Partida Rol por web

La hora ha llegado. Hacía años que no tenía la necesidad de usar uno de aquellos arcos, pero según decían era una de esas cosas que nunca se olvidaban. Así que presté un poco de atención atención a la postura que adoptaba Sertois, mucho más acostumbrado al uso de ese arma y disparé contra los ballesteros orkos que se aproximaban mientras estuvieron en la línea de tiro.

Entonces los vi. Drashin era un engendro bastante astuto. Mientras lanzaba una pequeña oleada de orkos y troll contra la puerta principal para atraer nuestra atención, mandaba a sus mejores hombres en un ataque por la retaguardia. Por suerte para nosotros los habíamos visto, aunque no podíamos avisar al teniente para no destapar su plan de acción y dudaba que solo con flechas pudiésemos derrotar a los lobo-troll.

Bajo un momento a hacer que esas cosas se arrepientan de saltar esa empalizada. Si no regreso, la misión de tratar de escapar llevándote al elfo es tuya. - le dije a Sertois.- que tengas suerte.

Mientras bajaba los escalones de la torre se formaba en la boca de mi estómago un nudo que amenazaba con asfixiarme mientras podía notar el sabor de la bilis subiendo por mi garganta. Sabía que mis siguientes actos condenarían mi alma, pero también sabía que Korth ayuda a aquellos que se ayudan a si mismos y que en una escala de condenación, liderar un ejército de muertos vivientes no era ni por asomo tan grave como levantarlos.

Cuando salí de la torre me rodeó un silencio sepulcral. Estar en mitad de aquellos silenciosos soldados me ponía los pelos como escarpias y sentía como si la hechicería que los mantenía en pie me robara parte de mi alma cada segundo que pasaba a su lado.

Caballeros de Sturland.- les dije en un susurro como si fuese la cosa más normal del mundo, pues al final, yo no era más que un sargento, y mi trabajo era liderar caballeros al combate.- ¡Seguidme! La hora a llegado.

No sabía si el plan de Peter y Derlan con el fuego tendría éxito, pero si que sabía que los lobos que cruzarán la empalizada no volverían para informar a Drashin.

-De nada sirve disparar flechas a los trolls, no les haremos ni un rasguño. Cuando se aproximen lanzaré las vasijas lo más rápido que pueda. Con suerte crearemos una pantalla de fuego frente a la puerta que los impida acercarse y a la vez los quemaremos vivos. me conformo con que ocurra lo primero y les retrasemos en su avance-explicó de nuevo el plan para que quedase claro y repetírselo a si mismo. Después él correría abajo y esperaría que los enemigos entrasen para formar un muro con los espiritus y entrar en combate.

Resistir, esa es la consigna.

Cada uno de los Stoneheart recoge un ánfora de aceite inflamable y se mantiene agachado, sin asomarse por encima de la muralla, apoyado contra ella. Deben aprovechar su única ventaja, la sorpresa, para lanzarlas contra sus enemigos. Si pueden repeler este primer ataque, es posible que el enemigo cambie de estrategia y mueva sus fuerzas, lo cual es imprescindible si quieren tener la más mínima posibilidad de que, al escapar por la salida secreta, puedan hacerlo sin ser detectados.

Por encima de ellos silban proyectiles. No de las ballestas de los orkos, sino de los arcos de Orlant y Sertois, que disparan desde la cima de la Torre. Los dos caballeros apostados en la muralla escuchan algún grito surgido de la garganta de algún orko, pero esas flechas no detienen a los Trolls, cuyos sonoros pasos resuenan cada vez con más fuerza.

¿Pero cuándo atacar? ¿Cuándo hacerlo? La tensión que Derlan y Petrer soportan es insoportable, a medida que escuchan, prácticamente al otro lado de la pared de madera, la fuerte respiración de los Trolls y los gritos ansiosos de sangre de los orkos.

En ese momento, los pasos se detienen. Tío y sobrino cruzan una mirada, decididos a actuar, pero en ese momento, un tremendo impacto hace vibrar toda la estructura de la muralla y los caballeros a punto están de perder el equilibrio. ¡Están golpeando las puertas con sus enormes mazos de acero!

Intentan derribar las puertas. Tienen que actuar ya.

Sertois se queda sólo como único defensor de la Torre.

De nuevo, la mezcla de valor, estupidez y sentido del deber del sargento Orlant deja descolocado al explorador. Ahora el cumplimiento de la misión es suya, ¿eso es lo que ha dicho? ¿Es que acaso todavía no sabe la clase de hombre que es él?

Sacude la cabeza para no pensar en ello. Problemas más graves les acechan a todos. El teniente y el cocinero van a intentar una jugada desesperada para repeler a los trolls que se dirigen a reventar las puertas, mientras que el sargento se las va a dar de héroe contra los lobos-troll que intentan entrar por el lado norte.

¿Y él? Desde esta posición elevada posee una visión de conjunto de toda la batalla, pero el viento arrecia y eso va a hacer que cada vez sea más complicado acertar un tiro desde aquí arriba…

dame tiempo de llegar a casa, estoy en el curro y sin internet.

Los caballeros espectrales, meras sombras de hombres muertos, no se mueven de su posición, pero Orlant no tiene tiempo para esperar por ellos, no tiene, y sale corriendo en dirección a la muralla, sintiendo en sus huesos el frío antinatural que los resucitados provocan.

El sargento no mira atrás, por lo que no sabe si le seguirán o no, y sinceramente, no se atreve a comprobarlo. Por lo menos delante se le presenta un enemigo de carne y al que la sangre le corre por las venas. Un enemigo al que puede matar.

Espoleado por este pensamiento, sube por la escalera que le lleva a la muralla, intentando que el resuello no le falle después de la precipitada bajada desde la Torre, porque sabe que va a necesitar de todas sus fuerzas para la lucha que se avecina.

Y allí está. Justo acabando de sobrepasar la muralla y llegando a la pasarela que rodea todo el perímetro, donde él mismo se encuentra. El lobo-troll lo ve inmediatamente con sus ojos negros, y no tarda ni medio segundo en lanzarse a toda velocidad contra él, soltando vaharadas de vapor por la boca y con la lengua larga y roja bamboleándose entre sus fauces abiertas y repletas de amarillentos colmillos, dispuestos a tornarse rojos con la sangre del caballero…

Los muertos vivientes no parecían obedecerme. -Tal vez solo sirvan las órdenes de su creador.- Razoné. Aunque por un lado era de agradecer no tener ningún tipo de relación con aquellas creaciones nigrománticas el que no me hubiesen obedecido me ponía mucho más difícil la opción de acabar con los lobos-troll.

De todos modos, tenía claro lo que debía hacer y rodeado de muertos en vida o en totalmente en solitario no pensaba dejar de hacerlo. Y allí estaba, encima de la misma pasarela la enorme bestia hacía acto de presencia. El rugiente ser se lanzó en mi dirección mostrando sus afilados dientes, deseando acabar con mi vida mientras yo corría a su encuentro con la misma intención.

Maldita sea, bufo Sertoit, maldita jodida suerte, ¡esto es una maldita broma de mal gusto! ¿Eh orejas?, le pregunto al inconsciente elfo sin mirarlo mientras disparaba la primera flecha hacia uno de los trolls.

Orlant se había ido siguiendo su insípido ideal, ¡a por una muerte gloriosa mientras desparramas tu mierda y orín junto a las tripas bastardo!, siseo el explorador mientras cargaba la segunda flecha.

Vio al teniente y al cocinero, idiotas ambos, si hasta eran parientes; De seguro es un mal hereditario de su familia el creerse jodidos héroes de leyenda le dijo Sertois al elfo mientras dejaba volar la segunda flecha hacia el mismo troll.

Y este odioso viento que no cesa de azotarme el rostro, ¿acaso estáis todos en mi contra eh bastardos?, le pregunto a la nada tensando una última vez el arco.

Ya se acercaban a las murallas, iba a perderles de vista luego de este último disparo, y con el resto de sus compañeros debatiéndose inútilmente contra una horda que les superaba ampliamente en número, el explorador tomo una decisión silenciosa.

Cuando los enemigos asaltasen las murallas, cuando todo estuviera por ser perdido, Sertois correría a trabar las puertas de la torre y luego, si debía morir allí, iba a llevarse a cuantos enemigos pudiera y con ellos,

Al maldito orejón que les había llevado a todos allí.

Así ha de ser, se juro, y entonces dejo volar la última flecha hacia el troll.

Sertois usa como guía la alargada bandera con el escudo de las dos torres grises sobre un sol dorado, el emblema de Stumlad, prendida en un asta en lo alto de la Torre, para compensar el efecto del viento y corregir sus disparos.

Una detrás de otra, las tres flechas surcan el cielo nocturno y alcanzan a uno de los gigantescos trolls que se aproximan a las puertas, agitando sus mazas de metal.

Ninguna tiene el menor efecto sobre el aterrador monstruo.

 Dos de ellas se destrozan contra las placas de la armadura que portan. La tercera queda clavada a la altura de la clavícula, pero si ha herido al troll, éste no lo demuestra en modo alguno.

El explorador maldice, esta vez en voz baja. Es igual que dispararle a una torre de asedio. No sirve de nada. Comprende que necesitaría un disparo a más corta distancia para imprimir más potencia al tiro y tener también la posibilidad de apuntar a una zona no cubierta con la armadura. A la distancia a la que se encuentra, eso es inviable.

Y ahora ya no tiene ni la posibilidad, porque la avanzadilla de los orkos y los trolls queda oculta a su vista una vez que llegan hasta los portones de la muralla…

Derlan se asomó un instante como para dejar caer la vasija sobre los asaltantes. ¿Como era posible que se hubieran acercado tanto como para empezar a golpear las puertas? Debían actuar de prisa o el asalto abría terminado antes de empezar...

Con largas y rápidas zancadas, Orlant reduce por segundos la distancia que le separa de la bestia que corre a su vez a su encuentro. Ambos adversarios lanzados uno contra otro, de frente y sin posibilidad de evitarse debido a la estrechez de la pasarela de madera en la que se encuentran. Pero esa es la intención tanto del caballero como del engendro, acabar con su enemigo en un solo y brutal ataque.

Sin embargo la mirada del sargento no pasa por alto el detalle de unas zarpas asomando por el borde de la muralla desde donde el lobo-troll ha aparecido. Otro de esos monstruos está a punto de sobrepasar las defensas, y en un combate contra los dos, Orlant no tiene ninguna posibilidad. Por tanto, debe terminar rápido.

Pero de pronto, una sombra se interpone. Una figura con armadura de caballero aparece como salida de la nada ante el lobo-troll y es embestida violentamente por él. El sargento contempla, estupefacto, cómo se trata de uno de los caballeros espectrales, que queda apresado por las mandíbulas de la bestia en plena carga, pero, aun a pesar de ello, es capaz de descargar su acero contra el monstruo, haciéndole aullar de dolor.

Con un gruñido, el lobo-troll sacude la enorme testa con fuerza, lanzando al cadavérico caballero por los aires, al patio interior, pero al hacerlo, se golpea contra la muralla de madera y ve frenada su carrera casi en seco.

Orlant ve su oportunidad. Incrementa la potencia de sus zancadas y levanta el espadón hacia lo alto. Su enemigo se ha detenido, aturdido por el impacto y por el ataque que ha hecho que en una franja de su lomo la piel grisácea haya desaparecido, mostrando ahora músculo y carne rezumando sangre.

Petrer espera, la ansiedad se apodera de el, pero sigue esperando....la experiencia y la paciencia las ha desarrollado mucho, quizas en demasía piensa cuando siente el primero de los mazazos, entonces como un resorte Derlan y el se levantan y lanzan sus respectivas vasijas de aceite...ahora es el momento de que se haga la luz.... 

Con sus maldiciones llevadas por el viento, Sertois deja escapar una nueva flecha pero esta vez, su destino era el aceite que los que estaban abajo ya habían lanzado.

El soldado animado me dio unos segundos que no desaproveché. Continué mi carrera dispuesto a acabar con la vida del lobo-troll lo más rápidamente posible.

Al llegar a su altura descargué un fuerte mandoble, que aunque lo hirió no fue lo suficientemente certero para acabar con su vida