Partida Rol por web

Una vez fuera del despacho, Robyn decidió continuar su camino a la calle, no sin antes despedirse de la secretaría con una sonrisa y un leve gesto de la mano. La joven caminó hasta la calle, pensando en que debía hacer. Desde luego podía llamar a la agencia de transporte y volver a su casa, pero aquello no era una opción. Se había desplazado hasta ese pueblo para tratar de saber algo sobre su mecenas. No por el dinero, sino porque le caía bien...y bueno. Porque podía ayudarla en un futuro con contactos que sus padres iban a negarse a darla. El plan de dedicarse a la exploración era demasiado jugoso y, aunque de momento tenía que centrarse en las siguientes Olimpiadas, el hecho de que el único hombre que se había ofrecido a guiarla desapareciese no era un buen augurio. Robyn era consciente de que con su dinero podía financiarse uno de aquellos viajes, pero tenía claro que quería hacerlo con Cornthwaite. Ella podía ser lista, pero ni tenía la vasta cultura de su mecenas, ni sabía como hacer las cosas. Además, Arthur era su amigo, o al menos ella lo consideraba como tal.
La mujer no tardó en localizar un bar con una terraza, casi enfrente del despacho de aquel picapleitos y decidió acudir allí. Por un segundo se pregunto si en aquel local servirían alcohol, cortesía de Capone, aunque lo dudaba. Aquel no era un abarrotado bar de Jazz y ni siquiera estaban en una gran ciudad. La gente se saltaría la Ley Seca en su casa con sus destilados ilegales.
–Póngame una cocacola con mucho hielo, por favor– dijo en cuanto se acercaron a atenderla.

El bar más cercano que Robyn encontró fue en la misma esquina del despacho de los Dodge, en el numero 12 de Main Street. El establecimiento parecía bastante modesto y la escasa clientela que se encontraba en aquella fría mañana de febrero parecían, sobretodo, agricultores y obreros locales realizando su descanso matutino.

La deportista se sentó en una mesa discreta y pidió su coca-cola con mucho hielo, hecho que sorprendió bastante a la camarera, una mujer mayor y muy estropeada de unos 50 años que le sirvió con expresión circunspecta.
 

Robyn pagó a la camarera al momento y volvió a retraerse en sus pensamientos. No había estado bien aquel comportamiento, pero la actitud de aquel abogado le había hecho desconfiar. Además se había sentido ofendida como nunca. Puede que no mostrase su enfado ante quien se reía de ella por su aspecto... o por su decisión de ser deportista. Al fin y al cabo eran cosas evidentes y tenía que vivir con ello. Otra cosa es que insinuasen mentiras...y además mentiras vergonzosas como aquella.

¿Y ahora qué? La mujer continuó bebiendo con tranquilidad aparente, pero, por algún motivo no dejaba de mirar hacia la salida del edificio, esperando a que el resto de personas que buscaban al filántropo saliesen.
 

Tras abandonar la redacción del Gamwell Gazette Robyn se dirigió envuelta en su abrigo de invierno hasta el edifico que parecía ser el ayuntamiento. De una construcción mucho más noble que el resto y con la bandera norteamericana ondeando en la fachada accedió por la puerta principal donde se encontró en un mostrador donde le atendió uno de los funcionarios, de edad algo avanzada, cuya nariz parecía totalmente pegada a unas gafas redondas y algo sucias.

- Buenos días señora ¿En qué puedo ayudarle? - preguntó el funcionario.

Finalmente lo había conseguido. Lejos de las cámaras al fin, y de las entrevistas, curiosos, preguntas...Según entró en el ayuntamiento y vio al funcionario el corazón de la chica se tranquilizó. Seguramente alguien de la edad de aquel hombre sería tranquilo, responsable y no se andaría con líos por la dichosa película de Sebastian Stewart.

Hola, buenos días–saludo la mujer con educación– Venía a ver si podía acceder a los registros y actas de bautismo de la familia Cornthwaite, así como a los registros de la casa.

En aquel momento se dio cuenta de que aquello podía sonar muy mal. Si bien Robyn estaba casi segura de que eran datos públicos, no quería arriesgarse, por lo que añadió Es un buen amigo de mi familia.

El funcionario frunció el ceño rápidamente ante la pregunta de la joven atleta y pareció realmente incomodo.

- ¿Cómo? No vamos a enseñar documentos del ayuntamiento a una desconocida... y menos sobre esa mansión llena de infortunios - conestó con incipente antipatía, queriendo dar casi de forma instantánea por zanjada la petición.

Pero...
Robyn se quedó en silencio mirando al hombre confundida antes de preguntar. Pero no es nada ilegal ¿no? Es decir...Vaya. No sabía que no podía mostrarlos. –decidida a no irse de allí sin información continuó– Señor...Mire, Arthur me ayudó a empezar en mi carrera y me gustaría realmente ayudarle y devolverle el favor. Es un buen hombre, usted lo sabe. Por favor, ¿qué es eso de infortunios en su casa? ¿Acaso corre algún peligro?

El funcionario mantuvo un rostro serio y casi enojado tras la insistencia de la mujer, pero algo en sus palabras le despertó cierta simpatía. - No sé porqué debería darle acceso al registro de documentos de la mansión y de sus famílias... es usted una forastera. - contestó secamente, para añadir a continuación - pero en relación a su pregunta le diré que la mansión Fitzgerald ha sido siempre un nido de desgracias para todos sus habitantes y probablemente el Sr.Cornthwaite no sea una excepción. - comentó con cierto tono lúgubre, seguido de un sepulcral silencio en la recepción del ayuntamiento solo roto por el tic-tac de un reloj de pared y el ruido de algún vehiculo casual circulando frente al edificio.

- Señorita, no sé que asuntos tiene realmente con el desaparecido ni porque le suscita tanto interés la mansión. Pero le aconsejo que se aleje de aquel lugar si tiene intención de ir. - dijo el funcionario dandole la espalda a Robyn y dando por finalizada su atención, no sin antes girarse una vez más y con unos ojos que no parecían ocultar nada, añadió - De hecho lo mejor que puede hacer es abandonar Gamwell y olvidarse de su amigo. -

Una sensación extraña y una inquietud incomoda empezaron a mellar en la joven deportista.

No puedo hacer eso, señor... No sería cristiano.—dijo Robyn dignamente antes de salir de la habitación, esperando que el resto del grupo tuviese más suerte que unas vagas noticias y una velada amenaza.

Tras la tranquila cena que el accidental grupo compartió en el comedor del Hotel Haggarty Robyn Adler se preparó para realizar su sesión de correr nocturna, hábito que sin duda resultaba excéntrico en plenos años 20 tanto por las horas escogidas como por el género femenino de la corredora.

La primera de las suertes que tuvo fue que cuando se dispusó a salir del hotel las puertas del mismo no estaban cerradas ni tampoco quedaba ni rastro de los propietarios, probablemente en un pueblo como aquel la posibilidad de robos era casi mínima y por ello las medidas de seguridad eran bastante relajadas. Cuandó salió a la calle todo estaba tranquilo e incluso las escasas farolas que iluminaban las amplía y poco frecuentadas calles habían sido ya apagadas. No se movía ni un alma, y el único rastro de vida en el pueblo eran algunas luces de dormitorio encendidas en algunas casas.

La atleta se dispuso a dirigirse hacia la periferia de Gamwell, donde se encontraban las grandes fincas de los adinerados terratenientes y otros burgeses de la zona que contaban con grandes hectáreas de terreno bajo su propiedad. Robyn había estado solo una vez en la mansión del Sr.Cornthwaite cuando era pequeña y contaba con las indicaciones que el abogado, el Sr.Dodge, había dado al grupo para el dia siguiente. 

Paso a paso empezó a correr en la dirección que creyó correcta rodeada de oscuridad y un silencio en las calles que incomodaba bastante, pues pareciera como si algo terrible fuese a emerger de aquel entorno calmado y sombrío. Además, hasta que cogiera cierto ritmo no podría deshacerse de un frío punzante que le helaba todo el cuerpo a pesar del traje de corredora de temporada de invierno que se había puesto.

A pesar de lo que muchos pensasen, Robyn no era estúpida. Sabía que correr por la noche era algo raro, pero también sabía que tenía que entrenar mucho si quería ganar una medalla. Además, era consciente de que por las noches nadie la vería y, aunque la oscuridad no le gustaba -es más, la odiaba-, correr bajo unas farolas era algo menos intimidante que correr delante de un montón de gente murmurando y censurando sus acciones.

Por otra parte, Robyn había mentido a sus compañeros: no acostumbraba a correr al anochecer, sino al amanecer, cuando la luz comenzaba a hacer su aparición. Las noches siempre le habían resultado inquietantes y las sombras parecían esconder amenazas, pero aquella ocasión merecía el sacrificio de pasar algo de miedo. Robyn trató de dejar atrás aquella incómoda sensación acelerando el paso y haciendo un breve sprint antes de volver al ritmo de marcha.

Los kilometros recorridos se hacían cada vez más costosos en cuanto la atleta salió de entre las últimas calles asfaltadas de Gamwell para introducirse por caminos de tierra rodeados de solitarios arboles plantados a cada uno de los dos margenes de los caminos. Al cabo de 30 minutos corriendo solo algunas luces tenues eran visibles en la distancia, procedentes de las fincas y mansiones de los adinerados terratenientes, pero todo aquello resultaba desconocido para la joven Adler quien no pudo seguir corriendo por mucho más, acuciada por una incomodidad cada vez más creciente en la oscuridad de aquel camino.

Fue entonces cuando entendió que no era capaz de encontrar por si sola la mansión Fitzgerald después de tanto tiempo, y menos aún en medio de aquella noche oscura y fría. Robyn había demostrado audacia y valentia con aquel plan que quisó llevar a cabo de forma solitaria y personal, enfrentándose incluso a sus propio miedo a la oscuridad, algo que no había superado desde la infancia. Tal vez pensara que por ser la única mujer del grupo debía demostrar que podía hacer más que un hombre o tal vez es que simplemente era demasiado segura de si misma.

Fuera como fuera, allí estaba, sola y perdida en medio de la negrura. Sudorosa y con un latido frenético se tumbó sobre el camino y observó el cielo estrellado. De pronto se sintió como si Gamwell no existiera y todo se hubiera reducido al vacío, empezó a sentir un miedo irracional que no supo explicar y supó entonces que había cometido un terrible error. 

Desesperada, intentó escudriñar la oscuridad en busca de una ruta de regreso pero acuciada por el nerviosismo no supo distinguir más que las siluetas de árboles y formas extrañas.

Aquella experiencia despertó recuerdos desagradables en Robyn: el origen de su miedo a la oscuridad. Había sido hacía 14 años y ella no tenía más que siete. Se había entretenido jugando con las flores en su propiedad y una gran tormenta precedió a la noche. Las temperaturas habían bajado de golpe y hasta unas cotas que podían llegar a ser peligrosas...y no había sabido volver a su casa, a pesar de que conocía perfectamente el camino. Los nervios la habían traicionado, como en aquella ocasión. El miedo era cada vez más intenso, hasta el punto que la corredora se paró durante unos segundos, sin saber muy bien que hacer...Al final hizo lo que era más natural en ella: correr. Aunque no era consciente de ello, así había salvado su vida de pequeña, ya que el movimiento la había mantenido caliente hasta que la encontraron, muerta de cansancio casi al rayar el alba. Aquella situación no era muy distinta y Robyn corría y corría, huyendo de la oscuridad, demasiado asustada para pensar siquiera en trepar a un árbol que la ayudase a orientarse, demasiado asustada para chillar*, demasiado asustada para parar. Simplemente corría, esperando que la dirección fuese la correcta. No corría pensando en mantenerse en calor. Corría porque era lo único que sabía hacer y lo hacía intentando distinguir algún punto de luz en el horizonte.

Las oscuras formas que rodeaban aquella desconocida senda bajo la tenue luz de una luna menguante parecían tornarse en formas siniestras que alargaban sendas extremidades con la intención de atrapar a la atleta. Robyn corría y corría con la intención de llegar a una meta muy concreta: regresar salva y sana a Gamwell o a cualquier lugar donde la luz disipara aquella oscuridad que había provocado el pánico en la joven Adler.

Tras unos minutos corriendo en dirección aleatoria la atleta tropezó y cayó de bruces al suelo, golpeandose la cabeza y perdiendo por completo el conocimiento. Allí quedó Robyn, con un reguero de sangre cayendo de su frente fruto del traumatismo y sumida en el profundo sueño de la inconsciencia en la periferia de aquel aislado pueblo.

Robyn abrió los ojos con dificultad despertada por el cantar de algún pajarillo en algun lugar desconocido. Lo poco que pudó ver fue la luz filtrarse por la ventana de un sobrio dormitorio donde solo parecía haber una mesita de noche, un armario de madera blanca y la cama donde reposaba. La atleta iba despertando poco a poco de un estado de inconsciencia que desconocía cuanto había durado, si horas o días, con el único recuerdo del golpe que recibió en la cabeza durante su amarga experiencia nocturna. La cabeza le dolía horrores y durante los primeros minutos le costaba adaptar la vista a la luz diurna. ¿Dónde estaba? ¿Y lo más importante, cúanto tiempo había estado allí?

Robyn se frotó la cabeza. Le dolía profundamente pero no parecía nada grave. Durante un momento se sintió confusa ¿dónde estaba? ¿Quien le había recogido? y de pronto se asustó... No estaba en el hotel y los demás estarían preocupados por ella. A no ser que tuviera la increíble suerte de que aún no se hubiesen despertado... Cosa improbable puesto que la atleta no parecía tener mucho de aquella cualidad. Levantadose lo más rápido que pudo de dirigió a la puerta para ver quien la había recogido y llevado hasta allí. Los recuerdos no eran claros pero entre las sombras de ellos intuía lo que había pasado. ¿Hola? La voz de la chica sonó timida a la par que abría la puerta.