Partida Rol por web

La telaraña dejó completamente pegado al hechicero en uno de los tanques de rayos que crepitaban sobre sus cabezas, chisporroteando con crujiente intensidad.

Tassabra siguió avanzando en línea recta hacia su objetivo. Ni siquiera parpadeó cuando Lemaitre se vio envuelto en una telaraña de pegajosas hebras mágicas. La Cazadora desapareció y reapareció unos metros más adelante, descargando un poderoso golpe sobre el anciano.

—¡Levántanos la mano y la perderás, hechicero!

Tassabra avanzó con visión túnel sobre Lemaître y lanzó una estocada a fondo contra el indefenso anciano enmarañado. Su golpe hizo estallar en mil pedazos algún tipo de protección mágica, como pequeños cristales, y un amuleto que portaba en el cuello dejó de brillar con intensidad. El mago miró a la Cazadora visiblemente enfurecido.

-¿Crees que me importa? El mundo no será un lugar mejor aunque yo pierda una mano.

Justo al costado de Tassabra, sobre un acolchado altar, descansaba el pálido cadáver de Duallia, completamente desnudo. Los cables y cuerdas conectados a los tanques eléctricos estaban también conectados a ella, a sus brazos, sus piernas, su torso, su cabeza. Las alas, ensangrentadas porque, previamente, alguien se las había arrancado, estaban ahora colocadas con vendajes en su espalda. Sus pies, las garras de un pájaro, estaban cosidos a sus piernas como si alguien se los hubiera cortado y Lemaître hubiese intentado volver a fusionarlo.

La electricidad estática era tan fuerte a esa distancia que Tassabra la sentía recorrerla de pies a cabeza.

Ruru no podía ayudar a Tassabra con el mago desde allí. Estaba demasiado lejos. Sus piernas de enano eran buenas para quedarse ancladas en el suelo y no moverse, pero no para recorrer distancias a gran velocidad.

Por ello, su cuerpo empezó a retorcerse y hacerse pequeño. Sus ojeras crecieron y de su cuerpo crecieron alas membranosas mientras que en su boca crecieron unos afiladísimos colmillos. Ruru se había transformado en murciélago.

Acto seguido, comenzó a volar torpemente hacia la posición que ocupaba Tassabra. Desde allí si podría contribuir a reducir al mago y acabar con sus atroces actos.

Señor Pinckels soltó a aquella mole y volvió a lanzarse sobre es con ambas garras. Rasgo su ruda armadura con las garras y trató de morderle la cabeza con sus afiliados colmillos, pero no pudo, estaba demasiado duro.

El guardián forcejeó con la osa hasta conseguir librarse. Dio un paso atrás y enarboló el mandoble.

Lemaître estaba arrinconado, su guardían seguía en pie, vapuleado por un oso que no lo dejaba en paz. No podía defenderlo y él, en fin, se enfrentaba a una enorme Cazadora Imperial. Hizo lo último que le quedaba por hacer. Con las hebras de la telaraña impidiendo su movimiento, comenzó a conjurar frente a Tassabra. Ella se temió lo peor, pero estaba preparada para cualquier cosa.

Para cualquier cosa, excepto, quizá, para ver aparecer a uno de esos sirvientes de pintura con cara estúpida, Uno de tantos que había derribado en la mansión. Lo vio mirarla con expresión imbécil mientras cogía la palanca que había a pocos metros de ella y la activaba.

La esfera de rayos creció y la electricidad sobrecargó la habitación. Los rayos emergieron en una gran explosión y recorrieron los cables hasta el altar donde descansaba el cuerpo de Duallia. Este se sacudió violentamente y la electricidad envolvió también a Tassabra.

Los pilares del pasillo se sobrecargaron y comenzaron a emitir rayos electricos por todas partes.

Ekarion avanzó hacia el altar, cuidándose de no entrar en el arco de electricidad de los pilares, e intentando esquivar el ataque que el guardián le lanzó al pasar a su lado, pasó por enfrente de Ruru y se posicionó de forma tal que pudiera ver la palanca y a Lemaitre.

Tassabra volvió a blandir la inmensa bisarma y descargó un nuevo golpe sobre el anciano asesino en serie.

—¡Duallia no lo culpa señor Lemaitre, ninguna de ellas! —le dijo la Cazadora—. Me pidió que se lo dijera. ¡Ahora, ríndase y acabe con esta locura!

Ekarion sorteó los rayos con rapidez. Lo que no fue capaz de sortear fue la espada del guardían, que descargó un tremendo tajo sobre el mago cuando éste pasó por su lado, a una velocidad que el dragón ni siquiera pudo preveer. Del corazón rojo del enorme constructo brotó un rayo de energía que lo golpeó de lleno y sintió que sus fuerzas menguaban. Recordó entonces que la sensación era muy parecida a la sufrida por la toxicidad de la pintura, solo que esta vez no había sido la pintura.

La estrella en el pecho del constructo permaneció brillando en su torso como un faro.

La bisarma de Tassabra avanzó, presta, hacia el corazón de Lemaître, mientras ella solicitaba su rendición y causaba algún tipo de conmoción con sus palabras. Porque, desde luego, su arma no hizo nada contra el hechicero. De nuevo golpeó contra algún tipo de protección mágica que hacía flotar cristales en el aire.

-¿Rendirme? Nunca.

Señor Pinckels, el cambio, sí que vio que el constructo recibía un arañazo en su coraza. Aunque nadie estaba allí para verlo, claro.

Ruru el murciélago se alejó volando de la zona problemática y una vez a resguardo, lanzó un conjuro sobre Tassabra. Iba a desperdiciar en parte sus cualidades, pues podría haber beneficiado a otros aliados, pero era imposible hacerlo de otra manera y tenían que acabar de una vez con aquel asunto. Osea, con Lemaître. 

Tassabra sintió entonces como su cuerpo se revitalizaba con la rapidez de una serpiente. Podía volver a morder a ese mago loco y dejarle a las puertas de otro mundo. Si no se rendía sería si fin y eso era lo que parecía que deseaba.

Mientras todo aquello sucedía, Señor Pinckels ajeno a su alrededor, siguió a lo suyo. Volvió a abalanzarse sobre aquel constructo y trató de morderle en éxito alguno. Sus colmillos no lograban encontrar un punto flaco por dónde atravesar aquella férrea coraza. 

Sin embargo, sus garras si lograron rasgar la dura estructura que tenía delante y aprovechó entonces para tratar de apresar a aquel ser e inmovilizarlo, aunque sólo fuera por un breve momento. Y en efecto, la osa pudo retener a aquel enorme ser artificial.

Tassabra sintió la magia recorrer su cuerpo, acelerándole un instante. Lo que percibió ella, empero es que el tiempo se ralentizaba a su alrededor, y lo aprovechó para lanzar otro ataque al anciano.

—¡Entonces cumpliré la promesa que hice a Duallia y acabaré con su sufrimiento, Lemaitre!

Tassabra volvió a descargar su bisarma contra el mago, desbaratando sus defensas mágicas y, por fin, haciéndole sangrar.

«A ver si ahora sigues tan gallito.»

El guardián trató de liberarse de la osa, pero fue absolutamente imposible. Aquella maldita bestia lo tenía inmovilizado y no podía defender a Lemaître.

-¿Con qué Duallia? -preguntó furioso el anciano-. ¿Cuál de todas ellas? No tendríais que haberlas encontrado, ni siquiera tendríais que haber hablado con ellas. No existen. No son reales. Me he dado cuenta demasiado tarde y ahora no puedo deshacer lo que he hecho. Pero voy a llevar esto hasta las últimas consecuencias, solo me importa la venganza, destruir a los que la hicieron sufrir y luego la asesinaron. ¡Porque ninguno de vosotros hizo justicia!

Cerró los ojos y comenzó una letanía. Ni la telaraña, ni la amenaza de Tassabra hicieron mella en su concentración. En cuanto acabó, las hebras de la telaraña se deshicieron, el pegamento se evaporó y el mago quedó libre. Intentó dar un paso atrás y se vio entonces en la situación de tener a la enorme Cazadora Imperial justo delante, amenazando con la bisarma, todavía más peligrosa que antes.

-¡Me rindo! -dijo de repente, desviando la mirada de Tassabra hacia algo que había junto a la Cazadora.

El sirviente invisible volvió a darle a la palanca y la maraña de rayos creció hasta tocar a Lemaître, que recibió una descarga que lo hizo caer de rodillas. La electricidad envolvió el cuerpo de Duallia, tocó a Tassabra y se extendió hasta casi rozar las narices de Ekarion. Un grito agudo resonó entonces por la estancia por encima de la tormenta de rayos y truenos, como si el cielo se estuviese partiendo en dos mitades y quisiera caerles encima. 

La Cazadora miró al costado para ver como la mujer muerta se removía con gritos de dolor, batía las alas frenéticamente y trataba de liberarse de todas esas cosas que la conectaban a los pilares de energía y le daban descargas. A Tassabra nunca le había dado miedo nada, pero ver a Duallia, a la verdadera, abrir los ojos y mirarla directamente a ella con el odio de quién solo desea la muerte, a decir verdad que se amedrentó un poquito.

De repente se incorporó, inhalando grandes bocanadas de aire, mirando desorientada a todas partes, mientras los rayos seguían concentrándose en ella, envolviéndola como una lluvia fina. Desplegó las alas, de un blanco refulgente salpicado de sangre, y algunas plumas volaron perezosamente sobre su cabeza. Sus ojos se tornaron de un blanco refulgente, su cabello se encrespó, se inclinó hacia delante sobre el altar como si se echase a llorar, mientras murmuraba algo.

-Mátame...