Partida Rol por web

Alfonso guardó un respetuoso silencio cuando observó que los frailes estaban reunidos en oración. Con nada más que añadir a lo dicho por Don Víctor, asintió mientras miraba al fraile, mostrando preocupación por ambos asuntos mencionados por su compañero.

No, no -respondió el fraile a don Victor-, su señor don Aldano está aquí, con nosotros y... ¿Cómo? ¿un fraile? -miró en derredor, por el patio, algo extrañado-. Ahora iré a ver... bueno, el caso es que debo decirles que don Aldano está enfermo. Nos pidió que no vos lo dijérais a sus mercedes por vergüenza. Está afectado del mal del infierno, el Mal de San Antón -ya habíais oído acerca de ese mal durante la peregrinación. Algún viajero había hablando de ella*-. El sarpullido de su mano y su brazo ennegrecido es muy grave. Es cuestión de tiempo que la pierda -de ahí dedujísteis que siempre anduviera con guantes de acá para allá-. Aquí curamos a los enfermos lo mejor posible, y todos necesitan descanso en mayor o menor medida. Pero sólo los enfermos... Vuelvan mañana, don Aldano necesita reposar. Quizá vos puedan descansar en Castrojeriz hasta entonces.

Y extendiendo la mano, os invitó a dejar el convento hasta el día siguiente.

¡¡Aaah!! -el fraile, César, dióse la vuelta, asustado tras haber oído tus paso-. ¿Qué? ¿qué? ¿qué...? ¿Eh? ¡Sois vos! Munio, el de la mula, si mal no recuerdo -te reconoció, pero no esbozó sonrisa del susto-. ¿Qu... qué hacéis aquí? -preguntó dubitativo-. ¿Re... rezaste las oraciones? je... jeje -te preguntó con risa floja y forzada, como quitándole hierro al asunto de que le habías sorprendido-.

¿Y dónde está ese buen señor, el vuestro bondadoso? -te preguntó el tipo insistiendo-. Este pobre viejo está muy hambriento... Y entonces vistes que de su cuello y sus muñecas unas pústulas asomaban. Sin duda alguna ese tipo estaba enfermo de algo*.

-Esta reazando anciano-le respondió apartándose un poco de él- espera ahí en la puerta que ya saldrá es un hombre bondadoso... pero no oses tocarlo-no pudo evitar advertirle pues no quería que aquel viejo le contagiase nada ni a él ni a su señor, fuera lo que fuese que tuviese no debía ser de buen gusto para nadie-y si no deseas esperar sigue pidiendo, algún monje, digo yo, te dará algo para el estomago.

- Hola César. ¿Eh? Sí, sí... recé , recé como buen cristiano. Pero... bueno, no pretendía asustarte, estaba cuidando a mi mula cuando vi a alguien entrar a este edificio trepando. Estaba aburrido y llamaste mi curiosidad,  mejor sé más discreto la próxima vez... ¿Qué haces? ¿Qué andas buscando?

Munio decidió normalizar el encuentro para ver si conseguía coleguear con César y evitar un enfrentamiento. 

Pu... pu...yo estab... eh... -el tipo dudó unos instantes, pues le dabas a entender que le habías cogido "con las manos en la masa". Finalmente resopló, tomando aire profundamente y, tras soltarlo, te habló con franqueza.

Por favor, no hagas ruido -llevándose el dedo índice a los labios y mirando hacia la puerta entreabierta-. Vengo a por algunos materiales para socorrer a peregrinos, peregrinos del camino. Gasas, vendas y algunos ungüentos naturales, ya ve -extendió la mano, dándote a entender que aquello era como una botica particular del monasterio-. Verás: La órden de San Antonio me ha expulsado de la propia órden y del convento, y los monjes no me dejarían entrar por las buenas -aún veías que César vestía el hábito negro con la cruz azul de San Antón. Tampoco te parecía en absoluto que mintiera-. Vos y los suyos y el suyo señor ha caminado con peregrinos. No diga nada, déjeme ir a ayudar a las gentes del Camino. No hable de esto con los frailes -entonces hizo ademán de irse, aunque tu estabas delante de la salida-.

Munio duda de las palabras de César pero quiere creerle. Intenta descifrar sus gestos para entender si le miente o no.

- Espera... ¿por qué te expulsaron César? Si quieres que guarde tu secreto y te ayude necesito que me ayudes a comprender tu situación.

Echa un vistazo a los estantes donde estaba rebuscando César mientras espera respuesta

Ahora no, por favor... -insistó-. ¡Deja que marche, por favor! En breves habré de volver, y ayudar a los demás es sólo el único camino que veo para llegar hasta el Señor, para cumplir su palabra Preclara fuera de la órden antoniana... Si nos volvemos a ver, te lo contaré... por favor -te dijo una última vez más-.

Munio intenta leer las intenciones de Cesar pero le resulta harto complicado. Lo que ve claro es que el hombre está acelerado y muy preocupado. 

Y qué si se lleva unas vendas. A alguien le han de venir bien seguro y a estos monjes no se les ve escasos. 

- Joder... Vale. Quiero creerte César, no sé si me equivoco pero bueno. Salgo yo primero, si hay alguien diré que entré porque oi un ruido y no vi nada. Si el camino está libre silbaré para que salgas, si no escuchas mi silbido escóndete bien. ¿O pensabas salir a cuerpo descubierto? Te ha visto trepar la tapia medio hospital...

Con gesto repentino, Alfonso entendió al momento el porqué de los continuos achaques del Señor y cómo se cogía la mano y el brazo en ocasiones durante el camino. No le dio más importancia antes pero ahora cobraba todo su sentido. Había caído víctima de la enfermedad que quería desterrar de sus tierras... pero no solo por el interés de sus vasallos sino también por el suyo propio. No había nada de malo en ello, pero fue innecesario y cobarde por su parte, ocultárnoslo durante el camino habida cuenta que no era información baladí. El fraile decía que el señor estaba avergonzado, pero tampoco esa actitud le parecía digna, resuelta, o propia de un señor.

Con gesto disgustado y sin despedirse del fraile, Alfonso salió en busca de Munio y Eneko. Con la rumiación del enfado olvidó incluso que Don Víctor seguía dentro. 

Alfonso y don Victor dejaron de conversar con el fraile, y se dieron la vuelta en pos de las palabras que les había dicho (sobre todo cuándo volver a por don Aldano). Al ir retirándose encontraron a Munio saliendo del almacén, y los tres se encontraron. Cuando vieron a Munio los dos primeros, éstos se dieron cuenta que el trovador miraba por doquier, como buscando o intentando percibir algo. No obstante, sólo encontro a los suyos amigos. Los tres, sin decirse aún las resoluciones de lo que habían hecho, salieron en busca de Eneko, que andábase fuera.

Fue entonces cuando todos os reencontrasteis fuera. Allí, en la puerta del convento, que fue entonces clausurada por un fraile, Eneko charlaba con un tipo que le extendía la mano (por si le caía "una paga", unas monedas de algún buen samaritano. Eneko optó por no darle más que los cordiales buenos días, y quizá esperaba que su buen señor don Aldano saliera a dar aquel regalo como buen noble. En su lugar apareció don Victor, Alfonso y Munio, que se reencontró con su mula.

A la salida se encontraron al bueno de Eneko esquivando a un pobre mendigo. Sin andarse con rodeos le explicó la situación lo mejor que pugo, en espera de que Munio pudiera también dar parte del asunto del trepador o de sus pesquisas dentro del almacén:

- El señor tiene el Mal de San Antón. Así lo cargaba en su alma y su cuerpo todo el camino y eso explica en parte el porqué de este viaje. Estará bajo la atención de los frailes al menos hasta mañana. El buen fraile nos sugirió pasar la noche en Castrojeriz. - Alfonso marcaba las pausas fuertemente evitando hablar demasiado, todavía visiblemente molesto por la falta de confianza del Señor en compartir su enfermedad con sus fieles seguidores en lo que llevaban de este periplo. 

Al recibir la noticia del mal de mi señor algo triste me encontré, sin embargo, sólo en pensar en el buen hacer e intención de Don Aldeano con y por este viaje; me recuperé en cierto modo alguno.
-"Cómo dice Alfonso, nuestro señor se encuentra enfermo y nos han sugerido dormir en otro lugar. Yo hasta no saber más sobre el fraile trepador no me iré." les dije con decisión.

- Así que por ello la insistencia en parar en Castrojeriz - musita Munio pensando en las acciones de don Aldano los últimos días. 

Don Aldano se había portado bien con él y verle afligido por el mal del fuego le entristecía. Sobre todo por haberlo llevado tan en silencio después de prácticamente intentar lo imposible por sanar a la gente de sus tierras. 

En cierto modo, nosotros hemos sido afortunados de no contraerlo, aunque no será por mis rezos diarios seguro...

Es Víctor quien le saca de su ensimismamiento mentando al fraile encapuchado.

- Respecto a eso.... quisiera hablar con alguien de responsabilidad aquí en el hospital para aclarar una duda que me reconcome. Me ausentaré unos minutos y quizás podamos echar luz sobre este tema a mi vuelta. Recordé que yo también viajo con unos naipes, en el bolso derecho de Gómez la tenéis si os apetece matar el rato - dijo mientras andaba hacia el interior del convento. 

Eneko no dijo nada respecto a su señor aunque lo sentía pues en el fondo detestaba pensar en que el señor tuviese afecciones de esta manera ya que era un buen hombre. Pero los males aquejaban a buenos y a malvados por igual y de poco servía lamentarse.

-Permitidme que os acompañe Don Victor-le dijo al caballero- a denunciar al frailer furtivo que hemos visto-se ofreció.