Partida Rol por web

Los peligros narrados por Rhylen antes de abrir la puerta se hicieron presentes mucho antes de lo esperado. Tras ingresar en la nueva habitación una columna macabra la gobernaba. Armada con multitud de flechas dejaba más que claro la amenaza que suponía, faltaba saber que la haría detonarse. – Con sumo cuidado a partir de ahora…, avisó a sus compañeros mientras con pasos cortos avanzaba por la habitación, primero mirando al suelo por donde pisaba…luego sin perder de vista la columna. 

La elfa tocó el brillante y el sr.Carsson pareció saltar como un resorte, como si él fuese la respuesta a esa acción. La elfa pasó por su lado y dijo -Tranquilo...- mientras palmeaba sus musculosos hombros. Al llegar a la sala, la oronda pitonisa volvía al espectáculo circense del que siempre hacía gala. -¿Cómo un dios en su sano juicio toma a tal payaso en su seno?- se cuestionaba la elfa. Y era normal, Hostawen estaba acostumbrada a ceremonias mucho más serias y una fe más racional. No a semejante espectáculo. Recibió el arco con un 'gracias'. Luego cogió su propio arco y lo dejó como compensación en el mismo sitio donde había cogido Alétheia el arco. El que dejaba lo había fabricado Hostawen con sus manos, con un madero que había encontrado, tenía inscripciones que poca gente entendía. Sería un buen regalo para quien volviese.
Luego tras una señal del experimentado guerrero abrió la puerta, poco tuvo que ver antes de hacer una señal a sus compañeros. -Quietos...- claramente era una trampa y la elfa se puso a mirar por todos los sitios minuciosamente, antes de dar un paso.

La cámara no sólo parecía desierta si no que daba muestras de haberlo estado desde la última peregrinación del año anterior. Los pasos de Sigmund y Rhylen, aunque lentos y cautelosos, levantaban una fina película de polvo cada vez que sus pies tocaban el suelo. Ambos compañeros dedicaban miradas de reojo al misterioso y amenazante pilar mientras Hostawen buscaba alguna señal sobre qué trampa malévola habían diseñado para proteger aquel lugar. En esas andaba la exploradora elfa cuando un estallido metálico en algún punto en el interior de la pared provocó una respuesta en cadena de devastadoras consecuencias. El pilar, que hasta entonces había estado quieto e inmutable, comenzó a girar sobre su eje acelerando con cada vuelta. Sin embargo, lo peor estaba por llegar; las flechas, alojadas en los pequeños agujeros, empezaron a salir disparadas en todas direcciones. A medida que el pilar descargaba su carga mortal la puerta por la que habían entrado los compañeros comenzó a cerrarse pillando a Hostawen justo en medio.

La elfa no había ni advertido que no se movieran cuando sus dos compañeros comenzaban a entrar en la sala. Sus movimientos eran bruscos, como si quisieran activar esas trampas. -No, no, no...- decía sabiendo lo que estaba apunto de suceder. Click y el mecanismo comenzó a activarse, la elfa dio una zancada hacia atrás y se libraba de toda clase de peligro. -Mira, que se lo advertímos...- dijo mientras miraba a Alétheia a los ojos. La pitonisa tenía muchos defectos, pero había demostrado claramente su inteligencia y ser la elegida. Fue ella quien advirtió que aquellas marcas probablemente fueran de una trampa, la elfa lo corroboró y aún así aquellos dos entraron como si nada.

No había que ser una pitonisa para notar las malas vibraciones que transmitía esa habitación. La amenazante columna del centro de la habitación hacía que los aventureros temiesen ponerla en funcionamiento con cada paso que daban. Fue entonces cuando, sin saber con certeza desde que punto se había activado, un sonido metálico sobrecogió el corazón de todos los presentes. – Oh, oh…, se lamentó Rhylen tras mirar a Sigmund con preocupación.  

La imponente columna comenzó a girar a una velocidad endemoniada sobre sí misma. Nuevamente no había que ser una pitonisa para saber lo que estaba a punto de ocurrir por lo que Rhylen, lejos de quedarse paralizado por la amenaza, comenzó a correr en dirección al foso. - ¡¡¡CORRED!!!, ¡HACIA EL FOSO!, gritó dejando caer su nueva espada al suelo.

El viejo guerrero corrió tan rápido como pudo hasta el borde del foso. Esto no evitó que las primeras flechas impactaran en él provocándole un intenso dolor con cada golpe seco de ellas sobre su torso. Al estar próximo al borde hizo un barrido y, tras echar una mirada casi fugaz al fondo del foso, progresó arrastrándose hasta dejar caer su magullado cuerpo al mismo mientras que con sus brazos se sujetaba en el borde aguantando todo el peso de su cuerpo. 

Alé conocía bien sus limitaciones. Era alta y corpulenta y, con la armadura, se acentuaba su lentitud de reflejos. Sólo pudo observar con la boca abierta cómo la puerta se cerraba dejando en su interior a los dos miembros masculinos del grupo.

- ¡Oh, chicos!- Hostawen demostró una vez más la agilidad que la caracterizaba dando un rápido paso atrás, librándose así de una buena, como pudieron comprobar por los ruidos y alaridos que se oían a través de la puerta. Mientras Hostawen examinaba el entorno en busca de algo que parase la trampa Alé intentó volver a abrir la puerta haciendo uso de la llave. Las manos le temblaban, en su mente horribles imágenes de Sigmund y Rhylen asaetados e inertes sobre un charco de sangre atormentaban a la Pitonisa.

Aún sabiendo que aquel sitio era una trampa, Sigmund avanzó tras los pasos del veterano guerrero, dejando atrás a las jovenes mujeres quienes eran sus protegidas. Avanzaban con paso cauteloso pero finalmente ocurrió lo inevitable, el sonido de un mecanismo les alertó de que algo pasaba, cosa que comprobaron al ver como aquel pilar central empezaba a girar soltando una rafaga de saetas que parecía interminable. -CUBRANSE!!!- Exclamaba con desespero mientras corría hacia la fosa que indicaba Rhylen, y un par de proyectiles impactaban en su cuerpo, las saetas silbaban sobre su cabeza mientras se tiraba en barrido y caía a la fosa, sosteniéndose de el borde sólo con una mano, mientras la otra empuñaba la cadena, que buscaba enganchar en algun lugar para tener mayor agarre.

Agarrados al borde de un foso que daba la sensación de carecer de fondo debido a la falta de luz, Rhylen y Sigmund sentían pasar decenas de virotes sobre sus cabezas. Estos golpeaban contra paredes y puertas con una velocidad endiablada. El espectáculo que ambos compañeros pudo ver desde su posición, compuesto por cientos de numerosos puntos de luz que aparecían y desaparecían en un parpadeo, les recordó a una nube de luciérnagas por la cual hubiesen sido engullidos. El hecho de que las puntas de las flechas y vitores hubiesen sido limadas para quitarles puntas y filos les había permitido salir bien parados de lo que podía haber sido una muerte segura.

Al otro lado de la puerta, Alétheia y Hostawen se abalanzaron sobre la puerta envueltas ambas en la luz trémula de la lámpara que la pitonisa portaba. Las preocupaciones de Aétheia no hacían más que aumentar a medida que más y más golpes resonaban contra la gruesa e hinchada puerta. Tan pronto tiró de la puerta dos virotes entraron por la estrecha abertura impactando contra las paredes del pasillo y levantando varias esquirlas de piedra que golpearon la armadura de metal de la muchacha sin causar más daño que el propio susto.

Hostawen estuvo rápida: tras escuchar las voces de sus dos compañeros masculinos pidiendo que se ocultasen, la exploradora empujó con su cuerpo la puerta con todas sus fuerzas impidiendo que entrasen más proyectiles. Así aguantaron durante un minuto que tanto para unos como para otros se hizo eterno. El sonido de los resortes que permitía a la columna realizar los disparos se fue espaciando en el tiempo hasta al fin se detuvo tras una última flecha rezagada. Aun así la columna siguió dando vueltas durante un tiempo hasta que el rozamiento de los discos de piedra sobre los que había sido erigida hizo que ésta se detuviese.

La elfa cedió la llave para que Alétheia pudiese ojear un segundo para ver como sus compañeros se escondían de los proyectiles. Verlo en el presente o en el futuro... a la elfa le daba igual, en cuanto un par de proyectiles impactaron contra la puerta la elfa cerró rápidamente. -Es mejor esperar. No podemos hacer nada...- dijo impotente a su compañera. Nada más terminar ambas aventureras volvieron a abrir la puerta. La pitonisa entró primera alarmada, ambas pudieron comprobar que sus compañeros no estaban en la sala. -¿Ya os habéis quedado tranquilos?- dijo con un tono de reproche la elfa. Aquella actitud pueril contrastaba con la edad de un guerrero senil y a las puertas del retiro. 

Obligado a no hacer otra cosa que esperar colgado al borde del foso, ambos guerreros esperaron a que la ráfaga de flechas acabase. No fue hasta que la columna central dejó de girar cuando Rhylen alzó levemente la cabeza para asegurarse que aquel infierno había acabado. – Creo que ha acabado, Sigmund, subamos…

El regreso a la superficie de ambos coincidió con la entrada en la habitación de ambas jóvenes que por suerte habían permanecido sanas y salvo tras la protección de la puerta.

Palabras de cierto reproche fue lo primero que bridó la elfa a los guerreros, ataques que el viejo Rhylen no se dignó ni a contestar. - ¿Y que pretendía que hiciésemos? ¿Sentarnos a tomar un té hasta que por un casual detectase algo…?. Esos pensamientos afilados prefirió guardárselos para sí mismo, no era el momento de caldear los ánimos con palabras amargas, algo que la elfa no parecía comprender.

Así pues, su contestación fue un simple suspiro de resignación y tras ello fue en busca de su nueva espada que permanecía en el suelo de la sala hundida entre multitud de flechas.

- Hostawen, quizá varias de estas flechas te puedan ser de utilidad para rellenar tu carcaj. Muchas parecen haber “sobrevivido” a los impactos contra la pared… quizá luego puedas echar un vistazo a esa puerta…, dijo señalando la puerta sur. - A lo mejor detectas algo… - Aunque sea por casualidad ya… 

Fue abrir la puerta tan sólo un resquicio y entrar dos virotes que casi matan del susto a la Pitonisa. Debía haberlo previsto pero estaba demasiado preocupada por la salud de sus dos compañeros, sobre todo la del anciano, como para pensar con frialdad. Afortunadamente Hostawen estaba ahí para hacerlo por ella y cerró la puerta, veloz. Los segundos le parecieron horas hasta que dejó de escucharse el ruido y Alétheia se apresuró al interior de la estancia.

- ¡Sr. Carsson!¡Sigmund!- Casi brincó de alegría al verlos salir del foso donde se habían cobijado.- ¿Estáis bien?- Se abalanzó a ellos para comprobar que no tenían daños serios.- La flechas están romas también, afortunadamente, sólo son unas contusiones.- Tenían la nueva varita así que, si alguno lo necesitaba, sólo tenían que hacer uso de ella.- Esa puerta- Dijo señalando a la del este.- nos llevaría de nuevo hasta Roldare, ¿verdad?- No era muy buena orientándose.- Por lo que sólo nos queda un camino por explorar. Supongo que nos llevará a las profundidades.- Recogió su lámpara temerosa de la oscuridad. Le pareció buena idea la del guerrero, la de recoger flechas, puesto que si había más esqueletos a la exploradora podría venirle bien.- Ocúpate de la puerta Hosta, yo recojo las flechas.- A la Pitonisa, acostumbrada al sufrimiento que suponía estaba bajo la influencia del Débil, no se le caían los anillos por un poco de trabajo duro. De paso intentaba diluir las tiranteces que le parecía entrever entre el Sr. Carsson y la joven elfa.

A la elfa no le gustaba la actitud que tenía el anciano. Borracho, imprudente y mandón. -Ve a mirar tú... ya que bien haces lo que te da la gana.- respondió la elfa con los brazos cruzados y las cejas estrelladas en sus ojos. Estaba enojada por la imprudencia de lo que debía ser un mentor. Aquel hombre era una decepción, parecía peor que un crío y encima uno mal educado. -Te dije que no entraras... No haces ni caso, podrías haber muerto... y-y con Sigmund.- decía reprochando la actitud egoísta del viejo. En su tono ya no existía la duda y la voz dulce con la que solía hablar.

Rhylen abrió los ojos como platos cuando la insolente elfa se dirigió a él con ese tono. No era muy dado a perder los papeles a la primera de cambio, pero bien por el alcohol que llevaba en sangre o bien por la falta de respeto, el viejo guerrero terminó explotando.

Enfundó su arma con rostro de muy pocos amigos y se dirigió a la joven elfa con la intención de coger al toro por los cuernos. – Mira, “niña”… por tu bien que sea la última vez que te diriges a mí en ese tono si no quieres que te de unos cuantos azotes. Yo no estoy aquí ni para enseñarte, ni para decirte lo que tienes que hacer… y ni mucho menos para tener que aguantar tus impertinencias. Eres precisamente TÚ la que ha tomado la iniciativa de investigar posibles trampas o escondrijos en esta maldita cripta…y no con muy bien resultado hasta ahora, por cierto…, dijo extendiendo los brazos para hacer referencia a lo evidente… - Así que decide… o aportas algo a esta cruzada, además de recriminaciones y desprecios hacia el resto, o a tan solo dos habitaciones de aquí tienes la puerta de salida para volver a la cuna de donde saliste…, concluyó señalando la puerta del otro extremo de la sala… 

La elfa se sonrojó ante las palabras del sr. Carsson. Su timidez y dudas le pillaron de improviso. -Aham... me queda claro. Bien, díga a donde ir... Yo iré a la retaguardia, callada.- dijo haciendo una falsa reverencia. -Por favor, disculpe mis comentarios.- dijo con toda la educación que podía tener una elfa. Su delicada voz y su cara se volvieron como si otra persona la poseyera. Una educación exquisita y unos modales impecables. Pero nada más lejos. El borracho era la encarnación de todos los valores que podía detestar de los pueblerinos. Sucios, mezquinos, borrachos. La elfa no perdería el tiempo entablando conversación con él. Así que con actitud relajada comenzó a recoger ella misma las flechas. -Descuida Alétheia.- dijo a la pitonisa mientras continuaba la labor que había comenzado.

Las palabras de los pocos y mal avenidos compañeros resonaron a lo largo de la cámara abovedada resaltando el vacío que en ella se respiraba. En efecto, según había deducido Alétheia, la puerta este daba a la serie de pasillos que permitían llegar hasta la habitación donde se encontraba el trastornado Roldare. Sólo quedaba una puerta más por la que continuar el camino pues, cuando ambas mujeres entraron en la cámara de la mortal columna, la puerta por la que habían entrado volvió a cerrarse tras ellas. Sin posibilidad de abrirla de nuevo desde la parte en la que se encontraban, no tenían más remedio que continuar avanzando. Ya habría tiempo de ver cómo escapar de la cripta una vez tuviesen en su poder la llama eterna puesto que la puerta que daba al laberinto de los fosos también se encontraba bloqueada.

Dicho esto, con el carcaj de Hostawen repuesto medianamente con las pocas flechas que habían quedado intactas, los cuatro se dirigieron hacia la puerta sur. Ésta se abrió sin necesidad de llave pero debido a lo hinchada que estaba, una vez abierta era prácticamente imposible cerrarla a no ser que se intentase con esfuerzo. 

La habitación que tenían frente a sí los recibió en la más completa oscuridad. Sólo gracias a la lámpara de la pitonisa podía intuirse algo de su vacío interior. Cuatro columnas de piedra apuntalaban el interior de la sala. Tanto las columnas como las paredes habían sido adornadas con numerosos poemas y versos fúnebres que no eran muy distintos a los que cada domingo se escuchaban y recitaban en el templo del Débil en Kassen, al cual aparte de Alétheia pocos de los presentes solía acudir. Al fondo lograron distinguir unas escaleras que descendían hacia las profundidades como, de nuevo, había intuido la joven pelirroja.

No aprobaba la actitud maleducada de la elfa, pues ella misma la había sufrido en sus carnes y había tenido que cortarlo por lo sano, por lo que entendía la reacción del Sr. Carsson. Sin embargo, aunque el viejo fuera la viva imagen de su Dios personificado, o al menos como ella lo veía, tampoco estaba de acuerdo con las formas adornadas con el olor a vino.

- No sé si os habéis dado cuenta, yo sí, por supuesto.- Era la Pitonisa del Débil y pocas cosas se le escapaban.- Pero esto ha dejado de ser desde hace mucho una prueba para tres prometedores jóvenes para convertirse en un problema muy real y...y muy oscuro. ¿ Ya no os acordáis de los pobres pueblerinos que hemos visto muertos? ¿Del desquiciado Roldare? ¿De su hermana perdida? Yo estoy aquí para demostrar lo que valgo y eso hago. Hemos luchado bien contra la Oscuridad que se ha apoderado de la cripta de nuestro adorado Kassen.- La Pitonisa del Débil idealizaba al fundador de Kassen, como hacía con el viejo Sr. Carsson, y no concebía que hubiera gente a quien le diera lo mismo.- ¿Es que no tenéis principios?¿Valores?¿No confiaban en vosotros los que os mandaron aquí? Kassen os ha criado y dado todo lo que necesitabais para desarrollaros. No es momento de peleas. Volvamos como héroes habiendo superado las pequeñas diferencias que nos separan y aprovechado todo lo que nos une. Un enemigo común, una misión divina: expulsar de aquí a esa Negrura.- Aún tenía en la cabeza esa risa. Esa carcajada que tanto le recordaba a la de su maléfico padre.- Si es necesario yo iré la primera. Confío ciegamente en el Débil.- Pero más les valía recapacitar pues, cuando ella llegara a Kassen viva, daría buen parte de lo que había hecho cada uno en la cripta.

-Tienes razón...- dijo la elfa a Alétheia. -Discúlpadme, pitonisa del débil... No estoy acostumbrada a esto...- dijo muy avergonzada por su actitud. Aquella mujer se merecía todos sus respetos, sin ella seguramente no serguiría viva y, aún así sólo, tenía buenos gestos y palabras para sus compañeros. Sin más dilación pasó por delante de Sigmund y de Carrson para situarse en primera posición y con sumo cuidado entró en la habitación.

En esta ocasión las palabras de la pitonisa no sonaron para Rhylen como un montón de sinsentidos al que era incapaz de dar significado. No, esta vez Alétheia habló mostrándose como la persona mas cuerda de los presentes, haciendo avergonzar por su actitud a Hostawen y haciendo agachar la cabeza a Rhylen por su desmesurada reacción.
El guerrero estaba totalmente de acuerdo con la pitonisa: aquello ya no era ningún juego y, lejos de mantener cualquier enfrentamiento entre ellos, lo importante era socorrer a los aldeanos de Kassen que aún quedan con vida y acabar con el mal que había invadido la cripta.
Así pues, y viendo como la joven exploradora tomaba la iniativa a la hora de entrar en la nueva sala, Rhylen la detuvo posicionando su mano en su hombro... - Espera, lo haremos juntos, dijo con muestras de complicidad

Hostawen, seguida por Rhylen y Sigmund,  se movieron por los costados de Alétheia, quien aguardaba junto a la lámpara de aceite que había dejado en el suelo poco más allá de la puerta. Las oscuridad desapareció perezosamente dejando a la vista casi en su totalidad las intrincadas tallas de paredes y columnas. En efecto, como bien habían percibido antes desde la habitación contigua, se trataba de poemas y cánticos fúnebres; aquella cámara debía haber sido construida como paso previo al lugar sagrado donde reposaría el cuerpo de Ekat Kassen junto al de decenas de aldeanos que dieron la vida por el fundador de la comunidad. Además, Alétheia, por lo que pudo leer en algunas estrofas, los cuerpos de los enemigos caídos también habían sido enterrados en aquel lugar, como cimientos de la cripta que conmemoraba su derrota. Todo aquello, lejos de dar la impresión de sacralidad y calma que aportaban los sagrados lugares, el templo del Débil en Kassen era un buen ejemplo, lo único que irradiaba era un velo de inseguridad y terror. 

La cámara tenía aspecto de estar vacía , sin embargo, la exploradora del grupo, detuvo a los compañeros antes de que éstos se internasen más. En absoluto silencio extendió su brazo y señaló hacia la base una de las columnas. Allí, prácticamente pasando desapercibido, se veía la cabeza un fémur. Podría haberse tratado de uno de los muchos que habían visto frente a la puerta donde se cobijaba Roldare pero, para su sorpresa, éste estaba cubierto por sangre no reseca; es más, la sangre parecía bañar  el hueso como si de un ente con vida propia se tratase.

Alé sonrió al ver la constructiva actitud de sus compañeros y avanzó tras ellos dispuesta a prestarles su apoyo. A la Pitonisa, siempre temerosa de la ausencia de luz, le pareció que la oscuridad de la habitación era densa y que se pegaba a las paredes como queriendo resistirse a la luz que la empujaba. Con la voz algo temblorosa iba contando lo que leía en la penumbra de los grabados de las paredes. Se sorprendió al conocer un dato que desconocía y que le pareció tétrico. ¿Los cuerpos de los enemigos enterrados en los cimientos de la cripta? Se le erizó el vello de la nunca.

Cuando Hosta les detuvo, pudo ver los restos sanguinolentos que señalaba la exploradora.

- Más esqueletos...- Pero esta vez había algo diferente. Sangre fresca cubría los restos óseos y...- ¿Se mueve?