El hombre lagarto asintió.

-Si, nosotros usamos barcas para llegar. Pero no creo que seais capaces de acercaros siquiera, pieles suaves-les respondió el hombre lagarto-. Habeis matado a mis amigos. Matadme o dejadme ir, no se que intentais pero no os saldreis con la vuestra.

El guerrero no tenía miedo a enfrentarse con un ejército entero, que era lo que parecía esperarles en el castillo, pero caminar a través de aquel apestoso pantano lleno de insectos que se metían dentro de las corazas y luego era imposible sacarlos... Eso era bien distinto. 

- A nosotros nos hace tan poca gracia estar aquí como a ti. ¿Qué tal si llegamos a un acuerdo para que todos ganemos algo de este desagradable encuentro? Tú querrás tu libertad y que os dejemos en paz, nosotros solo queremos saber a dónde lleváis esa mercancía y para quién trabajáis.

Abdali se imaginaba lo peor. En los cofres sabía que había muchos tesoros robados y ¿quién querría acumular tesoros en un pantano si no era un dragón de esos negros o verdes?¿ Sería el amo de esos hombres-lagarto algún tipo de dragón?

- Seguro que hay algo que podamos hacer por vosotros. ¿Estáis contentos con vuestros amos?

-Ya os he dicho que llevamos el tesoro del culto al castillo Naerytar, a dos días de camino-respondió el hombre lagarto con desprecio-. Allí los pieles suaves del culto, junto con esos asquerosos sapos, tratan de hacer regresar a la reina dragón y vosotros no podréis hacer nada para impedirlo jajaja-rió cruel-. ¿Amos? No, les ayudamos para que nos devuelvan a la madre de todos los dragones, pero mi tribu somos libres-dijo con resquemor.

El cielo, oscuro, comenzaba a tornarse gris. Hacía mucho frío y la humedad no ayudaba en absoluto. No debía quedar mas de una hora antes de que los rayos del  sol empezasen a iluminar el lugar y, aún así, el grupo podía sentirse inquieto. La oscuridad al otro lado de los árboles era profunda y daba una sensación de que cualquier cosa, cualquier terrible criatura, podría estar observandoles...

Tras la contestación del lagarto Endozal comenzó a otear la ubicación del rio para buscar las barcas pero ninguno de sus compañeros le hizo caso, por el momento. Por lo que se adelantó un poco para coger la antorcha de la columna, no sólo para iluminar sino para tener algo más de calor a su alrededor y espero a que los demás se decidiesen para moverse.

- Les llevamos ventaja pero el tiempo apremia.

—Entonces no hay mucho más que hablar —dijo, casi mecánicamente. Se cambió ligeramente de postura para rodear con su brazo el frágil cuello del hombre lagarto e hizo presión en una posición antinatural. A propósito, no le miró mientras hacía fuerza para rompérselo, sino que miró a la nada, como esperando que de repente surgiera algún enemigo. Era una manera de alejarse de lo que estaba haciendo. El sonido del hueso al romperse, y la ligereza del cuerpo del hombre lagarto, le dejaron claro que su vida se acababa de escapar. Lo dejó suavemente junto a su compañero caído y se reunió con sus compañeros—. Ya habéis oído a Endozal, el tiempo apremia.

Airic se quedó pensativo, hurgando en su propia mente. Algo de lo que había dicho el lagarto le hacía mucho ruido y no le gustaba para nada.
Pensaba en la Reina Dragón, de donde le sonaba. Y de repente una vieja canción olvidada que el bardo de su familia solía cantar le vino a la mente. "Tiamat" pensó para sus adentros. Al hombre le había dado mucha curiosidad de joven cuando por primera vez escuchó algo sobre ella, y por gusto, había indagado en libros.
La diosa de los dragones malignos, Una gran Sierpe con 5 cabezas una de cada color. hacerla regresar?, habrá querido referirse a traerla a este mundo?
-Como van a traer a Tiamat...- El final de la pregunta coincidió con un fuerte crujido del cuello del lagarto.-Diablos!.
-Lo que acaba de decir esta criatura perece una locura, pero hay indicios que me llevarían a pensar que puede no ser tan descabellado- Comentó Airic- La reina dragón, Tiamat, su nombre, es la diosa de los dragones malignos. Con una causa así, no me sorprende que el culto del dragón obtenga ayuda de semidragones y hasta dragones auténticos-Airic hablaba con mucha seriedad- Aquí se esta gestando algo muy muy grande, me temo. Y no sería la primera vez que los dioses caminen por estas tierras- Dijo recordando leyendas de la era de los trastornos.

Sacudió la cabeza tratando de no pensar en lo que acababa de decir- Es cierto, hay que moverse, andando.

- Bien pues, adelante.- El guerrero se dispuso a seguir a sus compañeros.

Tras el asesinato de aquel hombre lagarto por parte de Égida el grupo se puso en marcha. La idea de que el culto del dragón intentase despertar a la reina de todos los dragones, que en el pasado estuvo a punto de arrasar con los Reinos Olvidados, los había inquietado. Aún recordaban el encuentro, hacía ya muchos meses, con aquel dragón azul en Nidoverde. Desde luego aquello era un asunto tan serio como peligroso.

Los cuatro aventureros se prepararon y comenzaron a caminar a través de la enredada marisma. El terreno del estero era de todo menos seco. Incluso en "tierra firme" el suelo estaba empapado, con pequeños charcos de agua. El olor de la misma apestaba a agua estancada y los insectos se arremolinaban a su alrededor, con un zumbido molesto. Los hombres lagarto que debían llevar el contrabando del culto a sus espaldas a lo largo de esta parte del camino dejaban huellas en el barro que podían verse claramente. Gran parte de la ruta era a través de sucia agua fría que les cubría hasta las rodillas y les calaba hasta los huesos. Podían ver que en aquellos tramos había marcas para no perderse grabadas en los árboles.

Pero había algo más allí. Algo que no podían ver, era una sensación más bien. La sensación de ser observados por algo o por alguien, como si fueran ratones en una jaula. Quizás porque sabían que en aquel terreno maldito les aguardaba el peligro, o quizás no estuviesen tan solos como pensaban. 

Notaba cómo el agua se filtraba a través de las rendijas de su armadura para luego salir de nuevo, sintiendo cómo esas partículas de fango y suciedad se quedaban dentro. De repente, se sintió terriblemente sucio y sólo quería terminar todo aquello para purificar todo con fuego. No le pasó desapercibido las miradas de sus compañeros tras haber ejecutado al hombre lagarto, pero no veía diferencia entre lo que había hecho y saltar sobre enemigos espada en mano. Al menos, el último no sufrió a causa de las heridas. ¿Habría pensado Draenna igual? ¿Qué será de ella?

—Propongo seguir su camino, aunque habrá que estar atentos a atalayas y puestos de control —sugirió, señalando alrededor—. No quisiera caer en una zona profunda en medio de este lugar.

Lo que Airic les había contado mantuvo a Endozal apesadumbrado. ¿Qué iban a hacer ellos si el culto apuntaba a algo tan alto? Estaban siguiendo un rastro, pero como esté debía de haber miles por todo el continente y sobre todo, más dragones. Sumado a ello la humedad del lugar y el hedor que había. Estaba calado entero y la ropa se le pegaba, pero ahora no podían parar. Tenían que seguir adelante y seguir el rastro de los lagartos para llegar a dónde quieran que trasladaran aquellos tesoros.

Sentía unos ojos clavados sobre él constantemente pero por más que miraba a un lado y a otro no terminaba de ver nada relevante.

- El rastro es fácil de seguir por ahora. Sigamos por dónde ellos iban. Habran echo este camino muchas veces y puede que sea el más seguro. le respondió a Égida.

Los compañeros tenían razón; ya no se podía hacer otra cosa que continuar.

Después de comprobar, una vez más, que no le se hubiera metido ninguna sanguijuela por los calzones, asintió y siguió los pasos de Endozal, que era el que parecía tener más habilidad para moverse.

Airic estaba de acuerdo con Égida y Endozal. Por mas que seguir las huellas probablemente los volvería presa fácil de mas lagarto, salirse del "camino" era todavía mas peligroso. Ya habían visto lo que esperaba en el pantano, y era mejor no llamar la atención.
Asintió a las palabras de sus compañeros y se pusieron en marcha siguiendo las huellas

Los cuatro aventureros continuaron la marcha siguiendo el camino de los hombres lagarto. Pero algo no iba bien.

Ahí, en el pantano, entre las turbias aguas y las sombras oscuras de los árboles había una sombra más densa. Una sombra enorme que les miraba acechante. De vez en cuando parecía que se movía a su alrededor, como un cazador jugando con su presa. Hasta que finalmente los cuatro pararon la marcha. No eran imaginaciones suyas, había algo ahí. Una negrura de ojos brillantes que los seguía y observaba.

Una voz atronadora surgió a su alrededor, como si les envolviera. El grupo se preparó y sacó sus armas, pero la voz rió con fuerza, tanta que el suelo tembló bajo sus pies.

Aquella criatura parecía inmensa, pero Égida se temía que todo fuera un artificio, un engaño. Algo que les intentara hacer perder la razón. Como había hecho antes en el pasado, intentó discernir si allí había magia u encantamiento involucrado. Y si sólo es carne y hueso... 

Todos habían percibido que algo se movía a su alrededor pero eran incapaces de verlo. Según avanzanban la inquietud de Endozal aumentaba hasta que oyó una voz atronadora resonando en el lugar el que estaban. Sacó su arma y se preparó para lo peor. La potencia de la voz le recordaba al dragón azul que habían dejado atrás.

- ¿Quién está ahí? preguntó asustadizo. - ¡Muéstrate!

Airic desenvainó su espada al mismo tiempo que Endozal sacaba sus armas.
-He sentido el frío toda mi vida- Respondió Altivo- Pero la gente de la costa de la espada no se amedrenta con una brisa. Quien eres?- Preguntó

Abdali separó las piernas para equilibrarse y que el movimiento del suelo no le hiciera caer, mientras empuñaba el espadón a dos manos, dispuesto a atacar al primero que saliera a su encuentro.

O se trataba de una criatura tan grande como una Tarrasca o de un mago haciendo cosas de mago. Ninguna de las dos opciones era apetecible en aquellos momentos.

Una carcajada resonó entre los árboles, tan fuerte que parecía venir de todas partes. Después vieron algo, una sombra moverse en la oscuridad bajo los árboles a un lado del camino. Algo se acababa de meter bajo el agua y se acercaba a ellos rápidamente. Podían notar el agua, que ahora les llegaba casi por las rodillas, moverse turbio bajo ellos. Égida trató de ver si aquello era mágico, pero el problema es que el propio pantano había sido creado mágicamente con la muerte del dios Mirkul* y todo irradiaba mágia a su alrededor, pero fuera lo que fuera esa cosa parecía muy real. Y no tardaron en descubrir lo que era. 

Apenas unos segundos después una enorme cabeza emergió del agua a pocos metros de ellos. Una figura negra, con las escamas relucientes por el agua, con los ojos brillantes llenos de maldad, los dientes afilados y un vapor verdoso emanando de sus fauces. Era tan grande que podría haberlos devorado de una sentada y observaba divertido los rostros estupefactos de los aventureros.

¿Una brisa dicess? No sabess de lo que hablass. Yo ssoy la Muerte Negra. Quien resspira el vapor venenosso y sse alimenta del miedo. Yo ssoy Voaraghamanthar el negro. Y vosotros, humanos, esstais perdidoss en esste pantano y ni ssiquiera ssoiss capacess de reconocer la caricia de la muerte. ¿Qué oss ha hecho buscar vuesstra perdición?

El enorme dragón negro, cuyo cuerpo ni siquiera había sacado del todo del agua, era enorme e imponente. Su cola se movía formando hondas en el agua lo que levantaba un olor aún más nauseabundo en el pantano. A su alrededor, los sonidos de la fauna había enmudecido. Se encontraban ante un dragón y mucho más cerca de lo que ninguno de ellos hubiese deseado jamás.

No tardó en desvelarse qué era lo que les acechaba y los temores de Endozal se acrecentaron al ver a aquella peligrosa criatura acercarse a ellos. Su cara se desfiguró un tanto horrorizado y dio unos pasos atrás temeroso. No parecía que fuera a atacarles pero contemplar a aquella criatura era superior a lo que el cocinero podía aguantar por el momento.

Muerte negra se llamaba y aquel nombre se quedó impregnado en el cerebro del joven.