Partida Rol por web

Me quedé extasiado al ver aquellos tapices que representaban una batalla. Cuando me di la vuelta, vi que mis compañeros habían tirado por el pasillo donde se oían los glugluteos. Al verme libre de ataduras, morales claro, me afané en buscar tesoros por los sarcófagos, sala y detrás de los tapices. Tal vez encontrara algo que nos valiera para terminar con la bestia o con la maldición.

DelCojón iba a lo suyo, le importaba bastante poco lo que estuviera pasando en la otra estancia. El conde Godofredo le había ordenado que investigara y buscara una salida rápida por lo que pudiera suceder y eso haría... más o menos. Pero no sin antes buscar algo que saquear. 

En su afán por saquear, DelCojón fue investigando sarcófago por sarcófago en busca de joyas, oro u otros objetos de valor. Incluso realizó varios cacheos a los muertos, que por suerte no se levantaron, que dado todo lo que había estado sucediendo en aquel castillo, tampoco sería algo demasiado descabellado. 

No es que reuniera demasiadas cosas. Un par de baratijas a lo sumo. Halló un brazalete dorado, un par de anillos y unos pendientes con unas piedras preciosas, además de una daga y un cinturón de buena manufactura que puedo sustraer de los cadáveres. Todos ellos estaban más que muertos. Sus pieles estaban tensas como sábanas y resecas. DelCojón no era un experto en esos asuntos, pero tuvo bastante claro que llevaban tiempo muertos. 

Fuera como fuera, se había llevado algunos regalos. No sabía cuanto sacaría por todo ello, pero pudo calcular casi unas doscientas monedas de oro, lo cual no estaba mal para un rato desenrollando vendas de cuerpos momificados y perturbando en cierta medida su descanso.

— ¡Un gran pavo animado por oscuras fuerzas necrománticas! — declaró If cuando vio a la monstruosidad no-muerta - ¿Qué clase de maldad sobredimensionaría un pavo de tal forma, y lo dotaría de no-muerte? ¡Monstruo infiel, esta tumba será tu tumba! — le gritó.

Hassim levantó las manos y mirando al techo empezó a entonar un cántico breve invocando a su dios para que le diera la fuerza de diez camellos con el fin de devolver al pavo de vuelta a los infiernos, junto a su caráncula demoníaca.

Al ver que no había grandes riquezas, solo baratijas, decidí ir por el pasillo estrecho por donde se habían ido mis compañeros. No quería tardar mucho, a ver si mi señor me iba a regañar por tardar tanto. Corrí hacia adelante a toda velocidad, con la ballesta preparada para ensartar a la bestia que hacía esos glugluteos tan horripilantes. Lo extraño era que no los había vuelto a escuchar o el ruido de combate, lo cual me indicaba que o ya se habían encargado de la bestia o la bestia se había encargado de ellos. Cuando llegara a una esquina, me pararía en seco, escondido, para otear primero y actuar después. No quería delatar mi posición a nadie.

El pavo zombie cargó con todo contra lo primero que encontró por delante. No fue otra cosa que la buena dama Dwama, quien se vio sorprendida por afiladas y podridas garras. No pudo evitar una primera embestida recibiendo un tajo enorme a la altura del vientre. Una segunda garra voló hacia su cuello, pero el urgorsh pudo desviar el tajo mortal. Sin embargo, el pico de aquel ave no-muerta, se cerró entorno a su torso apretando con fuerza e inmovilizándola al instante.

Dwama, atrapada en el poderoso pico del pavo zombie, trató de zafarse. La enana se revolvía como podía tratando de liberarse, pero a cada movimiento que llevaba a cabo, más fuertemente se cerraba el pico sobre ella y más dolor le causaba.

- ¡Acabad con él! - Gritó desde su desfavorable posición. - ¡Godofredo, acaba con él! - Imploró.

Había estado sopesando qué hacer para ayudar a los demás, pero antes de que me diese cuenta, el enorme pavo ya estaba atacándonos y tenía a Dwana contra la pared, como quien dice, completamente expuesta. Eso no me dejaba muchas opciones, así que sin perder más tiempo, me aproximé un poco y le lancé al pavo el conjuro grasa sobre el pavo para que no pudiera atacarla, ni a ella ni a los demás, y tuvieran todos tiempo para en su caso, huir, y en el de los demás, aprovechar y atacar sin peligro.

-¡Deprisa, aprovechad ahora! ¡Dwana, sal de ahí! -le grité, en cuanto se lo lancé.

-¡Por todos los Santos Castigos de nuestro Bendito Señor!-Farfulló Godofredo en cuanto tuvo a la vista a aquella demoníaca criatura.

Nada más ver el pavoroso ataque del no muerto plumífero contra su camarada Enana, el Conde de Miramonte reaccionó con rapidez, lanzando una plegaria directamente sobre Dwama

-¡Señor! ¡No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarla!

Con aquello algunas heridas de la robusta guerrera se cerrarían, pero no bastaría para curarla del todo. Al menos podría darle tiempo para liberarse de aquellas fauces afiladas.

-¡Delcojón! ¡Donde te has metido, patán!-Chilló con voz atronadora. -¡Acude ahora mesmo junto a tu señor o serás presa del suplicio al llegar a Miramonte!-Amenazó tan fuerte como le fue posible.

Mientras tanto, decidió tratar de infligir tanto daño como le fuese posible a aquella aberración de la brujería.

-¡Que tu palabra cierre los cortes! ¡Que tu presencia sane las pústulas! ¡Que tu poder elimine la podredumbre!

Una luz sacra envolvió al ave, inflingiéndole daño sagrado

-¡If! ¡Sáca a Dwama de sus fauces, así la dama verde podrá obrar su magia!

Iba corriendo a toda mecha, intentando llegar lo antes posible a la llamada de mi señor. Un buen escudero acudía presto cuando se le requería. Por el camino se me cayó la cortina que hacía de pantalón, no sé cómo, por lo que llegué en paños menores. Nada más llegar me quedé ojiplático al ver al monstruoso ser, por lo que pensé en darme la vuelta y volver por donde había venido, pero la presencia de Godofredo me infundió valor y apresté la ballesta. La trincharía como se hacía en Navidad.

-"Ya estoy aquí, mi señor!"

Hassim sintió la fuerza divina que llenaba sus músculos, y su cuerpo ganó temporalmente un volumen que hizo que se apretara bajo la armadura. El pavo de la muerte se estaba zampando literalmente a Dwama, la cual era pequeña pero rechoncha, y quizás gracias a eso no terminaba de bajar por el gaznate del ser. El paladín aferró su espada encomendándose al último de los profetas y, haciendo un molinete, se lanzó al ataque con la esperanza de que con su potente ataque el monstruo liberara a la enana de su podrido pico.