Partida Rol por web

Al escuchar el comunicador Ophara se alejó un poco de Sicks y del administrador y contestó a la llamada
- Creo que para soportar este maldito calor necesitaré una pared de material refractario. La crema es demasiado poca cosa...

Trass esto colgó y esperó la reacción del hombre ante la entrega de Sicks

¡Tum, tum!

Tock podía sentir el fuerte latir de su corazón impulsado por la adrenalina martilleándole las sienes. Algo en su interior le decía que una de esas oportunidades de las que le hablaba su padre había llegado, pero en su estado de embotamiento le resultaba difícil pensar.

¡Tum, tum!

Se hizo una idea mental de la situación, intentando ver en tercera persona cómo estaban distribuidas las “variables” que habían venido a buscarle. Se vio a sí mismo tumbado en la arena, en la sombra. Se alejó un poco para poder ver a un matón bajando por su izquierda y otro más, puede que dos, no estaba seguro, en la parte superior, alejándose en direcciones opuestas de un punto común. Con una vista un poco más amplia, intentó ubicar el aerodeslizador.

¡Tum, tum! ¡Tum, tum!

Su ritmo cardiaco se aceleró y pareció recuperar algunas fuerzas, o al menos eso quería pensar. En su mente se estaba formando una idea… Quedaba descartado el diálogo, pues estaba claro que si le veían acabarían con (lo que quedaba de) él, así que solo tenía una manera de salir de esta: escapar en el aerodeslizador. No sería fácil dado su actual estado, pero era lo único que se le ocurría.

¡Tum, tum!

Tomó una buena bocanada de aire para intentar alejar los temblores que sacudían su cuerpo y esperó en el más absoluto silencio al momento adecuado, confiando esta tarea a su instinto. Esperó un paso y otro y otro más, imaginó dónde podrían estar las otras personas en esos momentos. Otro paso más. -Ya queda menos.-, tensó los músculos mientras con su mano derecha agarraba un buen puñado de arena.

-Pudiste ser mi muerte y ahora puedes ser mi salvación- esbozó una sonrisa ante lo irónico de aquel pensamiento.

Otro paso… ¡Tum, tum! ¡Tum, tum! Otro más…

-¡¡Ahora!!-

Haciendo uso de todas las fuerzas que le quedaban e ignorando el grandísimo dolor que le causó el poner todos sus músculos en movimiento, Tock se levantó de las sombras mientras con su brazo derecho describía un arco en horizontal y arrojaba la arena en la cara de aquel bastardo. No había tiempo para más, no podía pararse a ver los resultados de aquella acción, la suerte estaba echada; Comenzó a correr como alma que lleva el diablo duna arriba en dirección al aerodeslizador, confiando en que sus predicciones hubieran sido las correctas. En su mano izquierda llevaba el emisor.

Se había convertido en una variable.

Seldon estaba aún degustando su tercera copa, cuando oyó que su comunicador empezaba a crepitar. Pacientemente, Seldon cogió el comunicador (desgraciadamente no podía no hacerlo) y escuchó el mensaje de Sicks.

Si es que... Con prisas incluso cuando estamos en el culo de la galaxia.

Seldon terminó la copa de un trago ¡¡¡¡Uffff!!!! Aquel licor era fuerte como un mercenario wookie, y te golpeaba en el estómago con la misma mala leche , dejó diez créditos sobre el mostrador y se despidió del barman.

Volveré en cuanto pueda. No dejes que se enfríe mi silla.

Seldon salió al exterior, donde quedó temporalmente cegado por el contraste entre la oscuridad del interior de aquel antro y el brillo de los dos soles gemelos en el exterior.

¡AGH! Maldita cloaca brillante! ¿Es que jamás tendremos negocios que hacer en algún planeta de clima agradable, con guapas mujeres y drogas legales? ¡Bah!

Seldon no perdió más tiempo lamentándose: dejar solo a Syrus haciendo los negocios era un riesgo demasiado grande para la buena salud económica del grupo: era capaz de identificar un buen vehículo con solamente olerlo, pero que los dioses protegieran nuestra cartera si el tendero le contaba que "por una miseria extra" podía conseguirlo con acabado cromado, asientos de piel de Bantha y llantas de 32 pulgadas.

Esperando llegar a tiempo, Seldon se dirigió hacia la salida 2 del astropuerto.

La twi´lek sonrió con deliciosa picardía y dio una profunda calada de humedad.

El exterior se movía como un mal holocuadro. Debía estar cambiando el tiempo, quizá pasaría de una temperatura infernal a una más o menos infernal. Un pequeño remolino pasó junto a él y bailó con el toldo de la entrada antes de perderse. Siguió las indicaciones de la twi´lek y en el camino se encontró con la fauna bípeda de Tatooine. Era difícil decir quienes fueron los primeros. A pesar de su lugar aislado en la Galaxia, el planeta llevaba muchos siglos siendo colonizado por oleadas. Llegaban y se iban para que luego otros volvieran. Nunca encontraban nada que valiera la pena. Se diría que bajo las arenas había muchos negocios y esperanzas enterrados, pero algo llamaba a la gente a volver, como si no pudieran creer que allí no hubiera más que arena.

Al final, ser una estación para el contrabando y los tratos fuera del papel, usando una antiquísima expresión (de los tiempos legendarios del papel), parecía la opción más cuerda. O eso, o venir a emborracharse y olvidarlo todo.

El viento movía molestas partículas, arena y restos pequeños de cosas que obligaban a bajar la cabeza y a cerrar mucho los ojos. Con tiento y precaución, Syrus rodeó su posición hasta llegar a la salida 2. Una puerta de metal azulado, pero ya sin brillo, le sirvió de referencia. Nada más hubiera ayudado mucho. Orientarse en Anchorhead obligaba a visitarlo a menudo y a perderse un poco más. Todo era igual. Un pedazo del desierto con casas pequeñas en lugar de dunas.

Allí había cantinas. Los pilotos la llamaban "zona de repostaje", y muchos no escatimaban en "combustible". Había un par de tenderetes al otro lado, de esos que servían de excusa para otro tipo de negocios fuera de la vista. Curiosamente, una imagen borrosa entre ellos le resultó familiar. Parecía Seldon.

Por otro lado, a la derecha de su posición, las cantinas seguían por una pequeña calle que se perdía en una curva. Justo allí parecía haber una tienda, no una cantina. Los toldos eran significativos.

El tabernero soltó un gruñido que pareció afirmativo, o indiferente, o quizá ambas cosas.

En el exterior se había levantado una cierta brisa, reseca, por supuesto, que trasportaba pequeñas partículas irritantes. La vista se le enturbió ligeramente. Era la razón de que muchos habitantes llevasen gafas protectoras continuamente o estuvieran acostumbrados de una u otra forma a las inclemencias de un planeta que parecía querer deshacerse de la escoria que lo habitaba.

La salida 2 estaba algo protegida entre edificios cercanos, así que Seldon pudo aumentar el paso. Llegó desde un callejón donde varios individuos ultimaban tratos protegidos del viento y, quizá, de otras posibles interrupciones. Había pequeños jawas inquietos, pero siempre estaban inquietos, con sus capuchas caladas, perfectamente adaptados a un clima que se hacía insoportable para los demás.

La salida del callejón coincidía con dos sencillos puestos ambulantes, de comida seca y seguramente terrosa, y piezas de recambio de estado y calidad variable. Era un negocio bastante común, una mezcla de charcutero y chatarrero, que debía ser rentable...y en la mitad de los casos una buena tapadera para tratar otro tipo de cosas.

Tras ellas se habría una pequeña plaza rodeada de cantinas. Era la zona de repostaje para los pilotos. Así la llamaban ellos, y muchos de ellos podían beber más que sus naves con la excusa de que Tatooine daba sed. La puerta de salida metálica era lo único que parecía fuera de lugar en un entorno de color arena o terracota. Ya estaba demasiado castigada para ser brillante, pero aún así se distinguía por su buen tamaño como si presidiera la zona. Seguramente le diera identidad. Al fin y al cabo, Tatooine no era un entorno que pudiera llamarse variado.

Si salía de la protección del callejón, Seldon tenía que protegerse la vista. Un inofensivo remolino jugueteaba con los puestos. El aire estaba cambiando. Entre el movimiento le pareció distinguir el andar peculiar de Syrus. Se movió como si buscara un lugar concreto, ignorando las cantinas. Luego posó su vista en los puestos donde Seldon se parapetaba, y en él mismo, con ojos inseguros, como si no terminase de darse cuenta de que era él.

El hombrecillo puso una perfecta cara de ignorancia, pero recibió el dinero con maestría, y un momento después incluso Sicks dudaba si realmente se lo había dado. Era muy bueno, el viejo hijo de su madre. Su mirada perdió el brillo de cristal y pareció volver a la vida cuando la separó del monitor y la clavó en los dos tripulantes de la 54.

- Oh, señor K´orin. Es usted otra vez. No le había reconocido. Perdone estos viejos ojos inútiles. Aquí se cuece todo, este lugar es un horno - miró hacia atrás, por su hueco hacia el exterior -... aunque parece que se ha levantado algo de viento. En fin, su nave siempre causa expectación. Por aquí suelen atracar chatarras con los saltos contados. La suya parece una joya entre el barro, y eso les hace conocidos. Últimamente, por lo demás, no hay nada interesante. La gente incluso se aburre. Yo soy de la opinión de que es la calma antes de la tormenta de arena, pero sólo soy un viejo. En todo caso, eso hace que llamen más la atención. Si la gente no está en sus propias cosas, mete la nariz donde no debe, ya me entienden. Yo, la verdad, agradezco un poco de tranquilidad...Ah, por cierto. Es cierto. Hace poco ha llegado una cohorte del resto imperial. No sé muy bien a qué. Casi nadie se les acerca y no se andan con chiquitas. Pero no sé nada.

El puñado de arena pareció convertirse en un hechizo shamánico de esos que hablaban las leyendas. Voló disperso hacia algún lugar, y logró arrancar un grito de sorpresa y un gruñido, pero no sólo eso. Mientras corría, Tock escuchó el sonido de un arma que se desenfundaba, o eso le pareció entre su respiración entrecortada. Sin embargo, no hubo un disparo.

- ¡Joder! ¡Puto twi´lek!

Los soles debían protegerle. La luz y la arena dejaban ciego a aquel tipo. Pero eso era lo que suponía Tock, porque no dejaba de subir por la ladera a pesar del dolor, de sus rodillas angustiadas y de las costillas machacadas. No sabía si le quedaban fuerzas para llegar arriba.

Entonces, al mirar, vio como otro individuo, una silueta humanoide, se asomaba por arriba del todo, donde él esperaba llegar. Había rodeado la duna, y tenía la luz de espaldas. Era más listo que el otro. Le tenía abajo con visión total y un rifle que parecía largo, como de caza. Se asomó al borde y apuntó. Tock aguantó la respiración.

Y entonces surgió la magia shamánica. Como si el puñado de arena arrastrara un hechizo, un viento repentino levantó arena. Fue una ráfaga local o un cambio de tiempo, daba igual, pero el tirador tuvo que dar dos pasos hacia atrás mientras se protegía los ojos y se agachaba, buscando el pedazo de tela que tenía al cuello para protegerse la cara.

-¡¡Seldoooon!! ¡viejo perro krytt! ¿dónde te metes? Hacía una eternidad que no te veía. ¿Cómo tú por aquí? ¿Se han acabado las existencias de las cantinas? ¿Acaso una cruel huelga de camareros? -bromeó Syrus mientras observaba las callejuelas y trataba de acabar de orientarse por ellas para encontrar la tienda del tal Makata. ¿Qué clase de nombre era ese? En fin, pronto lo descubrirían.

Con un "creo que es por aquí" guió a Seldon hasta la tienda. Tal vez su sexto sentido con los vehículos le había llevado a encontrarla. Tal vez el olor de lubricantes y combustibles había llegado directamente a su cerebro desde su pituitaria.

El Contrabandista meditó durante unos instantes.
-Esto esta muy lejos del Remanente Imperial. ¿Y que intereses traen a los Imperiales a esta bola de arena del borde exterior?. Y no me vengas conque aqui no se ve nada. Hasta las ratas Womp te mantienen informado. Además, los hutt no permitirán que unos imperiales manden en su planeta. A menos que les interese mas su presencia que su ausencia.- Clavó una mirada en el intermediario. -Estoy seguro de que me informaras si mi nave causa algun "espectacion" no deseada. Sabes que mis creditos son buenos... y mi memoria aun mejor.-

No había tiempo que perder. Acababa de aparecer otra de esas oportunidades. ¿Cuántos hay ahí arriba? ¿Uno, dos? Lo mismo daba, la prioridad ahora era llegar arriba a toda costa.

Tock pensaba a toda velocidad, el instinto de supervivencia había tomado el control: no sentía, no veía, no oía, todo era como una ilusión, un mal sueño, con la única diferencia de que no podía despertar.
En cuanto el sujeto desapareció de su vista, aparentemente cegado por la arena, Tock cambió su dirección de ascenso, esperando calcular bien y aparecer por la derecha del mercenario.

-¡Por tu izquierda, imbécil!- Gritó Tock intentado, en la medida de lo posible que su voz sonase lo más parecida al tipo de allí abajo. Con un poco de suerte entre tanta confusión, quizás funcionase… y de ser así, se encontraría al mercenario mirando al lado que no era.

El humano estaba vestido con telas de color ocre y arena, y se limpiaba el polvo de las gafas con esfuerzo mientras sostenía un rifle con la otra mano. Cuando el twi´lek le gritó, se giró un poco hacia su izquierda y disparó sin mirar. Dio dos pasos hacia delante, como para asomarse de nuevo, y el sonido de un blaster salió del interior del agujero por el que acababa de salir Tock e impactó en el mercenario, haciéndole tambalear y caer con un sonido de chispas y un gruñido de dolor.

Frente a él, un deslizador de exterior oxidado y modelo antiguo flotaba a pocos pasos. El panel de instrumentación parecía incluso encendido, y a pesar del dolor en el costado del twi´lek, que hacía que se le nublara la vista, le pareció que la ciudad estaba al fondo, junto a un horizonte de calor ondulante y bajo algo parecido a unas nubes que remontaban las lomas lejanas por la izquierda.

- ¡Joder, Josh! - el sonido desde abajo sonó a rabia y desesperación.

El hombre se encogió de hombros, lo que acentuó las arrugas de su rostro y le dio a su expresión un aura de indiferencia aún mayor.

- Pues en este caso es cierto, no sé mucho más de lo que digo. Siendo el resto imperial, vendrán a reclamar el planeta o a tratar con alguien que les ayude a reconquistar su espacio perdido. Por lo que sé, están siendo especialmente... expeditivos con todo aquel que se pasa de curioso. Ya saben cómo es esto. La mayor parte de ellos permanecen en Anchorhead. Han dejado varias lanzadera en el astropuerto y creo que un grupo se ha desplazado a alguna zona, pero más no puedo decir.

En cuanto a la nave, no hay ningún problema, tengo su frecuencia de comunicación, como siempre, y dentro del hangar es responsabilidad nuestra...por eso pagan.

Seldon sonrió ante el alcohólico comentario de Syrus. Parecía que aún no había olvidado la última noche de juerga que compartieron en Chiston VII, donde se bebieron hasta el líquido de limpiar los catalizadores de las naves de carga.

- Más quisiera yo que haber podido terminar de tomarme unas copas tranquilamente! Una buena modorra alcohólica es lo único que me libra de no vomitar cada vez que te pones a los mandos de un cacharro. En todo caso, nuestro Amado Líder me ha pedido que te eche una mano en las negociaciones con los chatarreros locales. Véte tú a saber por qué, teme que te gastes más de la cuenta en, no sé... Chorradas como llantas cromadas o reproductores de música de uno-coma-siete gigawatios.

Al fin, Seldon llega a su lado y los dos juntos entran en la tienda, a ver qué puede ofrecerles el mercado de vehículos de ocasión en este lado de la galaxia.

Cuando ambos entraron en lo que Syrus sospechaba que era la tienda del tal Makata, ambos apreciaron el inconfundible olor de un taller en plena producción. Visualmente, en realidad, estaban en un espacio pequeño lleno de estanterías excavadas en las mismas paredes y repletas de tarros de lubricantes, herramientas, cables, residuos de escoria enlatado y todo lo imaginable. Seguramente Ophara habría podido fabricar una nave entera con algo así.

Tras una mesa ancha, pero no larga, de un material oscuro que brillaba como un metal y contrastaba con los colores claros de las paredes y el suelo... no había nadie. Sólo se escuchaba un cacharreo lejano proviniente de las dos puertas que había tras ella, cerradas ambas con una cortina corrida de tela gruesa y tosca.

El cacharreo cesó, y unos pasos resonaron hasta dar lugar a una presencia que apartó la cortina de una de las oquedades antes de entrar. Era un individuo bajo, aunque dos largos cuernos le hacían parecer más grande. Miraba desde dos ojos amarillentos con curiosidad teñida de oportunismo. Sus manos, de un rojo sangre, como todo su cuerpo, frotaban un paño sucio por costumbre, sabedor sin duda de que las manchas de lubricante que las cubrían no se irían por más que las frotara de esa forma.

El devaroniano se colocó tras la mesa. Estaba pertrechado como si tuviera que poner a punto un caza para dentro de unos minutos, y resoplaba igual.

- Bienvenidos a tienda de Makata - sonrió mostrando su boca toda llena de incisivos - Teniendo buenas piezas, pero yo decir que transporte entero es mejor, seguro. Buenos deslizadores aún alquilo. Reparo a domicilio, buen precio, poco tiempo ¿Buscáis?

-Buscamos, buscamos, ciertamente. ¿Qué tal un vehículo de alquiler, deslizador, fiable, capaz de aguantar los tránsitos por el desierto y cuatro plazas? Déjeme echarle un vistazo a lo que tiene disponible y llegemos a un buen trato -dijo Syrus, sus dientes brillando en una sonrisa sinceramente divertida.

La conversación entre Sicks y el administrativo atrajo la atención de Ophara cuando la palabra "imperiales" salió a relucir.
Espero que no impliquen problemas.- pensó para sus adentros
Sin embargo y muy a su pesar, Ophara sabía que normalmente los imperiales siempre acababan metidos en medio, perteneciendo generalmente al bando contrario, el cual era siempre el primero en disparar... al menos así era hasta que conoció a Syrus.

Cuando el hombre terminó de hablar, Ophara se giró hacia Sicks:
- Bueno, ¿podemos ir ya a rebozarnos entre aceites sintéticos y cojinetes de expansión?, hace demasiado tiempo que no veo cosas nuevas...

El llamado Makata volvió a mostrar su blanca dentadura incisiva, brillante rodeada del rojo oscuro de su piel. A pesar de la suciedad de su mono de trabajo, sus cuernos estaban limpios, casi relucientes, haciendo buena la costumbre devaroniana de acicalamiento. Seguramente utilizaría fundas o algo mientras trabajaba.

- Solo uno ya, el otro lo han cogido pronto. Seguidme y os muestro otro. Os gustará modelo. Es mejor que primero - añadió con mirada cómplice -. Otros no sabían de tecnología y prisa tenían.

El devaroniano volvió a entrar con sus clientes a través del cortinaje. Una especie de taller pequeño con paredes de blanca arenisca manchada de todo tipo de fluidos como si fuera un cuadro abstracto apareció frente a ellos. La iluminación era escasa, centrada en un modelo XP-38 algo desvencijado, que había estado de moda durante una época, pero que ahora comenzaba a ser desplazado por otros deslizadores biplaza.

A su lado había un XP-34, evidentemente modificado, pero también biplaza del que Makata pasó de largo.

Finalmente, entre escombros de piezas retorcidas y defectuosas, el devaroniano abrió una puerta hidráulica y salieron hacia el exterior a un pequeño patio resguardado por una alta pared de seguridad.

Allí se dirigió hacia uno de los llamados flashspeeders... concretamente el clase serafín, un deslizador del planeta Naboo, de origen semi militar, por lo que contaban, de cuatro plazas, con ciertas incomodidades, pero perfectamente hábil para un trayecto tranquilo por superficies.

- Este es. Si sois cuatro aumenta precio. 20 créditos diarios por cada tripulante. Un día entero pagado ahora. Garantizo estabilidad y maniobrabilidad. Demás modelos mucho mayores o sólo dos plazas. ¿Qué dicen?

Seldon rodea el aparato que se supone deben comprar, observándolo con ojo crítico. tras dar una vuelta alrededor del vehículo, se acerca a Makata y le pone una amistosa mano en la espalda, sin dejar de sonreír.

- Por ese precio supongo que van incluídas dos chicas malas más que dispuestas a hacernos cosas buenas, ¿No Makata? Este cacharro parece que casi no pueda ni elevarse un palmo del suelo sin descuajaringarse, y da la impresión de haber pasado la última revisión cuando Alderaán aún existía. Además, hacernos pagar por adelantado un día entero, pues... ¿Es que no confías en nosotros, Makata?

Un breve chirrido en vuestro intercomunicador da paso a la voz de Seldon, ligeramente molesto.

Chicos, decidme una cosa: la última vez que estuvimos juntos, ¿Me visteis cara de tonto? Acaso me colgásteis un cartel de "estáfame, soy estúpido" sin que yo me diera cuenta? Porque aquí el bueno de Makata parece creer eso mismo...

En cuanto cerremos el trato os digo algo más. Nos vemos.