Partida Rol por web

Os marchasteis a dar una vuelta por la ciudad. Sin duda, donde más tabernas por metro cuadrado había, era en la zona conocida como Las Destilerías, al lado del puerto. Si bien pronto os disteis cuenta que la clientela de esos locales parecían marineros de baja estofa, lugareños que se gastaban en bebida la mayor parte de sus ganancias, o gente de mal vivir.

En cambio, en Villahermosa las cosas eran distintas. Locales mucho más refinados y con clientes que parecían poder permitirse gastarse unos cuantos gremiales sin pestañear.
Llegasteis concretamente ante una taberna llamada Viento del Oeste, un local espacioso, bien iluminando y aunque habíais visto de más lujosos, con cierto estatus entre la clientela.

Habían una decena de clientes, cuatro sentados en una mesa hablando entre ellos, parecían castellanos.
Una pareja de guardias fuera de servicio se sentaba en la barra, y finalmente habían cuatro clientes de aspecto algo llamativo.

Dos se sentaban juntos y aunque era difícil adivinar su procedencia, por sus cabellos rubios y piel pálida parecía claro que no eran castellanos.
Revisaban algún tipo de documento hablando en voz relativamente baja, en una mesa algo apartada.
Vestían con ropas elegantes y que deberían valer lo suyo.

Luego había una mujer, la única aparte de las camareras, que se sentaba en un extremo de la barra y vestía unas ropas que podían considerarse varoniles. Cabellos rubios que ente ocultaba con un sombrero.

Y finalmente había un chico, joven y con ropas de cuero y un estoque en el cinto. Se sentaba solo en una mesa y parecía observarlo todo. Sus rasgos eran agraciados y posiblemente los de un castellano, de piel ligeramente tostada y media melena negra.

Entre todos ellos, el tabernero destacaba por su corpulencia, cercana al 1,90 y unos brazos que bien podrían ser los de un marinero.
Eso sí, iba bien arreglado y trataba a la clientela con educación.
Buenas tardes señoritas. ¿Deseáis tomar algo? preguntó mirándoos mientras secaba con un trapo las jarras de cerveza.

Te acercaste a la barra y sin pudor alguno preguntaste a la clientela por algún rumor interesante.

Cita:

Escuchaste algún rumor irrelevante como que habían unos marineros que tenían un negocio de venta de tabaco, o que había cierta Jenny que era el no va más; hasta que al final, un castellano bajito y delgaducho te contó que se pagaban muchos gremiales a todos aquellos que colaboraran con el Príncipe de Plata.
Nada más te contó sobre esa misteriosa figura, pues ni siquiera él lo había visto.
Solo sé que sus agentes suelen dejarse ver por los callejones del puerto de madrugada... explicó, retirándose rápidamente para no llamar la atención.

La taberna entonces se agitó cuando un par de borrachos se enfrascaron en una pelea a puñetazo limpio. Un castellano forzudo pero más bien bajo contra un avalonés bastante más alto pero menos forzudo en apariencia.
Rápidamente la clientela comenzó a apostar sobre cuál de ellos ganaría.

El alcalde puso cara de decepción.
¿Para qué tanta prisa? No, no, no, has recorrido miles de millas para llegar hasta aquí y ¿piensas marcharte en cinco minutos?
Al menos deja que te tome las medidas y te iré preparando el traje. Para dentro de una semana lo tendrás y causarás furor. Oh sí. dijo, y te cogió del hombro para llevarte a la sala de estar.
Varios cuadros de paisajes de Castilla y Aztlan decoraban un amplio salón con butacas y varias estanterías repletas de libros.
Un gran retrato del alcalde presidía la pared principal donde estaba el despacho, un retrato en el que se veía bastante más joven y fornido.
Enseguida hizo sonar una campana y el negro Kalú llegó a grandes zancadas.
Vamos a tomarle medidas a Pepito. Tráete todo lo necesario. el mulato asintió y mientras tanto Segismundo solicitó a las sirvientas té y pastas para amenizar la espera.
Lo cierto era que el negro volvió antes que la merienda.

Lentamente comenzó a tomar medidas de tu cuerpo, a menudo tocando más de la cuenta o eso te pareció.
Iba dictando las medidas a Kalú, quien las anotaba en un cuaderno.
Al cabo de unos minutos había terminado, justo cuando una suculenta merienda con tortas, pastas y té humeante llegaba.
Vamos, siéntate. Ah sí, déjame ver la carta de tu mamá. dijo, ofreciendo que te quedaras a merendar.

Angelique echó una mirada a su alrededor antes de dejar el sombrero a su lado en la barra y dejar que su bonitos rizos dorados cayeran sobre sus hombros. Echo una mirada a su alrededor, la mujer probablemente fuera alguna mercenaria (mala presa), los dos del fondo seguramente andaban en algo turbio (peor presa) pero el muchacho seguramente fuera una buena fuente de monedas.

Así que pidió una copa de vino en voz alta, poniendo su mejor empeño en sonar como una refinada damita. Veamos si el pez mordía el anzuelo.

Dejé que Angy entrara primera, dejándole un poco de margen. Estas cosas solían funcionar mejor si no nos veían llegar exactamente juntas.
Al entrar paseé mi mirada evaluando rápidamente las opciones.
Hice un ligero asentimiento con la cabeza en dirección a la rubia varonil. Un gesto de reconocimiento entre dos "iguales".
Angy parecía tratar de atraer la atención del chico solitario, por lo que no me iba a inmiscuir.
Así que tras pedir una jarra de vino en voz alta me situe en un punto de la barra donde tal vez mi agudo oído pudiera captar la conversación de los extranjeros o de los castellanos. Con un poco de suerte podría tener un atisbo del documento. Algo mas de suerte incluso entendería el idioma en el que estaban hablando.

Gizur estaba de un muy buen humor. En el poco tiempo que había estado allí había escuchado rumores de lo más interesantes. Se aseguró de recordar el nombre y localización de la taberna para quizás luego volver a por más información, o quizás para eventualmente dejar un informante allí. Rumores irrelevantes, eso pensaría alguien que buscaba algo tan específico como un pequeño, valioso y mágico orbe, pero él no sólo buscaba el artefacto, pues tenía un sueño que seguir y unas ansias de poder inconmensurables. Se preguntaba si aquel negocio sería legal o por otra parte se encontraría a la sombra de la ley. Esperaba desde lo más profundo de su corazón usurero que fuese ilegal, para así poder quizás extorsionarlos con hablar, coaccionar con ellos, hacer negocios o dar información a las autoridades de lo que estaba sucediendo y ofrecerles su protección de las mismas a cambio de una pequeña pero jugosa y gratuita comisión. Por otra parte, tampoco había pasado por alto a Jenny; las mujeres hermosas eran más útiles de los que alguien podría creer, aunque cuán útiles fuesen dependía de forma directa a la ambición de las mismas, cualidad que a Gizur gustaba ver en quienes trabajaban de un modo u otro junto a él. Y bueno, también podría serle para cuestiones más personales...

Aún así, el rumor que más llamó su atención fue el del Príncipe de Plata. No le interesaban tanto los gremiales sino el poder que residía detrás de ellos. Si se le podía encontrar en los callejones del puerto en la madrugada, estaría allí a primera hora el día siguiente, pues necesitaba cuanto antes comenzar a conocer las personalidades importantes que se ocultaban en las sombras de la ciudad. Asintió con satisfacción a las palabras del enano aunque no alcanzó a preguntar por su nombre antes de que el mismo se marchase silenciosamente.

Gizur se quedó un rato más, intentando sonsacar más información sobre el tabaco y sobre Jenny cuando de pronto una pelea surgió en la taberna. De no haberse tratado de borrachos, Gizur se habría visto intrigado por la pelea en curso, e incluso hubiese apostado un par de gremiales. Permaneció de pie junto a la multitud que rodeaba a los contendientes con pocas expectativas. «Quién sabe» pensó «quizás alguno valga la pena...».

Te pusiste en marcha para tratar de descubrir algo de información sobre el lugar llamado Tchaluk, del que por ahora sólo sabías que era una bahía en alguna parte.
Primero te mezclaste entre el populacho de las tabernas del puerto (observando a Gizur entrar en una), pero los clientes parecían demasiado poco cultos para darte pistas concretas.
Luego fuiste por el mercado, donde había clientes de todo tipo. Preguntarse con discreción a un vendedor de mapas, que te miró de arriba a abajo antes de contestar.
¿Y para qué querría alguien como tú ir a un lugar así? dijo, observándote a través de sus lentes. Era un castellano, de estatura media y delgado, con una fina barba bien cuidada. Vestía bastante bien para ser un vendedor, aunque claro, sus mapas valían bastante más que el pescado o tomates que vendían en los tenderetes cercanos.

Mmm... Tchaluk es un lugar peligroso. Su nombre en el idioma Aztlanos significa “Bahía de los Huesos”. Pues cuentan que todo el que llega allí, encuentra la muerte y se convierte en eso... huesos.
Dicen que unos chamanes... una suerte de brujos que adoran los Aztlanos... gobiernan aquellas tierras. Nadie tiene un mapa concreto, pues es un lugar del que cuentan que no puede encontrarse, si no que él te encuentra a tí, tras días navegando entre la niebla y cuando la desesperación se ha apoderado de tu alma.
Cuentan que sólo un hombre ha vuelto de allí con vida... el marinero avalonés Taylor Andrews. terminó por decir, dejando claro que no sabía nada más acerca del misterioso lugar.

Angelique se acercó al tabernero para pedir una copa de vino. El tabernero la miró con una sonrisa tonta, abducido por su coqueta voz.
Sirvió el vino y cuando iba a entregar la copa a la montaignesa, una mano se posó con fuerza sobre la barra, dejando un doblón castellano sobre ella.

El chico de media melena se había levantado y acudido rápidamente a la barra, tanto que Angie casi no lo vio venir.
Yo invito Antonio... Y ponme otra para mí... le dijo con familiaridad al tabernero, que se encogió de hombros algo fastidiado.

Rápidamente se giró hacia ti y te sonrió. Era un joven apuesto, no había duda.
¿Cuál es vuestro nombre? Podéis llamarme Leo... rápidamente llegó su copa y propuso un brindis.

¿Nueva en Santa Lucrecia? Propongo un brindis por vuestros éxitos en esta maravillosa ciudad... dijo en un tono adulador, sin parar de mirarte a los ojos.

Mientras Angie era cortejada por el misterioso espadachín, Lola atinó el oído hacia las conversaciones que había en la taberna.
Escuchaste claramente a los dos extranjeros hablar, pero era algún idioma que te era desconocido. Sonaba a avalonés, eso sí. En todo caso, parecían querer mantener su conversación en discreción, pues hablaban bastante bajo... lástima que no los entendieras.

Sí comprendiste lo que decían los cuatro castellanos que se sentaban en la mesa redonda del centro.
¡Pero Javier! ¡Te digo que es en serio! gritaba uno regordete de ancho bigote.

¡Venga Paco, deja el aguardiente! ¡¿Cómo van a haber unos brujos que levantan a los muertos?! ¡Buuhhh, qué miedo! respondió un tipo de media melena y fina barba.
Los otros dos rieron a gusto ante su burla.

El tal Paco puso cara de fastidio.
Mira idiota, si no me quieres creer no me creas, pero yo estaba allí cuando ese aztlano de aspecto estrafalario se acercó a los indígenas que acabábamos de matar, ¡y estos se alzaron como si nada! dijo dando un golpe de frustración a la mesa.

Sus tres compañeros rieron a carcajadas ante su relato y Paco se sintió menospreciado y se levantó.
¡Yo ya os he avisado! ¡Por muy bien que pague el Almirante no pienso volver a esas selvas! dijo antes de marcharse indignado.

¡¿Y a qué te dedicarás?! ¡¿A escribir novelas de terror?! le espetó el tal Javier. Aquel chiste desató una tormenta de risas entre sus compañeros, que siguieron hasta que Paco se marchó de la taberna.

El combate entre los dos borrachos fue bastante más interesante de lo que presagiaban aquellos dos.
El avalonés parecía más rápido, además de que sus brazos eran más largos. Así, pudo propinar un puñetazo primero que impactó en el mentón del castellano.
Éste escupió sangre y enseguida contratacó con un uppercut que envió al avalonés contra una de las mesas, haciéndola añicos.

Cuando todos creían que el combate estaba decidido, y comenzaron a felicitar al castellano, viste como el avalonés se levantaba y sacaba una pistola.

Brujos que levantan a los muertos…

A Lola le gustaría tomarse aquello como supercherías, pero después de la experiencia de piratas apareciendo de la nada y esfumándose para robar orbes secretos… estaba un poco más dispuesta a creer en las supercherías, aunque sólo fuera por precaución.

Malditos avaloneses… son una buena pista que seguir. No debe haber tantos en Santa Lucrecia como para que no sepan de algún hilo del que seguir tirando…

Tocaría esperar a que se marcharan y seguirlos para tener una conversación más privada…

Mientras podía aprovechar el tiempo aquí. Angy comenzaba a recoger el sedal… por lo que por su parte era hora de lanzar su propio anzuelo.

Pagó su jarra de vino y se sitúo en la barra un poco más cerca de la chica con ropajes varoniles como ella, a quien lanzó un par de miradas para comprobar su reacción, si deseaba entablar conversación.

De ser otras las circunstancias, Gizur habría dejado que las cosas siguiesen su curso natural, pero aquello se trataba de una pelea de borrachos, entretenimiento puro, nada de una pelea por la supervivencia del más fuerte o alguna otra causa más honorable. El vendelaccio rápidamente se abrió paso entre la multitud hasta llegar al avalonés y sin demasiados rodeos se dispuso a partirle en la cabeza una botella de ron a medio tomar que había agarrado de camino.

Angelique soltó una risita e hizo una educada reverencia a la vez que ofrecia su palida y delicada manita para que el extraño se la besara, como conviene hacer cuando uno se presenta a una doncella.

Angelique du Sancerre, plaisir. Dijo forzando que su acento montaignés fuera claramente perceptible. Acabo de llegar a esta ville sin más compañía que mi ama de llaves. Hace un gesto hacia Lola con la cabeza. Y me encuentro comme se dire claramente necesitada de alguien que sepa explicarme qui c'est qui en esta ciudad. Monsieur Leonardo ¿seriais vos este alguien?

-Un lugar peligroso, ciertamente.- Dijo Luca sin el menor asomo de su acento vodacio, un truco que utilizaba para seducir a las damas, eludir a sus esposos y despistar a quienes le persiguieran. -Y por un casual, ese Andrews el avalonés, no será un guaperas rubio y de buen porte que acompaña a una misteriosa dama enmascarada, ¿verdad? - A Luca casi le sobraba la respuesta. Estaba casi convencido que era quien le habia dejado un bonito corte en la pierna en el ataque al Santa Catalina. 

Mientras escuchaba la respuesta del comerciante de mapas, una idea comenzó a formarse en su mente. Si salía bien, era posible que no solo consiguiera un guía, sino también algunos gremiales de oro para comenzar una nueva vida en Santa Lucrecia. 

-Respondiendo a vuestra pregunta anterior, -dijo mesándose el bigotillo -pregunto porque soy escriba y dibujante, recién llegado a esta ciudad para cartografiar zonas inexploradas como la bahía Tchaluk. Si me dices cómo o quién puede ayudarme a llegar allí, te concederé la exclusiva del mapa. - Luca puso entonces esa voz, de tono bajo, suave y con sentimiento, que usaba para engatusar a la gente. -Imaginaos la fortuna que haríais. Marinos, militares y mercaderes os comprarian vuestras copias por ser los primeros en llegar a esa bahía y descubrir sus tesoros. Yo os cedería el original, por supuesto, a cambio de.... digamos, 30 gremiales y unos pergaminos en blanco. No tendría que pagarme ahora y si no vuelo, no perdería nada. Es un buen trato, ¿Que os parece? 

Lola se acercó a la joven con ropas masculinas y cabello platino que bebía lentamente una cerveza en la barra.

La chica te miró con una expresión indiferente, observándote a través de sus ojos azules.
¿Qué? te preguntó en un tono apático y con un castellano con fuerte acento avalonés.

Mientras, Angelique seguía con su función, provocando la reacción esperada en el joven castellano, el cual besó su mano cortésmente.
Oh, una dama de una belleza tan radiante como la vuestra, sola en esta ciudad... lamentablemente hay mucho rufián suelto, especialmente por las calles del puerto. No se os ocurra poner un pie allí.
Pero tranquila mademoiselle yo cuidaré de vos. Por lo pronto, ¿tenéis donde alojaros? En mi domicilio hay espacio suficiente...
¡Oh, no me malinterpretéis si vous plait! ofreció, y con aquello supiste que posiblemente era alguien de buena familia. También viste en el interior de su chaleco de cuero un bulto que reconociste como un monedero, el cual parecía bien repleto.

El cartógrafo puso una cara extraña cuando le preguntaste sobre el aspecto del tal Andrews.
¿Guaperas? No diría tanto, quizás en su juventud lo fuera...
¿Mujer enmascarada? ¿A qué os referís?... Taylor Andrews es uno de los habitantes de Altamira, un noble avalonés que anteriormente fue navegante. y entonces susurró en tu oído. Dicen las malas lenguas que un pirata... y volvió rápidamente a su posición.

Escuchó tu propuesta y enarcó una ceja mientras se mesaba si bien cuidada barba.
Mmm... ¿30 gremiales por tener el mapa original a Tchaluk?... suena razonable. Claro que necesito alguna garantía de que realmente habéis estado allí... traedme una de las calaveras que se dice que se amontonan en sus costas... entonces os daré el pago a cambio del mapa.
¿Trato? preguntó sonriente.

Ah, por cierto, ¿cuál es vuestro nombre? Podéis llamarme Gustavo. se presentó todo orgulloso.

Lola se sonrío ladina.
-Que acabo de llegar a la ciudad y para mantener una conversación con alguien, prefiero probar con vos y, con suerte, evitar a los moscones... - lanzando una mirada complice con un rapido movimiento de reojo en la dirección de Angy y de la mesa de los castellanos.