Partida Rol por web

En cuanto reducen a Damián, Abraham haciendo caso omiso a todo lo que pasa a su alrededor se dirige al establo. Quiere concentrarse en lo que le han pedido que haga para evitar que su mente empiece a volar con libertad y le pase como a los demás que empiezan a ver cosas dejándose llevar por su miedo...

María, nerviosa hasta lo indecible, azuza a Gonzalo para que vaya a hablar con alguno de los monjes, ni que sea con el Hermano Claustral. Pero está ya empezando a pensar que si no lo hace su acompañante, se dejará de humildad fmenina y lo hará ella. La vida de Sara puede estar en peligro...

Desde la puerta, ambos notáis como la temperatura parece seguir subiendo. El olor a azufre sigue filtrándose al interior de la iglesia y se mezcla con el fuerte olor a cera derretida de los cientos de velas que hay encendidas. En cuanto a los gritos, parece que ya no se escuchan, aunque por un momento os pareció que de femeninos pasaban a ser masculinos.

No sabéis qué puede estar pasando fuera, pero intuís que la decisión de quedaros en el interior de la iglesia os ha librado de ver muchas cosas. Sólo esperáis que los demás estén bien...

-Haré lo que pueda, mi señora.

Digo haciendo señas a la mujer para que no se separa mucho de mí mientras avanzo hacia el claustro.

-¡¡¡HOMBRES DE DIOS!!!! -grito de manera que nadie en la iglesia se quede sin oírme-. Ahí fuera está Sara gritando, y hace un calor del infierno, y un olor a azufre, y su sufrimiento se oye desde aquí. ¿Es que no vamos a hacer nada? ¿Qué está pasando?

Si bien no espero ayuda de los minjes, sí espero que alguno reaccione y me explique qué está pasando aquí.

La mayor parte de los monjes de la iglesia abren los ojos sobresaltados por los gritos de Gonzalo, aunque no dejan de cantar ni un solo momento. Entre toda la multitud, uno de los monjes que estaba en la zona del altar, el hermano Prior, quien parecía estar al mando de todo pese a que, en teoría, era el segundo en el escalafón, se acerca parsimonioso hacia la puerta donde María y Gonzalo llevan ya un rato.

- Ya les advertí antes que la condición para permanecer aquí esta noche era no molestar a los rezos. No se les pide que canten... ni siquiera que recen al Altísimo... simplemente que no molesten, ¿es acaso eso tan complicado de entender?. Respecto a lo que pueda pasarles a quienes estén fuera... todos fueron invitados a rezar con nosotros y se negaron. Lo que hacemos aquí dentro es importante y de verdad les aseguro que no podemos parar. Si ustedes creen que deben abandonar la iglesia por el motivo que sea, no puedo retenerles, pero una vez se abra esta puerta para que salgan... ya no volverá a abrirse hasta que acabe la noche...

Abraham deja por fin a heridos y cuidadores de lado y se dirige presto a las cuadras, donde ya hace unas horas dejó a la buena Bernarda reponiéndose de sus heridas y, pese a que hace unos momentos se escuchó algo de jaleo provinente de allí mismo, confía que la calma actual sea un buen presagio y no todo lo contrario.

El mercader entra en el recinto, antorcha en mano y lo que allí dentro contempla es posiblemente la imagen más perturbadora que ha contemplado en mucho tiempo*. Muchos de los animales se encuentran inánimes en el suelo y otros tantos agonizan con su vida escapándose por terribles heridas en casi todas las partes de sus cuerpos. Al parecer algo debió alterar a los animales, quienes intentaron escapar de sus ataduras o estancias a base de golpes y tirones, provocando terribles desgarros allí donde cadenas o cuerdas les amarraban o feas heridas en las cabezas o las patas, fruto seguramente de golpes contra puertas y paredes.

Por si todo eso no fuera poco, muchos de los animales, caballos y mulos en su mayoría, presentan también heridas descarnadas como si fuesen mordiscos que posiblemente se hayan repartido entre ellos mismos fruto de su desesperación y locura (o quizás algún animal salvaje pueda haber entrado y provocado todo este desastre).

La pobre Bernarda yace en un rincón cercano a donde su dueño la dejó. No está muerta, pero tiene algunas importantes heridas de mordisco en cuello y lomo y, además, ha perdido los bendajes que le colocó el curandero. Por otra parte, una espesa baba blanca mana de su boca sin parar, dando al animal un aspecto de moribundo.

-Entiendo.

Digo al monje escueto, luego me vuelvo hacia mi señora y le hablo con lentitud para que no se le escape ningún matiz.

-Señora, yo haré lo que me ordenéis. No tengo otra intención que no sea la de protegeros, ni mi primo me preocupa, tan solo vuestra merced. Saldré a ver qué pasa y lo haré solo, pero para eso he de tener la seguridad de que aquí os encontraréis a salvo. Sinceramente este lugar me pone los pelos de punta y no me sentiré seguro de dejaros aquí toda la noche a merced de esos extraños hombres que rezan, pero a los que hemos oído decir extrañas cosas. Sin embargo, salir fuera es aún más locura, y no creo que sea aceptable. En cualquier caso, vuestra merced escoja.

María se debate entre dos aguas. Por un lado comprende que quedarse es el mejor modo de seguir protegida. Lo sabe, lo intuye. Estos hombres de Dios están con sus cánticos contrarestando de algun modo que lo que sea que sucede allá fuera llegue hasta ellos.

Pero, por otro lado, saber que Tomás, y el resto de desgraciados que se han quedado fuera, pueden estar en peligro, en serio peligro, la aturde y a aterroriza.

-Yo... no permitiré que salgáis solo. No deberíamos movernos de aquí, ¿lo sabéis, no es así? Pero si salís, voy a acompañaros. ¡Dios nos asista! Aunque quizá sea más prudente intentar ver primero qué ocurre fuera. ¿Acaso alguna ventana, ventanuco, rendija...?

Tomás parece cada vez más decidido a largarse de allí, nervioso y asustado. Mira a su alrededor y al final parece decidirse.

-Enseguida vuelvo -musita, y echa a caminar hacia el muro.

Tomás abandona a Hicham y a los heridos y se dirige hacia el lugar donde vio caer al otro ladrón anteriormente. Tras cruzar el oscuro y neblinoso patio, Tomás encuentra el cadáver tal y como lo dejó, pero antes de acercarse a registrarlo se fija nuevamente en el muro. Lo que en origen era una sólida muralla de piedra se ha convertido en una especie de masa con textura entre carnosa y gelatinosa, que incluso parece palpitar y ondular como si estuviese viva. Ahora no se ve ninguna boca, pero Tomás recuerda perfectamente los cientos de ellas que aparecieron cuando el desgraciado del ladrón intentó trepar por el muro.

Como por suerte la muralla escupió lejos de sí el cadaver, Tomás reune suficiente valor para acercarse y registrar su cuerpo. Todas las ropas y la carne están llenas de rasgaduras provocadas por los mordiscos que le costaron la vida al pobre ladrón. Entre sus pertenencias, Tomás encuentra un saquillo con algunas monedas, algunos objetos personales de poco valor y, entre los pliegues del chaleco aparece finalmente el tan ansiado cáliz, algo arañado y abollado, eso sí...

Hicham concentrado en las curas de la guardesa no repara demasiado en los demás compañeros.

El estado de la señora es grave y no puede perder un momento si quiere que sobreviva.
Desea que Abraham vuelva con el agua para poder suturar las heridas porque con tanta sangre la cosa es complicada.

Cuando Tomas pasa a su lado para ir hacia el muro lo mira un segundo niega con la cabeza y sigue con lo suyo.

Abraham se queda mirando a la pobre Bernarda y con movimientos lentos y tranquilos para intentar no asustar más al animal le acaricia en el cuello mientras mira la gravedad de sus heridas. Busca una manta para taparla y aunque sabe que puede hacer poco por mejorarla no puede evitar suspirar resignado y lanzar una breve plegaria silenciosa al hacedor.

Está claro que los animales necesitan ayuda, pero los hombres van antes que los pobres seres sin alma y tiene una tarea importante que hacer de la que puede que dependan varias vidas. Sin más dilación se dirige al abrevadero a coger agua.

Abraham deja de lado todo el sufrimiento animal que se destila en los establos y se centra en su misión: recoger agua limpia para las heridas de Sara.

Se acerca al abrevadero más grande y observa horrorizado como lo que contiene es el mismo líquido espeso y negruzco que vio en el barril de la hospedería. Desesperado, decide probar suerte con algunos otros cubos que supuestamente deberían estar llenos de agua para los animales, pero que en realidad están rebosando de ese desagradable líquido. Es como si... toda el agua se hubiese convertido en sangre... no puede ser...

Tomás se guarda el dinero y el cáliz bajo las ropas con cuidado de que ni se vea ni abulte y camina hacia el establo a ayudar a Abraham.