Partida Rol por web

Cuando llegó bajo el agujero del pozo Guillaume miró hacia arriba para gritar a los de afuera.

—¡HE TENIDO ALGÚN PROBLEMA Y NO SÉ SI HABRÁ MÁS PELIGROS ESPERÁNDONOS MÁS ADLEANTE! —Gritó con todas sus fuerzas—. ¡APENAS HE PODIDO AVANZAR Y NO SÉ SI HABRÁ SALIDA! ¡SI QUERÉIS PODÉIS BAJAR! —Sería mejor que decidieran ellos si querían buscar otra alternativa o arriesgarse por aquel túnel que quizás estuviera plagado de criaturas como la que acababa de matar.

-Me hase ilusión pensar que me nesesitas para...-sacó una nueva antorcha y,tras buscar a tientas la yesca y el pedernal, arrancó unas chispas que prendieron timidamente pero imparables-arrojar lus a tu vida.-sonrió burlona con el resplandor anaranjado iluminando al templario y a la sarracena-qué bien ha quedado lo que he dicho y no está Yusuf para oirlo, podría alquilarle la frase para la próxima cándida a la que engatuse-reclinó la cabeza hacia atrás mirando hacia donde se encontraban los dos.

-Si Roland responde es porque a Yusuf ya le ha dado un ataque. A veses creo que se preocupa por entretenimiento.

Yusuff sopesa la situació y ve que si baja el solo, seguramente se parta una pierna o algo peor.

NO PUEDO BAJAR SIN DESTROZARME LAS PIERNAS. BUSCARÉ OTRO MODO DE ENTRAR. - grita a las profundudades del pozo.

Si no podía bajar por allí, encontraría otra manera de entrar. Quizá la contraseña fuera la única opción para él...

No me gustaba la idea, el pozo me daba muy mala espina, pero siempre era mejor opción bajar con la cuerda que tratar de descender trepando. Siguiendo las indicaciones de Yusuff me agarré a la cuerda y me dispuse a descender al oscuro pozo.

El descenso iba más o menos bien hasta que empecé a notar como poco a poco la velocidad aumentaba. Sin darme cuenta cómo, acabé con mis huesos en el húmedo suelo del pozo.

Los demás gritaban a mi alrededor, pero yo solo pensaba en tocarme y comprobar que no me había roto ningún hueso en mi accidentado descenso.

Guillaume aún se sentía cansado después del combate que acababa de tener, al fin y al cabo los años no pasaban en vano, pero aún así estaba más que dispuesto a ayudar a sus compañeros en el descenso, aunque fuera ayudándolos a mitigar el más que posible golpe. Pero el único que bajó fue su buen amigo Roland, al que no le parecía haber sentado muy bien el descenso,  mientras la voz de Yusuff sonaba en lo alto.

—¡TEN MUCHO CUIDADO! —Gritó el templario—. ¡Y NO COMETAS NINGUNA LOCURA! —Añadió, sabedor de lo que podía llegar a ser capaz Yusuff ya que lo había vivido en propias carnes.

Se hizo a un lado ya que se imaginaba que la pequeña Shanti querría decirle, aunque fuera a gritos, algo a su amigo, compañero y a saber qué más, mientras Guillaume se acercaba a Roland para interesarse por su estado de salud.

—¿Estás bien? ¿Necesitas de mi ayuda? —El francés conocía de sobra las artes sanatorias de las que hacía gala el templario.

Me sentía como si un caballo me hubiera tirado al galope y luego se hubiera dedicado a pisotearme hasta cansarse, pero altísimo había decidido que debía vivir al menos algunas horas más.

Me duele todo.- Contesté a mi amigo.- pero creo que sólo ha sido el golpe. - poco a poco fui poniéndome nuevamente en pie y retirando algo del barro que se había adherido a mis ropas.

¿Qué hay aquí abajo?- pregunté justo después.

Una vez Guillaume se aseguró de que su amigo se encontraba todo lo bien que podía después de ese accidentado descenso, el templario se encogió de hombros ante la pregunta que le había hecho.

—No he podido avanzar demasiado —contestó al fin, sintiéndose un tanto avergonzado ya que no podía decir si al final del túnel estaría la entrada a la fortaleza o simplemente se trataba de un callejón sin salida—. Si seguimos por ese camino tendremos que tener mucho cuidado pues hay bestias salidas del mismísimo infierno. Me he topado con una ser reptante y asqueroso que a punto ha estado de matarme.

En ese momento Guillaume miró a Shanti que se mantenía extrañamente callada, quizás porque su amigo no iba a descender hasta el pozo.

—Tranquila pequeña, seguro que nos reuniremos pronto con Yusuff —le dijo en un intento de animarla—. ¿Qué hacemos con la cuerda? No sé si será buena idea cogerla y quedarnos sin una posible vía de escape. De todas formas debemos continuar.

No iba a bajar. El tío cobarde. Tanto dar por saco con su seguridad y con todo el rollo de asegurarle un futuro cómodo para largarse en cuanto la primera solución no la veía viable.

Alejó un poco de sí la antorcha mientras Roland se reunía con ellos y cuando Guillaume se hizo a un lado la pequeña ratera se escabulló hacia el cadáver del bicho que el templario había derrotado. Yusuf tenía esas cosas, ¿podía haber visto antes de que bajaran tanto ella como Guillaume que no era posible que se reunieran todos abajo? Claro que podía haberlo hecho. ¿Había dicho algo? No. NO. Y ella como una idiota había salido al rescate como tantas otras veces desde que empezaran ese viaje y se había metido de lleno en aquel agujero maloliente y húmedo lleno de trampas y bichos espantosos.

Gruñó encogiéndose de hombros con esa resolución de falsa pasividad más digna de un niño que de una muchacha adulta para responder tanto al intento del buen cristiano por quitarle preocupaciones como para saber qué hacer con la cuerda. De estar en su mano ataría al guía hasta que pareciese una mosca envuelta en una telaraña y le colgaría de los pies para poder hacerle pendular sobre el suelo pinchándole con un palo hasta que Yusuf sintiese de una vez por todas algo que no fuese ese interminable amor por sí mismo.

Dio un paso y levantó la antorcha como si así pudiese ver mejor, decidida a no pagar con los dos desventurados cristianos con su mal humor mientras se recordaba amargamente que había dado su oro por ese cretino de patitas frágiles.

Yusuff no quería quedarse sin piernas. Las apreciaba lo suficiente como para querer mantenerlas en el estado actual en el que se encontraban.

BUSCAD LA POSADA QUE ESTÉ MÁS CERCA DE LA PUERTA OESTE, ALLÍ NOS ENCONTRAREMOS.

El árabe no conocía la fortaleza, pero esperaba encontrar alguna posada o taberna en la cual esperarles. Todo ello claro está si conseguía entrar con esa maldita contraseña o escondido entre las mercancías de algún carromato.

-...-miró hacia arriba un instante-genial-murmuró-la cuerda entonses se queda ahí colgando por si esto no lleva a ningún sitio y hay que volver, ¿no?-preguntó a Roland y a Guillaume mientras reanudaba su escrutinio del entorno. Pasados unos minutos en los que dio por concluida satisfactoriamente su búsqueda de potenciales peligros para la integridad física suspiró dejando caer los hombros y se volvió hacia los dos cristianos.

-Avansar es seguro, no hay trampas.-avisó-¿seguimos o...?

Yusuff dejó la cuerda atada tal y como le habían dicho sus compañeros. Eso les serviría para regresar sobre sus pasos en un momento de apuro.

Lo que el espadachín sí tenía claro era que debía entrar en la ciudad de u a manera u otra, así que se enfiló cuesta arriba. La pendiente seguía siendo pronunciada, pero por suerte ya conocia el mejor camino.

Un vez llegó a las puertas, se acercó al guardia y le dijo simplemente una palabra. - Samarcanda- dijo mientras se tensaba. No sabía si eso era algo para pasar o más bien era una invitación pars acabar en alguny oscuro calabozo...

Empapado en sudor tras la empinada caminata por fin llegas al el puerto de guardia. Te acercas Asesino de la secta de los Ismaelitas que custodia la entrada y, mecánicamente, desenvaina la espada y la blande ante ti cuando te ve. Pareces sufrir un Deja Vu, pues los gestos que hace el guardia son una réplica casi exacta de los que exhibió cuando llegasteis aquí la primera vez.

Sin más demora, ansioso y aún cansado por el ascenso, una palabra escapa de tu boca:

-Samarcanda. -dices, y la cara del guardia se transforma...

¡Te contempla con mirada impasible y a continuación se arroja sobre ti! ¡ese maldito embaucador ha debido de darte una contraseña falsa!. ¡El Asesino lanza un grito estridente y en un instante otros guardias surgen de la Fortaleza!. ¡Deben ser al menos diez!. Te dominan y maniatan. Mientras te resistes puedes ver como uno de ellos se acerca con un saco negro que intuyes de un momento a otro acabará sobre tu cabeza. Entretanto otro te interroga con directas preguntas:

-¡Tu no eres un comerciante! ¡¿Quién eres?! ¿Quién te ha dado esa contraseña?!. 

El túnel continúa durante varios centenares de metros. Poco a poco, una débil luz que parece emanar de las paredes os permite avanzar con mayor facilidad. El pasillo se va ensanchando hasta que se divide en dos. Los dos nuevos caminos son absolutamente iguales. ¿Qué desviación seguiréis?. ¿La de la izquierda, o la de la derecha?.

- No os voy a mentir. No soy más que un bandido. Le saqué la contraseña a un mercader al que asalte hace unas horas. Como no tenía nada de valor en los camellos me dió está daga... - dice señalando con el mentón, pues estaba maniatado. - y me ofreció una contraseña a cambio de dejarle con vida.

- Maldito bastardo mentiroso. - escupió como pudo maldiciendo a aquel mercader desdentado.

Yusuff contó la historia modificando alguna parte. Lo suficiente para parecer un simple ladrón de caminos y que lo echaran de ahí a patadas.

Ahora mismo prefería salir de ahí con un puñado de golpes encima que acabar torturado en una mazmorra por ocultar información.

Antes de que termines de dar tus explicaciones uno de los fornidos guardias te pone el saco negro sobre la cabeza. Solo recuerdas oscuridad, un golpe seco en la cabeza seguido de un agudo dolor, y luego más oscuridad... Antes de perder el conocimiento por efecto de los golpes, comprendes que tienen la intención de llevarte a la prisión del lugar.

Desde luego no habías contado con la justicia expeditiva que impera en Alamüt. Los guardias te empujan y te llevan a un siniestro edificio. Uno de ellos saca del bolsillo un pesado manojo de llaves, abre una gruesa puerta reforzada con planchas de hierro y, sin molestarse en quitarte las armas o el saco, te arroja violentamente al interior. Vas a caer sobre la paja mohosa de un calabozo. El olor es espantoso y, de todos lados, llegan gemidos y lamentos.

Se adentraron en el túnel dejando atrás la aparente seguridad de la cuerda que seguía colgada en el pozo, después de haber quedado con Yusuff de verse si conseguían entrar en la fortaleza. Guillaume avanzaba con suma cautela, pues no quería volver a encontrarse con una babosa gigante y brillante como la que había matado así que, sin perder ni un solo detalle a su alrededor, caminaba con todo el cuerpo en tensión y sin envainar la espada.

Pero, bien por suerte o bien porque la mano del Señor los guiaba, no se encontraron con más problemas hasta que llegaron a una bifurcación, momento en el que el Altísimo pareció hacer un descanso en su vigilancia. Sin saber muy bien por cuál camino decidirse, desorientado como estaba, Guillaume se acercó a la entrada de un ramal y de otro husmeando el aire, como si de esa forma fuera a dar con el camino correcto.

—¿Derecha o izquierda? —Preguntó a sus compañeros sabiendo que ellos estaban mucho más versados que él en cuestiones de buscar las mejores rutas.