Todas las acciones traen consecuencias, y la Reina perdona pero nunca olvida. Desde que Niedir tenía memoria, había tenido la tarea de limpiar los establos reales cada día, a pesar de su sangre y crianza noble. Cualquiera de los numerosos sirvientes de la corte real podría ser el que lavara la mierda de los caballos del suelo y les llenara los comederos, pero ninguno de ellos tenía permitido hacerlo ni ayudarle. Era una tarea que le correspondía a él.
No podía decir que no entendiera el motivo tras tal deber. Hacía unas cuantas generaciones, según le habían contado, sus antepasados habían trabajado precisamente haciendo eso. Luego alguien había conseguido un buen puesto en el ejército, y sus méritos y conexiones lo habían llevado a elevarse a noble bajo la gracia Real. Entonces, cuando él era un niño, su padre se había rebelado contra la Reina junto a un puñado de nobles avariciosos.
La Reina era justa; habría sido incapaz de castigar a un niño por las acciones de sus padres. En cambio, le dio un castigo que le recordara sus orígenes, que le impidiera seguir el camino de su padre y lo mantuviera humilde. Así que eso hacía, cada día, incluso en los campamentos de batalla. Eso hacía porque, a pesar de todo, la adoraba. Y eso haría, hasta el día de su muerte, porque así la Reina lo ordenaba.
Motivo: Pregunta
Tirada: 1d100
Resultado: 35 [35]
¿Qué te pide la Reina hacer que cualquier otro podría y por qué te obliga a hacerlo a ti?
El viaje cada vez se me esta haciendo más largo pero aun así cumplo con mi función. Analizo la información sobre los movimientos de las tropas enemigas, sobre los rumores de la corte y trato de sintetizarlos para la reina, para que tome la mejor decisión posible con la información disponible. Cuando no hay información trato de distraerla, afilando la espada de su intelecto con problemas o dilemas éticos, con poesía para tratar que algo de belleza le dé consuelo en el cumplimiento de su deber.
Estoy orgulloso de ella. Esta misión es su apuesta definitiva para tratar de acabar con la guerra, y aunque le he preguntado sutilmente, mi reina no me ha hecho partícipe de sus pensamientos. Solo queda confiar en que todas las lecciones le den la sabiduría para acertar en sus decisiones. Toso, intentando que no se me note mucho, y al mirarme la mano veo un rastro débil de sangre que me apresuro a limpiar en mi túnica. La voz de Casiopea me sobresalta y la fulmino con la mirada, esperando que mi reina no la haya escuchado
- ¿Qué dices niña? Esto es solo un resfriado, nada importante. - Mi voz ha sonado cortante, casi como un látigo
Por un instante me sabe mal, pero ese instante pasa fugaz. El tiempo y la enfermedad ha hecho de mi un cascarrabias. No quiero admitir que mi enfermedad es más grave de lo que intento aparentar, no quiero aparentar debilidad. Si pudiera admitirlo, le diría a la niña que no hay riesgo cuando no tienes nada que perder. Puestos a morir, mejor morir con un propósito que en la cama, como un viejo.
Motivo: pregunta
Tirada: 1d100
Resultado: 9 [9]
5. ¿Qué haces para la Reina que nadie más puede hacer?
Estaba absorta cuando la voz de mis compañeros me sacan de esa ensoñación. No mejoraba nada que el paisaje fuera del carruaje fuera siempre el mismo, gris, todo era gris. Parecía que la guerra había quitado el color, era extraño en esa época del año todo debería tener un color más vívido
Me giré y la vi observando a Niedir. Una mirada que parecía decir poco y decir mucho. Había visto que lo había ido observando durante todo el trayecto, sin hablarle pero pidiéndole con la mirada que hiciese cosas a mi vista humildes. Servirle agua, quizás abanicarla. ¿Por qué siempre lo buscaba, para realizar las tareas más mundanas? Había visto dando de comer a los caballos, cuidándolos en vez de tareas con más peso. Pero, la reina después se había aficionado a ir de caza, a ir de paseo con su caballo. Cada poco rato parecía estar en las cuadras, como si lo hubiera puesto allí porque así podría verlo. O usaba el caballo solo para tener una excusa para poder observarlo
- Tengo en las alforjas un ungüento que creo os puede ir bien Se sorprendió por su voz, parecía sonar demasiado en ese carruaje no hay resfriado sin importancia mi señor y casi sin escucharlo sus manos fueron a la bolsa que tenía a sus pies, sacando un tarro sin etiquetas, con una crema con olor a eucalipto en su interior
Motivo: pregunta
Tirada: 2d20
Resultado: 31 [13, 18]
31 Crees que alguien de este séquito es el favorito de la Reina. ¿Quién? ¿Por qué lo piensas?
Escucho las diversas conversaciones, observo, anoto gestos y acciones. Cruzo miradas con mi reina.
Miradas confidentes. De diversa interpretación. Ya se lo que me quiere decir. Comandante de la Guardia. Su acero personal. Hijo de un noble, de un señor de la guerra.
Basta con esos ojos penetrando de manera intensa en las profundidades de mi alma.
No debería confraternizar con el populacho. No debería acudir a tabernas en los peores barrios de la capital. No debería gastar bromas ni pasar más tiempo del necesario con la soldadesca.
La reina es cercana a su pueblo, pero su cuna es otra. Le han inculcado esa idea, esa verdad inmutable. Es reina por sangre y por gracia divina.
Me Fijo en el viejo Thot. Está muy enfermo y no quiere reconocer lo que todos sabemos. Alzo una copa de vino hacia él y le lleno la suya.
No le queda mucho. No creo que regrese de este viaje.
-Por la Reina.
Motivo: Nueva pregunta
Tirada: 1d20
Resultado: 19 [19]
19x2, 38. La más cercana, 33.
¿Cómo te recuerda la Reina tu estatus mientras viajáis.
Todas las mañanas me dirigía a su alcoba, portando todos los enseres conmigo, los que no dejo allí y los que llevo para arreglarla en cualquier instante en que lo requiera. No solo su cabello. No. También me encargo de liberar sus hombros tensos de los pesos de esas decisiones dolorosas. O sus pies de la carga de esos caminos no deseados que debió transitar. Cuido de muchas cosas que deseo cuidar y que hacen de ella, una persona especial. Por eso no esperaba que me conminase a una reunión a última hora de la tarde, cuando todo el castillo descansa, cuando toma soluciones a los problemas de un reino ingrato.
Los pasos fueron lentos y como cada mañana, portaba todos los afeites que podía necesitar. Pero sentada en el diván, recostada tomaba bocado de una mesita junto a ella. En sus maneras adivinaba una noticia que no iba a agradarme, así que desplegué las cosas sobre el tocador y tomando el peinecillo de marfil, quise dedicarme a ella, para tener las manos ocupadas mientras hablaba.
¿Quería enviarme lejos? ¿A vivir con alguien a quien no conocía, en un enlace propicio? ¿Era acaso que no estaba contenta con los servicios?
Cierto que aún estaba en edad de merecer pero imaginaba su vida junto a ella, sirviendo a quien tanto les sirvió. Al cerrar la puerta, ese peso que siempre trataba de aliviar cayó sobre sus hombros con toda fuerza.
Motivo: tirada
Tirada: 1d100
Resultado: 93 [93]
93/2= 31 (la mas cercana 30 no cogida)
En cierta ocasión, fuiste convocado a una reunión privada con la Reina ¿Por qué te sentiste decepcionado tras la reunión?
Anya, después de hablar y de recordar lo que tenía en sus alforjas, calló, recordando algo más que había allí dentro. Algo que sabía perfectamente que sus compañeros no aprobarían, algo que ni la reina aprobaría. Pero sabía que debía hacerse, aunque muchos consideraran que era una traición a la corona que importa la corona si la gente muere? Había hecho muchas cosas por la reina, pero aún había hecho más cosas por el Reino
En el paisaje, un sutil cambio, la desolación de la guerra dejó paso a la exuberancia de un bosque, en el carruaje iban entrando los olores a pino y a humedad, con algunas fragancias de flores exóticas que nadie de los presentes había olido. O al menos es lo que a vosotros os parecía, ya que al girarse un instante Anya podéis ver que en su cuello hay un pequeño tatuaje en forma de las mismas flores que estabais contemplando. Parece que haya cierta tranquilidad pero algo, igualmente, os inquieta
Es entonces que descubrís el que, el silencio, demasiado. No hay trinos de pájaros, no hay sonidos de insectos, solo se escucha vuestra respiración y los latidos de vuestros corazones. A lo lejos, una legión de hombres avanzan hacía vosotros, camuflados como si fuesen árboles. ¿Era ese el bosque que habíais visto al principio. La reina, con calma, os mira uno a uno y sale del carruaje. Dispuesta a enfrentarse a lo que sea, dispuesta a luchar hasta el final
La Reina está siendo atacada. ¿La defiendes?
El dolor me retuerce las entrañas aunque intento poner la pose más estoica posible para no preocuparla. Sé que no engaño a nadie, pero una mentira a la que nadie apunta con el dedo se convierte en media verdad. Si la enfermedad sigue avanzando es probable que ni siquiera llegue a mi destino y que no pueda ayudar en nada a mi reina.
Necesito de toda mi voluntad y concentración para evitar que se me note el temblor de las manos, el sudor frío que perla mis sienes. Me muero y siento una mezcla de sentimientos a la vez contradictorios. Por un lado temo, no por mi, si no por mi reina, por no estar seguro de si todas mis lecciones le serán de provecho llegado el momento. Por el otro, siento paz, paz por haber llevado una vida noble y recta, por haber consagrado mi vida al saber y de hacer el mundo un lugar menos oscuro que cuando llegué. Miro de reojo a mi reina y suspiro. Debo tener fe y siendo un hombre de letras y ciencia tener fe es complicado, pero en ella, en la niña que se transformó en mujer y luego en reina creo, con las pocas fuerzas que me quedan.
El resto del viaje transcurro en silencio. No tengo fuerzas para leer y, en ocasiones, la vista se me nubla. Lo único que me llega del mundo exterior es el aroma a bosque, a tierra húmeda y a cosas que no he olido en mi vida. Nos acercamos a nuestro destino, todo está tranquilo, todo va a salir bien.
Eso creo, pero la realidad con su tozudez me demuestra que hasta los sabios pueden ser necios en los asuntos que interviene el corazón. La quiero, como una hija, así que, cuando la reina me mira, un instante de lucidez me dice todo lo que necesito saber. Alguien quiere dañarla. Bajo del carruaje, adelanto la posición de mi reina y levanto las manos en forma de puños. No he peleado en mi vida, pero pelearé, con mis manos desnudas, mientras me tengan mis temblorosas piernas.
No hay tiempo para mirar atrás, ni para despedirse. No podría aguantarlo, correría a abrazarla como la niña que fue, y le quitaría toda su regia dignidad. Si allí debían morir lo harían, con honor y con orgullo. Al final, todo el mundo muere, y solo los más afortunados pueden escoger como hacerlo.
Un guerrero sabe cuando la tormenta se avecina. Un buen guerrero, al menos.
El mismo aire huele diferente, tiembla imperceptible, arrastra olores picantes y sonidos invisibles, si es que eso es posible.
Yo, lo noto, lo percibo, más allá de los sentidos. Mis huesos me avisan; mi sangre corre más deprisa, mi corazón se acelera.
Mi alma susurra una canción de guerra.
-Alteza. -mi mirada es diáfana para su sabiduría y conocimiento. Ella, sonríe, serena, confiada. Incluso con un tinte de dulzura, a pesar de las nubes negras que nos acompañan en este tramo final del viaje.
Le acercó su caballo de guerra y desenvaino mi acero a lomos de mi poderoso e inquieto alazán. Él también es capaz de sentir la tensión que nos rodea y engulle.
-Quedaos atrás, Lord Thot. Hay más de una forma de combatir. Y necesitamos de alguien que sane las heridas y piense con la cabeza y no con el corazón.
No es una orden. Tan solo una recomendación.
Mis guardias cierran filas para enfrentar a los hombres bosque y proteger a la reina.
Mi Juramento es mi honor.
Mi Amor y Devoción por la reina, mi vida.
¿Por qué viajabamos con ella? Es la pregunta que siempre me rondó por la cabeza como una señal extraña de alerta. En ese lugar cerrado, donde todos casi silenciosos formabamos de una extraña comitiva inexplicable, resulta que eramos los que a mi parecer se habían encontrado más leales a la Reina. ¿A dónde viajábamos? En las jornadas compartidas, algo nos hacía amalgamar como una coraza de recuerdos y sensaciones.
En mi interior, apreciaba muchas cosas de la compañía, especialmente la de mi Reina que se mantenía queda y taciturna. ¿Sabía acaso que algo se encontraba mal allí adelante? Olía a traiciones inesperadas, a movimientos estudiados y a finales. Olía a destinos en el aire, como el que había decidido forjar antes de partir. Un sí a tiempo me entregaría a la obligación obligada. ¿Quién era yo para desafiar a mi Reina?
Algo vibraba en el ambiente, algo en los movimientos de la muchacha. Podía sentirlo en el palpitante tacto de la atmósfera cargada de incertidumbres. Apenas unos ganchos y unos afeites. Unas tijeras y un palo de recogidos. Poca cosa tenía para luchar contra lo esperadamente repentino, esa conspiración de lo fortuito que obligaba a mi señora, como antes lo hizo a mí, a enfrentarse con su hado.
Aún crispada por el peligro invisible, levanté mi cuerpo del lugar que habitaba, para posicionarme junto a ella. No podía dejar que el anciano hiciera de barrera y el resto también serían poco para la lucha, si esta se avenía pero ¿no haría el número posible la fuerza?
Si mi Reina era consciente de su fatalidad pronosticada, antes incluso de haber partido y se enfrentaba a ella estoica ¿cómo podría dejar caer la mano que tanto tiempo me sostuvo?
El olor dulce de las flores lo hizo llevar la mirada a plantas que jamás había visto antes. Casi parecían la obra de algún artista, con su forma extraña y color sencillo mas lleno de matices. Se dejó distraer, capturado por la belleza de lo peculiar y lo desconocido, olvidando un momento su alerta. Sin embargo, cuando devolvió la mirada al carruaje, lo hizo justo a tiempo para encontrarse con la vista del tatuaje de Anya y recuperar la tensión abandonada.
Apenas había alcanzado a entrecerrar los ojos, confundido, cuando notó el silencio ensordecedor que embargaba el camino. Inquieto, volvió a mirar hacia adelante, solo para ver con horror que el bosque al que creían acercarse no era tal, sino una legión completa que ponía en peligro a la reina.
Por un instante, dudó. Un resentimiento del que ni siquiera era consciente lo paralizó un segundo, obligándolo a contemplar sus posibilidades. Habían mil razones por las que obtendría alivio y beneficio con su muerte, pero aún si todas estas se le agolparon en la mente de un momento a otro, el amor y devoción que sentía por la monarca acabó por triunfar sobre cualquier ganancia personal.
Desenvainó la espada y la apuntó a Anya, acusándola en silencio. Aquila y los guardias priorizarían los hombres bosque, él se ocuparía de la posible amenaza interna y luego se les uniría. Luego de ver tanta sangre regar las tierras, él al menos tenía el privilegio de decidir dónde y por qué lo haría la suya, y no podía imaginar una mejor razón para sacrificar hasta su último aliento que hacerlo por quien se lo robaba día tras día. Por la reina.