Partida Rol por web

- Fóllatela. - Escuchó entonces Betrand y se sobresaltó.

Miró de lado a lado, pero no encontró a nadie. Solo estaban Tyris, él y aquella botella de licor de cereza.

Bertrand saltó sobresaltado al orí aquella voz que había sonado casi al tiempo que la de su atractiva vigilante. Sin pretender dar muchas explicaciones, con su arma en una mano y la botella en la otra se giró.

—Voy a vestirme, así que haz el favor de salir y patrulla los interiores. Revisa todos los pasillos y si ves algo raro, ven a avisarme.

Empezaba a estar harto de aquella tentadora. Tanta inocencia comenzaba a escamarle. ¿Y si era ella también parte de una trampa para seducirlo? Por un instante, el abad se vio cortándole la cabeza, dejando un seductor cuerpo por un lado y una preciosa cabecita por el otro, mirandole sin vida antes de convertirse en algo horrendo.

ES UNA ORDEN

- Así sea... - Aceptó Tyris las órdenes del buen Abad. 

Acto seguido salió de la habitación del Abad, dejándole al fin con la intimidad que necesitaba. Tyris era una joven que llevaba ya algún tiempo sirviendo a la Abadía. Nunca había dado muestra de ocultar algo y parecía la persona que menos podría traicionar al buen Bertrand, no obstante, podía ser que fuera todo una tapadera muy bien urdida, o puede que sólo fueran pensamientos errático del pater.

- ¿Y ahora que, Bert? - Volvió a preguntar aquella voz.

Se trataba de una voz amable, una voz que reconocía. Una voz con un fuerte aroma a cereza y a alcohol.

- ¿Qué harás ahora, pater? - Insistió la ¿botella de licor de cereza?

Asustado ( no podía negarlo) el abad tiró la botella por la ventana, tratando de ignorar aquella voz y se vistió con la armadura. Era complicado hacerlo solo, pero la opción de que Tyris le ayudase era tan perturbadora como atrayente. Era mejor mantenerse lejos. Una vez preparado, se trató en concentrar en el mal que había en aquella habitación. ¿de dónde venía?

Bertrand tardó casi veinte minutos en atarse todos los correajes de su armadura. Sin la ayuda de alguien no era demasiado fácil poder ponerse su armadura pesada. No obstante, finalmente lo logró de forma bastante satisfactoria, no sin sudar la gota gorda.

Concentrado en detectar la presencia maligna que se encontraba en sus aposentos, no halló nada. Estaba a solas en su cámara. Eso o el ente maligno que se ocultaba allí, tenía la posibilidad de ocultar su alineamiento maligno a las detecciones mágicas. Fuera como fuera, estaba solo y por primera vez en toda la noche, parecía ser el dueño de su destino y lo cierto era que pronto amanecería y debía decidir que hacer con todo lo sucedido aquella aciaga noche.

Tal y como había dicho, Bertrand se dispuso a salir de la abadía, para patrullar sus alrededores. Ponerse la armadura le había relajado los ánimos y ya no estaba tan excitado. Había tenido un sueño ardiente y luego se había empeñado en relacionar todo con él. No ocurría nada. Todo iba bien.

Finalmente, armadura puesta y espada al cinto, el buen abad Bertrand Dotter salió de sus aposentos camino hacia la entrada de la Abadía. Deseaba controlar las afueras de la misma, pues algo se temía, o quizás simplemente no pudiera dormir. Fuera como fuera, estaba listo para lo que se le viniera encima. Por algo era el Abad.

Para llegar a la puerta principal tenía que atravesar el patio interior dejando atrás sus jardines y su fuente central. Algo que no parecía a priori algo difícil, más cuando todavía no había amanecido y se suponía que el resto de miembros de la congregación estaban durmiendo. Su objetivo era ser totalmente sigiloso, una sombra. No deseaba llamar la atención de nadie, pues como le había dicho a Tyris, quería ser discreto. 

Se adentró en el jardín central, era el camino más rápido hasta la puerta. Cuando iba por la mitad, detectó algo. Una oronda barriga a juego con una barba iracunda. Se trataba del padre Ander. ¿Qué demontres hacia allí? No lo sabía, pero lo que tampoco entendía era porque nadie dormirá en su maldita Abadía.

El padre Ander se detuvo al ver una sombra e intuir la presencia de alguien que no debiera estar allí. Abrió las piernas y se colocó en posición defensiva. No parecía asustado, pero si dispuesto a plantar cara a culaquier intruso que se hubiera atrevido a adentrarse en la Abadía. 

- ¿Quién anda ahí? - Preguntó de forma inquisitiva mirando hacia la ensombrecida figura del Abad. - ¡Muéstrese, por Mitra!

—Iba a preguntarle lo mismo, padre— Bertrand se mostró ante el padre Ander, y le saludó con una inclinación de cabeza —¿Qué le tiene levantado a estas horas?

Realmente se alegraba de encontrarse con el abad. Aunque preferiría un encuentro con el ser maligno que le acosaba para enfrentarse a él y que le dejasen vivir en paz, que bien que se lo había ganado, siempre era mejor el padre Ander que otra moza... o que el insoportable hermano Brian. No era un mal hombre, pero aburría a las ovejas con aquel hablar tan pausado. Hasta que le conoció nunca había pensado que la historia de un enfrentamiento con un ser demoniaco pudiese ser tan aburrida.

La barba del Padre Ander tembló con la justa ira de los fieles. Empero, su dueño no fue capaz de articular la respuesta perfecta. De modo que se contentó con señalarte con un dedo rechoncho.

—¡Está bien, señor Abad! ¡Pero vive Mitra que me oiréis antes de que os vayáis de la abadía!

El orondo sacerdote giró sobre sus talones y dio varios pasos hacia la sacristía, antes de detenerse y volver a encarar al pater. 

—Supongo que no os marcharéis de inmediato.— Dijo mirando al Abad por el rabillo del ojo. —Debéis presidir los oficios matinales. Tan solo queda media hora para el alba. Los hermanos no entenderían una marcha tan apresurada.¿Nos vemos allí?

—¿Eh?— Bertrand miró al padre sin comprender muy bien lo que pasaba hasta que de pronto, unió cabos— ¡No me voy, padre! Iba a explorar los alrededores. Creo que hay algo maligno alrededor. ¿De verdad cree que me iría como un ladrón en medio de la noche?

- ¿Algo maligno? - Por raro que pudiera parecer en aquel momento el padre Ander pareció calmarse. No obstante, enseguida volvió a funcir el ceño y se puso serio. - Tyris me dijo lo de la carta. La encontré en el pasillo y pensé que... - Meneó la cabeza. - ¿Algo maligno? ¿Ese diablillo sigue aquí? - Repitió la pregunta. - ¡Avisaré a Tyris y a Maudril! 

—Tyris está al tanto. Está vigilando pero ¿de qué carta habla?— por un momento, el abad pensó que se refería a la suya propia, pero también sintió el deseo y el morbo de que el padre Ander tuviese una amante secreta que le estuviese tentando. Mal de muchos...

- Tyris mencionó que... - Frunció el ceño y dio un paso atrás. - ¿No trajo el diablillo un mensaje? - P​​​​​​​Preguntó extrañado el pater. 

Bertrand fue testigo de como su rabiosa barba se tensaba y casi podría jurar que dos de los extremos de la misma se apretaban como iracundos puños a punto de estallar en una tormenta de hostias sin consagrar. 

- ¿Metía Tyris? - Preguntó de forma inquisidora el pater. ¿O quizás fue la barba?

—No padre, no mintió... Pensé que había recibido usted otra... El diablillo se fue, pero algo me dice que hay algo más.— explicó pacientemente— Voy a ver si encuentro alguna señal por los alrededores, algo me dice que no es el único.

Bertand negó con la cabeza. Seguía enfadado con el padre por creerle un fugitivo, pero ya hablaría con él más adelante.

- Eh... No. No hay más cartas que yo sepa. Al menos a mí no me han enviado ninguna misiva. - Desveló el pater. Acto seguido, más calmado, posó una mano sobre el hombro de Bertrand y asintió con la cabeza como signo de confianza. - Confío en vos, mi buen Abad. Y en vuestro criterio. Estaremos atentos a todo mal que amenace este lugar sacrificado. 

Dicho aquello se alejó unos pasos en dirección a la zona de las celdas de los monjes. Por fin Bertrand tenía algo de paz y parecía que podían haberse acabado ya las interrupciones. Las palabras del poseedor de aquella airada barba, eran de confianza, mas parecía por como le había hablado, que no confiara nada en él. Tenía que tener una charla con si segundo. 

- Por cierto... - Se detuvo, pero no sé giró para hablar al Abad. - Avisaré a Maudril de todos modos. 

Y sin respetar el derecho a réplica del Abad, apuró el paso en dirección a las celdas. Sin duda Maudril pronto sabría de lo que acontecía aquella insomne noche.

Bertrand abandonó los muros de la Abadía con la clara impresión de que por mucho que intentara mantener aquel asunto de forma reservada, la noticia de la llegada de un mensajero demoníaco con una carta para el Abad, correría como la espuma entre los miembros de la congregación. 

Una vez en el exterior, se respiraba tranquilidad. Todo lo contrario que en sus dominios. Desde la colina dónde se situaba el monasterio de podía ver el río y sobre el puente que lo cruzaba y por dónde transitaba la carretera a Último Hogar, se veían algunas luces, que salían del interior a través de las ventanas de las viviendas de los madrugadores de la ciudad. Y es que el sol ya estaba asomando y estaba amaneciendo. 

Nada extraño vio Bertrand en los alrededores de su Abadía y tampoco detectó alma maligna alguna. Al parecer podía estar tranquilo. ¿Podría ser que realmente el diablillo hubiera ido solo hasta allí? Casi no se lo podía creer.

- ¿Qué hay, Bertrand? - Una voz le sobresaltado. Por suerte una voz conocida. 

Maudril era un aasimar y sacerdote de Mitra. Costaba imaginar alguien recorriendo un camino más recto y piadoso. En cambio, Maudril siempre había despertado algo de desconfianza entre los miembros más antiguos de la congregación. Demasiado colmado de bendiciones, demasiado seguro de sí mismo, sus ambiciones no entendían del término medio entre la cima o el abismo.

- ¿Todo bien por aquí? - ​​​​​Le preguntó. - ¡Tienes a la congregación alterada! - Sonrió. - ¡Han madrugado hoy más que nunca! - Señaló hacia la Abadía. - ¡Mira!

Y era cierto. Aún no había amanecido y casi todas las ventanas des Abadía tenían luz y desde dónde se encontraba, se observaba un movimiento de monjes similar al que habría al mediodía. Efectivamente,la voz se había corrido...

Cuando pensó que todo podría tranquilizarse, la noche se puso peor. Y para colmo de males, le había tocado de compañía el niño bonito. ¿Para esto se había enfrentado a cientos de peligros buscando su redención?

—¿Se lo has contado tú?— Bertrand no lo creía, aunque le gustaría hacerlo, más era una pregunta obligada. El abad gruñó— ¿Cómo diablos se habrán enterado? En fin. Hay que explorar los alrededores.