Partida Rol por web

Pero hermana... la Madre Abadesa dijo que hiciéramos el trabajo cuando todos los feligreses se hubiera ido... ¿acaso no vamos a esperar? -tú ya estabas aventurándote al interior cuando oíste las palabras de Leonor-. Sin embargo, en esos momentos, mientras pensabas si acceder entonces o no, viste salir a las pocas gentes del interior, dos personas vaya. Ahora sí que podía la joven realizar su tarea. Allá voy -dijo una vez dentro-.

El interior de la ermita era oscuro, pétreo y estaba iluminado levemente por cirios y candelabros. El altar se erigía al fondo, y los techos eran altos en San Zoilo, y decorados en los laterales, desde el suelo, con columnitas redondas. A un lado descansabas unas andas y unas parihuelas, donde debían sacar en procesión a la imagen que tenían justo enfrente, la de San Zoilo. De hecho lo hacían en todas las Cuaresmas. Cuatro filas de bancos ocupaban el mayor espacio. Mientras la joven Leonor hacía sus quehaceres y reponía el aceite de los candiles y otros recipientes, tú te pusiste a orar, sentada en un banco. Habías estado allí varias veces y te parecía una hermosa capilla.

Huy, que tonta, se me había olvidado. Esperemos sor Leonor-digo sonriendo, esperamos a que salgan los feligreses y entónces entramos. Mientras sor Leonor hace lo que tiene que hacer estoy orando de manera relajada. Absorta en la inmensidad de Dios y de este bello lugar y abstraida completamente de todo cuanto pasa en el lugar.....he echado una ojeada, pero todo me parece en su sitio y nada llama mi atención.

La joven Leonor, a la que le había sido explicado cómo cambiar los aceites de la ermita de San Zoilo, terminó tras unos quince minutos de labor. Entonces ya estábais listas para regresar al convento. Cuando salísteis de la ermita, la joven cerró la puerta de entrada, encajó la llave de gran tamaño que le había dado la Madre Abadesa Baldesca y os dispusísteis a marcharos. Entonces, una vez que estábais en la calle a cielo abierto, comprobásteis que estaba oscuro, que la noche había casi llegado. Ambas cruzásteis el callejón de los Mártires, pero ahora en la direccion contraria, directas hacia el convento. Antes de abandonarlo por la última esquina, tu instinto te hizo mirar hacia atrás, como estaba haciendo Sor Leonor varias veces. Entonces... no viste nada, pero la jovencita apretó el paso, y tú tras ella. Tras unos minutos, golpeásteis la puerta del convento de Santa María de Jesús, y el bueno de Imanol os abrió la puerta con una sonrisa. Acto seguido entrásteis hacia el interior de aquella gran casa, y sor Leonor te miró.

Estaba allí. ¿No lo viste? -dijo la joven novicia-. Alguien nos miraba, al final del callejón, más allá de la entrada. No. Creo que no lo viste -afirmó entonces comprendiendo que no habías percibido nada-. Nos miraba, pero luego... se giró, se marchó. Bueno... -decía como con cierto pesar por volver al encierro espiritual-, otra vez aquí...

​¿Ver a quién? Si estaba en las sombras no era hombre de bien. -​La miro preocupada, porque me da la impresión de que casi esperaba que el acechador de las sombras la dijera algo, yo , más temerosa del mundo pensaba que le querría hacer algo malo. -​Sor Leonor, si volvéis sola y lo volvéis a ver.....por Dios corred como si no hubiese mañana. Que Dios guarda a quien sabe guardarse......no se si me explico.  Por favor, prometédmelo.-Algo se me pasó por la cabeza-Porque....¿no conocéis a quién puede ser el que acecha, verdad?

​Esperaba disuadirla o sacarle algo de información si era un conocido. Mi intención era ir a la madre abadesa y pedirle que me dejase acompañarla, que siempre dos son mejor que una. Que sería mujer de Dios, pero el cuchillo lo sabía manejar, más o menos y que Dios guardase a quien intentase hacer daño a sor Leonor o a mí......si era eso y no otra cosa.

No, no sé quién era -dijo la joven Leonor-. De hecho no pude verle el rostro, pues estaba ya oscuro. Estaba allí, al final del callejón de los Mártires, donde la ermita. Gracias por venir conmigo, sor Teresa -decía la joven, mientras iba a llevar a un almacén el cazo con los aceites.

Entonces cada una se marchó a sus celdas. Era de noche, y en breves se efectuaría la cena. Después de eso y un poco de oración, hubísteis de estar todas acostadas. Al día siguiente, fuiste a ver a Sor Baldesca, y tras contarle el pequeño susto, ésta accedió a que la acompañaras varios días más. Además, había mandado a su hermano Imanol, que también fuera con vosotras, y se enterara si alguien deambulaba por la ermita en esos días. Y tras cuatro tardes acompañada por tu presencia, el miedo se fue del alma de la joven Leonor.

* * *

Dos semanas después tú estabas embebida en tus rezos y quehaceres diarios. En las cocinas ya no faltaban panes, ni tan siquiera ya te miraban las otras hermanas, que el escarmiento leve de la madrea Abadesa había sido suficiente. Y hablando precisamente de ésta, que una noche calurosa casi llegando el mes de Agosto, que la puerta de tu celda sonó por los nudillos de alguien. Tras preguntar quién era, allí se presentó Sor Baldesca.

Buenas noches, ¿estáis aún vestida? -preguntó antes de entrar-. Al saber que estábais rezando y todavía no estabas dispuesta a dormir, la abadesa incurrió en tu habitáculo. Su rostro era serio, pero ésta vez estaba también desencajado (y no por expresar disciplina al resto de monjas y novicias). Sor Teresa... Sabe Dios que en vos despliego mi total confianza, y lo que voy a contaros no quiero que salga de esta celda -añadía compungida-. He de deciros que sor Ramira, la hermana portera, ha estado esperando desde hace varias horas a sor Leonor, que como ya sabes, se ha tomado muy bien el oficio de los aceites en la ermita de San Zoilo. Pero na regresado. Hemos revisado el convento por si pudiera estar aquí dentro, y nada de nada. Tampoco sabemos dónde puede estar. Tan sólo sor Ramira, y ahora tú, sabéis de este suceso -se llevaba las manos a la boca, con lágrimas en los ojos, pues había perdido a su novicia más joven... e influyente-. No hemos dado la alarma al resto de hermanas por las horas que son y para evitar temor entre ellas. Y la familia...¡Ay! No podemos decir nada a la familia, puesto que la reputación del convento -junto con las posibles reprimendas de los Aldana, quería también decir- está en juego.

Entonces la Madre Abadesa te tomó de las manos, pidiénte un favor.

Sor Teresa: id a buscarla, os lo ruego, a la ermita de San Zoilo, o incluso por las por las calles de la Villa. Por mi parte he avisado también a Imanol; él ya está al tanto, y está abajo en el zaguán de la entrada... ¿Haréis eso por mí? -te preguntó finalmente-.

Me quedo mirando a sor Baldesca en silencio y anonadada. Una nube de desasosiego se cierne sobre m.-Voy-digo haciendome cargo de la situación y de lo que se me pide. Acto seuido ecojo mi crucifijo y lo cuelgo del cuello, cojo el cuchillo y lo ciño al cinto y cojo uno de los candiles del convento asegurándome que tiene aceite de sobra-Estoy lista ¿alguna cosa más?-y si no añade nada más salgo rápido rumbo al callejón.

Sor Baldesca entrelazó sus manos, te miró mientras te preparabas (y ello incluyó coger aquel cuchillo, cosa que no le hizo gracia, pero no estaba en tal labor el disgustar o no a la Madre Abadesa), y luego saliste de tu celda, y ella tras de tí. Sor Baldesca negó ante tu pregunta, y en cuanto cruzaste algunos pasillos llegaste al patio, y allí estaba Imanol esperándote. Allá arriba en el cielo la noche albergaba dudas y a las estrellas.

Vamos pues, hermana -te dijo el recadero-. Entonces te abrió la puerta, y salísteis a las calles de la villa. La Plaza de San Mateo unas cuantas varas más arriba, y el hospital de enfermos y caballeros de los Ulloa, más abajo, tales dos estaban entre el convento. ¿A dónde vamos? ¿Te dijo Sor Leonor algún lugar donde sabes si podría estar allí?

-QUiero revisar el callejón.....fue lo que nos dió mala espina y quizás....-agité la cabeza negando lo que había imaginado. Quería revisar el callejón y ver si había muestras de forcejeo. Con "suerte" se había ido con un joven enamorado de los que anelaba su corazón. No quería imaginar otra `posibilidad.-No,creo que no me dijo nada. Partamos buen Imanol y que Dios nos guíe.

Sea así, vayamos -respondió Imanol-. En las calles de la Villa de Cáceres nadie había, ni tan siquiera los gatos o el sonido de los grillos o bestias cercanas. Nada. La total quietud era aterradora, y el único estímulo era el crepitar, allá arriba, de algunas estrellas brillantes. Mientras ambos caminábais escuchaste a Imanol gruñir algo por lo bajo, algo así como...

...que no son horas de buscar a ninguna muchacha, por mucha familia rica que tenga, que bien podrían hacerlo cuando saliera el sol, pardiez.

El caso es que estando ya en el callejón de los Mártires, nada más comenzar a ascender lentamente, vísteis no muy lejos de la entrada de la ermita de San Zoilo. Y lo sorprendente era que parecía encontrarse abierto, y las suyas puertas de par en par, pues del interior se desprendía una tenue luz hacia afuera. Entonces recordaste que entre las tareas de cualquier monja que iba a reponer los aceites allí (desde hace poco sor Leonor), también estaba clausurar la puerta antes de regresar al convento. Aquella visió te heló el cuerpo.

Miro a un lado y a otro intentando encontrar alguna pista, algún indicio. No parece que sor Leonor haya estado aquí, quizás la sorprendieron antes de llegar, que se yo. Mientras miro y remiro voy al interior de la ermita de san Zoilo y cierro las puerta, aunque no lleve llave por lo menos las dejo presentadas.

No reprendo a Imanol por farfullar, no es mi cometido, pero me molesta su desgana, creo que no se da cuenta de lo importante que es encontrar a sor Leonor, sea de casa noble o no, que este mundo es un lugar peligroso y tiene demasiados demonios. Suspiro y miro al cielo intentando borrar los malos pensamientos de las cosas que le pueden haber ocurrido a sor Leonor.

Oteando el oscuro callejón de los Mártires antes de adentrarse en la ermita, que parecía que buscaras aguja en un pajar, pues era de madrugada y cosa extraña era todo aquello. Claro que, la casualidad o el buen hacer de Dios, que encontraste algo que te sobrecogió el corazón: arrojado en el suelo, no muy lejos de la entrada de la ermita, viste el rosario de sor Leonor. Tirado en el suelo, abandonado. Tú lo tomaste y lo guardaste.

¡Santo Dios! -dijo Imanol-. ¿Es de la muchacha? -estaba ahora sorprendido y asustado, tomando dimensión verdaderamente del peligro en que estaba envuelta la joven, si es que lo estaba-. A ver si está en San Zoilo, sale luz de allí, ¡Vayamos, hermana!

Realmente Imanol iba detrás de tí, pues tu parecías más decidida a encontrar a tu amiga de clausura. Una vez entrásteis en la ermita, con sumo cuidado, claro está. Antes de entrar, tanto Imanol como tú pudísteis apreciar que algunas velas estaban encendidas, y gracias a éstas algunas sombras se proyectaba en las paredes y columnas en el interior. Casi a la altura del pequeño altar, en el suelo, un tipo estaba tumbado, de espaldas a vosotros, y parecía estar descansando o tal vez dormido. A su lado parecía haberse dispuesto, sobre un banco, varios cirios y velitas (tal vez con la intención de calentarse un poco dentro de la fría ermita).