Partida Rol por web

Desde su discreta posición, todos pueden observar cuanto ocurre en el presbiterio, donde, tal y como Tomás ya explicó, parece que el armario de madera que estaba tras el altar ha sido forzado.

Los monjes comienzan a acumularse en la zona y a todos les llegan retazos de palabras nerviosas e indignadas. sacrilegio... nunca había pasado algo así... hay que recuperarlo... castigar al ladrón...

No parece haber noticia de los dos peregrinos que fueron acusados por Tomás de ser los causantes del robo por lo que, en caso de que realmente fuesen ellos los culpables, deben haberse escondido o escapado por alguna de las puertas del templo.

Damián, el guarda, entra en la iglesia con su candil encendido y se acerca con paso rápido y gesto preocupado hacia la zona donde están los monjes.

Finalmente aparece el prior junto con otros de los monjes más ancianos. Tras hacerse cargo de la situación parece tomar las riendas y comienza a repartir órdenes a diestro y siniestro, como si no hubiese hecho otra cosa en el resto de su vida.

- Venga, vosotros, repartíos, hay que encontrar al ladrón, , dice a un grupo de jóvenes monjes.

- Damián, ¿qué haces aún aquí?, a las puertas ahora mismo, y que no salga nadie del monasterio. Atráncalo todo y guarda bien la llave, si el ladrón pretende salir de aquí con nuestras reliquias al menos se las tendrá que apañar para saltar los muros...

- Seguro que ha sido alguno de esos huéspedes... mira que ya he advertido veces que estamos hospedando a quienes no debemos en este monasterio... pero como nunca se me hace caso...

- El resto, venga,no podemos perder un segundo más, con o sin cáliz tenemos que empezar ya con los cantos y el ritual. Es demasiado importante... preparadlo todo.

-Tomás, vamos a hablar con el Prior. Hay que darle puntual cuenta de lo que vísteis, y de quienes han sido los que han perpetrado tal acto de sacrilegio. Y además... bien, acerquémonos.

Y ya sin dudarlo, y sin esperar a ver qué decide su escolta, María sale de nuevo a la parte iluminada de la nave, en dirección a donde se encuentra el Hermano Francisco, la cabeza aún cubierta, y el paso ágil.

Cuando se encuentra a su altura, cruza por delante del altar haciendo la genuflexión de rigor y persignándose, aunque con premura. Se levanta rápida, y aborda al monje, con aire de respeto, aunque con igual dosis de urgencia.

-Hermano Prior, debéis escucharme ahora mismo, por favor, tengo algo muy importante que comunicaros...

Tomás duda un momento, pero al final se acerca al prior a regañadientes. Se inclina hacia él y procede a contarle lo que ha visto.

-Sólo puedo decirle, padre, que eran dos peregrinos, uno joven y otro anciano. Los vi apenas de soslayo cuando entré a rezar, y también en la hospedería. Ahora, si me permitís, voy a encargarme de esos dos malandrines personalmente.

Tomás se gira en redondo y echa a correr al exterior de la iglesia.

Una vez fuera de la iglesia, y con la espada en la mano, Tomás busca con la mirada el portón de entrada al monasterio, esperando verlo cerrado.

María asiente ante la afirmación de Tomás, pero cuando éste acaba y se va corriendo no se separa del Prior, sino que sigue susurrando al Hermano, procurando mantener la calma, pero evidentemente asustada.

-Pero he venido porque he recordado algo que me ha estremecido, algo que mi niñez escuchó de labios de mi Aya, una lugareña que con miedo lo relataba, y que olvidé con los años. Ella decía que la noche de San Juan es una noche maldita, que es la noche más importante dentro del calendario del infierno en la que el Diablo (la mujer baja la voz y se persigna al nombrarlo) puede caminar libremente por la tierra... ¡Nuestro Señor nos proteja!

Abraham se encuentra un poco confundido, pero sigue a la dama a la presencia del prior ya que le interesa todo lo relacionado con ese hombre. La sigue de cerca e imita sus gestos, como la genuflexión al pasar frente al altar.

No puede evitar el girarse a mirar a Tomás cuando habla, pero queda junto a la baronesa y se acerca lo que puede al prior y los ancianos.

Tomás sale de nuevo por la puerta por donde había entrado a la iglesia. Afuera la oscuridad es casi total, pero consigue discernir la silueta luminosa del guarda que se acerca hacia las puertas tal y como el prior le ordenó. Tomás, cauto y desconfiado por naturaleza, decide acercarse a comprobar que Damián no se guarda ninguna sorpresa y que realmente va a cumplir sus órdenes.

Desde una distancia prudencial y protegido por la oscuridad de la noche en el monasterio, Tomás puede ver como el guarda prende fuego a dos grandes antorchas situadas a ambos lados del portón que iluminan eficazmente toda la zona. Posteriormente comprueba todas las cancelas y las reafirma, luego toma una banqueta de madera y se sienta allí a vigilar.

- Sabía yo que todo esto había sido obra de alguien de fuera del monasterio..., reniega el prior al escuchar las palabras de Tomás al que luego deja marchar sin decirle nada más.

En la iglesia, los monjes comienzan a encender todos los cirios y a repartirse los misales. También muchos de ellos empiezan a tomar posición, colocados mirando al altar, en pie erguidos, con los ojos cerrados y musitando palabras por lo bajo.

- Mi buena señora, el estirado prior cambia su tono de voz y elige esta vez uno de caracter protector o paternalista, como el que usaría un maestro para explicar algo realmente obvio a un aprendiz, - entiendo que las mujeres son propensas a ello, pero no debe hacer caso de los miedos del pueblo, si por ellos fuera los caminos andarían plagados de duendes, trasgos y demonios. Pasaremos la noche rezando para honrar a nuestro Señor y son todos ustedes bienvenidos, pero no se preocupen, que lo más cerca del Diablo que estaremos será si logramos atrapar a quien ha hecho eso... dice señalando al armario.

- Ahora, por favor, decídanse si pasarán aquí la noche con nosotros, porque en breve tendremos que cerrar la iglesia...

Indeciso, entre acercarme sigilosamente a alguna salida, fuera de la vista de los monjes, para buscar a mi primo, o quedarme al lado de la baronesa, a quien debo protección, opto finalmente por esta última opción, y muevo la cabeza resignado. Quedo a la espera de la respuesta de la baronesa, pues no me corresponde a mí decidir, sino escuchar y acatar.

Indeciso, entre acercarme sigilosamente a alguna salida, fuera de la vista de los monjes, para buscar a mi primo, o quedarme al lado de la baronesa, a quien debo protección, opto finalmente por esta última opción, y muevo la cabeza resignado. Quedo a la espera de la respuesta de la baronesa, pues no me corresponde a mí decidir, sino escuchar y acatar.

María tiene la sensación de que el prior, o bien está mintiendo o bien se está guardando algo de información.

Una vez seguro (o casi) de que el guardián va a cumplir con su misión y no dejar salir a nadie, Tomás directamente se encamina a la hospedería. Allí los busca, siempre con el sable en la mano, presto a llevarse el cáliz... digo, a detener a los malandrines.

-¡Pasaremos aquí la noche! Casi lo grita. Pero, inmediatamente, recupera el control de sí misma, y rectifica, con aire compungido, aunque igualmente apremiante. -Bien, yo voy a quedarme en la Iglesia... y espero que Tomás regrese pronto con esos dos sacrílegos, o sin ellos, para que quede aquí también, al amparo de estas Paredes Consagradas... durante las horas que siguen. Durante esta noche... de San Juan. Y... se gira hacia Gonzalo, que se ha erigido en su fiel defensor, y hacia Abraham, que le está siguiendo todos sus pasos, y añade: ...y espero también que todos lo hagamos, todos nos refugiemos aquí... nos refugiemos en la casa de Dios, quiero decir... claro...

Y, de nuevo, se gira, clavando su mirada en el Prior, esta vez con un matiz especial en ella. No de desconfianza, pero de tanteo. Con indecisión, la indecisión del que no está seguro de algo...

Abraham se debate entre si fiarse de la superstición de la baronesa o dejarse llevar por la lógica y la desconfianza y dormir junto a sus enseres que son gran parte de su futuro.

Le gustaría poder hablar con el prior, pero duda mucho que tenga ocasión en la noche de vigilia y rezos. Además duda mucho que su cordura lo soporte mucho rato. Nunca ha sido un hombre espiritual y no tiene muchas ganas de empezar a serlo.

Por desgracia las excusas para abandonar la iglesia no son muy convincentes y no le dejan en muy buen lugar... Así que tras sopesar por un momento sus opciones decide que la mejor salida será mentir y escabullirse hasta su celda donde están sus valiosas telas.

Abraham mira a la baronesa que parece bastante segura de sus aseveraciones, entiende lo que ve Gonzalo en ella, tal vez los monjes o las estatuas del patio no sentirían esa atracción por su fuerza de carácter y su convicción. Está claro que él se quedará con ella y es probable que Tomás vuelva a tiempo, así que la dama no tendrá nada que temer. Tal vez pueda ayudar a su escolta y avisarle para que no quede encerrado fuera.

- "Mi dama voy a avisar a Tomás y ver si puedo ayudarle a coger a esos rufianes, creo que yo fui el último en verlos antes de que entraran en la iglesia..."

Tras decir estas palabras Abraham hace un gesto de despedida con una ligera genuflexión y sale en pos del escolta, por la misma puerta y en la misma dirección que él.

Si nada se lo impide Abraham sale en pos de Tomás. No hace demasiado por encontrarlo pero si se lo encuentra le urge en que vuelva a la iglesia comentándole que la van a cerrar y que la baronesa parece decidida a quedarse toda la noche encerrada dentro.

Abraham seguirá en dirección al establo dispuesto a ver a su querida Bernarda y coger cualquier cosa de valor que haya dejado allá para llevárselo todo (las telas incluidas) a su celda. Allí se cerrará y obstaculizará la puerta con todo lo que pueda (incluso la propia cama) y esperará a que pase la noche, aunque con el estado de nerviosismo y paranoia le será bastante difícil conciliar el sueño.