Partida Rol por web

-¡A los pasadizos! Debemos ir a los pasadizos. ¿Habéis visto algunas escaleras al venir hacia acá?- Pregunto a mis compañeros pero con miedo de dejar de mirar a la puerta para que ningún guardia nos pille desprevenido.-Nos lo dijo esa...mujer. Que fuésemos a los pasadizos.-Si por aquí esta la salida,la puerta de los calabozos debe estar donde hemos venido.-Creo saber donde esta la puerta,debería estar cerca de nuestras mazmorras

Efectivamente, Dariu se acordó de las palabras del espectro, el cual ya no se veía. Apresuró a los hasta ahora reos y a sus compañeros a regresar al pasillo de las celdas, y así lo hicísteis. El marido de maría, Julián, cogió una pequeña barra de madera que había por allí (a modo de arma improvisada) y las dos mujeres y Jofre, avanzaros detrás de vosotros. Regresásteis a vuestra celda, la quedáteis atrás y avanzásteis hacia un par de escalones que descendían aún más. Justo después, una puerta de madera baja y desconchada os bloqueaba el camino. No obstante, nada pudo hacer ésta por aguantar vuestras ganas de huir. Tras empujarla, vísteis que allí se extendía un túnel escuro y tétrico. Menos mal que las paredes del pasillo de las celdas contaban con antorhcas colgadas. Con una de ellas en la mano, os dispusísteis a huir. Fue en esos momentos cuando oísteis la voz infernal...

¡Que no escapen! -era la voz de Joan Malet-. ¡No han podido salir de aquí! ¡A por las brujas! -¡y unos alaridos se escucharon de fondo, muy al fondo, en la entrada de la torre!

Acto seguido, Julian miró a su esposa, una de las condenadas.

¡HUID! -dijo a todos-. ¡Yo los entretendré! ¡¡Vamos!!

La esposa lo miró y se echó a llorar desesperadamente, entendiendo la situación.

¡¡MARCHÁOS YA!! -repitió el joven-. ¡Vendrán ahora mismo! Y sin dudarlo, os internásteis por la gruta, aquellos pasadizos internos que estaban bien acondicionados (al menos en lo que percibíais).

Paro a retomar un poco el aliento.-No nos vendría mal una antorcha- Dejo la posibilidad en el aire y aún con la espada en la mano ando con cuidado por el túnel para no resbalarme. Ese hombre ha hecho un gran sacrificio por nosotros, espero que podamos escapar sanos de estos túneles. Aunque por la situación en la que estamos aquí a saber donde podrían conducir estos pasadizos. -Vamos a adoptar algún tipo de orden, yo iré en cabeza, Edrigu conmigo, las mujeres en el medio y Aleixo cobre nuestra espalda con tu arco-Susurro a mis compañeros mientras abro la marcha.

— ¿Mi arco? Pero, mi señor, yo no tengo arco. Es Edrigu, el cazador, que debe llevar un arco. Yo sólo tengo un bracamante y mi verbo fluido y astuto.

>> De todas formas, si así lo deseáis, me quedaré en la retaguardia cerrando la marcha. Si viene Malet le cantaré una cantiga o dos.

>> Estoy cansado de esta vida.

-Perdona amigo mio, pero los acontecimientos me han hecho perder la cabeza. Edrigu vete tu a nuestra retaguardia y tu Aleixo estate a mi lado. Que le ocurre a mi cabeza, con todos estos acontecimientos estoy perdiéndola, debo centrarme más ¿Como he acabado aquí?. Agarro fuertemente la empuñadura de mi espada y pongo todos mis sentidos en el pasillo.

Avanzásteis por el pasillo con la antorcha en la mano. Edrigu protegía la retaguardia arco en mano, luego la dos mujeres caminaban y delante, en la vanguardia, Aleixo y Darío llevaban los filos en la mano (bracamante y espada respectivamente), por lo que se pudieran encontrar. Entonces un alarido les asustó, alguien había llegado desde el otro lado del pasillo (advertido por la luz de vuestra antorcha).
 

¡Me cago en la leche! ¡¡Vosotros!! -no sabía en los primeros momentos quiénes érais, pero luego al ver vuestra escondida marcha de a cinco os reconoció-. ¡Los reos! ¡Y esas dos deberían estar ardiendo ahora mismo en la plaza!

El tipo era un alguacil que estaba patrullando ese acceso, pues así solían hacerlo. Se encontraba sólo en esos momentos. Se dispuso pues a atacaros con la alabarda.

-Estas muy lejos alguacil de tus compañeros- Digo mientras me acerco a una distancia donde pueda atacar rápidamente-Por que no tiras tu arma y haces que no nos has visto- Aunque tires el arma no voy a dudar en matarte un segundo , después de todo lo ocurrido estamos sentenciados de por vida. Intento buscar un hueco entre la punta de la alabarda y el alguacil y me lanzo al ataque

— Vamos a salir de aquí. Con que, patán, abstente —que en lengua corriente es «deja»— de intentar detenernos —que en lengua palurda es «pararnos»— Y todo junto, «abstente de intentar detenernos»;  o pereces, patán. O, más claro todavía, mueres, es decir, te mato, te liquido, transmuto tu vida en muerte, tu libertad en servidumbre. Contigo emplearé el veneno, la porra, el acero. Te haré frente con intrigas, te acosaré con enredos, te mataré de ciento cincuenta formas. Así que tiembla y vete.
 

Mas como veía que no parecía intimidarle, Aleixo se aprestó a cumplir sus amenazas. En Salamanca, los posaderos y los jugadores decían que no era un hombre de palabra. Pero nunca es tarde para cambiar.

Sin decir ni mu, saco una flecha y la coloco en mi arco, tenso la cuerda y apunto a la cabeza del alguacil. Siento la pluma entre mis dedos y recuerdo en un instante los momentos en los que cazaba con mi abuelo en la montaña.

El primero en actuar fue Edrigu. Discreto y rápido, tan bien quiso apuntar en la oscuridad que la flecha marchó a vaya vos a saber dónde. Oísteis el chocar de la misma con la roca de la pared del pasadizo. Acto seguido, y aunque las palabras de Dariu (muy razonables, por cierto) no hicieron mella ni amedrentaron al solitario patrullador de aquellos túneles. Es más, comenzó a atacaros con la alabarda, concretamente a Aleixo, que delante lo tenía. Tampoco le rozó siquiera.

Por su parte Dariu, se movió también rápido; tan rápido que en el segundo ataque (al que nadie rozó) dejó resbalar de su mano su preciada espada, cayendo en la negrura del suelo del túnel. De similar manera, Aleixo, bracamante en mano, dió mandoble filoso al aire, cortando la negrura, y en el segundo embiste... ¡se cayó al suelo!

Mi personaje mira su mano sorprendido. Esto es una cruel broma del destino o es acaso el castigo de Dios por haber pecado. Sin mi espada no puedo hacer nada. Si Edrigu lograra alcanzarle tendría una oportunidad, También puedo lanzarme a por ella y con un poco de suerte cogerla sin que la alabarda toque mi carne, vasta ya de pensar. Me lanzo hacia mi espada con una oración en los labios rogando que la alabarda del enemigo no me alcance.

¡Ay, destino cruel, ahogas en negrura y silencio mi verbo gracioso! ¡Oh, Fortuna! ¿Es este tu hijo predilecto, gañán catalán, soldado sin oficio ni beneficio? Entonces o muere él o muero yo.

El alguacil, Dariu y Aleixo, por más que se enfrentaban entre sí, no podían dar certero golpe a sus rivales, pues la oscuridad impedía aquel litigio. La antorcha había quedado en el suelo, aún prendida e iluminando, pero no parecía ser suficiente para acertar debidamente a aquel que querían. Por su parte, Edrigu quedó apuntando con el arco al desdichado alguacil para disparar segundos después.