Partida Rol por web

Una vez en el campamento, Alrik se sentó pesadamente junto al fuego que Okkar había recién encendido. De su mochila sacó un pequeño mortero y unos pequeños botes con ingredientes químicos y herbales. Mezcló una pizca de este y una pizca de aquel, y tras machacarlo todo, creó una pasta que empezó a aplicarse a sí mismo como una cataplasma en los moratones que se le estaban formando.

—Aaahh... mucho mejor así.

Cuando se hubo aplicado por donde más le dolía, el viejo Alrik se acercó a Okkar, que había estado junto a él cuando cayeron todas las rocas, y le ayudó a aplicársela también. Por último se acercó a Ethbel con el mortero.

—¿Quieres que te ayude a ponértelo en los moratones o prefieres hacerlo tú sola?

No sabía cómo de reservada sería la enana con su cuerpo, pero desde luego era una Puñorgullo y entraría en lo previsible que quisiera tratarse por sí misma.

El temporal seguía dando guerra, pero por suerte en el campamento podían resguardarse. Sea como fuere, lo cierto es que Ethbel estaba tan cansada que seguramente se habría quedado dormida incluso bajo la lluvia.

Estaba preparándose un sitio cómodo para descansar cuando se aproximó Alrik. Lo observó a él y a su ungüento durante unos segundos en los que de su boca sólo salió un gruñido seco. Entonces habló.

-Adelante. Respeto el trabajo de los sanadores, y sabrás mucho mejor que yo cómo aplicarlo.

Una vez hubo terminado, le dio las gracias y se dispuso a ayudar en la preparación de la cena. Después de matar el hambre sacaría su pipa con forma de cabeza de oso y fumaría un poco antes de echarse a dormir.

-Cuando mañana estemos listo para continuar, tendremos que tener claro el plan de actuación. Personalmente veo complicado atravesar ese rastrillo. Será costoso levantarlo, y puede llevar su tiempo, lo que es letal bajo una lluvia de virotes. Yo optaría por hacer lo que ya comentó Bharnus, ir todo lo rápido que podamos hacia las puertas del final del pasillo que vimos.

Al salir al aire, Bharnus respiró profundamente. Caminó hasta el campamento sin mediar palabra, sólo haciendo movimientos con la cabeza como respuesta, y algún que otro gruñido. Comió con gusto y agradeció el ofrecimiento cervecero de Okkar, pero no bebió.

- eso no es natural, sigo pensando que es una maldición... esas criaturas de piedra y la larva extraña parecían haber sido enanos alguna vez -torció un poco el gesto- ¿castigo? ¿venganza? tal vez sea interesante entenderlo, no vaya a ser que la mansión donde pretendes instalarte sufra la misma desgracia... todo lo que sepas ahora, podrá ayudarte en un futuro

Una vez hubo terminado de alimentarse, observó en silencio y con curiosidad cómo Alrik mezclaba distintos productos para crear el ungüento curativo. 

- Alguno de esos compuestos son herbales, ¿verdad? -preguntó algo más animado- ¿Qué plantas son? Voy a buscar un poco más para que puedas reponer lo gastado

El monje se fue a dar un paseo nocturno aprovechando la búsqueda de plantas para Alrik. El manto de la noche y esa ligera llovizna arropaban su pesadumbre. Él había salido bien parado de la toma de contacto con la mina, unos pocos cortes que ya iban cerrando y contusiones de las que era difícil olvidarse, pero nada grave que unas horas de sueño no pudieran solventar. Sin embargo, la persona por la cual había aceptado la misión, Okkar, había salido muy malherido. 

Después del paseo tranquilizador, el segundo que realizaba desde que habían llegado al Nudillo, regresó al campamento. Dejó un saquito con plantas al lado de la mochila de Alrik, y se colocó a un lado del fuego a meditar antes de dormir. El humo de la pipa aromatizaba sus pensamientos, no le gustaba especialmente, pero sí le traía recuerdos que apreciaba. En posición de loto y sin abrir los ojos, más calmado añadió:

- Coincido con Ethbel. En esa habitación tienen ventaja, y dudo que haya algo de valor ahí. Si se atreven a salir y venir a por nosotros, sabrán lo que es bueno -espiró lentamente- mañana con la mente despejada podemos hacer cuatro garabatos a modo de mapeo para orientarnos, y con algo de suerte en ese libro haya información de las estancias de la mina

A Hilda le dolió abandonar aquellos salones para volver a la noche al descubierto, a su pequeño campamento, pero era la mejor opción. No parecía que aquellas criaturas tuvieran interés en abandonar la mina, o ya habría habido ataques por los alrededores, así que era mucho más seguro salir. Aun así, si ya le dolía por lo general abandonar una mina por estar al aire libre, abandonarla derrotada le dolía en el orgullo enano. 

Pero era la decisión correcta: había que reabastecerse y planear. Estaba segura de que tenía varios huesos rotos, y, ahora sin adrenalina, estaba empezando a dolerle todo el cuerpo, como si se hubiera caído rodando por una ladera. Okkar apenas podía mantenerse en pie, y parecía a punto de desmayarse, y el resto del equipo no estaba mejor. 

-Moradin, esto no es una derrota. Volveremos y probarán el acero, lo juro-susurró para sí. 

Finalmente llegaron al campamento, y Hilda se dejó caer pesadamente sobre las mantas de su petate. Sacó la ballesta: tenía un gran respeto por el vínculo sagrado entre una clériga de la forja y sus armas, y siempre se ocupaba de ellas antes que de su propio cuerpo. Con sus herramientas la engrasó y desatascó, cuidando de reparar el mecanismo del gatillo, y limpiando las piezas móviles con cuidado y precisión. 

- eso no es natural, sigo pensando que es una maldición... esas criaturas de piedra y la larva extraña parecían haber sido enanos alguna vez -torció un poco el gesto- ¿castigo? ¿venganza? tal vez sea interesante entenderlo, no vaya a ser que la mansión donde pretendes instalarte sufra la misma desgracia... todo lo que sepas ahora, podrá ayudarte en un futuro.

- Coincido con Ethbel. En esa habitación tienen ventaja, y dudo que haya algo de valor ahí. Si se atreven a salir y venir a por nosotros, sabrán lo que es bueno -espiró lentamente- mañana con la mente despejada podemos hacer cuatro garabatos a modo de mapeo para orientarnos, y con algo de suerte en ese libro haya información de las estancias de la mina

-Tienes razón-le dijo al monje sin levantar la vista de su trabajo con la ballesta-Nos conviene saber qué pasó ahí, de dónde han salido esas criaturas y qué hizo caer esa maldición sobre todos los enanos. Sin embargo creo que la investigación puede esperar hasta que nos hayamos librado de ellos, ahora mismo son una amenaza urgente. Mañana trazaremos un plan, no se librarán de mi martillo. 

Mientras hablaban, Alrik fue distribuyendo curas y hierbas medicinales, que parecieron aliviar en parte a algunos de los compañeros heridos. Sin embargo todos estaban en mal estado, y había algunos a los que no había tocado, por lo que Hilda, levantándose haciendo muecas de dolor, agarró el martillo y se apoyó en él, arrodillándose frente a la hoguera. 

-Venid, compañeros. Acercaos aquí, Moradin cuida de los suyos. 

Una vez estuvieron todos a su alrededor, Hilda giró el martillo, y las runas parecieron beberse el fuego de la hoguera, hasta tal punto que las llamas parecieron brillar con menor intensidad que antes, como si alimentaran la magia del interior del arma y de Hilda. Parte del fuego de la hoguera se trasladó a los ojos de Hilda cuando golpeó el suelo, que en vez de sonar como la tierra sobre la que estaba, sonó como si hubiera golpeado un yunque. 

-Moradin, Herrero de Almas, tú que nos creaste en los fuegos de tu fragua, moldea nuestra carne y nuestros huesos como moldeaste en los inicios del tiempo, cuando el mundo estaba por nacer y los Padres de los Enanos eran tan solo tu proyecto. Forja la carne, templa el hueso, detén la sangre y haz que el hierro fluya de nuevo por nuestras venas, que la piedra junte nuestros huesos. Alma de acero, corazón de roca. Sana a tus hijos en la defensa de tu hogar, pues de piedra nos hiciste para que ningún arma pueda dañarnos. 

Mientras hablaba, el fuego de sus ojos y del martillo cambiaba y vibraba, y las heridas se cerraban por sí solas, los huesos se realineaban, la sangre se reproducía en el interior de los cuerpos como si recibieran una transfusión. Allí donde había heridas, los enanos solo sentían un calor como de estar cerca de una hoguera, que calmaba el dolor y reconfortaba el espíritu, que parecía calentar desde dentro, desde el corazón. Tras largos minutos de cánticos y golpeteos rítmicos, todas las heridas, hasta las más insignificantes, habían quedado sanadas como si jamás hubiesen existido, y no quedaba rastro alguno del dolor que les había aquejado. 

—Gracias Bharnus. Era un poco de romero, aplicado como antiinflamatorio con algunos extractos que compro en la ciudad. Quizás encuentres la planta por estos montes, es relativamente común.

Agradeció a Bharnus su interés y su esfuerzo. También comentó sobre la estrategia para el día siguiente.

—Si, lo mejor será ignorar la habitación del rastrillo y explorar el resto de estancias. Una vez hayamos visto el resto del Nudillo podemos plantearnos asediar esa garita de guardia. Quizás pueda preparar algo que nos sirva de as bajo la manga para ello.

Charlando junto al fuego, Hilda les instó a acercarse y notaron sus energías renovadas, y sus dolores mitigados, todo al parecer por la gracia de Moradin.

—Fascinante. Grande es el poder de Moradin y, por ende, el tuyo, Hilda, hija de Olgys.

Ethbel asentía a las palabras de Bharnus, y poco después se acercó con el resto de sus compañeros cuando Hilda les pidió hacerlo. Pronunciando sus sagradas palabras, hizo su magia de nuevo.

Entre el ungüento de Alrik y la sanación de Hilda, Ethbel se sentía con fuerzas nuevamente. Todavía notaba los efectos de la maldición, pero al menos estaba en mejor forma en el caso de que les emboscaran durante la noche.

-Con vuestras curas, casi no me va a hacer falta descansar-dijo la guerreta en tono cómico-. Ahora podré hacer la primera guardia en condiciones. Gracias.

El grupo de enanos descansó sin problemas durante la noche y las guardias se fueron sucediendo sin que ninguna amenaza acosara el campamento. Aquello les daba una idea de hasta donde podían llegar esas criaturas, enanos o lo que demonios fueran, o quizás ni siquiera podían salir de la mina. 

La mañana se había despertado fría pero al menos la lluvia había parado. El grupo desayunó frugalmente y cuando estuvo listo volvió a entrar a la mina. La sala de la entrada estaba tal y como la habían dejado, sus ojos no tardaron en acostumbrarse a la oscuridad y comenzaron a avanzar despacio, vigilando siempre que no les atacasen por sorpresa mas de esas criaturas pétreas. Pero no ocurrió nada. Llegaron a la puerta que daba al pasillo y desde allí, sin asomarse al pasillo Okkar señaló la puerta que quedaba mas cerca frente a donde estaban.

-Quizás si corremos hacia allí podamos cruzar el pasillo antes de que nos disparen-dijo el guerrero a sus compañeros.

Afortunadamente, la noche pasó sin incidentes, lo que Ethbel agradeció para poder descansar con tranquilidad y poder recuperarse un poco más.

Con sus bártulos empaquetados, y el arma siempre a mano, siguió a sus compañeros hasta llegar al punto fatídico donde el día anterior se vieron obligados a retirarse. Aquello parecía una tumba, y la guerrera no tenía claro si era una buena o mala señal.

Cuando Okkar hizo la propuesta, Ethbel asintió.

-Estoy de acuerdo. No iré tan rápida como vosotros, pero sea como fuere, creo que es el mejor plan ante un posible nuevo ataque de ballestas-dijo en voz baja.

Descansados y alimentados, volvieron al Nudillo para terminar lo que habían comenzado. Frente al pasillo de la emboscada se detuvieron, hablando de cómo proceder.

—Los que tenemos escudo os cubriremos al resto mientras avanzáis —aseveró Alrik, embrazando con fuerza su escudo.

Gracias a la magia que Moradin otorgaba a Hilda, Bharnus descansó plenamente, sin heridas que pudieran trastornar su sueño. Sin embargo, no se despertó tan sereno como le hubiera gustado; demasiadas vueltas le daba a la existencia de esas criaturas. Una vez preparados y listos para marchar, el camino hacia la puerta fue ligeramente diferente al día anterior: de entrar seguro y con decisión, a entrar cabizbajo.

Una vez allí, y escuchando a sus compañeros, el monje añadió con media sonrisa:

- Yo no tengo escudo, pero esos malnacidos tendrán que ser más rápidos que yo si quieren acertarme. Yo iré primero hacia la puerta por si se necesitaran ambas manos para abrirla.

Bharnus se acercó, sin traspasar la puerta, esperando una señal de que el grupo estuviera listo para echar a correr.

El grupo cruzó corriendo el pasillo dejando que Bharnus cruzara por detrás de ellos sin verse expuesto a los virotes enemigos para que pudiera abrir la puerta. Aunque todo parecía tranquilo un virote se clavó en el brazo de Hilda antes de que pudiera poner su escudo en posición y cubrirse. Al instante otra flecha silbó desde la puerta y pasó junto a la cabeza de Okkar que estuvo a punto de perder una oreja y empezó a sangrar alarmantemente.

-¡Levantad los escudos!-gritó el enano, que pese a la sangre parecía estar bien, mientras trataba de protegerse contra los proyectiles.

Con un movimiento ágil, Bharnus cruzó el pasillo en 2 zancadas silenciosas, casi flotando sobre el suelo. En cuanto llegó empujó la puerta. Nada. No iba a ser tan fácil. Observó la arquitectura de la puerta y la cerradura en busca de la manera de abrirla. 

Debía ser rápido, esos bichos ya habían acertado 2 veces. Encontró un pequeño mecanismo semi-oculto por el óxido y el polvo y lo accionó.

- ¡Rápido, ya se abre! -gritó mientras entraba en la nueva sala agarrando el martillo de guerra.

Se hizo a un lado para dejar pasar a los compañeros y recorrió la sala con la mirada.

Pero pese al optimismo del enano, cuando la cerradura parecía que estaba a punto de abrirse... no lo hizo. La puerta de la cámara era de acero y mostraba signos claros de que alguien había intentado abrirla anteriormente sin éxito; la superficie de metal bruñiudo tenia grandes hendiduras y sus dos candados, de aspecto sólido, lucían marcas de herramientas A pesar de aquellos esfuerzos, igual que los que había hecho Bharnus ahora, la puerta había aguantado el embate protegiendo lo que fuera que ocultase de los saqueadores.

Al monje se le cayó el cielo encima, incluso se pudo ver una gota de sudor bajando por la sien al darse cuenta que no iba a poder abrirla.

- mierda, mierda, mierda -empezó a gruñir- ¡equipo! ¡a la siguiente puerta, esta necesita una llave!

Y deslizándose después de dar un salto, se colocó en la puerta oeste y empujó con ímpetu.

—¡De acuerdo! ¡Retroceded! —bramó Alrik, mientras retrocedían juntando los escudos.

Si aquella puerta era impracticable ahora, tendrían que usar la otra. Mientras retrocedían, no obstante, se fijó en los candados y mecanismos de la puerta que se había resistido a Bharnus... Sí, quizá alguna sustancia cáustica podría ayudarles a abrir aquella puerta.

Ethbel intentaba protegerse tras los escudos de sus compañeros mientras avanzaban por el pasillo comprobando las puertas. Lamentablemente, no hubo éxito con la primera. Más les valía que su suerte cambiase pronto, porque los virotes no dejaban de llegar, y aquello podía convertirse en una carnicería.

La guerrera desquitó su frustración lanzando insultos a los enemigos al otro lado del corredor. Seguidamente, ayudó a Bharnus a empujar la siguiente puerta.

El grupo retrocedió rápidamente mientras Hilda, Okkar y Alrik trataban de cubrir sus movimientos con los escudos. Sin embargo esos enanos pétreos parecían conservar una buena puntería y acertaron otra vez a la enana de pelo rojo justo antes de que se metiera en la habitación oeste que habían abierto sus compañeros.

El olor a moho y putrefacción asaltó los sentidos de los enanos nada mas abrir la puerta que daba a una estrecha habitación. En el suelo descansaban barriles, cajas y otros contenedores. En las estanterías apoyadas en los muros podían verse diferentes telas y ropas dobladas. Todo ello cubierto por una gruesa capa de polvo. En esa zona se debían guardar los alimentos perecederos y los suministros de uso diario de los mineros. Los barriles y cajas contenían harina de trigo, de maiz, verduras encurtidas, carne ahumada y cerveza. Por desgracia, todo estaba estropeado y era incomible. Las sábanas, ropa de trabajo y otras telas colocadas en baldas ya no eran más que trapos podridos.

Alrik observó el nuevo entorno. Era una habitación estrecha y...

—Uooh... —por un momento el enano se mareó al girarse quizás demasiado rápido. La vejez no perdona.

La visión borrosa tardo en adaptársele, pero finalmente recuperó equilibrio y sentidos. Aquella especie de despensa o almacén estaba repleta de alimentos pasados de vete a saber cuándo. Era obvio que nada de aquello era ni remotamente comestible o potable. Pero la harina llamó su atención. Como cualquier sustancia pulverulenta suficientemente fina, podría usarse para generar una explosión con una llama. Quizás pudieran usar eso a su favor para abrir la puerta.

El fuego en los ojos de Hilda parecía rugir cuando entraron de nuevo en aquel pasillo. Su escudo se alzaba lleno de rozaduras y mellas, pero de gran factura, sin marcas de forjado, pues había sido fabricado mediante el ritual que ya habían visto. La ferocidad de su rostro solo se equiparaba con la energía que latía tras sus ojos ardientes. 

El sonido de los enanos marchando juntos, el sonido de los escudos chocando juntos, formando un muro de acero, el sonido de las voces de los enanos. Hilda no conocía sonido más hermoso, lugar más adecuado para ella. Por eso, incluso aunque los virotes superaban sus defensas con gran puntería y se clavaban en su carne, el fuego de su mirada no hacía sino aumentar. 

-¡Adelante, hermanos! ¡Aguantad! ¡Escudos arriba! ¡Moradin es nuestro escudo! ¡Yo soy vuestro escudo!

Y así fue. Hilda recibió varios disparos, pero, a parte de Okkar, los demás llegaron ilesos por completo a la despensa, a pesar de aquella puerta traicionera que no se abría y que tuvieran que andar varios metros más hasta la siguiente. Finalmente, llegaron a la sala, y en su relativa seguridad pudo bajar por fin el escudo y comprobar los daños. 

-Bien hecho, compañeros. Veamos si hay algo útil por aquí. 

Hilda inspeccionó sus heridas. Uno de los virotes aún seguía clavado, así que guardó el escudo, agarró el virote con mano firme y tiró, mientras con la otra mano dibujaba una runa en el aire. Allí por donde su dedo pasaba, dejaba una línea de luz del color del metal al rojo, dando forma a una runa destellante suspendida frente a su mano. 

El proyectil salió de la carne con un sonido húmedo de desgarro, pero antes de que la sangre pudiera siquiera comenzar a fluir, Hilda cantó: 

-Moradin, forja mi cuerpo, ¡Suelda mi carne! ¡Mi sangre es tu acero!

La runa salió disparada hasta su herida, donde se pegó como un hierro ardiente al ganado, pero en vez de quemar, allí donde tocó la piel sanaba, se reconstruía y volvía a formarse. Aún tenía heridas, pero su estado había mejorado considerablemente. 

Arrojó el virote al suelo. 

-Así está bien. Veamos. 

Y comenzó a registrar la sala. 

Una vez vez estuvieron todos dentro y Bharnus vio las heridas de los compañeros, empezó a andar en círculos, nervioso.

- lo siento... no he podido abrirla -gruñó inquieto- ¿estáis bien? -negaba con la cabeza mientras se frotaba las sienes- debe ser importante lo que guardan ahí, pues no somos los primeros que intentamos abrirla y fracasamos

Con un vistazo rápido a la habitación vio que poco o nada iba a poder aprovechar de esos alimentos. Sin embargo, se fijó en el mobiliario y tuvo una idea. Se acercó a cajas y barriles que Hilda iba inspeccionando, y cuando confirmaba que no había nada y pasaba al siguiente, el monje las vaciaba en el suelo. No tocó el que contenía harina, pues Alrik estaba mirando su contenido.

Observó y analizó la madera de ese mobiliario, su tamaño, su peso. Tal vez podrían usarlos de parapeto de cuerpo entero ante virotes, y esa idea no le parecía descabellada. Si estaban cubiertos y si la madera aguantaba los envites de ballesta, no tendrían que temer a los condenados rocosos.