Partida Rol por web

Seguía allí, odiándole por llevarse a mi Zafira pero esperando que el tiempo y Alá me dieran la razón porque sabía que eso pasaría. Vi a Zafira mirándolo sonriente, ninguno de los dos podía verme porque estaba situado detrás de una columna junto a los músicos* pero yo tenía una vista de ellos excelente.

-Alá... Dame fuerzas.

Sonreí muy contento, también al ver la alegría del Emyr, no me esperaba eso de que me considerara su hijo – Me siento muy honrado de pertenecer a su familia – Y así era.

Me iba a casar en una semana, eso si que era una sorpresa, supuse que habrían muchas cosas por decidir, por el momento necesitaba una vestimenta adecuada para el evento.

Sonreí al entrever la mirada de Zafira a través del velo, una semana… realmente me había ilusionado, hacía muchos meses que no lo estaba tanto.

Aquella noche fue una velada maravillosa y aunque Guillaume y Zafira no pudieron volver a estar juntos, lo cierto era que una semana pasaba volando. Además, el joven extranjero no tenía nada de que preocuparse pues su futuro suegro ya había pensado en todo y había dado órdenes para que fuera una de las mejores bodas, sólo comparable con la de su hermana a la que planeaba casar con Said. Esperaba que eso no diera problemas. La noche cayó lenta y fría como era en el desierto, cada cual fue yendo hacia sus hogares y los que eran huéspedes del Emir hacia sus aposentos, sólo alguno que otro aún pululaba por la sala de fiestas comiendo un poco y levantando aquí y allá. Zafira se había retirado hacia un buen rato y Said le había seguido ante la mirada atenta del Emir que sabía que Said debía estar muy molesto, pero conocía bien a su hija, si, había hecho un buen trabajo. Se despidió de Guillaume dándole palmaditas en la espalda, estaba cansado.

Fueron días en los que dentro de lo que cabe no me tuve que preocupar demasiado, tan, me interesaba por los preparativos aunque parecía que no les hacía demasiada gracia que me entrometiera y me dediqué también a hacer planes de futuro, por el momento todos lejanos a mi tierra.

Parecía ser que la hermana de Zafira también se iba a casar con un tal Said, lo había visto varias veces pero parecía ser poco hablador.

Esta noche el Emyr se despidió de mi dándome unas palmadas en la espalda y yo sin más que hacer me retiré para irme a descansar.

La noche de la boda llegó finalmente y primero, en una habitación para tales efectos, Guillaume pactó y cerró el matrimonio con su ahora suegro. El Emir rebosaba de felicidad y tras haber firmado y sellado con tres besos en las mejillas del extranjero, finalmente se llevó al cabo el encuentro con la novia en la hermosa sala de la casa ataviada para tales menesteres. Zafira estaba hermosa, llevaba adornos en las manos y en los pies, así como joyas de oro por todo el cuerpo.

Trajeron a Zafira cargando como debía ser, ella lucía hermosa, radiante y bajo su velo que sólo podía remover él cuando el Emir la entregara a Guillaume.

Said no había asistido a la fiesta, no podría vivir con ello. Cuando al fin la novia fue entregada al extranjero, ambos se sentaron en unos sillones especiales para los novios y desde donde podrían comer y disfrutar de los bailes destinados para ellos. Finalmente Guillaume estaba casado con la joven Zafira.

Llegó el gran día y no podía negar que estaba nervioso, tenía un pequeño nudo en el estómago, pero sabía que pasado este día sería feliz.

Se me cortó la respiración cuando vi a zafira tan engalanada, era la rosa más bonita del jardín, estaba muy sonriente, esperaba poder hacerla feliz de verdad.

Cuando por fin nos sentamos ante aquel espléndido banquete ya casi no me podía contener, me acerqué al oído de mi recién estrenada esposa - ¿Os puedo besar o aquí no estaría bien visto?

Estaba contenta, tanto que podía notarse en mi rostro y aunque al principio busqué entre los asistentes a Said, pronto me centré en lo que verdaderamente importante y los designios de Alá. Las palabras de Guillaume hicieron voltear a mirarle, estaba espléndido, guapo como ninguno y parecía contento, lo cual me tranquilizaba aún más. Era una boda preciosa, mi padre se había echado la casa por la ventana para que su hija mayor se casara como tenía que ser.

-Me temo, sidi que no sería correcto pero pronto podremos terminar aquí y seguir con los rituales de boda. ¿Os habrán dicho cuáles eran, no?

Lo miré esperando su respuesta, si no se los habían dicho, tendría que explicarle que debería lavarle los pies antes de subirnos al lecho nupcial, le bailaría ataviada con ropa especial para mi esposo y que luego, mi padre y algunas mujeres, principalmente mi madre y las mujeres que me habían cuidado, esperarían afuera para la prueba de la sangre. 

En el fondo no me extrañaba así que mi impaciencia tendría que tomarse una pausa, total, ¿Qué eran unos minutos después de tantos días? Fue inevitable acordarme de una persona, de Helena, pero aquello era un imposible, había que desechar esos pensamientos.

- No, es decir, se cueles son los rituales de mi cultura pero no de la tuya… - parpadeé un par de veces, aunque no creía que esos rituales me fueran a desagradar

Sonreí, tenía razón, no tenía por qué saber cuáles eran nuestra costumbres, en voz baja comencé a decirle lo que habría de suceder a continuación.

-En unos minutos, mi padre invitará a los hombres de la sala a bailar, vos y yo, saldremos de aquí rumbo a la alcoba nupcial. Afuera están mi madre y algunas mujeres que me han cuidado, mi tía también y mi padre vendrá después. Os lavaré los pies con agua perfumada y los secaré.

Hice un alto y proseguí.

-Luego os bailaré como tanto deseabais y finalmente, bueno... Cuando sea vuestra mujer, tendréis que salir a la puerta y mostrar la sangre de mi virgo a la familia apostada en la puerta.

Para mí eso era algo natural e incluso un motivo de orgullo y alegría.

Con la cabeza gacha y pegadito a sus labios fui escuchando lo que me decía, todo lo primero me iba gustando, lo de los pies, lo del baile… pero lo último hizo que me ruborizara como hacía tiempo que no ocurría ¿La sangre de su virginidad?

Pero ella parecía tan contenta con ello… me daba apuro pero sabía que debería de hacerlo – Bueno, si es la costumbre lo haré – Si había matado personas en batalla esto no me iba a echar para atrás

-Si, es una muy antigua costumbre...

Comencè por lavarle los pies y secarlos muy lentamente, aquello era para llamar la buena suerte y la abundancia en nuestra casa; ademàs, seguir las leyes y costumbres significaba mantener la làmpara de Alà encendida en nuestro hogar. No pasò mucho tiempo antes de que èl, sentado en la cama, pudiera ver còmo empezaban las primeras notas de una danza que yo esperaba le gustara.

Fui hasta la cama y me senté, allí me dejé lavar los pies, era agradable ser atendido por Zafira y la dejé que procediera como debía.

- Te tenéis que enseñar muchas cosas de vuestra cultura – le dije y así le daba a entender que estaba dispuesto a ser respetuoso y a aprender.

Luego comenzó a bailar para mí, en seguida se dibujó una sonrisa en mi rostro y acaparó toda mi atención, ahora si me mostraba gran parte de su bonita anatomía, era tan bella o más de lo que me había imaginado, me sentía feliz y muy bien.

Cuando terminè el baile me acerquè hasta èl con la respiraciòn agitada por este y me dejè llevar dàndole un largo beso en los labios, nuestro primer beso como marido y mujer. Habìamos tenido una boda hermosa, llena de gente y con mucho oro. Quizàs Guillaume no supiera que habìa que regalarme oro, se lo enseñarìa poco a poco.

-¿Te gustò el baile?

Sonreì ya recargada sobre èl.

Sonriente la recibí y la besé muy a gusto ahora sin temor alguno a que nos sorprendieran, por ello es que pude recrearme más en sus labios, su lengua, su sabor, en cada uno de los pequeños detalles.

Mi sonrisa era imposible de borrar – Me encantó, esposa mía – dije inaugurando el término que tan bien me sonaba.

Se recargó sobre mi y yo la abracé – Tan sólo tengo una duda… ¿Cómo he de mostrar la sangre? ¿Es suficiente con que muestre un pañuelo de seda un poco manchado? – Quería tenerlo todo claro antes de comenzar con nada, no quería que nada estropeara este precioso día, el día de Zafira y Guillaume

Lo mirè sonriendo, era feliz con èl, mi vida tenìa que seguir asì. Respirè profundo, miràndome en sus ojos.

-Bastarà con esto...

Tomè un velo que estaba al lado de nuestro lecho nupcial, blanco con hilos de oro y cuentas brillantes. Lo puse en la cama, donde ìbamos a recostarnos.

-Cuando todo termine, podràs salir a la puerta y entregarles esto. No temo pues sè que soy virgen aùn...

Volvì a sonreìrle y a besarlo. No sabìa còmo era aquello, èl tendrìa que enseñarme.

- De acuerdo… - dije mirando aquel hermoso velo, me parecía una lástima mancharlo, pero si tenían que ver algo que fuera hermoso.

- Bien, pues… no me gusta esconder nada si ir con luces apagadas… - la avisé y me comencé a desnudar, primero dejé a la vista mi musculoso torso, luego me quité los pantalones y finalmente mi ropa interior - ¿Me dejáis que os quite yo la ropa? – le dije ya totalmente desnudo

Zafira asintiò con la cabeza y las mejillas evidentemente ruborizadas, cuando las manos de èl se posaron sobre las finas telas de sus ropajes, ella temblaba de emociòn y sin poder ocultarlo. Pronto dejò al descubierto un cuerpo que ya habìa visto de modo parcial y que sòlo remarcaba lo que ya su esposo habìa pensado acerca de lo hermosa que era. La pareja se enredò en la cama entregàndose el uno al otro como si fuera lo ùnico que importara en la vida y luego de una primera penetraciòn, el pañuelo estuvo listo para ser entregado a los que esperaban ansiosos en la puerta.

Ella le indicò a èl còmo hacerlo, Guillaume llevò el pañuelo hasta la puerta y la madrina al verlo con su sangre, comenzò aquel sonido con las voces que las mujeres àrabes hacìan. La puerta se cerrò de nuevo ya con la virtud de la esposa comprobada ante el padre y las mujeres de la familia y los amantes pudieron continuar con su noche de bodas. Una extensa y llena de vida, de entrega que sòlo podìa suceder de esa manera. Quizàs por ninguno de los dos era amor, pero era algo muy cercano. 

La mañana sorprendiò a Guillaume abrazado a la joven mujer que ahora era su esposa y su cabello revuelto le daba en la cara, por lo cual no podìa ver su rostro.

La noche de bodas fue una delicia, lo mejor de todo las caricias y las atenciones que Zafira me daba.

Aunque el momento de presentar las pruebas pasé algo de apuro, después de ese momento me sentí mucho mejor, como habiéndome quitado un peso de encima.

Llegó la mañana, pero no tenia ninguna prisa por moverme, me quedé sencillamente con los ojos abiertos disfrutando del calor de mi recién esposa.

Abrì los ojos sintièndome muy distinta, màs mujer si es que eso se podìa. Me volvì a èl que ya estaba con los ojos abiertos, lo mirè y le sonreì.

-¿Dormiste bien, sidi?

Lo besè dulcemente en los labios, estaba contenta y sabìa que todos en casa tambièn pero habìa algo que me molestaba: ¿vivirìamos en mi tierra para siempre o marcharìamos? Sabìa que debìa seguirlo a donde èl quisiera porque era mi esposo pero la verdad era que me angustiaba un poco.

Noté que me miraba y respondí a aquella sonrisa – Si, mejor que nunca ¿Y vos? – respondí sin titubeos

Respondí a su beso y descubrí que la cama ya me molestaba, no por ella, sino por que no podía estar acostado ya - ¿Existe alguna tradición más para los recién casados o algún compromiso con familiares? – me senté en el borde de la cama para posteriormente echarme agua de la palangana a la cara.