Partida Rol por web

- En realidad, no, Agente Sparks. No he observado nada fuera de lo normal. A veces viene gente de fuera a instalarse en Ashville buscando ese "aura histórica" que se supone que hay aquí, pero son muy pocos en realidad, y lleva ocurriendo siempre... - La Sheriff Baker mira a Glenda dejando la frase en el aire, comprobando si tiene algo que añadir, ya que ella dirige la casa de huéspedes.

- Por aquí sólo vienen los típicos turistas, Joanne. - Puntualiza, dirigiéndose a la sheriff sin dejar de quitar el polvo. - Salta a la vista que en Ashville puedes distinguir los extranjeros de los oriundos de aquí...

- ¡No hay más que ver en qué lado se sientan en la iglesia! - Interrumpe riendo Joanne Baker.

- Sí, como dice Joanne. Algunos llevan menos de treinta años viviendo en el pueblo, con otra mentalidad, y otros jamás han conocido otra cosa que los maizales que les rodean. - Sigue hablando Glenda.

- Que son los que suelen mirar con extrañeza y suspicacia a los visitantes. - Susurra al oído de Selina Sparks en voz baja divertida y tapándose con la palma de la mano para que Glenda no le escuche aprovechando que está de espaldas agitando el plumero.

Sigo la conversación con atención mientras mantengo el tamborileo del lápiz contra mimentón. No puedo evitar fruncir el ceño con cierta preocupación ante la repentina marcha del ayudante.

- ¿A la iglesia? ¿Ahora? -

No soy un hombre muy religioso y las muestras de devoción extremas se me antojan extrañas, incluso sospechosas. Pero claro, tampoco estoy acostumbrado a las rutinas y costumbres tradicionales del interior del país.

Vuelvo de nuevo la mirada hacia mis compañeros y la Sheriff.

- Sin ánimo de ofender - interrumpo alzando el lápiz - pero recuerdo que me gustaría visitar el depósito y hablar con el forense. Quisiera ojear las marcas de arma blanca y cotejarlas con lo que sabemos del asesino de la polaroid. Tal vez el MO de las muertes sea suficiente para decirnos si se trata de un imitador, o de crímenes no relacionados con el asesino en serie. -

Estaba claro que había dos caminos claros a seguir. Por un lado interrogar a los testigos en busca de potenciales sospechosos y por otro examinar los cuerpos.

Empezó a sentirse inquieto. Si se encontrase en la unidad anti-terrorista hacía tiempo que estaría fuera, buscando cualquier pista, pero con Dwight todo era más lento, más metódico.

Observó cada uno de los rostros allí reunidos mientras iba cambiando su peso de un pie a otro en un ligero balanceo de impaciencia. Se estaba esforzando realmente por no salir corriendo de allí directamente hasta la primera de las escenas del crimen que se encontrara, pero no quería saltarse la cadena de mando.

Esperaría las órdenes de Dwight.

Dwigth asintió silenciosamente. Observó la marcha del joven Willis a la Iglesia sin mediar palabra. Tampoco quiso añadir nada más a las palabras de la sheriff. Observaba. Lo observaba todo. 

Pudo notar la enérgica impaciencia del doctor Sullivan, que no quería perder ni un minuto en ver los cuerpos. Pudo percibir el carácter analítico de la agente Sparks, así como la tensión sobre los hombros de Johnson. Todos estaban deseosos de salir ahí fuera y comenzar con las pesquisas. Que así fuera, entonces. 

Está bien, coincido con ustedes en que poco más podemos hacer por el momento a parte de seguir elaborando hipótesis. Tal y como sugirió el doctor Sullivan antes, en la comisaria, dividiremos el trabajo en dos partes. En un principio será el propio doctor, acompañado de la señorita Sparks, los encargados de revisar los cuerpos, así como ponerse en contacto con los investigadores de Joshua Tree. -Hizo un gesto hacia los aludidos, en espera de una obediente confirmación. El agente Johnson y yo mismo daremos un paseo por la zona. Quizá podamos hacer una o dos preguntas. Más tarde, me gustaría que todos estuviésemos presentes a la hora de visitar los escenarios de los crímenes. Cuatro ojos ven mejor que dos, y ocho todavía mejor que cuatro. ¿Ha quedado claro?

Las órdenes estaban dadas. Un grupo irá a Joshua Tree y el otro merodeará por Ashville atento a cualquier cosa que pueda ofrecer un indicio para el caso.

- Bien, si no tienen inconveniente, yo llevaré a los agentes Sullivan y Sparks a Joshua Tree para entrevistarnos con el forense. No está muy lejos, pero las indicaciones del camino son un poco confusas. Ustedes, agentes Dwight y Johnson, siéntanse libres de inspeccionar aquello que crean inconvenientes. - Dice la Sheriff Baker, buscando en sus bolsillos las llaves del coche de policía. - ¡Aquí están! Bien... En unas tres horas podremos volver a reunirnos en mi oficina. Si llegan antes que nosotros, Patty les ofrecerá café y... rosquillas.

- ¡Que tengan un buen día! ¡Adiós Joanne! - Dice Glenda cuando la sheriff ya ha atravesado como un rayo la puerta de salida

Las palabras de la sheriff Baker solo habían conseguido añadir mas incertidumbre dentro de la cabeza de Selina. Son pocos los que van y vienen al pueblo, pero nadie que haya llamado la atención de la sheriff o de Glenda y su ojo crítico, por lo tanto cualquiera podría haber llegado al pueblo, estudiar a sus gentes en pocos días y practicar su destreza con presas fáciles antes de marcharse a otro lugar. Aunque algo le decía que este no era ese tipo de caso, y que no iban a tener que ir siguiendo la pista del asesino por diferentes pueblos, el o ella seguía allí.

Selina asintió levemente con la cabeza ante las órdenes de Dwight, aunque de los tres hombres el doctor Sullivan era el más extraño de un modo bastante perturbador, presentía que podría aprender mucho de él y llegar a entender lo que un cadaver podía transmitir a un nivel mucho más profundo. 

No pudo mediar palabra antes de que la sheriff Baker llena de energía decidiese salir por la puerta, miró al doctor, se encogió de hombros y siguió a la sheriff.

- ¿Prefieres que nos llevemos el coche o acompañamos a la Sheriff en el suyo?- le preguntó a Sullivan- no tengo preferencia ni por una cosa ni por otra- aunque quizá para la vuelta era mucho mejor ir en un coche los dos solos donde pudiesen intercambiar opiniones de caso con total tranquilidad.

Asiento con tono sereno pero complacido a las órdenes de Dwight. Próxima parada: la morgue. 

- Claro como el formol - 

La Sheriff nos ofrece el viaje en su coche, pero presiento que a Selina optaría por la opción de seguirles en nuestro propio vehículo a pesar de que diga que cualquier opción le parece válida. 

- Mujeres ¿Por qué darán dos opciones cuándo en realidad sólo hay una? - pienso recordando a Denise, mi novia en la facultad de Medicina, a quien por mucho que me repitiese "no me importa que pases la tarde estudiando anatomía en el depósito de cadáveres en lugar de ir al cine y estudiar mi anatomía", en realidad sí que parecía importarle, incluso después de ser siempre ella quien me preguntase "¿Qué quieres hacer esta tarde?"

Pero realmente, en esta ocasión, debo llevarle la contraria a mi compañera. 

- Bien, entonces iremos con la Sheriff Baker. - Contesto con tono quedo a Selina - No quisiera dejar sin vehículo a Johnson y Dwight por si ocurriera algo y necesitasen desplacarse a algún lugar con urgencia. -

Me vuelvo entonces a la Sheriff.

- Tres horas serán más que suf... - 

Pero la Sheriff ya está saliendo por la puerta, así que sin terminar la frase, hago un gesto de cabeza para despedirnos de John y Peter, e invito caballerosamente con la mano a Selina para que tome la delantera siguiendo tras Baker.

El coche de la Sheriff Baker despide un amalgama de olores, que van desde el sempiterno café, hasta el de desinfectante, pasando por distintas intensidades de sudor, vómitos, ambientadores de coche varios, comida china y mazorcas de maíz. Toda una labor complicada de arqueología nasal el estudiar cada estrato olorístico del vehículo, pero al menos os mantiene entretenidos durante el viaje de ida a través de carreteras sinuosas escondidas entre frondosas masas de árboles. Joanne Baker gira en diversos cruces sin señalizar, porque en los pueblos todos se conocen y no es necesario esas indicaciones. Parece que nadie se pregunta qué ocurre con los extranjeros.

Al cabo de casi media hora, entráis en Joshua Tree. Una ciudad abiertamente más grande y moderna, liberada de ese aura opresiva que tiene Ashville. Incluso parece que el día es más soleado.

La Sheriff Baker aparaca frente al Hospital St. Peter, un edificio color crema y de estilo colonial, situado en uno de los lados de una bonita plaza adornada con bancos y setos de flores.

En el interior, os recibe un tipo delgado y rubio, con una bata blanca impoluta. Deja de manifiesto, desde el primer momento, su sentido de superioridad frente a entrometidos y demás personas que vienen a alterar un día de lo más tranquilo.

- Hola Sheriff Baker, siempre es un placer recibir a la gente de pueblo. - Dice, estrechando con condescendencia la mano de la sheriff. Desviando la vista hacia los dos agentes, Selina y Jules, continúa. - Oh, ¡vaya! El FBI... Menos mal que vienen ustedes a arreglar nuestros problemas. Mark Gullavson, encantado de recibirles. - Su tono es horriblemente sarcástico. Lo usa tan perfectamente que es imposible reprochárselo, pero no esconde el palo del que va. Os estrecha la mano.

La mezcla de olores revolvió el estómago de Selina. Desde siempre los viajes largos hacían que su cuerpo se revolucionara en el mal sentido, pero si a eso le añadías un sin fin de aromas nada atractivos el resultado podía acabar siendo verdaderamente desagradable. Tomó una caja de chicles de menta que guardaba en el bolsillo del abrigo, cogió uno y ofreció sin decir una palabra al resto. Al menos el olor y sabor del chicle estaba consiguiendo calmarle el estómago.

Tras una monótona media hora Joshua Tree apareció en su campo de visión, de nuevo parecía que estaban en la civilización moderna. Nada más bajar del coche tiró el chicle a una papelera cercana e inspiró el aire con gusto y disimulo, miedo le daba el camino de vuelta. 

Si bien, ese sentimiento de gozo al haber bajado del coche desaparece al conocer a Gullavson, aunque no dejó que ninguna emoción pasase por su rostro y le estrechó educadamente la mano.

- Supongo que demasiada suerte habíamos tenido con la sheriff, ya tocaba que apareciese el típico anti-FBI "yo se hacer muy bien mi trabajo no os necesito"- pensó Selina intentando con todas sus fuerzas no poner los ojos en blanco.

Por fin solos. John suspiró, aliviado quizá por la calma repentina que se hizo en aquella sala. La señora Norm limpiaba, atareada, el inexistente polvo de los muebles de la entrada. Dwigth asumió que aquella labor era casi un acto reflejo, fruto de las tediosas horas de espera en un pueblo que apenas recibiría más de una docena de visitantes al año. Se preguntó cómo podría mantener la señora aquella imponente casa.

- Antes de salir ahí fuera -se dirigió por fin a Peter, clavando su profunda mirada gris en él. -Me gustaría intercambiar un par de impresiones con usted. Se atusó ligeramente la corbata mientras se acercaba a su compañero a paso lento. Imagino que antes de aceptar este caso se interesó por sus compañeros, investigó, por así decirlo, nuestros perfiles. Así que doy por hecho que conoce mi... vínculo con este caso y el del señor Lewis. Yo, por supuesto, también conozco el suyo. Ambos estamos emocionalmente ligados a este caso de una manera especial, terrible, insana incluso. Y no se equivoque; eso no es ningún punto a favor. 

Por fin llegó hasta Peter Johnson. Se situó muy cerca, fijando sus ojos en los suyos. Lo que nos hizo Lewis a usted y a mí fue algo terrible. Una desgracia, una inhumanidad. Pero no hemos venido hasta Ashville buscando venganza. Confío plenamente en usted para que lleve este caso de una manera absolutamente profesional, sin interponer emociones que puedan poner en peligro al resto del equipo. Yo, por mi parte, haré lo mismo. ¿Entendido?

Tomo el chicle que me ofrece la agente Sparks con una amplia sonrisa.  

- Gracias Selina -

No es que me molesten los eflubios del vehículo de la Sheriff, en absoluto pues en mi profesión acostumbro a absorber hedores infinitamente peores, es que realmente me apetece el chicle y le agradezco infinitamente a mi compañera que me ofrezca uno.

Llegamos a nuestro destino y somos recibidos por el pedante local... o graciosete... o chulito... o amargado... lo que sea, no se me da bien la gente que aún respira y no sabría decir qué problema tiene este tipo.

Así que me yergo en toda mi envergadura y, con mi peor cara de mafioso de South Central LA, le contesto.

- Doctor Sullivan - recalco claramente el título mientras le estrecho la mano con fuerza - Esta es la agente especial Sparks -

Sin mostrar media sonrisa, voy al grano. 

- ¿Puede llevarnos hasta el depósito y presentarnos al Doctor que realizó las autopsias de las víctimas? - Pregunto con toda la carga de sarcasmo que puedo otorgar para intentar dar a entender lo que pienso de Mark: que es un simple botones de hotel que está aquí para servirnos en nuestra taera, mucho más importante que su mundana y aburrida vida diaria.

El agente escuchaba las palabras de su interlocutor, pero su mente estaba en otro lugar, en otra época.
De repente le invadió el murmullo de la masa de seres humanos que abarrotaban las escaleras del tribunal de justicia. Los flashes de las cámaras le rodearon al tiempo que el murmullo crecía hasta hacerse un clamor.
-Señor Lewis, ¿cree que es justa su condena de cinco cadenas perpetuas consecutivas?- preguntaba una voz femenina. -¿Guardaba una copia de las fotos para uso personal?- inquiría otra que se sumaba a las cientos de preguntas sensacionalistas que lanzaban los periodistas allí reunidos.
Había asistido a todas y cada una de las sesiones de aquél juicio, observando cada una de las pruebas presentadas, escuchando las declaraciones de forenses y especialistas, incluso la del propio Dwight.
El último día, con el caso visto para sentencia pensó en quedarse en casa, pero final acudió a aquella escalera.
Cuando los agentes fueron abriendo el paso para trasladar al reo hasta la penitenciaría del estado, durante un momento sus miradas se cruzaron.
El peso del arma reglamentaria bajo la axila de Peter se hizo más patente que nunca, pero en ningún momento pasó por su cabeza utilizarla. Creía firmemente en el sistema y en qué la justicia haría su trabajo a la perfección.
-En ningún caso busco venganza. Solamente quiero que se haga justicia- contestó lacónico, incluso un tanto molesto por haber sentido ponerse en tela de juicio su profesionalidad.

- Las hice yo mismo, Dr. Sullivan. Tengo a los tipos en las neveras. ¿Qué necesitan saber? - Propone Mark Gullavson.

A pesar de su carácter hosco e irónico, John Dwigth tenía, o al menos tuvo, un don con la gente. Rara era la ocasión en la que en dos o tres conversaciones no podía adivinar de qué pasta estaba hecho su interlocutor. Y esta ocasión, intuía, no iba a ser muy diferente. Aquel chico, Peter Johnson, era un joven con talento. Había leído a fondo su historial profesional. Los marines, la unidad antiterrorista del FBI, y ahora la UAC. Podría parecer una carrera brillante, pero el trágico asesinato de su novia convertía a aquel soldado en una bomba de relojería a punto de estallar. Podría esconderlo bajo un halo de impoluta profesionalidad, pero sus verdaderas motivaciones seguirían ahí, ocultas, esperando a salir a la luz. No le quitaría el ojo de encima. 

- De acuerdo, vayamos a dar un paseo entonces. -realmente no tenían ningún sitio claro a dónde dirigirse. Debían esperar al resto para visitar las escenas del crimen, pero seguramente podrían dejarse ver por algún otro lugar mientras tanto. Venga, le invito a un trago. 

Seguramente el bar fuera el lugar adecuado a donde ir. Los chismorreos germinaban en las barras de los bares, siendo el alcohol el fertilizante natural. Y en un pueblo como aquel, incluso la sheriff estaría mal vista en un lugar tradicionalmente de hombres. Quizá pudieran averiguar algo que no constase en el informe oficial. 

Salió con paso moderado de la casa de huéspedes, no sin antes asegurarse que las habitaciones estaban debidamente cerradas. Guardó la copia de la llave en su abrigo y comenzó a caminar calle abajo, seguido por el agente Johnson.

- Perfecto - contesto directamente - Aún así, me gustaría ver los cuerpos. -

Espero que no haya ninguna oposición por su parte. Somos el FBI, no creo que haga falta decir más. Nuestros motivos y asuntos deberían ser cosa nuestra. Espero a que nos guíe hacia las "neveras" y pregunto de camino.

- ¿Dictaminó cuál fué a su parecer la causa final de la muerte? -

Peter asintió con la cabeza a la propuesta del agente Dwight. Él era el más experimentado y el más puro sentido común indicaba que era quien debía dirigir la investigación.

En la Unidad Antiterrorista estaban acostumbrados a la acción rápida. Cada segundo era crucial, cada minuto que pasaba eran sesenta segundos desperdiciados en los que el mecanismo de relojería se acercaba al cero. A la explosión. A la muerte.

A él jamás se le habría ocurrido ir al bar del pueblo en primer lugar, se habría lanzado de cabeza a los escenarios del crimen para olisquear el suelo como un sabueso impaciente por echar a correr y atrapar a su presa. Pensándolo fríamente, sus dotes en el campo de la recolección de datos estaba a años luz de la de Dwight.

Siguió a su superior un par de pasos por detrás durante un par de decenas de metros y después se colocó junto a él. Intentaba entablar una conversación con él desde que se quedaron solos pero, cada vez que lo intentaba, aquella máscara impasible que era el rostro del investigador le dejaba sin argumentos.

Se limitó a caminar junto a él hasta la puerta del bar.

Como no podía ser de otra manera, el bar el tradicionalista a más no poder. Nada más entrar, un intenso olor a comida os asalta de repente. El interior es rústico, lleno de adornos de estilo rural y vaquero. La cocina, a juzgar por el menú escrito con tiza sobre una pizarra, está especializada en cocina sureña, con la "parrillada ranchera" remarcada para destacar, junto con un recuadro donde se anuncia jarras de cerveza a medio dólar. Por las paredes contáis hasta cuatro banderas confederadas, que lucen desplegadas en medio de multitud de fotografías en blanco y negro de verdaderos vaqueros. También, completando el maremágnum de adornos que llenan las paredes, hay cornamentas de ganado, ruedas de carro y todo lo que el dueño, Tom, estimó necesario para dotar al Bar Familiar Simpson de la atmósfera óptima.

Tom es un tipo de unos sesenta años que parece amigo de todos. Su aspecto es fibroso, con pelo cano, bigote y perilla que le da un cierto aire a Buffalo Bill, una imagen creada a propósito. Sus movimientos son un poco rígidos. Parece que se mueve como pez en el agua con los clientes, atendiéndolos siempre con una sonrisa, y cobrándoles la cuenta.

En la cocina, tras un delantal y a los fogones, una jovencita de unos dieciséis años remueve los sofritos y las hamburguesas a los clientes. Gran parte intentan llamar su atención con frases de doble sentido y estupideces varias a las que ella responde de manera fogosa desde la distancia, consciente de que tiene locos a esos estúpidos sementales de pueblo y de esa manera nunca faltarán clientes, y es que, además, es una belleza sureña de pelo rubio y ojos castaños.

En este momento hay bastantes clientes en el local, repartidos en varios grupos de conversaciones. Algunos ven la televisión, y otros ojean revistas y periódicos. Tom, que ha perdido su sonrisa, lleva del pescuezo a un joven mientras le dice algo así como "¡Yo no soy un puto dibujo animado de esos!", y de una patada, lo lanza fuera mientras sus amigos salen después entre risas. Unos silbidos suenan por la barra, y es que la camarera, llamada Patty a juzgar por los comentarios, ha salido de la cocina sudorosa, una camisa a cuadros anudada y unos shorts a preguntar a su jefe qué ocurre. "Un pesado. Vuelve a la cocina, Patty".

Tom la vuelve a mandar de nuevo al trabajo, pero ese teatrillo que llevan entre ambos para que Patty salga de vez en cuando y Tom la mande de nuevo a la cocina parece bastante eficaz para mantener fiel a la clientela. Los silbidos aún continúan.

- Heridas de arma blanca. - El tono de Mark Gullavson es exasperante. - Síganme hasta los cuerpos.

Mark os guía por varios pasillos mientras comenta trivialidades con la sheriff, aunque ella parece ignorarlo bastante a juzgar por sus contestaciones, cargadas de monosílabos. Cuando os dais cuenta, estáis frente a las neveras donde Mark saca dos cuerpos que coloca en camillas con ruedas, para situarlos posteriormente en el centro de la sala refrigerada.

Mark se situa entre las dos camillas y extiende sus dos brazos hacia los dos cuerpos.

- A mi derecha tienen a James Elmore. - Señala un tipo de unos sesenta años, con el cabello blanco y algo de sobrepeso. - A mi izquierda está Robert Bale. - También situado en la franja de los sesenta años, su pelo es gris y su aspecto físico es robusto.

Una vez entramos en el depósito mi semblante se transforma y ya sólo tengo ojos y oídos para los cuerpos. Ignorando por compelto el tono petulante de Gullavson, me inclino sobre los cadáveres manos a la obra.

- A ver que tenemos aquí - musito