Partida Rol por web

La fuerza de aquel remolino era superior a la que en esos momentos me quedaba y noté como me impedía subir. Lo intenté con todas las fuerzas que disponía, pero se hizo imposible y empecé a tragar algo de agua.

Los nervios me invadieron cuando la fuerza de la corriente me empujaba y empujaba hacia el fondo.

Aquel era un final horrible para un guerrero, podía morir enfrentándome a orkos, o despedazado por los lobo-troll, pero no permitiría que mi final llegase en aquel lago. Con una plegaría a Korth reuní toda la fuerza de la que fui capaz y salí de aquella trampa mortal.

La corriente te lleva a gran velocidad contra uno de los lados del barranco, cerca de las paredes, y tu cuerpo se desliza sobre la roca y el agua tan rápidamente que no puedes sino dejarte llevar mientras la espuma te impide ver nada.

Y entonces ves delante de ti una enorme roca y como la corriente te lleva, no hacia ella, sino bajo ella, ya que el agua pasa por debajo. ¡Pero es un paso demasiado estrecho! Tu cuerpo se aplasta contra la piedra, sin demasiada violencia, pero la fuerza del agua trata de forzarte a arrastrarte debajo de la roca.

Te encuentras en una especie de embudo en el que el agua es como la mano de un gigante que te empuja para que pases por él. Pero es demasiado encajonado. Sabes que si te dejas llevar quedarás atorado bajo la gran roca, y morirás ahogado.

Tienes que salir de aquí…

Te sumerges en el último segundo antes de encontrarte con el tronco caído, evitando el peligroso obstáculo. Sin embargo, debes golpear alguna rama que queda por debajo del agua ya que sientes un impacto en tu hombro, un estallido de dolor y cómo giras sobre ti mismo dentro del cauce hasta que al cabo de unos segundos vuelves a sacar la cabeza fuera del agua.

¿Estás bien? No tienes manera de saber si el impacto te ha herido de gravedad, pero no tienes tiempo de pensar en ello. Sabes que el agua te está llevando lejos, que has adelantado mucho, por lo que no debes estar lejos del final, pero entonces entras en un tramo en el que el cauce se hace más rápido, más violento, con continuas bajadas de nivel y pequeñas cascadas por las que caes, una detrás de otra.

Concentras tus esfuerzos en seguir respirando y en estar girado para ver lo que se te aproxima, pero la velocidad que llevas ahora hace que no puedas dirigir tu rumbo, hace que estés completamente en manos del destino…

Te sumerges en el fondo del remolino, braceando, y de pronto la corriente te saca fuera del mismo. Consigues sacar la cabeza por encima del agua, tosiendo, atragantado, y apenas pudiendo mantenerte a flote.

La corriente es tan fuerte aquí que no puedes detenerte, sólo sacar la cabeza entre la espuma, aspirar una bocanada de aire y tratar de ver hacia donde te diriges.

Y lo ves. Arrastrado sin remedio por la corriente, el paso se estrecha. Y un poco más adelante, una enorme piedra con forma de filo separa las aguas. Comprendes enseguida que no podrás detenerte en ella. Vas demasiado deprisa y si lo intentaras te estrellarías.

Sólo puedes decidir por qué lado de la piedra pasar. ¿Por la derecha o por la izquierda?

Derlan apenas se pudo preocupar por el golpe que había recibido. le había dejado sin aliento pero no era la primera vez que era golpeado y asumió que el golpe no sería tan grave. Pero aquella caída parecía no terminar nunca y no sabía que se encontraría allí abajo. Quizás diese con los huesos contra las rocas y se acabase todo en aquel instante. pero su misión no estaba concluida...

La corriente me lleva y no soy capaz de encontrar a ninguno de mis compañeros ¿Donde estarán?

Una piedra enorme separa el caudal, aunque lo intento sigo sin ver ni rastro de ellos. Tengo que tomar una decisión ¿Izquierda o derecha? ¿Derecha o izquierda? Al final con poderosas brazadas tomo el camino de la derecha.

El impacto contra la pared es brutal. Aun así, eres capaz de impactar la piedra con las plantas de los pies mientras tus piernas se flexionan tanto que te golpeas la cara con tu propia rodilla justo antes de hacer un esfuerzo extremo y estirarte de nuevo como si fueras un muelle.

Caes.

El mundo parece transcurrir a cámara lenta mientras sientes el vacío alrededor, el estómago encogido y la sensación de ingravidez que parece prolongarse tiempo y tiempo. Te encuentras pensando si este es el fin.

Y entonces, un segundo después, te estrellas dolorosamente contra el agua helada, sumergiéndote en un mundo completamente diferente, en el que te mueves con torpeza y en el que todo a tu alrededor es espuma.

La corriente te arrastra hacia abajo como un muñeco, hasta que tu cuerpo toca el fondo, pero aun te quedan algunas fuerzas y entonces te esfuerzas en impulsarte hacia arriba. Aferras con fuerza tu arco para no perderlo, mientras clamas por dar una bocanada de aire…

Sales a la superficie en un estallido de espuma y aspiras aire entrecortadamente.

Lo has conseguido. Eso es lo que piensas mientras miras alrededor y sales con pasos vacilantes del cauce del barranco, que se ha ensanchado tanto que en su parte más profunda no te llega a cubrir ni la cintura. Te echas a un lado y te derrumbas sobre las piedras más allá de la corriente, quedando de espaldas en una incómoda posición, mirando al cielo y jadeando.

Tienes que ponerte en pie. Tienes que moverte. Lo sabes, pero estás simplemente demasiado cansado como para hacer nada más que respirar. El cielo está gris y oscuro. No llueve, ahora te das cuenta, pero es casi de noche.

Giras sobre ti mismo, lo cual hace que sientas punzadas de dolor a las que intentas no hacer caso. Te pones de rodillas y lo primero que haces es palparte el cuerpo en busca de heridas graves, roturas de huesos, desgarros, o hemorragias. Sabes bien que la adrenalina puede hacer que no sientas el dolor de una herida, y no tratarla a tiempo podría ser fatal. Por suerte, parece que todo está en su sitio y no hay nada que te impida actuar de manera adecuada.

Con respecto a tu equipo también has tenido suerte. A pesar del accidentado descenso has conservado tu espada larga, tu arco y el carcaj. Tus armas principales. Colocas de nuevo la cuerda en el arco y lo tensas, comprobando que la madera no ha sufrido daños.

Ahora, en marcha. Debes moverte, debes encontrar un refugio, debes hacer un fuego, debes alimentarte, debes evitar a la manada de monstruos, debes…

Suspiras. Para empezar, debes ponerte en pie, así que es lo que haces.

Y justo entonces, un ruido cercano hace que te gires a toda velocidad, con una flecha ya tensada en el arco.

Unos metros delante de ti, el Prisionero alza las manos atadas ante ti, en señal de rendición…

El aspecto del Prisionero no es muy bueno. Tremendamente pálido y ojeroso, pero no parece haber sufrido heridas de gravedad. Al menos se mantiene el pie.

Destensas el proyectil en el arco. El hombre sigue manteniendo ambas manos enlazadas por la tira de cuero. No parece que te vaya a suponer un peligro, aunque mantienes tus reservas.

¿Sertois, no es así? Balbucea el Prisionero. Eres el explorador… recuerdo haberte visto en ocasiones durante el viaje… ¿Estás bien?

Asientes levemente sin palabras.

Me alegro, me alegro. Sus brillantes ojos castaños reflejan urgencia. Pero tenemos que ponernos en marcha. Ahora. Ya has visto las criaturas que nos persiguen, ya has visto a esa manada de pesadilla. No podemos perder tiempo.

No puedes sino coincidir con el Prisionero, pero entonces echas un vistazo atrás. ¿Y los otros? ¿Sois vosotros los únicos que lo habéis conseguido? ¿Deberíais esperar?

El hombre parece leerte el pensamiento.

Sertois… Eres un explorador experimentado… Sabes que sólo serían una carga, un estorbo. Cuantos menos seamos en este viaje más posibilidades tendremos de sobrevivir… Y si alguno aún está vivo, servirán como cebo para la manada, dándonos tiempo a nosotros…

Las palabras del Prisionero calan hasta lo más hondo de ti.

Ven conmigo. Ayúdame a llegar hasta Eradun o hasta el destacamento de caballeros más cercano. Hazlo y sabes que te recompensarán, bien lo sabes. Hazlo y te considerarán un héroe…

¿No es eso lo que siempre has querido?

Te deslizas a la derecha de donde el caudal se divide en dos.

La velocidad del caudal se incrementa entonces notablemente, y al mirar adelante, descubres con horror que en el cauce sobresale un árbol caído en mitad del barranco. Y que te precipitas sin remedio hacia él.

La corriente que ha debido sufrir a lo largo del tiempo lo ha despojado de su corteza y ha dejado sólo ramas cortas que salen de su tronco como pinchos.

Una auténtica trampa mortal a la que te diriges a toda velocidad…

La corriente te lleva de un lado a otro hasta que finalmente se precipita en una cascada. No puedes hacer nada por evitarlo. No ves nada. No sabes desde que altura te precipitas.

Caes.

El mundo parece transcurrir a cámara lenta mientras sientes el vacío alrededor, el estómago encogido y la sensación de ingravidez que parece prolongarse tiempo y tiempo. Te encuentras pensando si este es el fin.

Y entonces, un segundo después, te estrellas dolorosamente contra el agua helada, sumergiéndote en un mundo completamente diferente, en el que te mueves con torpeza y en el que todo a tu alrededor es espuma.

La corriente te arrastra hacia abajo como un muñeco, hasta que tu cuerpo toca el fondo, pero aun te quedan algunas energías y entonces te esfuerzas en impulsarte hacia arriba. Aferras con fuerza la empuñadura de la espada para no perderla, mientras clamas por dar una bocanada de aire…

Y al fin, sales a la superficie en un estallido de espuma y aspiras aire entrecortadamente, sorprendido de estar vivo. A tu alrededor, la corriente es mucho más calmada, y comprendes que debes encontrarte ya en el final del barranco…

De alguna manera llego al final de aquella endemoniada caída.

De una pieza, pero tan abollado como una coraza de acero pisada por un gigante.

Y duele.

Duele como mil demonios, o mil uno si cabe.

El cuerpo me pide a gritos que me quede allí tirado, sobre los húmedos y duros guijarros de la costa improvisada que el agua forma en la desembocadura del barranco.

Dormir y recuperar fuerzas es imperioso, sin dudas que sí.

Pero aun más el sobrevivir.

Y para ello.

Debo ponerme en pie.

Una vez más.

Tan cansado estoy que ni siquiera noto la cercanía del prisionero.

El tipo, aun con las manos atadas, se me acerca confiado mientras habla con su lengua de oro.

¡Y como la usa!

Le escucho en silencio mientras me habla acariciando mi ego con su lengua, el prisionero debe ser alguien políticamente importante, un embajador o quizás un noble.

Su educación es notoria, así como su falta de habilidad marcial.

Tampoco es un mago, puesto que ha tenido muchas oportunidades de escapar, y aun sigue aquí.

¿Por qué?

Pareces conocer mucho de mí, le respondo al fin sin emoción en mi voz, mi nombre, mi oficio, y vaya a saber cuánto más.

Estoy en desventaja compañero misterioso, digo recalcando el compañero, dame un poco de luz y dime tu nombre y ya puesto el porqué te buscan con tanto ahínco esas bestias que nos siguen.

Como tú has dicho, el viaje seria más rápido y seguro mientras menos seamos.

Y bueno, continuo sonriendo feroz como un lobo antes de zamparse su cena, como seguro ya sabrás los lobostroll no me buscan a mí.

¿Verdad?

Vamos, se un buen chico y no me mientas, si tanto sabes de mi seguro habrás apreciado que soy un hombre con pocas pulgas y la caída me ha quitado de encima mi cuota de paciencia del día.

Por esto te propongo que no le des muchas vueltas al asunto, responde francamente y rápido y puede que si me gusta lo que dices.

Incluso te salve el culo.

Lo has conseguido. Eso es lo que piensas mientras miras alrededor y sales con pasos vacilantes del cauce del barranco, que se ha ensanchado tanto que en su parte más profunda no te llega a cubrir ni la cintura. Te echas a un lado y te derrumbas de rodillas sobre las piedras más allá de la corriente, jadeando.

Tienes que ponerte en pie. Tienes que moverte. Lo sabes, pero estás simplemente demasiado cansado como para hacer nada más que respirar. Alzas la mirada al cielo, que está gris y oscuro. No llueve, ahora te das cuenta, y es casi de noche.

Te incorporas, lo cual hace que sientas punzadas de dolor a las que intentas no hacer caso. Lo que haces después es palparte el cuerpo en busca de heridas graves, roturas de huesos, desgarros, o hemorragias. Sabes bien que la adrenalina puede hacer que no sientas el dolor de una herida, y no tratarla a tiempo podría ser fatal. Por suerte, parece que todo está en su sitio y no hay nada que te impida actuar de manera adecuada.

Algo más calmado miras a tu alrededor. Para tu sorpresa divisas algo más adelante dos figuras entre la semioscuridad que antecede a la noche. Entrecierras los ojos. Son Sertois, el explorador. Y el Prisionero. Están de pie, uno al lado del otro. Conversando.

Te diriges hacia ellos…

La expresión del Prisionero no cambia, pero sus extraños ojos te miran intensamente, como si te estuviesen valorando, estudiando…

Después amaga una sonrisa, más falsa que el amor de una puta.

Por supuesto compañero. Sin secretos. Mi nombre es…

En ese momento la expresión del hombre cambia, apenas nada, pero lo suficiente como para que te des la vuelta.

Descubres lo que ha alertado al Prisionero. Una figura se os acerca, con paso inseguro.

Es el teniente Derlan.

Sin poder evitarlo, la fuerza del rio me lanzó contra el tronco. Dolorido por aquel nuevo golpe inesperado, intenté encontrar un asidero al que agarrarme con todas las fuerzas que en ese momento me quedaban para tratar de escapar de la aquella traicionera corriente.