán hambrientos, ¿verdad? Le diré al servicio que pare la mesa y en media hora podremos cenar. ¿Les parece?

El conde de Miramonte dió un puntapie en el trasero de su sirviente para que este le anunciase como era debido

Me mantuve en un discreto segundo plano mientras avanzábamos. No era la clase de criaturas con las cuales estaba acostumbrada a asociarme y tampoco tenía especial interés en cambiar aquella costumbre. De camino a la castillo, no me fui difícil identificar que la manera de actuar de aquel DelCojón era poco menos que lamentable, porque ni siquiera le llegaba a los talones en cuanto a todo cuanto solía hacer un orco. En época de apareamiento, ventosidades y restriegos era lo mínimo que se pedía para poder marcar a la hembra escogida y demostrar que se estaba dispuesto a defender lo que se deseaba.

Ver a dos orcos macho peleando por una hembra era una visión embriagadora.

Cuando alcanzamos el lugar, me fijé en lo sólida que parecía. A pesar de todo, no era precisamente nueva. Sin duda alguna habría sido tomada no una sino multitud de veces y su dueño y señor en la actualidad, no sería muy diferente a los de otras épocas.

Nos recibió un anciano al que apenas parecían quedarle dos suspiros y que parecía estar a punto de desmayarse.

-La estructura será muy sólida pero si este hombre es el ejemplo de lo que vamos a encontrar en el interior, no entiendo como es posible que tengan aún dominio sobre estas tierras -comenté para los demás.

En el interior, nos recibió otro hombre, este de un aspecto diferente, menos anciano, pero con rostro despreciable. Vi de reojo que el conde golpeaba al enano asqueroso para que le presentara, y sonreí.

-Debéis disculpar a nuestro sirviente. Es idiota además de poco higiénico. Pero cuando consiga formar una frase, nos presentará.

— Porque al contrario que vosotros, la fuerza de la civilización está aquí. — se señaló la sien, respondiendo a Urma — Incluso el anciano más decrépito y enfermo es peligroso si tiene cerca suficientes manos que empuñen espadas.

Y así más o menos le pareció cuando entraron al Salón Principal, porque el individuo demacrado no tenía mucho mejor aspecto que el mayordomo.

Tras el puntapié merecido al sucio DelCojón, Hassim suspiró preguntándose qué lamentable presentación iría a dar el patético siervo que tanta expectación estaba generando. ¿Un pedo, tal vez? No le sorprendería en absoluto. Lo bueno era que el anfitrión estaría acostumbrado y gustaría de esos detalles. Así eran los infieles, al fin y al cabo.

Por supuesto que él haría una presentación mucho más elegante y elocuente, pero no quería pasarse de siervo con el conde, así que se mantuvo en silencio observando con altivez los rufos armados del salón. Putañeros y ladrones con toda seguridad. Como todos los infieles.

Al final fuimos al castillo, donde se encontraba la torre que llevábamos tiempo buscando, recorriendo los caminos. Nos abrió un carcamal, que no se tenía en pie. Si le soplaba, seguro que le tiraba de culo. Entramos y le seguimos hasta la sala principal donde se encontraba nuestro anfitrión y sus lacayos, gente de bien. Me quedé observando la sala de arriba a abajo, al igual que a la gente allí dispuesta. Pero sobre todo me fijé en las cosas de valor que hubiera a la vista. El puntapié de mi señor me sacó de la inopia.

-"¡Ehhh, sí, mi señor!" Dije rápidamente.

Al escuchar hablar a la semiorco, la miré furibundo. ¿Nuestro sirviente? Creo que se confundía totalmente con eso. Yo solo servía a mi señor Godofredo, al igual que ella, la enana y el samaritano eran súbditos de rancio abolengo de él. Me agaché, haciendo una genuflexión a modo de respeto y presenté al grupo.

-"Ante vos, nuestro buen anfitrión, se halla sir Godofredo Amaury de Malfête, el Audaz, conde de Miramonte, de Apremont y de Papincourt. Afamado guerrero e ilustre pensador. Yo soy DelCojón el Bribón, su más preciado escudero. Y esta gente que nos acompaña son los lacayos y criadas de mi señor." Dije con una sonrisa.

El conde de Miramonte se hinchó como un palomo y dibujo una confiada sonrisa, como hacía siempre que era anunciado.

No pudo si no reír por la forma en que Delcojón tildó al resto de compañeros como sus lacayos.

-¡Oh, no  es tan así!-añadió restándole importancia.

-Lady Dwama es una vieja compañera de viajes muy querida por mi persona. El joven If Hassim, pese a ser un sarraceno es hombre sabio y valeroso y aquí la tal Urma Grabroz es una nueva adición a mi valerosa cohorte más si es bien cierto que todos camina bajo la protección de mi estandarte, no son siervos de mi Casa, ¡si bien todos serían bienvenidos a la mesma con los brazos abiertos!-dió una amistosa y fuerte palmada a If Hassim y estalló en carcajadas.

-Mi buen anfitrión, de buen grado aceptamos la invitación. ¡Comamos hasta reventar para celebrar aquesta reunión!

A Hassim le cogió desprevenido el fuerte manotazo del conde, que lo desplazó un paso hacia delante. Las carcajadas de éste le provocaron una mueca de desagrado por un momento, pero se forzó a sonreír, asintiendo como quien le sigue a alguien la corriente. Luego volvió a recuperar su formalidad para centrar entonces su atención en el hombrecillo con más aspecto de maleante, el líder de aquellos hombres de la peor estofa. El bribón DelCojón podría pasar perfectamente por uno de ellos si se le ataviaba con la ropa adecuada.

Aquel desagradable hombre se quedó unos instantes mirando, como pensativo a aquella sarta de bufones que había acudido a su hogar. Se relamió el labio justo antes de dar una palmada rompiendo el silencio imperante.

- Bueno, bueno... - Sonrió levemente. - Bienvenidos a mi mansión. Mi nombre es Cainneah Shamush, señor de Aedai. ¿A qué se debe su visita? - Fue Godofredo quien iba a contestar, pero Cainneah le interrumpió. - ¡No, no, no conteste! - Dijo muy serio. Entonces sonrió de forma perverse mientras le miraba directamente a los ojos. - Hágalo durante la cena. ¿Tienen hambre, verdad? Yo si y es tarde...

El señor del castillo se dio media vuelta, le hizo una indicación a su mayordomo y abandonó el salón camino del comedor escoltado por dos de sus guardias.

- No quiero tonterías allí dentro. - Les advirtió uno de los guardias al que habían escuchado que llamaban Egel. - Mi señor es un hombre noble y no gusta de tonterías y paparruchas. - Dijo mirando principalmente a DelCojón. - Su hospitalidad es grande, no cojan el brazo cuando les ofrecen la mano. ¿Entendido?

- Egel... - El ancando mayordomo llamó la atención del guardia. - No asus-tes a los invita-dos del se-ñor. - Le reprendió. 

El soldado frunció el ceño y apretó los labios. Dio un paso atrás y bajó la mirada. Fue entonces cuando Garzón se acercó al quinteto de extraños invitados y les dedicó una leve reverencia.  

- Discúlpenle. - Les pidió. - No es muy listo pe-ro si muy fiel. - Desveló. - Si me si-guen...

Escoltados por Garzón y con el ojo de aquel guardia clavado sobre ellos, avanzaron a través de un lúgubre y húmedo pasillo, sólo iluminado por la tenue luz parpadeante de las velas del candelabro que portaba el mayordomo. Los pasos de Garzón eran lentos y temblorosos, por lo que tardaron más de lo esperado en atravesar unos pocos metros, pero finalmente llegaron hasta una enorme puerta de dos hojas.

Garzón abrió la puerta, la cual daba paso a un enorme comedor con un techo alto, iluminado por antorchas ancladas a la pared y una enorme chimenea al fondo. Pese a todo, la luz era escasa y el ambiente estaba algo enrarecido por el intenso silencio y aquella luz que no dejaba ver mucho más lejos de las narices de uno. Una enorme mesa se hallaba en el centro, sobre una alfombra roja y rodeada de columnas y con tapies con motivos de caza en las paredes. Y de caza eran los dos enormes mastines que se hallaban reposando sobre la alfombra.

Cainneah se hallaba sentado en uno de los extremos de la mesa, la cual ya estaba montada para él y cinco comensales. Una enorme cazuela había aparecido en la mano de Garzón, que esperaba para servir el puchero cuando os acomodásteis y los mastines gruñían. Sólo cuando Cainneah les acarició el hocico se calmaron y volvieron a tumbarse sobre la alfombra para dormir.

- Se que mi apariencia es horrible. - Dijo de pronto su anfitrión. - Mi familia sufre una severa enfermedad que está acabado con todos. Soy el último de mi linaje. Un castigo divino supongo. - Concluye con una risotada fuera de lugar. - ¡Pero siéntense, siéntense! - Exclamó. - Se va a enfriar al sopa...

Seguí al decrépito mayordomo, mirando y observando todo con sumo celo. Sobre todo las cosas de valor y las posibles salidas de este sitio. Iba detrás de mi señor, resguardo por su imponente porte. A los lados y detrás, iban los demás lacayos, porque eran lacayos de Godofredo. Al llegar al salón o comedor, nos distribuimos por la larga mesa. No estaba acostumbrado a sentarme en una para comer, a menos que estuviéramos en una posada, así que rebullí en mi asiento, incómodo. Al lado del adefesio del anfitrión había dos enormes canes de caza, de esos que en dos bocados te han devorado medio cuerpo. Estaban intranquilos por nuestra presencia, hasta que el adefesio los tranquilizó. De primero íbamos a comer sopa, por lo que parecía... ¡Estaba hambriento! Miré la cubertería, para ver de qué material era, ¿oro, plata?

Cuando DelCojon quitó su atención sobre aquellos dos enormes perrazos se percató de algo. Algo un tanto incómodo y avergonzarte. Sus pantalones de habían caído a la altura de las rodillas. Enseguida trató de subirselos de nuevo, algo que le resultó imposible por alguna razón que no compendia. 

DelCojon contrariado, frunció el ceño y miró a su señor con temor a una represalia. Volvió a tratar de subir sus calzones pero le fue imposible. Era como si una fuerzs opuesta a la suya se lo impidiera. Intentó entonces quitárselos, pero nada. Imposible también. Era como si se hubieran quedado anclados a la altura de las rodillas mostrando sus vergüenzas sólo cubiertas por una raídos y amarillentos calzones interiores.