Partida Rol por web

Mientras la mayoría del grupo se había escurrido hasta el almacén de ropa, Cosmin se había quedado sólo en la oscura capilla, convencido de que tras las sombras por las que habían escapado las niñas había algún tipo de puerta secreta... lo que rápidamente borró de su cabeza tras darse un buen golpe contra la pared.

En el atestado almacén, Gabi localizaba unas mantas limpias con ayuda de Helga, Razzi y Jan, que habían rebuscado por todas las cajas y estanterías hasta dar con ellas.

Justo cuando lograron cogerlas, un desgarrador sonido helaba sus pequeños corazones... venía de la cocina o el comedor y parecía... parecía... un rugido bestial...

Aurel lanza un gemido al ver pelear a Mircea. Sin pensárselo dos veces trepa de vuelta por la chimenea hacia arriba, respirando trabajosamente tanto por el miedo como por el esfuerzo.

- ¡ESCAPA MIRCEA! ¡ESCAPA!- dice como si Mircea tuviese ganas de quedarse allí abajo - ¡MAMAAAAA!

Las lagrimas caen a borbotones por la cara del chaval, que trepa con la fuerza del miedo.

Amparada en la seguridad de las mantas que cubren tu cuerpo, te sumerges en amargos pensamientos, maldiciendo a Nenita y recordando a tu madre. Te escondes de la oscuridad que ahoga la galería, bajo las mantas, intentando no pensar en el ruido de los truenos y del fuerte golpeteo de la lluvia contra las ventanas.

Sin embargo, no puedes evitar sentirte fuertemente sobresaltada cuando hasta tus oídos llega un desgarrador sonido que te hiela el corazón... no sabes si viene del desván o del piso de abajo, ya que te parece retumbar por toda la casa... no quieres creértelo pero... el caso es que parece... un rugido bestial...

Cosmin se levanta del suelo doliéndose de la cabeza pero sin echarse a llorar. Al fin y al cabo nadie le ha visto hacer la tontería que se le había ocurrido.

El problema es que no había creído con suficientes ganas que allí detrás había una puerta... o  no la había encontrado, pero el desgarrador grito que sabía que venía de aquel lugar al que había tratado de ir le hizo cambiar de idea y arder en deseos de no estar sólo, por lo que puso rumbo corriendo hacia el almacén donde se habían metido sus amigos.

Me echo a temblar y casi sollozo del miedo. Si fuese como Nenita ya me habría meado en la cama, pero la verdad es que me queda poco. Trago saliva y jadeo, nerviosa. No me atrevo a salir de debajo de las sábanas. Si deseo que todo pase, si deseo que el rugido se calle... Lo hará, ¿verdad? Eso decía mamá. Cuando tuviese miedo, debía cerrar los ojos y contar en voz baja para que las cosas malas se fuesen.

Pero también me da miedo no saber qué pasa...

Saco un poco la cabeza de entre las sábanas y miro a la puerta.

-¿Hola? -murmuro a duras penas.

Gabi todavia con la vela en la mano, a punto de consumirse, va pasando con la otra mano las sabanas a sus amigos. Cuando ya tiene la sabanas y mantas necesarias, comienza a hacerles gestos para abandonar cuanto antes el almacen para no despertar a las hermanas... pero en ese preciso momento un rugido infernal se escucha, procedente de la cocina... ¿pero como vamos a ir alli ahora a dejar las sabanas manchadas? ¿Por que no despertar a las hermanas, seguro que no es peor que lo que suena en la cocina? piensa mientras indica a todos, incluyendo a Cosmin, el cual esta entrando en el almacen en ese momento, que vaya saliendo, atravesando la capilla y yendo hacia el pasillo...

- Chicos! Vamos rapido, pero en silencio! Vamos a la habitacion, no?

Entre todos encontramos bastante fácil y rapidamente las sabanas limpias, pero cuando lo hicimos un ruido muy muy feo llegó como desde la cocina… ¿Eso qué ha sido? Pregunto mirando a Gabi mientras comienzo a abrazar fuerte a las sábanas limpias, vámonos cuanto antes al cuarto, nada de pasar por la cocina, yo por ahí no paso… tenía miedo de lo que nos pudiéramos encontrar allí, ese ruido no habia sido normal, aumenté el volumen de mi música para olvidarme un poco del ruido.

Me quedo mirando la vela que lleva Gabi, no queda mucha vela… vamos a darnos prisa antes de que se acabe, o tendremos que ir a oscuras… 

Gabi nota como todos sus amiguitos están mas que nerviosos. Bueno, incluso él, a pesar de llevar puesto su gorro multicolor, tiene algo de miedo por el ruido procedente de la cocina. Sin embargo, para calmarles un poco le dice a Jan y a los demás...

- Nos os preocupeis! Segurisimo que son los mayores gastandonos una broma, o que se han caido muchos cacharros o algo asi... dice autoconvenciendose pero sin mucho efecto, pues todavia recuerda a las niñas, la nana, y la frase "Ya está aqui..."

-Aunque las monjas están un poco sordas seguro que lo han oído... vamos corriendo antes de que nos encuentren aquí y nos echen las culpas de lo que se haya caído en la cocina... seguro que han sido esas niñas. Abrieron una puerta secreta y yo me he chocado contra ella... Que chicas más listas... no las habíamos visto nunca y ya conocen mejor que nosotros el hospicio... Vamos a la habitacióoooon... joooo...

Cosmin está con una mano en la frente doliéndose del golpe y asustado de que les pillen... a pesar de que a él no le pasaría nada por su enfermedad.

La sangre se le heló en las venas.

El primer zarpazo de aquella cosa había tocado apenas el aire alrededor de sus botas. Demasiado cerca. Con ciega rabia volvía a agitarse, cada vez más cerca de sus piernas. Mircea no sabía que hacer.

Un trozo de carbón desprendido cayó sobre su hombro. Aurel gritaba y estaba intentando subir a toda prisa, y fueron sus gritos los que consiguieron hacerle reaccionar. Cuando la garra pasó peligrosamente cerca de él, proyectó el pie hacia abajo con todas sus fuerzas y utilizó el impulso de la patada para comenzar un frenético ascenso por la chimenea, lejos de...

...eso.

Aurel intentaba volver a subir a toda prisa por la sucia chimenea hacia el desván, sin embargo, el miedo que sentía y el hecho de que fuese más difícil ascender que descender, convertían la tarea en un auténtico peligro a contrarreloj.

Abajo Mircea se debatía entre la vida y la muerte, tan aterrado que no era capaz siquiera de gritar, sino que a él el miedo le calaba hondo, infiltrándose en la intimidad de su interior, arrollándolo todo a su paso. Aún así, fué capaz de intentar lanzar una patada contra aquél peludo y escalofriante brazo... pero todo fue en vano... su patada cayó con fuerza, pero no le dió al brazo, y éste, en uno de sus frenéticos zarpazos, agarró la pierna del niño, clavándole sus tres enormes y puntiagudas uñas en la carne, momento en que los rugidos se intensificaron, como si la bestia saborease ya la jugosa pierna. El dolor era inmenso, y el miedo dominaba el hueco de la chimenea, donde dos niños se encontraban complétamente sólos frente al terror.

- ¡Mircea! ¡Corre! ¡Escapa! - grita desesperado Aurel como si Mircea no lo estuviera intentando ya.

Mientras se aprieta contra la chimenea y araña la pared, desesperado, Aurel nota como el otro niño se debate aterrado. Ya no es Mircea el matón, el fuerte, el poderoso... Ahora todo eso ha caído arrastrado por la chimenea como el hollín que ahora cae a su alrededor. Mircea es lo que siempre ha sido: un niño asustado y desamparado.

Aurel piensa en los héroes de las novelas: como salvan a sus amigos en peligro. No puede dejar a Mircea allí abajo. ¡Tiene que ayudarlo! Por desgracia para la conciencia del pequeño los héroes de las novelas tienen más valor que él. Desesperado sigue trepando hacia el fallado mientras se consuela pensando que no puede hacer nada y que su amigo probablemente podrá seguirlo.

En su desesperada huída Aurel piensa en lo que un día le contó su mamá sobre Papa Noël. Cuando el niño le preguntó como un hombre tan gordo podía colarse por las chimeneas su madre le dijo que en realidad las chimeneas eran más amplias de lo que parecían, ya que los todos los fabricantes las dotaban con una pared secreta que permitía a Papa Noël colarse por ellas. La pared solo funcionaba con Papa Noël, pero a veces algún deshollinador listo la encontraba y la usaba para moverse fácilmente por ella. Aurel se concentró buscando ese secreto: ¡tenía que permitirle subir por la chimenea de forma más rápida! Era sólo para Papa Noël pero el pequeño se prometió no pedir ningún regalo esa navidad si sobrevivía a aquella situación.

Razzi, que iba arrastrando un almohadón, dejó caer sin querer las sábanas sucias al oir el rugido, pero poco pudo hacer. En ese momento, el señor Popescu se estremeció de miedo, tembloroso, en su escondite bajo la camisa de Nenita.

-Ya vienen niños, ya vienen. Huyamos, ¡rápido! -El pequeño Razvan no pudo más que estremecerse también y, olvidando las sábanas meadas, echó a correr por el pasillo en dirección a la escalera.

-¡¡¡AAAAAH!!! ¡Vámonos, vamonos a la habitación! ¡Viorica nos defenderáaaa!

Helga tenía miedo, ni siquiera decía nada. Su mirada inquieta no dejaba de recorrer cada rincón. Apretaba con fuerza la mano de Gaby y de Razzi, hasta el momento en el que este último se soltó de ella y echó a correr dirección a las habitaciones. En ese instante Helga se pone más nerviosa aún y comienza a tirar con fuerza de la mano de Gaby tratando de que la siga en la misma dirección que nenita. Continuaba sin decir palabra, pero los ojos inhundados de lágrimas dejaban bastante claro que la niña estaba muy asustada.

Gabi nota como Helga tira de mi mano, está aterrada... no se han creido lo que les he dicho... bueno, no me lo creo ni yo mismo... Decide salir rapidamente de la capilla encabezando el grupo y sin dejar de dar la mano a su amiga...

- Vamonos rapido a la habitacion!!! Pero no os separeis por nada en el mundo!!!

Cosmin sigue a sus dos compañeros detrás... prefiere ver a la gente a tenerla detrás y no saber quién le sigue...

Mircea gritó.

La garra se había cerrado en torno a su tobillo, desgarrando la piel y haciendo que brotasen tres rios de sangre que empaparon sus deportivas y sus calcetines blancos. El dolor le hizo levantar la otra pierna y un fuerte golpe de su rodilla con la pared de la chimenea le hizo comprender que acababa de hacerse una contusión fuerte. Por su fuera poco, al agarrar con fuerza los ladrillos de la chimenea para no caerse se había raspado las manos hasta hacerse sangre. Las notaba húmedas y la oscuridad le hizo imaginarse heridas supurantes como la de las tenebrosas imágenes de Cristo crucificado que adornaban la habitación de las monjas.

El dolor era insoportable y Mircea supo que hasta ahí había llegado. Que sólo bastaba con dejarse caer, con ser debil, por una vez. Con no levantarse para golpear de vuelta. Se sintió como todos los niños que, recibiendo golpes suyos, se habían quedado quietos, abandonados con pasividad a un destino que ya parecía escrito.

Sólo le salvó el desprecio que sentía por esos ojos adocenados, por su actitud de ovejas camino del matadero, por su cobardía para devolver el golpe.

Sacando fuerzas de flaqueza, volvió a oscilar la pierna libre, como un péndulo cargado de furia y golpeó con todo su peso la garra del monstruo, intentando impulsarse simultáneamente hacia arriba.

Mircea cierra los ojos y sueña...

El gordo Radu era el profesor de gimnasia del colegio. Nadie imaginaba nunca que un hombre tan obscenamente gordo que sudaba sólo con ver a los niños correr a su alrededor estuviera al cargo de su educación física. Pero así era. Entre calada y calada a sus cigarrillos americanos sin filtro, el gordo Radu animaba a los chavales con motes graciosos, insultos rimados y collejas cariñosas. A Mircea le llamaba músculos de acero. Probablemente el gordo Radu lo había visto en una película americana y la fuerza física de Mircea, que sobrepasaba a la de los compañeros de su edad, le hacía sin duda merecedor del calificativo.

Pero Mircea sabía la verdad.

Había visto el metal brillar, una noche, bajo los nudillos despellejados. Y una vez que golpeó una farola con rabia el clonc metálico que despertó en su interior hizo que todos los gatos del barrio maullaran alertados. Asustado y excitado, Mircea había ensayado distintas explicaciones para su origen mutante.

Sus músculos de acero, su mayor secreto, podían salvarle la vida ahora. ¡Vaya sorpresa para los colmillos del monstruo cuando se rompieran ante el fuerte metal de sus tendones! 

Aurel había desaparecido chimenea arriba, era extraño, pero a Mircea le había parecido verle desaparecer por un conducto lateral, cosa imposible teniendo en cuenta que el pequeño matón utilizaba con frecuencia la chimenea como ruta secreta hasta la comida de la cocina.

Ahora estaba sólo, y sabía que su única baza era hacer frente a aquél brazo peludo que le desgarraba las piernas con fiereza. Por ello confió en si mismo al recordar el material del que estaban compuestos sus músculos, y lanzó un nuevo golpe hacia abajo.

Para desesperación suya, esta vez tampoco logró darle al monstruo, pero al menos logró liberarse de sus zarpas y tan sólo recibió magulladuras a cambio... pero continuaba allí abajo.

De pronto, el brazo se esfumó, dejando el fondo de la chimenea vacío.