Partida Rol por web

Angelique bostezó de nuevo, sin sus quince horas de sueño de belleza diarias corria el riesgo de que su preciosa belleza se resintiese. Bueno en realidad eso no era cierto, solo es que le gustaba estar en la cama y vaguear mientras el resto del mundo trabajaba.

Noblesse obligue.

—Gizur Hrolleif Lepore —lo saludó haciendo una leve reverencia con la cabeza mientras lo miraba a los ojos—. Deberías educar un poco mejor a la gorda, ahuyentará a todos tus clientes si sigue así —soltó sin más mientras la miraba con una pequeña sonrisa—. En todo caso; Roberto —dijo volviéndose hacia él nuevamente—, soy nuevo en la ciudad, y estoy buscando negocios en los cuales invertir. ¿Mi objetivo? Ayudarlos a consolidarse como un monopolio para beneficiarnos ambos de ello —por supuesto, aquel no era exactamente su plan, pero esperaba que pareciese una oferta suficientemente creíble y buena como para hacer al hombre verlo con buenos ojos—. Dicho esto sólo quedan dos preguntas: ¿te interesa? ¿por qué eres una mejor opción que otros? —Gizur hizo una pausa—. Piensa bien tu respuesta, puesto que alguien se llevará la inversión y si no eres tú, te quedarás sin negocio —explicó con una sonrisa.

Aquella súbita proposición venida de la nada era absurda e inaudita, y de hecho Gizur estaba haciendo fuerza para no soltar la carcajada. Debía ser la primera vez que alguien de su nivel hacía algo así, y las posibilidades de que resultasen en algo bueno eran más bien nulas, pero eso estaba bien. Aunque lo ocultaba aquella mujer había logrado ponerlo de mal humor y abandonar casi por completo la idea de realizar cualquier clase de negocios con aquella gente, ¿cómo qué "el tipo este"? Ya llegaría el momento en el que pusiese a las ratas en su lugar...

El llamado Roberto te miró con una expresión algo malhumorada, y se cruzó de brazos.
La gorda de ahí hace su trabajo; aquí viene mucho ratero que se hace el interesado para intentar robar.
Desde que está ella aquí, nadie se atreve.
Aún así, lamento si su trato no ha sido el más adecuado. explicó sobre la mujer.

Y señor Lepore... parece obvio que sois nuevo en Lucrecia y no obstante vuestras palabras son de una confianza desmedida...
¿Sabéis acaso cómo funcionan las cosas en esta ciudad? ¿Quien corta el bacalao? Me temo que no... porque si lo supierais, no iríais amenazando a los negocios que llevamos tiempo en la ciudad. respondió en un tono ligeramente ofendido, esperando una posible respuesta.

Tras despediros del Capitán, llegó el momento de ir a cambiaros y acudir a la cita con Candy.
El lugar elegido había sido unos almacenes detrás del puerto, una zona que a aquellas horas de la noche estaba prácticamente desierta.

Mientras caminabais en busca de cuál sería exactamente el almacén en el que se encontraría la contratante de Lola, os encontrasteis con un par de tipos que parecían hacer guardia frente a uno de esos almacenes.
Eran un tipo forzudo, con boina y pipa, camiseta a rallas y el tatuaje de un ancla en su antebrazo.
El otro vestía una casaca negra y gastada, y se le veía una espada en su cinto.
¡Eh! ¡Largo de aquí! ¡Esto es propiamente privado! dijo el forzudo.

Se dice “propiedad privada” Popay. le corrigió su compañero.

¿Y qué más da? ¡Largaos! replicó su compañero, mientras arrugaba su cara en amenazante expresión.

Regresaste al Fuerte para preparar tu equipo para el día siguiente.
Tomaste tus cosas así como un par de cuchillos de la armería, que los soldados castellanos te dieron no sin cierto malhumor.

Era ya bien entrada la noche cuando te disponías a regresar a tus aposentos, pero un ruido llamó tu atención.
Al prestar atención, creíste que se trataba de gritos, y más concretamente de dolor, que provenían de abajo.
Lo que había abajo eran los calabozos. Y en los días que llevabas aquí, todos te habían dicho que no había prisioneros, pues a los crimínales de la ciudad se les enviaba como carne de cañón a las primeras filas del ejército.
Lo que no dejaba de ser llamativo.

—Ya veo, así que la gorda espanta a los ladrones... —Gizur miró a Borg y rio un poco— Interesante. Me hiere que diga  que lo vengo a amenazar, pues mi objetivo era más bien negociar... Y sí, soy nuevo por aquí... Ilumíname —dijo abriendo los brazos con una sonrisa dibujada en el rostro—, ¿quién corta el bacalao en Crecia? —preguntó en tono burlón, como si creyese que aquella afirmación no era más que una mera patraña para asustarlo.

Era muy consciente de que su soberbia a la hora de actuar podría no ser del todo bien recibida por parte del mercader, si se le podía llamar así, pero a este punto le daba igual. Lo que más podía esperar de aquel encuentro era sacarle algo de información sobre el bacalao. O el carnicero, mejor dicho; lo mejor sería no entrar en un enfrentamiento directo con él desde un comienzo.

Lola se tocó su sombrero.

- Dudo que eso le gustase a Candy, caballeros. Tenemos una cita con ella. – les dijo sucintamente y dejando caer sus manos sobre el pomo de su espada y su cuchillo; siempre había idiotas que querían ponerlas a prueba y salían escarmentados. Lo mismo le alegraban la noche a Angy que llevaba mucho rato portándose bien.

Angie mira de arriba a abajo a los dos tipejos. Lleva toda la noche de aquí para allá oyendo mamarrachadas. Mucha chachara y poca acción. Así que echa la cabeza hacia atrás y con un carraspeo impropio de una dama lanza un escupitajo contra ese par de muertos de hambre.

Apuntado a la cara claro está.

Al oír el ruido me quede parado. No me lo esperaba. Pensé que mañana me esperaba un día largo y que debía descansar, pero estaba claro que el gato que compartió conmigo su piel también me dio parte de su curiosidad y sabia que si no iba a mirar no podría descansar.

Así que me decidí a seguir el ruido.

Mientras estaba por la zona donde se suponía que podía estar, caminaba como si la cosa no fuera conmigo. Esperaba no encontrarme con nadie, pero, por ahora, se suponía que si que podía estar aquí, así que...

El llamado Roberto te miró con indiferencia y se mesó la perilla.
Mmm... hay básicamente dos personas.
La primera es Gustavo de Torres. Es un hombre adinerado, que vive en Villahermosa y regenta una posada llamada El Nuevo Mundo, así como una tienda de ropa, otra de carpintería y otra de materiales para la pintura... explicó.

Luego está Taylor Andrews. Un avalonés que vive en Altamira, donde los nobles. Normalmente los nobles no se meten en los negocios de la ciudad, pero ese Taylor parece que tiene bastantes negocios... incluso hay rumores de que mantiene a su propia tripulación de piratas...
Nadie sabe exactamente qué vende, porque no tiene ningún local. Pero cuando menos te lo esperas, sus matones aparecen y te destrozan el negocio si a su jefe no le gusta. explicó.

Ah, bueno... y luego está ese Búho Negro... nadie sabe quien es y realmente no es que venda ni trafique con nada...
Pero si no quieres terminar degollado y flotando en los muelles, yo tendría cuidado con sus hombres... suele actuar por la zona del puerto, sobretodo de noche. añadió.

Tras aquello, comenzaron a venir clientes en busca de tabaco y te miró con cierto cansancio.
Bien Señor Lepore... mejor volved más adelante... creo que aún sois demasiado nuevo en Crecia para arriesgarme a hacer negocios con vos... explicó, y casi sin darte tiempo a responder, se puso a atender a la clientela que había llegado.

Los dos matones se miraron entre ellos cuando Lola les dijo aquello, pero los ánimos se alteraron cuando Angie escupió a la cara del forzudo de la boina.
El tipo se cogió el escupitajo con los dedos y se los relamió.
Ahhh... me recuerda a mi amada Olivia... dijo en un tono lascivo.

El otro desenvainó su espada.
Si creéis que estamos aquí para entreteneros, os equivocáis. ¡Ahora lo pagareis! dijo en un tono amenazante antes de lanzarse al ataque.

Su compañero le siguió, mirando con un gesto lascivo a Angelique; más valdría que lo dejaras fuera de combate.

Bajaste hacia el sitio del que provenían los gritos.
Por lo que sabías del Fuerte, en el sótano estaban las mazmorras y allí fue donde llegaste.
Te asomaste para ver el pasillo en el que habían las celdas, en esos momentos los guardias parecían entretenidos en una de ellas.

Avanzaste hasta tener un mejor ángulo de visión, desde el que pudiste ver como en aquella celda, un par de guardias le daban latigazos a un tipo.
Su piel era tostada y sus facciones exóticas, con una nariz chata y unos ojos afilados. Su cabello era negro como la noche.
Era un tipo musculoso, sin llegar a llamar la atención, y tenía toda una serie de tatuajes o pinturas (no estabas seguro) sobre su torso.
Vestía una especie de pantalón que parecía hecho con pieles de algún animal.
¡Déjalo ya Fernando! No hay manera de que nos entienda. dijo uno de los guardias.

¡Te digo que este sabe nuestro idioma! respondió el otro.

¡Tonterías! Si los indígenas estos son más tontos que una piedra. Te habrás confundido.
Yo me voy a dormir ya joder, estoy cansado de darle golpes. replicó su compañero.

Estoy seguro que antes dijo “hermana”. replicó el otro.

¡Que va! Será que en su idioma raro tienen alguna palabra que se le parece. Yo me largo, te toca vigilar a ti. dijo el otro, que irremediablemente iba a pasar por tu lado si no te ocultabas de alguna forma.

Bahh, voy a por una cerveza... ¡malditos indígenas! y el otro se marchó hacia el fondo del pasillo.

¿¡Tenían un indígena capturado!? Y por lo visto lo estaban torturando, o, simplemente, se aburrían. Por un momento se me ocurrió rescatarlo, pero era imposible que saliéramos los dos del fuerte sin ser vistos. Pero tampoco pensaba dejarlo.

De repente uno de los guardias venía hacia donde estaba yo, así que me escondí como pude y aguanté la respiración hasta que paso.

Una vez pasó, y aprovechando que el otro guardia se había ido a por cerveza, para llegar hasta el indígena, una vez me acerqué a él lo examiné, para ver como de graves eran las heridas e intenté curarle las heridas más superficiales. Mientras tanto miré a mi alrededor para examinar las posibilidades...

Con agilidad felina la muerte rubia desenfundó espada y main gauche lista para repartir un poco de disciplina entre esta banda de sucios facinerosos.

El soldado subió las escaleras silbando alguna melodía militar y jugueteando con unas llaves, sin percatarse de que estabas pegado a la pared del rellano.
Cuando pasó de la largo, bajaste al calabozo hasta llegar frente al indígena. Tendría al menos media docena de cortes producidos por un látigo, y no sabías cuántos golpes que habían dejado moratones en su cuerpo.
Aún así, parecía estar compuesto y erguido, demostrando que era un guerrero duro.

Te miró desafiante, pero al estar encadenado, nada pudo hacer cuando te acercaste y comenzaste a tratar sus cortes.
Sorprendido, te miró sin decir nada.
Tenía cadenas en cada brazo y pierna, y estas parecían poder liberarse con una llave. Una rápida mirada alrededor te permitió ver que había un juego de llaves colgado de un gancho en la pared del pasillo de las mazmorras.
El caso era saber si eran las adecuadas... y qué harías si lo eran.

Los dos tipos atacaron de forma desordenada y claramente exenta de técnica. Angie los desvió con sus espadas, ante la incredulidad de los susodichos.