Partida Rol por web

No fallaba: conseguían algo de caza y se echaba a perder, conseguían acercarse al vado y alguien los seguía, se ponían en marcha y comenzaba a llover como si no hubiese un mañana. Ahora comprendía porque Yncriff, antes de partir con el mensaje, le había dicho, con tono jocoso que no debía preocuparse por el sudor y el calor. Adoraba a ese cuervo, pero a veces era demasiado socarrón. 

El grupo siguió andando, calándose cada vez más, lo que provocó algún que otro gruñido de la enana. Aquello sin embargo, era buena señal ya que, quizás por haber comido bien antes de partir aquella mañana, quizás porque los enanos eran capaces de acostumbrarse a casi cualquier cosa, Therusia parecía haber recuperado parte de sus energías y su resistencia. La desagradable marcha continuó hasta que Yedra, más acostumbrada a la vida campestre y con un gran conocimiento de esa zona, encontró un refugio. Era una cueva pequeña, incluso para los estándares humanos, pero cómoda. Lo único malo que tenían que atravesar aquel riachuelo, llenándose las botas de agua. La enana esperó a pasar en último lugar, a pesar de que estaba claro que la lluvia le estaba molestando bastante. Mientras cruzaban el río, la enana rebuscó unos instantes en el equipaje, sacando un pequeño ovillo de un hilo transparente. Al sacarlo, se le cayó también un bloque de algo amarillo y espeso: era cera de abeja. Therusia no pudo evitar llevarse la mano a la cara al verlo, antes de agacharse a recogerlo.

—Creo que ya es tarde para usar esto— gruñó molesta por haberse olvidado de él. Aquel bloque hubiese sido útil para impermeabilizar sus ropas y sacos, pero hasta que no se secasen, ya no sería de utilidad. Con un suspiro, Therusia lo guardó y comenzó a cruzar el rio. Nada más hacerlo, desplegó el hilo, que resultó ser un sedal y comenzó a formar con él una pequeña trampa, casi invisible en la oscuridad, atándolo entre los árboles por donde iba pasando en zig zag. El río podría avisarles si alguien lo cruzaba chapoteando, pero quizás sus perseguidores simplemente lo saltasen. De esta manera, podían enredarse en el hilo trasparente, e incluso causarle alguna pequeña herida si intentaba librarse a tirones. En cualquier caso, serviría para alertarlos.

Se avecina lluvia, comentó el nuevo. Dicho y hecho. Y vaya si llovía. Se notaba que el dúnadan estaba versado en los saberes del tiempo. 

Arrebujándose bajo sus ropajes, el elfo continuó avanzando en último lugar, siguiendo la estela del grupo. Esta vez, debido al rapapolvo de la enana y también por pura curiosidad, Ithildir sí que estuvo atento hacia esos misteriosos perseguidores. Cada tanto se detenía, volteándose para otear el horizonte. De alcanzarlos con la vista, trataría de examinarlos antes de volverse nuevamente y alcanzar a sus compañeros.

—¡Vaya! Magnífica elección, dama Yedra —comentó mientras se aproximaba a la cavidad.

Dírhael sonríe cuando cae la primera gota de lluvia. Luego cuando estalla la tormenta comienza a maldecir. Iva a ser un poco de lluvia no esté jodido torrente, encima nos pilla campo a través y no hay donde resguardarse, genial. 

La lluvia a calado tan profundo que el equipaje de Dírhael le pesa al andar. No es la primera vez que le ocurre, pero esta vez es diferente. Los están siguiendo, ninguno parece querer apoyarle en el intento de emboscada, y para más inrri la tormenta, el peso y no saber dónde carajos está. 

Finalmente Yedra encuentra un lugar donde resguardarse y el montaraz cansado y malhumorado la sigue, se comienza a desvestir y sin mediar palabra se gira y cierra los ojos.

     En otras circunstancias os sentiríais afortunados, las posibilidades de encontrar un refugio como el que ha encontrado Yedra serían mínimas en buenas condiciones, en las actuales más de uno diría que ha sido cosa de magia.

     Atravesáis sin mucho problema el pequeño riachuelo, Dírhael prácticamente se deja caer en el interior de la cueva, Therusia se retrasa mientras intenta dejar una trampa entre los matorrales y pequeños árboles que salpican la orilla. Ithildir también se detiene, tal vez por echar un ojo a la enana o para aprovechar su vista privilegiada que le da malas noticias, en el límite de las zonas que se iluminan de forma intermitente ve el contraste del pelaje de los lobos. No son lobos de las montañas, más pequeños de tamaño, si no más bien del otro lado del Anduin, de las cercanías del Bosque Negro. Mala compañia para noches como ésta.

     Caín gruñe al aire nervioso siguiendo la mirada del elfo pero se deja conducir al interior por Amaltea que también se deja caer al lado de Dírhael. Queda mucho por hacer pero ninguno de los dos parece tener los ánimos para ponerse a ello. Yedra entra también bajo la cobertura de la cueva y si parece tener todavía el ánimo suficiente para ayudar a su compañera a quitarse la capa empapada y alejarla de su cuerpo, si os quedáis parados el frío acabará siendo un problema mucho más serio.

Hacer una tirada de Alerta NO18 (Ithildir NO16)

—¡Therusia, vamos! ¡No te entretengas mas!—apremió el elfo, con los ojos fijos en la brumosa lontananza.

Al acceder a la cueva el galadhel preguntó a sus compañeros por su estado, e informó de lo que había podido advertir.

—Lobos grandes, de la parte oriental del Anduin. Están cerca, aunque no me ha parecido ver ningún jinete—comentó, mirando de reojo a la de abajo.

Habiendo analizado anteriormente el exterior, ahora pensó que sería buena idea hacer lo propio en el interior de la cavidad.

—Si esas bestias consiguieran encontrarnos aquí, creo que sería conveniente tener preparado el material para poder hacer fuego a la mayor brevedad.

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   Bueno, me cuelgo la capa en... alguna estalagmita o roca habrá que pueda hacer de perchero. Arramblo con algo de ramas de baja maleza. Entre esto y lo poco que llevábamos de ramitas, espero hacer un fuego para secarnos e iluminar el interior de la cueva. Que por su altura y disposición no puede ser refugio de ningún animal salvaje más grande que unas ardillas, pero nunca está de más.

   Echo un vistazo rápido a la cueva, luego examino el arco de Dírhael sin toquetearlo demasiado, que igual es muy tiquismiquis con su arco, pero la verdad, no lo veo en buenas condiciones. Me abstengo de aconsejarle que lo tire (¿he comentado que igual es muy tiquismiquis con su arco?), pero mi primera impresión es que por ahora, sólo sirve de leña para la hoguera.

   - Ponte cerca de la hoguera, - le señalo a Dírhael. Hoguera que puede estar sin encender aún, dependiendo de cómo se hayan desarrollado los acontecimientos.

   - ¿Crees que podrías echar un vistazo a...? - iba decir "esto", pero me limito a señalar el equipo chorreante de agua del recién incorporado al grupo. Luego me acerco a vigilar la entrada, que se oye mucho lobo. No podrían ser ciervos bien cebados, no, tienen que ser otra vez lobos, pienso para mí.

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El semidesnudo Dírhael comienza a desechar parte del equipaje que se ha echado a perder a causa de la humedad. Cuando mira la cuerda y las flechas, maldice en voz alta y las echa a un lado.

- Maldita sea, porque me da la sensación de que soy el único afectado por esta lluvia? Ya dudo hasta si mi espada de acero sigue siendo útil.

Coge la capa y comienza a escurrirla.

—Parece que el plan de Yedra ha funcionado. Cuando amanezca, podemos buscar huellas— razonó la enana, entrando por la cueva, mientras pensaba en la distancia que separaba al jinete de los lobos. Sin duda, aquello había sido una ventaja a la hora darle esquinazo. La noticia de los lobos, sin embargo, no pareció atemorizarla. Tenían buenas arqueras y estaba más acostumbrada al combate cerrado que abierto —. Lo bueno es que en un sitio como este no podrán rodearnos.

La enana oyó refunfuñar a Dírhael y se fijó entonces en el amasijo que había en el suelo y que parecía estar formado por una capa, raciones podridas, un arco y toneladas de agua.

—Ni tu acero ni tu brazo se van a resentir por un poco de agua, pero o cambias la cuerda de tu arco o te romperá cuando lo abras^_*—Therusia se agachó a coger el carcaj, que el dúnadan había tirado nada más entrar— Y esto tampoco pinta bien. Cuando encendamos el fuego, le daré un vistazo. La cuerda se pueda cambiar, y las flechas reparar. Y si no se reparan, siempre son buen combustible. Hmmmm también habrá que impermeabilizar tu capa, cuando se seque. Supongo que llevarías mucho tiempo sin hacerlo.

Therusia tenía confianza en su trampa y estaba tan ocupada examinando el arco y poniendo mala cara al ver la cuerda, prácticamente podrida que no era plenamente consciente de lo que ocurría a su alrededor. Dando otro vistazo a la carne de ciervo llena de gusanos comentó

—Lastima que no sean lobos normales. Quizás se conformasen con eso.

    Cuando Ithildir entra en la cueva girando la cabeza hacia afuera llamando a Therusia ninguno espera el gesto que refleja su cara cuando vuelve su mirada hacia la zona donde Dírhael se ha despojado de parte de su ropa, Yedra está intentando recomponer la cuerda del arco y Amaltea observa como el fuerte pelo de Caín se va secando rápidamente.

     El elfo mira más allá de la zona en la que estáis, a la oscuridad casi absoluta que está a vuestra espalda.

     Al fondo de la cueva hay una figura humana sentada sobre una roca. Sus ropajes están secos y está sacudiendo una pipa contra la pierna mientras mantiene una sonrisa confiada, atento a las conversaciones que estáis teniendo. En su costado ves la vaina desgastada de una espada cuyo pomo indica claramente que es un arma poderosa, de manufactura élfica probablemente o al menos de alguna cultura que ha tenido contacto con los tuyos. Su postura no es, ni mucho menos, amenazante, si tuvieras que definirlo sería casi como un adulto observando a un grupo de niños.

     Notáis la presencia de alguien, algo... no sabríais decirlo, en la cueva. La mirada de Ithildir se dirige hacia el mismo punto en el que creeis que está el ser, animal... pero vuestros ojos no son capaces de atravesar la oscuridad.

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   - Cojonudo, no estamos solos en la jodía cueva... - mascullo.

   Alzo la mano con la palma hacia delante y me dirijo al lugar donde siento la presencia.

¡Revélate!, deja las sombras en las que permaneces en la penumbra.
Muestra tu rostro para que juzguemos tu valía y tu bravura.

Si no aún has sido llamado a las estancias de Mandos muestra tu rostro,
por el aliento de Manwë si veneras a los Valar te conmino a mostrarte.
Si  eres de las bestias de Oromë, mandado por Irmo o al servicio de otro,
dispersa las sombras que te recubren y al verte sabremos cómo tratarte.

Y si estuvieras al servicio de la Sombra del Este, ¡Huye, Vete, Tiembla!
Pues mi cólera será temible y verás tu esencia a la luz del sol expuesta.

   Y espero una reacción, mientras tengo la hoguera a mi espalda.

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El galadhel quedó impactado durante unos instantes, tanto por la mera presencia del risueño individuo como por las palabras de su compañera. ¿Cómo habrá ella conocido esos nombres?, pensó. Sacudió levemente la cabeza para mirar de nuevo en la misma dirección y confirmar lo que estaba viendo.

—Tranquila, dudo que este individuo sea peligroso —murmuró no sin cierto poso de duda, al tiempo que su mirada saltaba de la larga hoja a la sonrisa del tipo.

El elfo dio algunos pasos al frente tratando de aparentar tranquilidad. Carraspeó antes de dirigirse al desconocido.

—Disculpe nuestra irrupción en su... Cueva. No es nuestra intención importunarlo, mas nos vimos forzados a refugiarnos aquí de la tempestad, y también por la presencia de unos lobos. ¿Quiere acercarse y compartir con nosotros el calor de la lumbre? Mi nombre es Ithildir y estos son mis compañeros Yedra, Amaltea, Therusia y Dírhael —dijo a modo de presentación.

Tras decir el dúnadan que iba a llover, al poco rato estalló una tormenta sobre nosotros. Era un pájaro de mal agüero, por lo que veía... Aceleramos el paso y encontramos una cueva donde refugiarnos de la repentina tempestad. Calados unos más que otros, Yedra empezó a hace run fuego para calentarnos y secarnos. Therusia se había quedado un poco rezagada para hacer una trampa, mientras que Ithildir se quedó en el umbral observando la lejanía. Al parecer, la manada de lobos seguía tras nosotros.

Me recosté en un lado, mohína, intentando secar un poco la cabeza de Caín con mi capa. Por dentro estaba seca, pero por fuera estaba mojada. La mochila y el arco estaban en el suelo, a mi lado. Al ver las caras de los demás, que miraban al fondo de la cueva, supe que algo pasaba. Dejé a Caín y desenvainé mi espada, mientras oía a Yedra y a Ithildir hablarle a lo que quiera que estuviera en la oscuridad de la cueva. Las llamas danzantes hacían que nuestras sombras parecieran enemigos que se abatían sobre nosotros.

-"Caín, atento." Le susurré.

Mientras Yedra localizaba un refugio donde poder ocultaros de la lluvia te percataste de pequeños detalles colocados para dirigiros hacia allí de forma que vuestro propio rastro quedara más oculto. Un rodeo por un bosquecillo para dejar a vuestra espalda la arboleda y no ser vistos, atravesar dos pequeños cursos de agua de forma innecesaria pero que anula el posible rastro de olor... Pero a la vez una zarza colocada para evitar seguir un camino que se hubiera desviado del destino, unas piedras que de forma casi imperceptible parecían convertirse en una flecha indicando un sentido.

Al final habéis llegado al refugio pero no tienes toda la seguridad que te gustaría sobre si ha sido la más que conocida habilidad de Yedra para encontrarlo o que os hayan llevado de alguna manera hasta ahí.

Dírhael sigue al elfo de cerca espada en mano.

- ¿Con quién demonios hablas Ithildir? - dice mientras intenta ver más allá de las sombras que proyecta el fuego.

El viento sopla con fuerza, lo que provoca que el fuego se agite y se consiga iluminar parte de la cueva hacia donde habla Ithildir. Dírhael aprovecha esta breve iluminación que viene acompañada con la caida de un rayo, para intentar vislumbrar al nuevo compañero de cueva.

—¿Peligroso o agresivo?

La enana miró al elfo antes de suspirar pesadamente. Lo cierto es que siempre había sido desconfiada, pero en los últimos tiempos, se había exacerbado aquel rasgo suyo. Pero eso no significaba que tuviesen que decapitar a cualquier persona que se encontrasen por casualidad y que las cuevas, en los días de lluvia torrencial, eran lugares bastante habitados. Suerte tenían de que no fuese un oso. Y aunque por alguna razón no veía bien al tipo con el que hablaba Ithildir, gruñó entre dientes una disculpa.

—Espero que no molestemos.

Para calmar sus nervios, Therusia recogió las flechas desperdigadas de Dirhael y las colocó cerca de de la hoguera, atadas con un fino hilo de sedal para obligarlas a recuperar su forma con el calor. Luego, sin mediar palabra, tiró la cuerda del arco al fuego. Estaba completamente podrida y no había forma de secarla sin que las fibras se resintiesen. Afortunadamente, aún le quedaba algo del sedal. Tras calcular mentalmente la longitud que debía cortar, dividió lo que quedaba en 7 trozos y se puso a trenzarlos para crear una nueva cuerda, más resistente al agua. A pesar de sus grandes manos, parecía que, al igual que los miembros de su raza, tenía una gran habilidad para los trabajos técnicos, aunque fuesen delicados. Aquel trenzado le ayudaría a centrar su mente y no soltar ninguna barbaridad que enfadase al desconocido.