Partida Rol por web

20 de mayo de 1934, 10:21 - Carretera NY-17, estado de Nueva York

El sol refleja contra el cristal del Ford B de William Bennet, quien conduce con cara de cansancio. Parece que se encuentra algo mejor después del incidente de ayer y ha insistido en conducir. A su lado y en el asienteo del copiloto, el siempre impecable Ahmad Jamal, que no puede sentarse en el asiento de atrás porque sus rodillas se clavarían en la espalda del copiloto, consulta un mapa de carreteras. Atrás, una somnolienta Megan Walker mira por la ventana y un también algo recuperado Dean Kennedy revisa sus bolígrafos y cuadernos. Antes de subir, habéis cargado los rifles robados anoche en el maletero por lo que pudiese ocurrir.

Os encontráis en una carretera comarcal del estado de Nueva York, al noroeste de la ciudad que nunca duerme. Lleváis más de dos horas en el coche y parece que todavía os queda un rato, aunque estáis cerca. El traqueteo de la carretera sin asfaltar hace mella en vuestros cuerpos, que no parecen haber dormido muy bien la noche anterior. No hay tráfico por esta zona y cada vez parece haber más pendiente. 

El paisaje se vuelve cada vez más rocoso y empieza a aparecer frondosa vegetación, con nudosos árboles a ambos lados de la calzada. El sol, que poco a poco ha ido tapándose, desaparece por completo y da lugar a una lluvia triste y gris que convierte la carretera en un lodazal. Pequeños riachuelos se forman sobre algunas de las escarpadas paredes rocosas.

La noche había sido horrible para Jamal. No podía dejar de pensar en un cúmulo de circunstancias que danzaban a un alocado ritmo de jazz en su mente alrededor de aquel caso.

Hasta ahora, los esfuerzos de sus compañeros y de él mismo se habían centrado en rastrear al pequeño Adam y rescatarle. En sí mismo, no era una tarea nada fácil. La prueba irrefutable había cobrado forma de salvaje tiroteo en el South Ferry. Will y Kennedy casi no lo cuentan. Y el propio Jamal había acabado con la vida de Barret en defensa propia. Los ojos muertos del criminal habían flotado en su mente la pasada noche. Quizás tardasen en abandonarle. Si es que alguna vez lo hacían.

Pero aparte del rescate, había algo más. Algo turbio, oscuro e ignoto que el doctor alcanzaba a vislumbrar, cada vez con más claridad. Desde la visita a la mansión Cornelisz, el doctor J., alienista de día, investigador de lo oculto de noche, estaba convencido de que había un elemento mágico o sobrenatural en todo aquello. Y los temores de Jamal se habían terminado de confirmar cuando aquella horrenda criatura, un morador de la niebla amorfo y dotado de pseudópodos asesinos, había exterminado a los secuestradores de la banda que, al parecer, dirigía Ambrose Wisner.

¿Acaso Wisner no quería testigos? ¿Quería enterrar el rastro de Adam Cornelisz? Y en tal caso, ¿por qué? ¿Podía controlar de alguna forma a la criatura que les atacó en South Ferry?

Shavertown tendría las respuestas.

Replicó su sueño mentalmente por sexta vez. Le estaba obsesionando. Había otra víctima de todo aquel asunto que no desaparecía de la mente del alienista. Se trataba de María Dabrowsky. Su destino parecía siniestro, funesto. Y lo más terrible de todo: sin retorno. Con todo el doctor se había jurado no descansar hasta averiguar qué había ocurrido aquella noche... La noche en la que María fue violada. La noche en la que concibió a Adam.

El doctor se despidió por la mañana de su esposa Tess y de sus dos niñas con un énfasis especial. Haría lo posible por regresar sano y salvo, pero ya no descartaba nada tras comprobar en sus propias carnes el cariz que estaba tomando el asunto. Con todo, sabía por qué lo hacía. Lo supo en cuanto miró a los ojos a sus dos hijas. Salvaría a Adam y evitaría que regresase con sus padres. A toda costa. 

Y para ello, tenía un plan.

* * * * *

El trayecto en el coche fue silencioso. Jamal se pasó la práctica totalidad del viaje observando el paisaje, aunque lo cierto es que el panorama era monótono, incluso desolador. Al fin, comentó algo de forma sutil. Parecía ensimismado con alguna idea que revoloteaba en su mente.

-¿Cuál creen que es el motivo que mueve a Ambrose Wisner?

Hizo una de sus célebres pausas dramáticas.

-Wisner contactó con Galiano y supo persuadirle apelando a la venganza tras la muerte de su padre en la fábrica de municiones de Jacob Cornelisz. Las instrucciones que encontramos en South Ferry y la forma de hablar de los criminales me dio a entender que Wisner era el mandamás. Siempre ha estado fuera de nuestro radar... Hasta ahora. ¿Por qué querría Ambrose Wisner secuestrar al niño de los Cornelisz...?

Si algo se puede decir de Bennet es que es buen conductor, pues no en vano ha pasado largas horas y largos días recorriendo el país en carretera de mejorable estado, viajando a su Sacramento natal. Y es precisamente ese conocimiento de su vehículo el que le hace darse cuenta de que el motor está empezando a emitir un ruido y una vibración que no augura nada bueno. 

El vehículo va cargado hasta los topes de armas y pasajeros, y eso, unido a la pendiente que está empezando a tomar la carretera y al espeso y asqueroso barro que se está formando debido a la lluvia, hacen que el Ford B empiece a quejarse. El ruido no es muy fuerte, pero alguien acostumbrado a conducir ese trasto sabe que no debería estar ahí. Con un poco de suerte, todavía no sea tarde para echar un vistazo al motor.

Kennedy sigue a lo suyo, revisando notas de los días pasados, estructurando en su cabeza los textos del gran reportaje que cada vez es más claro que está por venir. Por su parte, Walker parece estar echándose una cabezada. Claramente, no pudo dormir mucho anoche.

Jamal, sin embargo, ha doblado el mapa de carreteras y lo ha dejado en el salpicadero, seguro ya de la ruta que deben tomar. Ajeno al extraño ruido del coche, mira por la ventana, observando el paisaje. Las escarpadas rocas que empiezan a dejarse ver por la zona erizan el vello de sus brazos y no puede evitar tener un presentimiento de que algo malo va a suceder. Entre la lluvia y el follaje de los árboles, cree distinguir a lo largo del camino algún que otro grabado con círculos parecido a los que ya se ha acostumbrado a ver estos días.

- Quién sabe qué motivos mueven a ese desgraciado - refunfuña el agente, quién conduce bastante relajado para ser alguien a quién han pegado varios tiros hace menos de medio día. Con el volante en una mano y el cigarro en otra, la brisa de tan estupendo día, William se siente con fuerzas renovadas. Al menos eso pensaba hasta que su preciado Ford empieza a quejarse. Con suma delicadeza, William para en la primera cuneta que ve y baja del coche -. Vamos a echarle un ojo.

Aunque conoce bien su coche, la verdad es que no entiende demasiado de motores en general. Cuándo abre el capó y todo lo que ve le suena a chino, William se asoma por la ventanilla del copiloto para dirigirse al resto del equipo.

- ¿Alguno de ustedes entiende de coches? - más una suplica que una pregunta.

Kennedy se gira hacia Bennet encogiéndose de hombros - Lo siento agente Bennet para mi la mecánica es como teoría de la relatividad desarrollada por Albert Einstein!!!

Visto que, aún sabiendo entre poco y nada, Bennet es el más ducho en mecánica de los tres, coge las herramientas y trata de apretar unas tuercas por la zona que parece más caliente. Un poco de fuerza por aquí, unos golpes por allá y, tras tratar de arrancarlo de nuevo, parece que ya está arreglado ¡Ja!

- ¿Alguno de ustedes entiende de coches? - más una suplica que una pregunta.

-Iba a decirte que estabas mirando el maletero...-, deslizó Jamal con sarcasmo bajándose del coche para estirar las piernas. -Pero parece que has dado con la tecla. ¿El sueldo de la Oficina de Información sólo da para un coche de segunda mano, Will?-. Un poco de humor para olvidar la pesadilla y para relajar la tensión le vendría bien al doctor. De hecho, les vendría bien a todos.

-¿Se encuentra bien, profesora Walker? La veo muy cansada. Tenga-. Jamal extrajo de su maletín lo que parecía un sobre con hojas de té. -Ginseng. Tómelo con agua o leche. Se sentirá revitalizada.

- ¿Segunda? - se ríe William mientras se seca el sudor de la frente y cierra el capó - Eso sería un lujo.

20 de mayo de 1934, 11:33 - Shavertown, estado de Nueva York

Con el coche arreglado, seguís vuestro periplo por la montañosa carretera hasta llegar a un valle, donde parece que los altibajos del camino dejan de ser tan frecuentes. Siguiendo el transcurso de un pequeño afluente del río Delaware, vislumbráis entre las copas de los árboles lo que parece la torre de una iglesia. Si el mapa de carreteras está en lo cierto -y fue editado este mismo año, pues al agente Bennet le gusta renovarlo lo más que puede-, habéis llegado a Shavertown.

Shavertown es un pueblo que claramente ha vivido tiempos mejores, convertido ahora en no más que un amasijo de cabañas y casas que necesitan más de una reforma. Claramente, una villa en decadencia que nunca jamás recibe una visita. Al pasar con el coche por algunas de las desperdigadas casas y notáis más de una mirada sospechosa a través de las ventanas.

Dejando atrás un pequeño aserradero, aparcáis en lo que parece el centro del pueblo, por decirlo de alguna manera. Uno de los edificios parece la oficina de correos. Otro de ellos, el ayuntamiento. Indudablemente, otro de ellos es la iglesia. El resto, parecen simples viviendas.

-Con razón decían que este pueblo destaca por la simpatía de sus habitantes...-, comentó Jamal mientras se bajaba el automóvil. Desde luego, la mera estampa de Jamal en Shavertown era algo que rayaba la vista. Semejante profesional de la psiquiatría, la elegancia de ébano personificada, en un pueblucho lleno de cabañas con olor a madera recién cortada, era una antítesis de manual.

El doctor miró a su alrededor y localizó con rapidez el cabildo, la iglesia y la oficina de correos como edificios destacables. Su mente, siempre aguda, coligió con rapidez que podían sacar rédito de una visita al ayuntamiento para localizar el domicilio de Ambrose Wisner, si es que tenían la suerte de que estuviese censado allí. 

De otro lado, la oficina de correos podía tener alguna pista, toda vez que los secuestradores habían referido en la nota haber enviado un telegrama a Wisner. Valía la pena probar suerte.

-¿Qué les parece si investigamos el paradero de Wisner preguntando en el Ayuntamiento? Se me ocurre que otra opción podría ser preguntar en la estafeta de correos. ¿Recuerdan la mención al telegrama en la nota que encontramos en la caseta de los secuestradores, en South Ferry? Podrían recordar a Wisner...

-Gracias Dr.- digo con cara de sueño.

-Creo que al ayuntamiento podría ir yo, quizá pueda conseguir algo. Ya sabéis, se me da bien esto de la burocracia.- Miro a mis compañeros aún con cara de estar muy cansada esperando su contestación.

Cuando sea necesario gastar puntos de investigación, como por ejemplo Burocracia, pediré yo el gasto. En la mayoría de los casos basta con declarar que utilizas la habilidad realizando alguna acción concreta. Como ya he dicho, se valora más el roleo y desarrollo de acciones de personaje que gastar puntos en acciones etéreas.

Entráis a lo que parece ser el ayuntamiento del pueblo. No es nada espectacular, ni mucho menos. Se trata de un edificio de madera de dos plantas, decorado como un bar de cazadores. Algún que otro animal disecado, una bandera de Estados Unidos y un sencillo mostrador. A la derecha, unas escaleras que parecen llevar a la planta de arriba, donde presumiblemente esté el despacho del alcalde.

No hay nadie tras el mostrador en estos momentos y, a juzgar por la escasa cantidad de objetos encima de él, podríais decir que no ha habido nadie tras él en mucho tiempo, si es que ha llegado a haberlo alguna vez.

Cuando atravesáis el umbral de la puerta, las escaleras crujen y pronto aparece un hombre espigado, alto, con barba blanca y con más cara de trabajador que de político o figura pública. Viste un peto y una camisa de cuadros arremangada y os examina uno a uno, con la barbilla bien alta. Forasteros.

- Buenos días -gruñe tras observaros a los cuatro -. ¿Qué se les ha perdido por Shavertown? ¿Se han perdido? Sigan por la calle principal y pronto podrán incorporarse de nuevo a la carretera... -sugiere con desgana.

-Buenos días-, replicó en tono diplomático el alienista. -A decir verdad, estamos buscando la casa del señor Wisner. Ambrose Wisner. Quizá usted le conozca. Soy el doctor Ahmad Jamal, su médico personal. Encantado de conocerle.

Jamal extendió su mano con intención de estrechársela al anciano de mirada hostil.

-Esta visita es de todo punto extraordinaria. El señor Wisner siempre me ha visitado en mi consulta de Nueva York. Al menos, hasta ahora. Ayer recibí un telegrama urgente del señor Wisner solicitándome que acudiese lo antes posible a la localidad de Shavertown, donde nos encontraríamos. No especificó el lugar de reunión. Es por esto que he recurrido al Ayuntamiento en primer lugar. ¿Podría usted ayudarme a localizarle?

William ya estaba echando mano de la placa cuando oye la bienvenida sarta de trolas que suelta Jamal. De esta manera, en lugar de la placa, el agente coge un cigarro y, tras encenderlo, le da una larga calada, dando un par de paso atrás y observado con atención el lugar dónde se encuentra.

- ¿Doctor? ¿Usted? -repite con cierta incredulidad y escaneando de nuevo a Jamal, tratando de no hacer ningún comentario sobre su color de piel-. No sabía yo que el hijo de Martha tuviese un médico personal de Nueva York -se burla, riéndose a carcajadas y dejando entrever unos dientes de oro-. Lamento decirle que el chico de los Wisner se marchó hace unos meses a la ciudad y todavía no ha vuelto, así que, si son tan amables y no quieren nada más de Shavertown, pueden marcharse de mi pueblo por donde han venido. Muchas gracias, tengo... cosas que hacer.

Se enciende un gran puro y os hace un movimiento con él hacia la puerta, invitándoos a marcharos y recostándose contra el mostrador, receloso.

Manteniendo el rostro inexpresivo, Jamal entornó sus ojos rasgados ante el velado racismo que amenazaba con escaparse de labios de aquel anciano huraño y gris.

-Lamento decirle que yo también he dudado de que usted sea el alcalde. Las apariencias engañan. A veces-. Sonrió. Una sonrisa repleta de sarcasmo afroamericano. Quizás aquel vejestorio no lo captase.

-Gracias por su ayuda-, zanjó con suficiente cortesía para que no resultase un desplante, algo que, por otro lado, habría sido impropio del siempre elegante alienista.

Jamal se dirigió fuera del edificio sin intención de alargar la conversación con aquel xenófobo y examinó a los transeúntes. ¿Habría alguno que pudiera parecerle susceptible de un breve interrogatorio? El viejales le había dado un nombre útil: Martha. Martha Wisner. Si aún vivía la madre, quizás pudiera conseguir una localización de algún vecino cotilla.