Partida Rol por web

17 de mayo de 1993 – En algún lugar de Estados Unidos

Tomáis consciencia de vosotros mismos, como despertando de golpe, sobresaltados. Sin embargo, no estábais dormidos, sino que os encontráis de pie, alrededor de una mesa. ¿Dónde coño estáis? Parece una casa. Una casa muy hortera, por cierto, adornada con muy poco gusto. Cuadros de escenas de caza, animales disecados y cabezas de venado colgando de las paredes son la tónica general de lo que parece el salón comedor de la vivienda. Vitrinas transparentes de vajilla de porcelana, copas, platos de diferentes lugares, adornos horrorosos de cristales de colores.

El reloj de péndulo colgado al lado de la cabeza de ciervo emite un sonido marcando las seis de la tarde. Cualquiera lo diría, viendo la poca luz que entra por el gran ventanal del fondo. El cielo está encapotado por unos nubarrones negros como la noche y está cayendo lloviendo a cántaros. La lluvia golpea monótonamente en el cristal provocando un agradable y soporífero sonido que a todas luces transmite una falsa sensación de paz. No se ven casas al fondo, solo un camino de tierra ahora convertido en lodo.

Pero lo más interesante de la escena está dentro de la estancia, no fuera. Sobre la mesa se encuentra el cuerpo inerte de un hombre entrado en carnes con un uniforme de pantalón negro y camisa azul claro. En su pecho, un bordado con un escudo en el que reza Liberty Center Security.

Por lo poco que se mueve y por el tono de su tez, podríais jurar que está muerto. El hecho de que su cara se encuentre en carne viva no hace más que despejar toda duda de ello. La imagen es absolutamente inhumana: se le ven las cuencas de los ojos, la mandíbula al completo todo el tejido muscular. Su cara ha sido cercenada con maestría siguiendo la línea de la mandíbula hasta el cuero cabelludo. No tiene ni párpados, ni labios, ni nada similar que pueda hacerle parecer humano.

En una de las paredes cercanas, una gigantesca mancha de sangre en la pared os llama la atención. De ella se desprenden multitud de pequeños hilos rojos que caen lentamente hasta el suelo como afluentes que se desvían del cauce del río principal. La sangre parece fresca y la estancia huele fuertemente a metal. La mancha os resulta extrañamente familiar. Parece una mariposa, o dos ángeles, o no sabéis decir muy bien el qué. Es simétrica y amorfa y a la vez tiene muchas formas.

Estáis totalmente desubicados. ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? ¿Quiénes sois? Vais todos vestidos igual, con un mono naranja con un nombre cosido en la parte derecha del pecho. GANTRY, PFEIFF, DOUGLAS, MORGAN. Vuestras caras no os suenan absolutamente de nada. Y cada una tiene peor pinta que la anterior.

Entre la mancha en la pared y la mesa, una voz de ultratumba rompe ese silencio solamente invadido por la lluvia y el reloj de péndulo.

—Conocerme es unirse a mí —pronuncia de forma extraña, casi con voz de ultratumba, quien tiene cosida la etiqueta PFEIFF en su mono—. Yo soy aquel quien abre la senda.

La cara de Pfeiff es un poema. Sobre su rostro, sujeta una cara que no es la suya, ensangrentada y deformada, estirada hasta límites insospechados para la carne humana. De su boca se puede ver una hinchada lengua con un antinatural tono rosado.

Sabes que eres mudo, no tienes lengua. La lengua que tienes en la boca probablemente sea la del hombre muerto sobre la mesa. Tras pronunciar esas palabras, Dios sabe cómo, tú también vuelves en ti, como despertándose de un sueño, igual que el resto.

Tú tampoco sabes dónde estás, no recuerdas haber pronunciado nada ni por qué sujetas la cara y la lengua de un hombre muerto. Obviamente, ya no puedes hablar más.

Aquellas palabras salen de mi y no sé qué diantres pasa, es una puta mierda esto porque tengo una cara en la mano y una lengua en la boca. Rápidamente tiro esto al suelo mientras mi ceño se frunce perturbado por la situación. Aquello no era posible, seguro algo me he tomado y acabo de darme el viaje de la hostia porque sino no me explico lo que acabo de hacer. 

Ya sintiendo el aroma denso de la sangre sobre mi cara y en el paladar, paso la manga por la boca para limpiarme y tras escupir al costado, señalo con la mirada hacia el cadáver y hacia la mancha. Preguntando de una forma curiosa con gestos: ¿Que onda acá? 

Tengo un mono puesto naranja, no sé si soy un delincuente o un asesino, más creo que lo segundo. Aunque parezco jodidamente perturbado para ponerme eso en la cara. Seguro estaba de coña o haciéndome pasar por el Joker. Que más da, las caras que tienen estos tampoco ayuda.  

Me despierto malhumorado, como siempre hasta que lleno mi estómago con algo, y sin ver del todo por esas malditas legañas que lenta y cuidadosamente aparto de mis ojos. No es hasta que escucho esa profunda voz que empiezo a fijarme en la situación y un nudo se empieza a formar en mi garganta.

—Pero qué cojones...—exclamo al ver el cadáver y el grotesco espectáculo de ese tal Pfeiff. Me levanto con fuerza, haciendo que la silla caiga y señalando con el índice de la mano derecha, como buscando un culpable o no se sabe muy bien el qué, y grito con fuerza— ¿¡Qué mierda ha pasado aquí!? ¿¡Quién coño sois vosotros!? ¿¡Por qué puta razón estamos aquí!? Joder ¡Joder! ¡¡JODER!!

No hay que ser Sherlock para darse cuenta de que estoy alterado, furioso y acojonado. Dado mi tamaño, es un jodido cóctel explosivo.

No sabía cómo había terminado allí, pero no me cabía la menor duda de que aquella situación no era normal. Para empezar, ni siquiera recordaba quién era ni cómo había terminado en esa casa de mala muerte, aunque no había que ser un lince para empezar a atar cabos. Tanto aquellos tres tíos como yo llevábamos puestos monos naranjas como los de los presidiarios y, sobre la mesa, yacía el cuerpo sin vida de un gordinflón uniformado. ¿Sería un guardia o un puto poli?

-¡Puta mierda, chico! -exclamé, al ver que uno de mis oportunos compañeros, el tal Pfeiff, llevaba la cara del policía como si fuera una jodida máscara de Halloween-. ¡Eso que has hecho es asqueroso! ¿Quién coño sois vosotros y qué hacemos en esta maldita casa? -pregunté, mirando a los tres, con una clara desconfianza. Si estábamos juntos con un segurata muerto, eso significaba que nos conocíamos de algo, pero sus caras no me sonaban de nada.

Sin pensármelo dos veces, me lanzo hacia el cadáver del guardia para echar un rápido vistazo a sus bolsillos y su cinturón, buscando si poseía algo de utilidad, como una pistola, un táser o un walkie talkie.

Morgan se acerca al cadáver y saca una abultada cartera del bolsillo del cuerpo tendido sobre la mesa. Al tirarla sobre la mesa, queda abierta hacia arriba, dejando visibles algunas tarjetas. Algunas monedas que llevaba sueltas en el bolsillo salen rodando por la mesa e incluso caen al suelo algunos centavos.

Echando un vistazo a su cartera puede conocerse que el hombre se llamaba Dennis Gelon y era un guardia de seguridad en el Liberty Center for the Criminally Insane de Liberty, Missouri. También lleva algo de efectivo, no llegará a 50 dólares.

Dejando aparte la cartera y con esta nueva información acerca de la identidad del tipo, Morgan examina el cinturón. Un cinturón que no tiene más que una funda de pistola vacía y doce balas de 38 milímetros. Pero ni rastro del arma.

Un fuerte trueno estalla fuera de la casa y la lluvia golpea con todavía más fuerza los cristales. 

Al moverte hacia la mesa tomas consciencia de que algo te oprime la cintura. Sientes el reconfortante tacto del frío acero de una pistola contra tu piel. Al llevar un mono, probablemente la lleves escondida por debajo, sujetándola con la goma de tus calzoncillos.

Aunque no se ve a simple vista, cualquiera que se fije en tu mono puede deducir que se trata del arma del guardia, así que tratas de disimularlo lo máximo posible al examinar el cadáver.

Mientras el resto de personas de la sala parece desconcertado, tú sientes tus manos manchadas de sangre, muy manchadas.

Cuando me despierto parpadeo un par de veces, muy fuerte, sacudo la cabeza y gruño un poco. El grotesco espectáculo que se presenta ante mí hace sonar mis tripas aunque realmente estoy sorprendido, no me desagrada o tal vez estoy muy acostumbrado a este tipo de imágenes. Qué curioso, yo soy el primer desconcertado por mi reacción pero no me detengo demasiado en ese pensamiento porque los demás han empezado a moverse y a gritar y eso hace que levante la vista. Examino a mis compañeros con detenimiento y una mueca de neutralidad analítica.

Me remuevo un poco y veo mis manos...vuelvo a mirar el cadáver...y a mis manos.

-Comprendo.- aunque no era del todo cierto en realidad. Alzo las manos y todos pueden ver que están manchadas de sangre, muy manchadas.

«Hey viejo, no agites.»

Hago un gesto para que relaje el barbudo. 

Un tanto desconcertado por la situación en si, observo como aquel tío de barba se pone a revisar el cuerpo mientras sigo sintiéndome un puto enfermo por lo de la piel en la cara y la lengua. No obstante al ver que hay una cartera con cosas, cojo una de las monedas para usarla como si fuera algo de la suerte. No era de creer en esas chorradas, pero considerando las circunstancias ahora amerita. 

Después cuando se revela que ese tipo fallecido era de una cárcel, hago un gesto hacia mi nombre y señalo el de los demás. Está claro que debemos ser unos presos, pero que diantres hacemos en este lugar y como hemos podido salir de la cárcel tan fácilmente. Aún así veo el arma, me tienta, es lo que necesita uno para sentirse seguro pero no quiero molerme a golpes con estos. No ahora. 

La pregunta del barbudo queda en el aire y niego con la cabeza mientras mis hombros se encogen. 

—¡Y una mierda!—digo cuando veo al zumbado que tenía la cara del muerto intenta saquear su cadáver.

Me abalanzo sobre el cinturón con la munición y se lo quito al cadáver. Ante la inmovilidad de los demás, me guardo también el billete y un par de monedas que había encima de éste. Luego me aparto y empiezo a observar la sala con atención, buscando la pistola principalmente.

-Así que nuestro buen amigo era un guardia de seguridad en un centro para criminales dementes -comenté, observando la cartera del guardia de seguridad-. Vaya, vaya... -Miré a los tres. Desde el guapito que pensaba que era Leatherfeace, la bola de billar calva y el mastodonte. Desde luego formábamos un grupito de lo más peculiar-. Pues enhorabuena a todos.

Me llevé una mano dentro de los pantalones, hurgándome en los calzoncillos. Durante un instante, seguro que el trío de ases debió estar pensando Oye, que el viejo se la está pelando, pero nada más lejos de la realidad. Lo que me saco de los calzoncillos es nada menos que una pistolita. Aún no la había mirado, pero estaba seguro de que coincidiría con las balas que había cogido Gantry.

-Acabo de notar que me apretaba cuando me he acercado al cuerpo del segurata -dije, tomando la pistola con total soltura, como si estuviese más que acostumbrado a tratar con armas de fuego-. Gantry, ¿no? Vas a dejar las balas sobre la mesa para que comprobemos si la pistola encaja con el calibre 38. No sé qué coño nos ha pasado, pero para mí es evidente que tú -señalo a Gantry- inmovilizaste al guardia sobre la mesa. Luego el guapito -señaló a Pfeiff- le arrancó la cara. Y después yo me guardé el arma. No sé qué coño ha pasado ni por qué no recordamos nada, pero somos presidiarios y es evidente que nos hemos cargado a este tipo. Estábamos juntos en esto antes de perder la puta memoria. Si no colaboramos entre nosotros, nos volverán a encerrar.

—¿Tienes la pistola...?—alcanzo a susurrar totalmente sorprendido

Todavía con mirada incrédulo, Gantry observa unos momentos a Morgan, luego al cinturón, y devuelve la vista a Morgan. Después se acerca cuidadosamente y deposita el cinturón con las balas en la mesa.

—Vaya puta mierda... ¿qué más da qué pasó? Hay que salir de aquí o nos colgarán el marrón este.

En el momento en que Gantry deposita las balas sobre la mesa, me acerco a recoger las balas y, abriendo el cargador, me dispongo a introducirlas en este, una por una. Después, tomo el cinturón, colocándomelo, aunque sin enfundar en él la pistola, por si acaso la necesitara.

-Estoy de acuerdo. La prioridad es largarnos de aquí -coincidí con el gordo, asintiendo-. Si hemos sufrido algún tipo de amnesia colectiva por un shock o algún tipo de gas, los recuerdos volverán, más tarde o más temprano. Pero tenemos que ponernos en marcha antes de que vengan a por nosotros.

Cuando Morgan echa hacia un lado el tambor del revólver —el gesto le sale automático, como si lo hubiera hecho toda la vida— y podéis ver que el arma ya tiene cuatro balas en el cargador. ¿Se habrán disparado las dos balas faltantes? ¿Por qué no cargaría el arma por completo un guardia de seguridad, teniendo balas de sobra en el cinto?

Una fuerte explosión de otro relámpago os saca un momento de vuestros pensamientos. Las ventanas vibran violentamente al producirse el impacto y la tensión eléctrica flaquea un momento, quedándoos momentáneamente a oscuras antes de que la fea lámpara de araña —que poco pega con el resto del salón, a decir verdad— vuelve a encenderse tímidamente. La asquerosa mancha en la pared parece parpadear un momento. Pero probablemente sea el cambio de luces, nada más.

El relámpago ha impactado en un árbol del jardín, ahora calcinado. En condiciones normales se habría visto envuelto en llamas, pero la que está cayendo no es normal. Al lado del árbol, parece haber una especie de cobertizo de madera. Una de las puertas parece anclada firmemente en el suelo con un pestillo metálico, pero la otra se abre y se cierra con el viento una y otra vez, obligando a sus bisagras a darlo todo.

El fallo eléctrico produce unas voces provenientes de una habitación adyacente. Parece una mujer, pero por el tono de su voz, parece que habla con alguien más. Ah, falsa alarma, parece un aparato eléctrico. ¿Una televisión, quizás?

Fuera de la estancia, toda la casa —por lo menos desde vuestra posición—, está a oscuras, aunque al fondo parece haber unas escaleras. ¿Hacia arriba o hacia abajo? No sabríais decir.

Cuando te mueves un poco, tus pies rozan un cuchillo bajo la mesa. El arma está ensangrentada e instintivamente sabes que esa obra de arte en la cara del guardia —porque no tiene otro nombre— lleva tu nombre. Douglas, supones, a juzgar por lo que pone en tu mono.

Bien...bien Douglas... pienso para mi mientras observo la escena sentado en mi silla, todos parecían haber obviado mi presencia, lo cual era una clara señal de lo histéricos que eran todos y luego estaba ese Morgan tratando de convertirse en capitán de un barco que se hunde...cuanta heroicidad y dramatismo. Meto las manos en mis bolsillos y me recuesto un poco hacia atrás en la silla con calma.

Entonces llega el pequeño corte de luz y, tras él, me he levantado repentinamente y cambiado de lugar en la sala, miro por la ventana y observo lo que el aire hace con esa puerta, el fuego en el árbol...

-¿Salir de aquí para ir...a donde, Gantry? ¿Ahora vas a ser el líder del grupo, Morgan? ¿Con esa cara? No me hagas reír.- digo con una sonrisa, dándoles la espalda a todos con actitud confiada y un tono algo socarrón en la voz.- Vais como pollos sin cabeza, dando por hecho que esto lo habéis hecho uno de vosotros...sin siquiera pensar que tal vez quien lo haya hecho siga en la casa...o esperándonos fuera. 

Cuando meto las manos en los bolsillos, las limpio lo mejor que puedo contra la tela del interior frotándolas enérgicamente, con la mesa como cobertura, los demás no deberían poder ver mis exagerados movimientos, además están bastante alterados los muy gilipollas. Entonces el cambio de luces parece aliarse conmigo y me agacho para recoger el cuchillo del suelo, lo meto en mi calzado con la pernera del mono tapándolo y me incorporo para llegar a la ventana.