Partida Rol por web

- ¡Toma hablar, alelada! -dice a la vez que la cerámica se rompe sobre la cabeza de la profesora.

La maldigo desde el suelo e intento levantarme con dificultad. Intento buscar algo con lo que ayudar a mis compañeros y tirarle la escopeta al suelo. Me duele todo el cuerpo.

Disparas al perro como buenamente puedes mientras notas sus dientes clavándose en tu piel. El animal emite un aullido de dolor y te suelta de forma inmediata, sangrando abundantemente del lomo. Se da media vuelta y, como si ya no existieras, se retira cojeando unos metros y finalmente se echa en el suelo, respirando pesadamente.

Cuando observas en la dirección en la que ha huido Wisner y te das cuenta de que ya no le ves, un nuevo disparo de escopeta proveniente de la casa te sobresalta.

Kennedy golpea al perro con su mano libre y éste suelta su brazo izquierdo, retrocediendo un poco. Sin embargo, parece que el golpe no sólo no le ha hecho casi nada, sino que ha servido para enfurecerle todavía más. Lanza otra rápida dentellada contra el periodista, pero éste consigue reaccionar a tiempo y esquiva al animal, recibiendo una herida superficial.

Walker consigue volver en sí y se hace con un ligero pero contundente perchero de madera, que utiliza para atizar con fuerza a la anciana mujer. Una imagen, a todas luces, poco ética. Sin embargo, parece que el perchero pesa demasiado y no consigue moverse lo suficientemente rápido como para acertar a Martha.

Martha mira alrededor y ve que la situación no pinta del todo bien para ella: unos extraños han irrumpido en su casa con violencia, su hijo ha huido con un niño robado, un señor con bigote ha disparado un escopetazo a su perro y a ella le han intentando golpear con su propio perchero. ¡Habrase visto!

Sin pensárselo más, la anciana emprende la huida hacia el mismo sitio por donde ha salido su hijo Ambrose: la trampilla.

El doctor J. se levantó aún temblando por el ataque del cánido. Su brazo ardía como el infierno. Se quitó la chaqueta, ahora destrozada; se aflojó el nudo de la corbata, arremangóse la camisa hecha un mar de arrugas y sembrada de manchas de sudor, sangre y tierra mojada; agarró su rifle y, tras inspirar un instante para calmarse, comprobó que no había ni rastro de Wisner o el niño. A unos metros atrás, entre la maleza, se vislumbraba la forma de la casa de la que provenían los disparos, a buen seguro la misma casa en la que habían tratado de apresar al secuestrador.

Tuvo el pálpito de que sus compañeros le necesitaban y de que él solo no iba a tener nada fácil rastrear a Wisner en aquella espesura, así que confiando en llegar a tiempo, decidió avanzar hacia la casa con rápidas zancadas, el rifle dispuesto y evitando mirar de soslayo al Rottweiler que casi le destroza el brazo.

Suerte que Jamal no era cirujano.

Kennedy intuye que si se pone a perseguir a Martha Wisner el perro seguro que lo atacara pensando que su presa esta huyendo, Kennedy sabe que tiene que ser más preciso en su próximo envite, esta vez el periodista cierra los puños para no dejar sus dedos expuestos a las mordidas del animal al mismo tiempo que los pega a su pecho, esta vez Kennedy va a mantener al animal alejado utilizando sus piernas, intentando golpear la traquea del animal si es posible.

Al mismo tiempo el periodista da un grito para advertir a sus compañeros de sus intenciones - Agentes ocupense de la señora, no la dejen escapar, yo intentaré mantener ocupado al perro!!!

Aunque William se dispone a seguir a la anciana, al ver que Kennedy se encuentra en apuros, el agente le hace un gesto a la señorita Walker para que sea ella quien inicie la persecución.

Sin perder más tiempo, y sin dejar que los remordimientos que conllevan atacar a un animal tan noble, dispuesto a dar la vida por su dueña, William encañona al perro restante y aprieta el gatillo.

Jamal irrumpe en la cabaña de los Wisner con el rifle por delante. La imagen es para sorprenderse, pues poco queda del pulcro y siempre correcto doctor que desapareció por el túnel subterráneo minutos atrás. Sin chaqueta, con la camisa rasgada y llena de sudor, de sangre, de tierra y sólo Dios sabe de qué más. Con verle, casi da la sensación de que el tiempo no ha pasado igual para él y ha tenido que sobrevivir durante días en el bosque por su cuenta, cazando sus propios animales y bebiendo su propia orina.

El panorama que se encuentra el doctor al llegar a la cabaña es cuanto menos, pintoresco. Kennedy trata de quitarse a golpes a uno de los perros a puñetazo limpio. El animal se desestabiliza y sólo le da tiempo de ver el mostacho del bueno de William "Doggocrusher" Bennet detrás de una escopeta volándole los sesos. Las entrañas del perro salpican la pared y, por qué no, la ya asquerosa vestimental del nuevo Jamal.

Unos metros más allá, Walker observa la escena empuñando un gran perchero de madera y os advierte, algo petrificada por la situación, de que Martha Wisner, la escurridiza señora mayor, se está escapando por la trampilla mágica que convirtió al doctor en un hombre.

¿Por qué llevaba Jamal su corbata anudada en la frente como si fuera un guerrillero de la jungla al entrar en la casa?

Era una pregunta razonable; pero nadie lo llegó a saber.

Desde entonces le llamaron Jamal, El Sucio.

Cuando el doctor J. -ahora erigido en una especie de ejército de un solo hombre bañado en sangre, sudor, pero nunca, nunca, lágrimas- apareció por el umbral de la puerta de la casa justo para ser duchado en sesos de Rottweiler, el alienista no pareció ni inmutarse. Así de fría era la sangre de Ahmad Jamal llegado ese dramático instante de aquel embrollo plagado de secuestros, círculos concéntricos, asesinos submarinos, alcaldes racistas y púgiles de dudosa moral. 

Hombre negro. Infierno blanco.

Se retiró un trozo de lóbulo occipital del malogrado can de la mejilla y señaló a Will con gesto imperturbable.

-A bocajarro no puntúa, Will-.

Aún le quedaba mecha para soltarle una vacilada a su buen amigo, el fumeta William Bennet.

Miró a Kennedy, su marine a media jornada en el New York Times.

-Buen derechazo, muchacho-, dijo mientras le ayudaba a levantarse. -Y usted, profesora, ¿se encuentra... bien?-. Había que reconocerlo: enfrentarse a unos sabuesos con una percha parecía sólo apto para la intrépida Megan Walker. Cuando esta advirtió que la vieja señora Wisner estaba tratando de escabullirse, meritorio, teniendo en cuenta el placaje que había recibido de Kennedy unos minutos antes.

Jamal dirigó una mirada fría, más propia de un depredador felino bañado en ébano, hacia la trampilla y soltó una frase lapidaria, un one liner de manual:

-No bajo mi guardia-.

La anciana iba a tener que responder a las preguntas de un renovado y endurecido Doctor Jamal...

Que Dios la cogiese confesada.

William se alegra de ver a Jamal de una pieza. Una ensangrentada y enmugrecida pieza.

Apartando el rifle de lo que hace un momento era un perro rabioso, el lo sujeta con una mano mientras con la otra echa mano de su estuche. Quería un cigarro. Necesitaba un cigarro. Pero el estuche estaba vacío. ¿Acaso el día podía ponerse peor?

Con un suspiro de resignación, y tras evaluar el estado del doctor, William se dirige a este con voz grave.

- ¿Dónde está Ambrose, Jamal? Tiene al chico. - sentencia, confirmando lo que su amigo seguramente ya sepa.

El doctor se detiene junto a la puerta que da a la sala con la trampilla. Gira levemente el cuello. Mirada de soslayo. Los ojos rasgados de Jamal se posan en Will.

-Ha escapado por el bosque. La casa tiene un túnel subterráneo con una salida a unos ciento cincuenta metros. Le alcanzaremos. Te lo juro.

El doctor no concibe el fracaso. Sabe que la madre de Wisner está compinchada con él. Tiene que estarlo. Ahora confesará.

El doctor placa a la mujer, que bien podría ser su madre, con una fuerza desmesurada. El sonido del crujir de la cadera hace acto de presencia y Martha suelta un gruñido que pronto se convierte en risita.

- Ya es demasiado tarde, necios -dice tendida en el suelo, antes de que sus palabras se conviertan en tos-. Ambrose ya les habrá entregado a ese demonio. Ese niño es un peligro, ¡una aberración!

Pone tanta pasión en sus palabras que empieza a sufrir otro ataque de tos y le empieza a faltar el aire.

-¿Dónde está su hijo? Responda, Martha. ¿A dónde ha llevado a Adam? ¿A quiénes va a entregarlo?-. El doctor hablaba con fría calma mientras colocaba a Martha Wisner junto a una pared y buscaba un vaso de agua para calmarle la tos.

-¿Un demonio? ¿Qué quiere decir?  ¡Por Dios! ¡Se trata de un niño, maldita sea! ¿Va a dejar que le hagan daño, Martha? ¿Me está diciendo que no va a hacer nada por evitar que ese pequeño sufra?

¿Dónde está su hijo? Responda, Martha. ¿A dónde ha llevado a Adam? ¿A quiénes va a entregarlo?-

- Ambrose ya estará con los maestros -dice entre toses-. Ay, mi querido Ambrose, que ha conseguido completar la tarea, qué orgullosa estoy de él.

-¿Un demonio? ¿Qué quiere decir?  ¡Por Dios! ¡Se trata de un niño, maldita sea! ¿Va a dejar que le hagan daño, Martha? ¿Me está diciendo que no va a hacer nada por evitar que ese pequeño sufra?

- Ese niño no es un niño, ¿no lo ven? ¡Es su destino! ¡Es su destino! ¡No puede terminar de otra forma! ¡Los maestros se encargarán!

Todavía en el suelo, Martha sigue con su violento ataque de tos, esputando sangre esta vez y tratando de coger aire con todas sus fuerzas. Trata de levantarse, pero el dolor en la cadera se lo impide, y veis un relámpago de dolor en su rostro cuando trata de incorporarse.

- Irse de una vez de mi casa, dejad a esta vieja morir tranquila...