Partida Rol por web

Chakta Ren salió de su casa y dejó a los aventureros a solos.

El asunto había escalado realmente rápido. Balaudrin solía tomarse su tiempo para reflexionar sus respuestas, algo que Mosco no hacía en absoluto, y el resultado era palpable. Quizá con un poco más de mano izquierda aquello se podría haber manejado hasta llegar a un acuerdo, pero al halfling no le habían gustado las palabras del dracónido, y eso que no iban dirigidas a él. Al enano, su fama de avaricioso no era algo que le molestara. Muchos magos mediocres y otras figuras de la Universidad Arcana se regodeaban en menospreciar la ambición de aquellos que tenían las cualidades necesarias para satisfacerla. Si hubiese prestado atención a esa palabrería inútil, ahora no sería más que un peón en la maquinaria fría e implacable del Rey Enano. En cambio, su ambición le había llevado... bueno, a ser un fugitivo del Rey Enano, acusado en falso de un crimen no cometido. En su mente, eso era muchísimo mejor. Al menos así podía continuar su búsqueda de conocimiento y poder, aunque aquella ciudad no sería el lugar en el que lograría mejorar su reputación y lavar su nombre.

- Creo que nos hemos buscado un problema.

La afirmación solo ponía de manifiesto lo que era evidente desde hacía un rato. Mosco seguía con su actitud altiva, pero, por más que quisiera, aquel no sería el día en que se convertirían de nuevo en héroes.

- Las sospechas sobre nosotros no tienen mucho fundamento en este asunto. No obstante, amigos, no olvidemos que nuestro pasado nos persigue. Chakta Ren conocía mi nombre, y es posible que también los crímenes de los que se me acusan. Creo que más valdrá que nos marchemos lo antes posible.

Dicho aquello, el enano se puso en marcha hacia la puerta, no sin antes otear la ventana por si las fuerzas del orden estuviesen haciendo amago de aparecer.

- Sí, vayamos. No lo decía en broma. Vayamos a resolver esto. Lleguemos al fondo del asunto. Salvemos a este pueblo de lo que les esté pasando, cojamos esa madera de fresno dorado y vayamos a buscar donde venderla o qué hacer con ella.

-Buff...- respondió el elfo luego de que todo se hubiera ido cuesta abajo cual cabra descuidada - ... yo pensaba ofrecerle por mi parte que su juramento de reforestar el bosque y no tocar árboles realmente ancianos sería suficiente - comentó abriendo los ojos y mirando a Mosco. No es que estuviese enfadado, pero si se lo notaba algo molesto.

- Ya, bien, si nadie se interpone prefiero salir con Dálfor a hacer una exploración rápida de la ruta del bosque que usaban estos madereros - Se adelantó de dos zancadas a Balaudrin y apresuró a salir por la puerta.

Augusta había visto a más de un hombre reaccionar como el dracónido. Por desgracia para sus propósitos, la reputación que les interesaba cosechar en aquellos días era muy diferente a la que buscaban los cruzados.

Con las sospechas basta, replicó Augusta, coincidiendo en el último punto con Balaudrin. Eran forasteros, fugitivos del Imperio, y ella, además, fugitiva de la Cruzada. Y Chakta Ren, sin lugar a dudas, era un hombre respetado y querido. No nos conviene enemistarnos más con los locales. Mejor que no nos encuentren aquí cuando vuelvan. Marchándose, solo elevarían el grado de la sospecha hasta, para algunos, la certeza. Mas, siendo ya sospechosos, no esperaba que fueran capaces de disipar la duda, lo que les forzaría a marcharse empleando la violencia o la intimidación, y quizás, inclinando a las autoridades a pedir la ayuda de los cruzados.

Apuró, antes de ponerse en pie, el último tercio de la infusión, ya tibia. No pudo reprimir un suspiro de satisfacción por la agradable sensación, a pesar de las dificultades que se habían creado por la falta de tacto con el suspicaz Chakta Ren.

¿Qué podemos hacer con el Haul? preguntó a Balaudrin. La casa rodante era insustituible a corto plazo, y no podían llevarla consigo al bosque, a menos que el ingeniero rúnico tuviese otro de su trucos guardado en la manga.

Ralfinder partió sin demora a encontrarse con Dálfor y con él rastrear el lugar donde ocurrió el ataque.

Mientras tanto el resto del equipo volvió a la Neverwas Hawl. Subida en ella, apoyada en una baranda pero sin entrar en el interior de la casa, les esperaba Casmodia con la misma expresión jovial del encuentro anterior.

- Sospecho que vuestra conversación con Chakta Ren no ha ido como esperabais. El pobre lo invirtió todo para venir aquí y lo único que puede daros es una parte de sus deudas.

Cuando entraron en la Hawl, ella les acompañó y sacó un pequeño cofre que llevaba encima de alguna parte sin que se pudiera ver de donde. Lo colocó en la mesa y lo abrió mostrando cuatro saquitos de monedas.

- Aquí hay 200 monedas de oro para cada uno. Un pago más que razonable por vuestros servicios de mercenarios para que os aseguréis de que la mercancía de Chakta Ren puede viajar segura. Puede que haya sido mala suerte cruzarse tres veces con orcos errantes, en ese caso es el dinero más fácil que habréis ganado en vuestras vidas. O puede que los ataques se repitan.

La mercancía de Chakta Ren es importante para mí y para otra gente a la que convenceré para que contribuyan a la causa y no tener que pagarlo todo de mi bolsillo. Algo recuperaré, espero. En cuanto a vosotros, seguro que Chakta Ren os obsequiará con algo más cuando se de cuenta de que le habéis ayudado a pesar de vuestro desencuentro. Mejor para vosotros.

No me gustaría que la madera de fresno dorada dejara de estar disponible o que en el futuro fuese explotado por otros. Chakta Ren es único en lo suyo, es el mejor procesando lo que recibe. Un artesano, un artista. Su negocio tiene que prosperar.

Esto divagando. Si tomáis el dinero y aceptáis el encargo, estamos todos felices. Con esto me voy.

Se llevó una mano a la frente al recordar algo.

Ah, y una cosa más - sacó un objeto y se lo lanzó a Mosco. - Esto es para ti medio cosa de lengua irrefrenable, aunque no me quieras dar ni un mechón de cabello. A mí no me sirve, funciona solo con altos elfos, quizá funcione contigo. - Le guiñó un ojo de forma pícara y añadió - úsalo para mantenerte lejos del peligro, no me perdonaría que no volviéramos a vernos.

- Va, va, va. Mira que sois nenazas. – se giró a Augusta – Sin ofender – miró a los otros dos de nuevo – Si la guardia de la ciudad sirviera para algo o se preocupara por Chakta habrían ido ellos mismos a investigar lo del bosque y a los del Cruzado les trae estos tipos sin cuidado, sin contar lo que tardarían en ir a buscarlos y volver. – escupió al suelo – Esto es una cloaca de mala muerte en los bordes del imperio. Aquí cada palo aguanta su vela. – volvió a escupir – Pero vayamos a arreglar esto. Mientras que Ralf va a buscar el rastro yo iré a la taberna a ver que averiguo de los chicos esos que trabajaban para Chakta.

Entonces Chasmodia los interceptó. Se quedó mirando con cara de tonto los pendientes que le había lanzado, pero que diablos, un objeto mágico era un objeto mágico y no le mirabas la forma. A ver quién era el primer gilipollas al que le tendría que partir la cara por reírse de sus nuevos cubre orejas.

Le lanzó 3 de las bolsas de vuelta a Chasmodia.

- Se lo dije a ese cabeza dura del dragoncito. Iremos a por la madera y a resolver este problema de todas formas. Quédate el dinero y úsalo bien para lo que queréis: que el negocio de Chakta siga funcionando. Ve y págales a esos chicos a los que Chakta no les puede pagar. Sus familias también necesitaran comer. Y cubre algunas de las deudas de Chakta para que pueda seguir tirando mientras lo resolvemos. – se paró mirándola largamente. Después del espectáculo con Chakta en que parecía tener 0 problemas en apretarle las tuercas y que ahora rechazase semejante cantidad de oro para ayudarles contrastaba con dicha actitud como la noche con el día.

- ¿Sabes? Si ese dragón cabezota tuviera la mitad de seso que de orgullo nos habría dado una parte del negocio y nos habríamos endeudado con él. – negó con la cabeza – Maldito orgullo. – siguió negando con la cabeza.

- En fin, ocúpate de esos chicos y que Chakta siga tirando. Nos quedamos esta bolsa para tener algo de calderilla para los gastos imprevistos que nos surjan ahora. Luego nos quedaremos con la mitad de la madera que recuperemos. De esa usaremos la que Balaudrin considere necesaria para el Haul, la que Ralf necesite para un arco que le haga correrse en las noches frías de invierno y la que yo necesite para poder arreglar o deshacerme de mi varita. La que sobre de nuestra parte nos veremos obligados a venderla a un precio irrisorio, un 50% de su valor, y claro sólo hay un maldito idiota por aquí que nos lo vaya a comprar, así que le saldrá bien el negocio y podrá seguir tirando. – le guiñó un ojo a Chasmodia.

- Maldita sea. Tanto hablar me deja la garganta seca. Voy a buscar a esos chicos a ver que me cuentan y a remojar la garganta. – metió la mano en la bolsa que se había quedado, sacó un puñado de monedas que se guardó y le lanzó la bolsa a Augusta.

La guardia no es el problema que temo, pensó Augusta. Más temía a los cruzados, por sobradas razones, pero tampoco eran ellos la razón de su desazón. Eran los leñadores a quienes les habían arrebatado su modo de subsistencia, a quienes les podían arrojar a las manos la oportunidad de vengarse de los culpables de sus cuitas. No temía que un grupo de aldeanos armados con hachas de talar fuesen a matarles; al contrario, lo que temía era tener que matarlos a ellos. Muertes sin sentido ni concierto. Al menos, cuando los cruzados mataban, lo hacían por un fin superior, un mal menor para detener al mal definitivo.

Agarró en el aire la bolsa que le lanzó Mosco tras la competición de soliloquios medianiles. Era todo un misterio para qué les podía servir el oro en Bosque Dragón.

Maldito orgullo, repitió, con sorna, las palabras del mediano. Quién era más orgulloso, Chakta Ren o Mosco Murdock, que rechazaba estipendios para entregarlos a los desdichados, pretendía hacer un trabajo aun sin recompensa y declamaba con vehemencia la voluntad de rechazar beneficios, tan solo para demostrar al dracónido que estaba equivocado.

Si los aldeanos tienen más ganas de pelea que de charla, no les dé el gusto, le advirtió.

Balaudrin no pudo menos que enarcar una de sus canosas cejas mientras entornaba sus velados ojos con incredulidad, al intuir cómo Mosco devolvía los sacos de monedas a la halfling, al tiempo que él y el elfo se ofrecían a resolver aquel asunto absolutamente gratis. ¿Desde cuándo se habían convertido en el ejército de los caritativos fugitivos que ayudan a la gente sin recompensa de vuelta? Todo aquello después de que el tal Chakta les rechazase y amenazase con entregarles a la justicia...

- Esto nos pasa por traernos al bicho más raro de cada zoológico. - le dijo a Augusta sin que Mosco lo oyera.

Antes de que el dracónido rechazase su oferta, la idea del enano había sido acercarse a la zona de los ataques y realizar algún tipo de inspección. Pero no había forma de que el Haul pudiese seguir la estela de un elfo montado en ¿cabra? De modo que no tendrían más remedio que tomárselo con algo de paciencia. Mosco iría a hablar con los leñadores, lo que, dado su carácter irascible y orgulloso, probablemente resultaría en algún intento de linchamiento. Pero Balaudrin estaba seguro de que el quarterling se las apañaría bien.

- Me gustaría echar un vistazo por los alrededores. - miró a Augusta - Quizá quieras acompañarme, por si topamos con alguna entidad indeseada. Cuatro ojos ven mejor que dos, y tus fuertes brazos siempre son una buena garantía.

Balaudrin andaba barruntando que quizá aquellos orcos, de ser realmente orcos lo que había atacado el campamento, se desplazarían por alguna ruta subterránea. Los bosques y los árboles no son el entorno preferido de estas criaturas, de modo que quizá hicieran uso de una construcción de este tipo. El enano se tomó su tiempo, como era costumbre, en estudiar los planos de la zona para tratar de tener una idea de la orografía, y, con esto y sus conocimientos sobre los subterráneos, averiguar (o intuir, al menos) las zonas en las que pudiera haber algún acceso a una posible gruta que sirviera como guarida para estas criaturas. Si no estaba muy lejos, intentaría acercarse a esas zonas, preferiblemente acompañado por la guerrera. Tampoco descartó que el asunto estuviese conectado con el nido infernal y los cruzados que lo habían tomado recientemente, por lo que hizo un estudio pormenorizado de la posible proximidad geográfica entre ambos.

¿Zoo…? preguntó la mujer, cortando la palabra cuando recordó que no era la primera vez que la escuchaba. Ah.

Augusta subió a la segunda planta. Bajo su camastro, que solo empleaba cuando el frío intenso o la lluvia le impedían acostarse en la azotea, estaba el arcón en el que guardaba las piezas restantes de su armadura: hombreras, faldón, gorjal y guanteletes. Cada una de ellas eran de diferente factura y materiales, saqueadas en campos de batalla o encargadas a artesanos para reemplazar a las que no era posible reparar.

Se las colocó con gestos mecánicos, breves, que daban testimonio de miles de repeticiones, muchas de ellas en situaciones de urgencia. Recogió al fin el casco, que colgaba de un perchero, y el hacha y el arcabuz que reposaban en el jergón.

Le sigo, dijo al volver a la cabina. Había bajado ataviada para el combate, pero no se había cubierto la cabeza; llevaba el casco bajo el brazo, en una bolsa, como si uese un fardo. Un gesto que quienes la conocían habían aprendido a identificar. Augusta no esperaba problemas todavía. Dígame qué estamos buscando.

Aunque había llegado a ser una oficial de los exterminadores, había pasado casi media vida como soldada rasa. Dejar que otros tomaran la inciativa era todavía algo natural para ella.

 --- Mosco "Goodfire" Murdock ---

Mosco llegó a media tarde a Casa Arnold, un amplio edificio de piedra de dos plantas a la entrada de la villa que a fuerza de costumbre de que las reuniones se hicieran allí al estar en el lugar más apropiado, se había reformado para ser la única taberna y comercio con habitaciones para hospedar gente. También había contribuido a que Varinia, la mujer de Arnold, guisara como los ángeles.

No era habitual la presencia de clientes tan temprano, pero los muchachos de Chackta Ren estaban invitados a comer y a relajarse bebiendo algo y jugando a los dados y las cartas para olvidarse del mal trago que acababan de pasar durante el asalto.

Arnold era un humano hirsuto y corpulento, de grandes manos que cubría su pelo con un pañuelo. Cuando Mosco entró, Arnold estaba sirviendo unos platos de carne de venado con tomate a los muchachos mientras les daba ánimo.

También en la taberna había algunos amigos. Comentaban la reciente visita del alcalde Wainwright para darles ánimo y decirles que eran unos valientes.

--- Balaudrín y Augusta ---

La Ciudad del Río Púrpura estaba situada al final de un estrecho valle entre dos montañas cubiertas de tupida vegetación salvo la parte más alta pelada y rocosa. La villa la formaban un centenar de casas de piedra con tejados a dos aguas ligeramente plateados debido a algún tratamiento o material desconocido para vosotros, gracias al cual reflejaban mezclados y difuminados los colores de su entorno. El verde de la vegetación, los grises y ocres de la roca desnuda, el sol que se fue tornando anaranjado conforme avanzaba la tarde y la ciudad quedaba más cerca. Y también el color de un azulado purpúreo de las aguas del río que discurría al otro lado de la villa y que le daba nombre.

Río arriba había un pequeño embalse artificial que almacenaba agua destinada a ser usada en regadíos, al noroeste de la ciudad, más allá de la montaña que flanqueaba la ciudad por ese lado. Tras la montaña se extendía una región relativamente llana y apta para el cultivo hasta llegar a cierta distancia de los volcanes Diablillo y Balor donde el terreno comenzaba a contener azufre y otros elementos dañinos para los cultivos. De todos modos el agua de regadío no llegaba hasta allí. Pero el calor del interior de la tierra sí se extendía hasta la colina y, gracias a la irrigación artificial proporcionada por el embalse, permitía el cultivo en aquel territorio originalmente hostil debido a la dureza del invierno.

Balaudrín pudo apreciar la ambición y el ingenio de aquella infraestructura que ganaba terreno de cultivo al que de otra manera sería terreno perdido.

En cuanto a las grutas, estaba convencido de que habría algunas cuevas naturales en las montañas que flanqueaban la ciudad. Pero no halló rastro de construcción subterránea ninguna. El ataque se había producido a varios días de la Ciudad y definitivamente, los asaltantes no tenían su guarida entre aquellas grutas. No obstante, en los días que tardó Ralfinder en volver, Balaudrín encontró un par de cuevas retiradas y escondidas con rastros de presencia humana (o mejor dicho humanoide), probablemente pastores o recolectores de frutos del bosque.

--- Ralfinder ---

La zona en la que crecían los fresnos dorados y en la que vivían de forma permanente sus cuidadores, estaba a una semana de camino de la Ciudad y eso si sabías moverte por el bosque con la experiencia y habilidad de los muchachos de Chakta. Afortunadamente Ralfinder era un Guardian de Bosqueprofundo y se desenvolvía con una facilidad prodigiosa en los bosques frondosos.

El primer día de viaje, mientras salia del valle en el que se situaba la Ciudad y cruzaba la región pedregosa y con poca vegetación que le separaba del límite del Bosque Dragón, avanzó con rapidez a lomos de Dálfor.

El segundo día el entorno contenía progresivamente más vegetación, primero arbustos, luego árboles dispersos y conforme avanzaba la vegetación se hacía más densa.

El tercer día de viaje llegó al bosque propiamente dicho que se adivinaba más frondoso cuanto más se adentrase en él. No obstante el ataque se había producido en aquella zona. Lo suficientemente frondosa para que la caravana de ciervos que transportaban la carga amarrada a sus costados, avanzasen de forma dificultosa, así como suficientemente frondosa como para facilitar una emboscada, pero no tan frondosa que hiciese fácil esconderse o pasar desapercibida a la caravana. En definitiva, el lugar ideal para un asalto.

Ralfinder encontró varios cadáveres de ciervos y tablones de fresno, ramas escogidas, raíces, hojas, frutos y hierbas medicinales esparcidos por el suelo de manera caótica. Desde luego los asaltantes no estaban interesados en la mercancía. Quizá sí en la carne de los ciervos puesto dos de los animales estaban descuartizados del modo característico en que los cazadores trocean las piezas para cargar con las mejores partes y abandonar los despojos.

Ralfinder encontró distintos indicios del ataque y rastreó a los atacantes durante un trecho. No podía afirmar o desmentir si eran orcos o no. Y tampoco podía seguir el rastro más allá de unas leguas. No había restos de campamento. No pudo obtener más información.

Después de varias horas examinando la zona, se encontró con un semielfo con un arco, una espada corta y una capa verde y ocre que le hacía mimetizarse con los colores del bosque. Venía del refugio que tenían junto a los fresnos dorados. Al parecer él también venía con intención de sacar algo en claro.

- Salud. Mi nombre es Écedor amigo de los fresnos. Veo que también eres un hijo del bosque. Supongo que estamos haciendo lo mismo. Buscar algún indicio de los asaltantes. Los muchachos llevan siempre consigo un cernícalo amaestrado para volver al refugio. Cuando lo vi llegar hace tres días supe que algo les había pasado y me puse en camino. Puedo ver que la carga se ha perdido pero no veo el cadáver de ninguno de ellos. ¿Sabes si están bien?

Ralflinder se mostró cauto ante la llegada del extraño, sin embargo tenía en claro que allí el extranjero era él mismo.

- Me conocen cómo Ralflinder de Bosqueprofundo, Écedor amigo de los fresnos, y me encuentro visitando tus tierras en busca de respuestas - saludó con una leve reverencia, mostrando que solamente deseaba parlamentar y dejando sus manos delos de sus armas - Todo el asunto de los ataques a los trabajadores de la maderera ha dejado a los habitantes de La Ciudad del Río Púrpura muy preocupados, especialmente a los involucrados en el empredimiento - se acarició la barbilla - Aparentemente no ha habido mayor percance que algunos heridos y el susto que se han llevado -

Se giró, indicando la dirección del lugar del ataque - He visto cadáveres de ciervos de carga, algunos despellejados por cazadores, junto a maderos y otros productos desparramados pero no saqueados - puso expresión de pensativo - se rumorea que fueron orcos, pero los rastros y lo que han dejado no dejan claro que lo sean. Al menos no se comportan cómo los orcos que he conocido por largos años en mis tierras -

- No quisiera robarte demasiado tiempo Écedor, ni tampoco parecer un entrometido en dónde no me llaman, simplemente me preguntaba si es habitual que los orcos pululen por el Bosque Dragón libremente y que sean capaces de vivir aquí sin ocasionar su habitual destrucción - comentó mirando a los ojos al semielfo y negando con la cabeza, cómo si pensase que sus mismas afirmaciones carecían de sentido.

- Asimismo, ya para paciguar mi curiosidad, ¿respetan mínimamente la vida del bosque los madereros o depredan sin miramientos? - quizá se extralimitaba preguntando aquello, esperaba que el morador de aquellas tierras entendiese de dónde venía aquél cuestionamiento.

 --- Mosco "Goodfire" Murdock ---

Mosco evaluó rápidamente la sala, clientela y ánimo general con la costumbre de quien lo ha hecho cada vez que ha puesto un pie en una taberna. Era bueno para evitar peleas… o saber como iniciarlas, que solía ser mucho más sencillo.

Se sentó en la mesa grande junto a los muchachos, pidiendo un plato de ese venado con tan buena pinta y una buena jarra de cerveza. Había pensado invitar a los muchachos para ganarse su buena voluntad, pero ya los estaba invitando el mismo Arnold, así que cambio de plan.

Se unió a las conversaciones sobre los muchachos y su valentía, así como a los juegos de dados y se aseguró de que la cerveza siguiera fluyendo para que aflojaran las lenguas. En los dados ganaba menos que perdía; a nadie le gustan los ganadores y todos miran con mejores ojos a quien le están desplumando el dinero con las apuestas.

Las conversaciones las amenizaba con historias de lejanas tierras, de otros sitios que también habían tenido problemas y como valientes aventureros habían llegado a aquellos lugares para unirse a los locales y ayudarles a defenderse de lo que fuera que los amenazaba en cada historia. Los paralelismos entre sus historias y lo que ocurría en el pueblo eran obvios hasta para las cabras, y casualmente en su historia los aventureros siempre eran cuatro con unas descripciones que podrían ajustarse muy bien a la suya misma y a las de sus compañeros.

Cuando ya notó que los ánimos estaban mejor por las partidas de dados que le habían ganado, las lenguas más sueltas por el alcohol y las preocupaciones más disipadas por el estómago lleno, fue cuando sacó el tema de los ataques de nuevo y con preguntas aquí y allá dirigió la conversación para sacarles cuantos detalles pudieran sobre el propio ataque, los días antes por si había habido algo inusual, y la reacción de todos después del ataque, por si a alguno le extrañaba como pepito o menganito habían reaccionado después.

Seguramente no sacaría mucha información útil, pero lo que fuera les vendría bien y al menos habría pasado una buena velada… y de momento sin liar ningún estropicio.

Les apodaban los muchachos de Chakta, pero saltaba a la vista que estaban bastante creciditos. Algunos habían combatido contra los no muertos y otros habían acudido a la Ciudad del Río Púrpura para evitar las consecuencias de su participación en asuntos turbios en Porto Oscuro y empezar una nueva vida sin meterse en líos esta vez. Los cuatro habían dormido al raso más de la mitad de su vida y se les daba bien la vida montaraz. Parecían haber encontrado su sitio en El Refugio, que era donde vivían mientras recogían los frutos del bosque.

Eran cuatro, tres humanos, Ricky, Leandro, Sebas y un joven dracónido de escamas grisáceas casi negras llamado Crikit que era el que estaba al cargo. 

Leandro era el que más hablaba mientras los otros asentían.

- Yo no sé qué pensar Mosco. Chakta Ren no quiere correr más riesgos. Dice que ninguno hemos muerto en tres ataques y exponerse a un cuarto asalto sería tentar demasiado a la suerte. Pero a mí me gusta este tipo de vida y no quiero volver a tener que ganármela ni en callejuelas ni arando el campo. Yo quiero intentarlo, maldita sea. No somos huesos fáciles de roer, por eso nos hemos salvado. En peores plazas hemos toreado, al menos yo.

Pero desde luego no nos quedamos a verles la cara de cerca a esos malditos orcos ni a contar cuántos eran. 

Antes del último transporte habíamos esperado tiempo y Écedor había explorado el bosque. Al Refugio desde luego no se han acercado. Teníamos material acumulado para dos envíos y no había rastro de amenaza alguna. Pero claro, si son una banda de orcos errantes, tampoco se iban a quedar quietos. El viaje toma una semana, si nos detectaron, pudieron seguirnos e interceptarnos donde mejor les pareció. Cuando entras en el bosque, este se espesa y aunque avances con ciervos, el avance es lento. Así hasta que el bosque clarea. Y justo ahí nos atacaron. Los suficientemente frondoso para entorpecer nuestra huida y para que pudieran ocultarse. Pero lo suficientemente claro para tenernos localizados.

Yo no quiero rendirme. - Dio un puñetazo en la mesa con frustración - Pero el negocio de Chakta. Él decide.

--- Ralfinder ---

Has de saber - dijo Écedor amigo de los fresnos - que soy yo quien está al cargo de la explotación. Chakta Ren me paga con las monedas de metal que tanto aprecian los humanos y también me paga con objetos elaborados que no puedo conseguir en el bosque. Pero mi mayor satisfacción es que estando yo al cargo de El Refugio, el bosque es tratado con respeto y solo tomamos lo que podemos sin hacerle daño. Es cierto que talamos algunos árboles, pero el daño es mínimo comparado con el que producirían leñadores sin escrúpulos. Chackta Ren no vende madera para hacer muebles ni casa y no necesita grandes cantidades. Su negocio está en producir objetos exquisitos o con propiedades mágicas. Y aunque también vende madera para fabricar muebles y objetos más grandes, estos son los menos de los casos. Mientras esa sea la demanda de madera de fresno dorado, el bosque está a salvo.  

Me alegra que los muchachos no estén heridos o algo peor. Este trabajo les ha dado una segunda vida y les ofrece un futuro. Creo que serían buenos guardabosques. Quizá lo acaben siendo.

Respecto a los orcos. He encontrado rastros al norte a más de una semana de camino. Hay tribus que esporádicamente entran en el límite noroeste del Bosque Dragón. Pero no tan cerca. Es raro, aunque no imposible, que hayan pasado por aquí. En cualquier caso estoy tan extrañado como tú. No conozco sus costumbres, pero me sorprende que sean tan elusivos.

Tras el segundo ataque, hemos tomado mayores precauciones. De hecho habíamos retrasado el envío de material tanto que ahora mismo hay material acumulado en el Refugio para un segundo envío. Y durante este tiempo he recorrido un par de veces la zona. Pero también es cierto que es mucho terreno a cubrir para una persona sola.

Augusta emergió de entre la floresta abrochando los botones de sus pantalones. Vio que Balaudrin estaba sentado, pensativo, y no parecía haberse movido ni un milímetro desde que ella se había marchado, como si no fuese un enano, sino una estatua extraordinariamente vívida de un enano. 

La búsqueda había sido infructuosa, mas al menos había servido para descartar la posibilidad sugerida por el enano, y había ocupado parte de su tiempo durante la ausencia de Ralflinder, sin provocar innecesariamente a la gente de la ciudad. 

No podemos hacer nada más aquí, dijo al enano, mientras se colocaba el faldón alrededor de la cadera y ajustaba los broches.​ ​​​​​​Deberíamos volver, comprobar que Mosco está bien. 

Es raro, añadió. Estuve en un par de escaramuzas con orcos en tiempos. Luchaban sin miedo, salvajes. Se veía en sus ojos que disfrutaban matando. No me los imagino dejando vivos a los leñadores. 

- Bueno, no os preocupéis, muchachos. Nosotros nos haremos cargo de encontrar a esos malnacidos y darles un par de lecciones. – aseguró con un golpe de la jarra de cerveza en la mesa – Lo que me sorprende es que esas bestias verdes sepan entender el valor de la madera. Normalmente saquean comida y objetos fabricados, pero que roben cosas que luego hay que trabajar… - se encogió de hombros y dio otro trago a su cerveza.

- ¿Sólo os atacaron a distancia? ¿No llegaron al cuerpo a cuerpo? ¿Os clavaron algún tipo de flecha o virote? Analizar esas cosas nos puede dar alguna pista… ¿Y quién es el tal Écedor ese?

Balaudrin llevaba un rato dándole vueltas a varios temas, algo decepcionado por no haber encontrado grutas en las que fuese razonable esperar que se ocultasen los orcos.

- Yo tampoco he visto nunca orcos que traten con tantos miramientos a los objetivos de sus ataques. - murmuró, mascando las palabras de Augusta - Tampoco sabía de orcos que viviesen en los bosques, y no saliesen de lo más profundo de las cavernas.

Gruñó, pero luego se encogió de hombros. Ahora que había hallado unas grutas, sentía curiosidad por explorarlas, pero el enano sabía posponer el placer del conocimiento ante la necesidad de atender asuntos más urgentes. Habían invertido un cierto tiempo en todas aquellas pesquisas, y quien sabía si Mosco necesitaría algo de apoyo en la ciudad. En cuanto a Raflinder, tardarían días en darle alcance, ya que el elfo era veloz a lomos de su caballo.

- Sí, volvamos a la ciudad. - dijo al fin - Las respuestas están en el bosque, y para ir allí con el Haul tendremos que hacer algunos preparativos.

Planear los ajustes que haría en el carro para adaptarlo para el viaje tuvo a Balaudrin entretenido durante bastante rato, en el que se dedicó a murmurar para sí mismo todo tipo de cábalas extrañas. Quienes le vieron pensaron, con toda probabilidad, que el enano estaba medio loco.