Partida Rol por web

Preparad las armas. - añadió cuando vio que Fabio se ponía a jugar a cerrar los ojos y luego abrirlo. - Y estad atentos.

Miró a Ruso, por si consideraba salir del perímetro y dar una pasada rápida de reconocimiento.

El corso mira al decano mientras acaricia el pomo del gladio...

El decano frunce el ceño y mira a Viridio con dureza, ponderando lo que esta ocurriendo. Solo tarda unos segundo en decidirse, y repite las palabras del legionario.

- PREPARAR LAS ARMAS - ordena mientras levanta su escudo - Estar listos para dar la alarma si es necesario, vigilancia máxima.

Y en voz baja le dice a Viridio:

- Como me hagas quedar mal te la vas a cargar.

-Susórdenes.- Musita Fabio empuñando el escudo y preparando un pilum para arrojárselo a lo que se acerque. 

Los legionarios que estan en la muralla se ponen en alerta tras las ordenes de Ruso, el unico oficial de guardia. Los pilums preparados, el scutum enfrente y escudriñando la oscura noche.

No ocurre nada.

Pasan un par de minutos y la gente se empieza a relajar. El legionario que hablo antes baja el escudo y comenta

Seguramente fuese un zorr... - no llega a terminar la frase porque una flecha le atravecha el cuello

Un grito de guerra, salido de cientos de gargantas, llena el aire

 Þunraz!  Þunraz!  Þunraz!

Una lluvia de flechas cae sobre el campamento, alcanzando a mas legionarios tanto en las murallas como durmiendo en sus tiendas. Teneis suerte y ninguna os alcanza, mas alla de quedarse clavada en el scutum. Cuando se acaba la primera volea, rompeis las flechas que se han quedado clavadas con el pilum y mirais a los germanos, que ya han trepado las murallas de la fortaleza por varios puntos. Mientras los cuernos romanos que tocan a batalla resuenan en vuestros oidos, ois los choques de los aceros y los gritos de los heridos en las primeras escaramuzas sobre la muralla. Los germanos intentan avasallar a los pocos defensores que estan preparados y es vuestra tarea impedirlo.

Mirais al cielo, y entre los jirones de nubes veis a Marte, parpadeando. Esta noche toca defender los limites del Imperio... O morir en el intento

- Como me hagas quedar mal te la vas a cargar.

Viridio se calló pero la mirada que le echó a Ruso cuando el primer legionario fue silenciado por el ancestral método de atravesarle la garganta, preferiblemente con algo afilado, lanzó una mirada al Decanus que claramente recordaba que no era un mozalbete recién alistado que se asustara por un soplo de viento o una docena de cuervos graznando.

Cuando la lluvia de proyectiles cesó, limpió el scutum con un golpe del gladio y aviso a Ruso.

Voy a coser a esos estúpidos que debían estar hablando cuando les instruyeron en cómo usar el scutum. - sin soltar el scutum, enfundó el gladio y comenzó a recorrer el campamento.

Empezó a gritar a varios legionarios para que se colocaran en posición mientras se dirigía con paso raudo a la tienda donde podría agenciarse unas agujas, tiras de tela y un par de odres de agua limpia.

Ruso mira a sus compañeros, coloca su escudo y se lanza hacia el punto más cercano donde los germanos han logrado trepar a la muralla.

- Por Roma, enviemos a estos bárbaros al hades. - grita antes de perderse en un mar de sangre y confusión. Durante unos minutos sus subordinados le pierden de vista, hasta que le ven retroceder al mando de una linea de legionarios que retroceden, cubiertos de sangre pero en perfecta formación.

"¡¡¡¡ MINERVIAAAAAAAAAA !!!!"

Con un rugido feroz, Silo se lanza de cabeza contra el grupo más cercano de bárbaros...

... sin preocuparse por su propia seguridad. Al principio por el convencimiento de que, como a lo largo del día, los dioses le acompañan. Pero pronto la fiebre de la batalla le absorbe. Su último pensamiento consciente es cargar por el lado contrario del muro al que se ha dirigido su decano, para dar a sus compañeros algo de espacio en el que montar una defensa organizada. O al menos morir intentándolo.

En su empuje inicial, lanza sus dos pila en rápida sucesión, empalando a un bárbaro que estaba acabando de escalar el muro y dejando a otro sin escudo. Sin detener su carga para sacar el gladius arremete contra un tercero con el escudo por delante y lo lanza al otro lado del muro, recoge una espada caída del suelo mientras gira sobre si mismo y con el mismo movimiento la clava en la garganta del segundo bárbaro que encuentra, demasiado aturdido como para esquivarle. La deja clavada donde está y sin detenerse prosigue su avance. Da un golpe del revés con con el escudo, lanzando a un cuarto bárbaro al patio, que se rompe el cuello al caer de cabeza. En el giro de recuperación un quinto cae bajo un certero tajo del gladius que por fin ha desenfundado, y luego un sexto, y un séptimo...

Para sus compañeros, Silo se convierte en un animal, un jabalí rabioso, una némesis, una fúria desbocada. No se detiene para rematar a sus contrarios. Se limita a pegar y avanzar, pegar y avanzar, pegar y avanzar, gritando a pleno pulmón su desafío a los bárbaros, a la muerte, a cualquiera que ose hacerle frente esta noche. Los pocos legionarios que le han seguido van rematando a los heridos y moribundos que deja a su paso, mientras mantienen una prudente distancia para evitar ser objeto de la ciega ira que parece poseerle. Todo el mundo en el campamento ha oido las histórias de la última vez que participó en una batalla campal, y nadie quiere ser el siguiente desgraciado del que hablen las historias que sin duda surgirán de esta ordalía nocturna.

Pero lo que posee a Silo no es rabia, ni ira. Es concentración. Sus gritos son la única posibilidad de expresión que le queda a su parte irracional. El resto de su cerebro persigue con firmeza un único objetivo, con la precisión, la dedicación y la intensidad con que solo puede hacerlo una mente simple: matar. Matar a todo lo que se mueva. Matar se ha convertido en su obsesión. No por placer, ni por gloria, ni por Roma. Mata porque no es capaz de pensar en nada mas.

Cuando está apunto de dejar caer su brazo de nuevo, algo resuena en su cabeza con la intensidad de una trompeta de señales. No sabe lo que es, pero consigue detenerle durante unos instantes. Se pregunta porqué, hasta que cae en la cuenta. El casco que está a punto de hendir de un tajo es redondo. Es un casco de legionario.

Parpadea una vez, dos veces, y de pronto su concentración se desvanece. Está mirando a los ojos a un compañero que le devuelve una mirada entre sorprendida y horrorizada. Sigue teniendo el brazo en alto, y el tiempo se ha detenido mientras el legionario que tiene enfrente comprende que su suerte está echada y que, al fin y al cabo, parece que le ha tocado a él ser el siguiente desgraciado.

Y entonces Silo baja el brazo.

Dos rápidos giros de cabeza le permiten evaluar su situación. Está a entre quince y veinte metros de distancia de su contubernio. En su avance, ha llegado hasta la posición del siguiente contubernio, limpiando de bárbaros toda una sección del muro, rodeado por un puñado de legionarios que le miran entre asustados y admirados. Está cubierto por una cantidad importante de sangre, pero no parece estar herido. Los bárbaros que atacaban este sector están muertos o en fuga, pero otros se acercan a toda prisa sin parecer muy impresionados por lo ocurrido.

Su mente echa mano a lo que recuerda. ¿Qué harían sus instructores? No hay ningun lugar para huir. Ninguna posición defensiva será mejor que la que ocupa ahora. Los legionarios que le acompañana le son desconocidos, y no parecen mucho más listos que él mismo. En un momento de inspiración, decide probar algo nuevo: dar órdenes.

"Legionarios, ¡manteneos firmes! ¡En formación, escudos arriba! Este muro es Roma, ¡defendedlo!"

Para su sorpresa, le hacen caso. La firmeza de su voz, unida a la carnicería que acaban de contemplar, hace que los legionarios que le rodean salgan de su estupor y se dispongan a hacer frente a la siguiente embestida bárbara, recuperando parte de su coraje. Quieran los dioses que no les falte en lo que les queda por sufrir.

- Por Roma, enviemos a estos bárbaros al hades. - grita antes de perderse en un mar de sangre y confusión. Durante unos minutos algunos de sus subordinados le pierden de vista

Corso lucha al lado del decano con rabia, con furia. Toda su frustración de las últimas horas la paga con los grupos de enemigos que intentan entrar en el campamento. Una y otra vez golpea con el escudo, una y otra vez lanza su brazo para rematar a un enemigo.

Los germanos son muchos, y atacan enrabietados. El pequeño grupo de legionarios que pelea junto a Ruso (muchos de ellos de otros contubernios, el ataque les ha pillado realmente en bragas) no es capaz de pararlos a todos. Hay enemigos a lo lejos atacándoles con flechas, otros intentan escalar el muro por los laterales, rodeándoles... El corso se desdobla por todo el perímetro, cortando manos, pinchando brazos, y rompiendo cuellos a diestro y siniestro, tal vez tomándo más riesgos de lo necesario, pero él no piensa en el peligro, sólo piensa en proteger el muro y proteger a Ruso.

Uno de los legionarios cae muerto. Corsicanus ocupa su lugar junto a Ruso, en el centro de la defensa. Un germano intenta golpearle por encima del escudo. Corsicanus para y pincha, y el bárbaro cae al suelo en un charco de sangre y dolor.

Ay!

Algo se ha clavado en el brazo del corso. Una flecha! Maldita sea, qué daño! El corso retrocede un poco para poder partir la flecha apoyado en el escudo; se arrodilla, apoya el palo, y parte con el gladio. El dolor es intenso, pero no le impide mover el brazo. Se pone de pie justo a tiempo para parar con el escudo un golpe que iba en dirección al decano. Otros dos compañeros yacen muertos en el suelo.

- Retirada ordenada! Hay que reagruparse! Mantened la línea!

Dos toques de silbato y los cuatro romanos que quedan en pien empiezan a retroceder por la muralla, cubiertos de sangre pero en perfecta formación. Parar con el escudo, pinchar con el gladio, paso atrás, parar con el escudo, pinchar con el gladio, paso atrás...

Valerius luchó desde el muro, alguien tenía que hacer el trabajo normal y no heroicidades... y aún así se llevó un lanzazo en el casco..

Fabio se quedó en el muro defendiendo su puesto, como buen legionario, no había sucumbido al miedo, y si caía, caería con honor. 

Detrás de él, los legionarios se precipitaban sin ton ni son hacia las murallas, sin ajustarse los cascos, con las primeras armas que habían pillado, tratando de subir por donde ya había más de sus compañeros. 

—Joder ¡Id a cubrir el otro muro, que aquí ya nos las apañamos, Rutilio no sub...!— uno de los que subían al pelotón golpeó sin querer la espinilla de Fabio, ocupado en rechazar a un berserker que trataba de talar la muralla a hachazos y le hizo perder pié y caer desde la muralla, golpeándose en el casco con un leño.

Mierda mierda mierda. Fabio sólo veía estrellas.

El legionario se levantó, y contempló la ofensiva, desorganizada y pobre, pero con el suficiente ímpetu para reventar sus defensas y matarlos a todos.

Con el pecho mucho mas erguido, con una voz que salía de ultratumba, una voz autoritaria, de primer centurión, agarró a Rutilius y le sacó del muro. —¡Legionario! Ponte tu equipo antes de ir a la muralla. ¡Dejad al retén defender su puesto hasta que os toque, malditos, ahora sólo estorbáis!— Inspirado, recorrió la muralla. —¡Las manos, esperad a que las pongan en el muro y cortádselas, cread una pantalla de heridos!— Su voz autoritaria, para nada la de Fabio hizo que los legionarios cortaran y cortaran, fabricando una pantalla de heridos y mutilados que estorbaran a los nuevos que venían, sin crear una escalera de cadáveres. Los chillidos eran atroces.

—¡Vosotros, llevad el caldero de sopa por las asas y arrojadlo desde la muralla!— El alimento, mantenido hirvieno toda la noche por las hogueras, para evitar resfriados de la tropa, fundiría los ojos de alguno de esos bárbaros. —Cread un hades delante de las murallas.— A Ruso no tenía que decírselo, defendía una sección el sólo —¡Vosotros, esperad aquí!— dijo reteniendo a un grupo que corría a subir. Le miraron extrañados, pero su decanus no tuvo agallas de protestar... la batalla rugía... —¡Ahí!— Fabio, o quien fuera, había esperado a que hubiera una brecha y había utilizado al último contubernio de reserva. —¡Evitad que pasen!— Y justo en ese momento hubo otra brecha, los bárbaros pasarían... ¡No! Ahí estaba ese decanus tan feo, junto con el enorme corso y otros más, retirándose ordenadamente y cerrándola.

Fabio se despejó, ¡Menuda hostia contra el leño! iba a dar a Rutilius... Vaya, Ruso y Corso peleaban defensivamente, sin pensarlo más, sin acordarse de lo que acababa de decir y hacer, se arrojó a ocupar su puesto en la línea y ayudarles.