Partida Rol por web

La norteña, como de costumbre, miraba a unos y otros, algo mosqueada, con gesto serio y de brazos cruzados, sin entender nada. Unos se acusaban, otros se defendían, pero ahí lo único que tenía medio claro era que ella misma y el resto de sus camaradas no habían matado a nadie. Por otro lado, si el hombre-perro-lobo-lo que fuera decía la verdad, y así parecía ser, el tampoco había tenido nada que ver pues estaba más preocupado, por no decir celoso, en otros temas.

- Osea... Yo venirrrr a taberrrrna con mios camarrrradas a beberrrrr y comerrrrr y ¿ahorrrra rrrresultarrrrr que serrrrr culpa nuestrrrra muerrrrte de infelis? ¡No, no y nain! Yo no serrrrr asesina y mis camarrrradas tampoco. De buena gana yo misma matarrrr a hombrrrrre-perrrrro-lobo-lo que sea por atacarrrrnos a nosotrrrros, sea por selos de suya tetona u otrrrra cosa... Perrrrro de ninguna maniera asesinarrrr a nadie.... - Dijo de brazos cruzados y frunciendo el ceño.

Genann había optado por callar. En aquellas circunstancias era lo mejor que podía hacer. Bueno, eso y dormir aunque parecía que no iba a ser posible. Por lo que parecía, contaban con nueve horas por delante para encontrar a un asesino y salir bien librados del tema. Entrar en el juego de su relación con Gabrielle Aderre, Malocchio y la abuela que fumaba no les llevaría a ningún sitio.

-Errr, ¿no es mejor que nos centremos en lo importante? Lo que tenemos entre manos es un asesinato por envenenamiento, varias personas aparentemente interesadas en que ese joven muriera, es decir, un móvil, y la teoría de un asesino contratado que puede estar entre nosotros. Bien, ¿por qué no empezar por el principio? Nuestro compañero ha identificado el veneno y dijo que estaba o bien en la comida y o en la bebida. ¿Por qué no comprobarlo? ¿Quién sirvió la comida o la bebida? -preguntó-. Y Sapo, ese musgo del yo que mencionaste, ¿es líquido, en polvo? Y dijiste que tarda un minuto en hacer efecto. ¿Se acababa de servir o ya llevaba un tiempo comiendo y bebiendo y alguien vertió ese veneno en lo que consumía? ¿Quiénes estaban más cerc ade él?

El ostiazo de Quiora al señorito Blanch no se dejó esperar. Si no era el padre de Malocchio no les servía de nada y tampoco habría que aguantarle de forma alguna.

Le habría matado, sacrificado como a un perro rabioso, pero pensar en que le cayera una maldición vistani por parte de su amante bruja (o de su hija que seguro saldría bruja también), frenó el hacha.

No digas sandeces o te corto la cabeza aquí mismo y reducimos el número de sospechosos para que el señor Comandante resuelva el caso lo antes posible- increpó al magullado noble.

En realidad que Wahrmer estuviese dispuesto a dejarles marchar cuando salieran los barcos del puerto, calmó los ánimos de la guerrera.

Por qué no torturamos al de la capucha a ver si canta?- sugirió por ayudar, nada más.- Bueno o buscamos el frasco de veneno en las pertenencias de cada uno?

Un registro de lo que llevasen los sospechosos podría ser esclarecedor.

Los demás estaban llevando el peso del interrogatorio, por mucho que dijera el noble, el era un licántropo y Malochio también, no podía negar su herencia en ese aspecto, pero de momento estaría más atento a las reacciones de los demás para intentar detectar algún gesto que les delatara.

Tras la respuesta del licántropo Sapo se quedó ensimismado en sus cálculos acerca de si había resuelto el misterio de la paternidad de Malocchio Aderre.  Ingenuo él no veía el problema en las acusaciones que les vertía cómo respuesta a su insolente pregunta. Todavía quedaba gente por presentarse, como el hombre encapuchado, así que había muchas incógnitas. Necesitaban algunos datos más, entre otros los que proponía el druida. Otro asunto que le había llamado la atención era que las dos mujeres, la que había sido encerrada y la de los cabellos rojos, defendían la inocencia del Doctor Vardeau. El asesino de Lord Von Brausch bien podía seguir libre y ser el mismo que había envenenado al joven noble en la posada.

El cachete amistoso de Quiora dejó inconsciente a Matton Blanchard.

La comida y la bebida son cosa mía en la cocina, y lo ponen en la mesa mis sirvientes invisibles, pero si insinuan que yo haya tenido algo que ver... Además, llevaba comiendo y bebiendo desde antes de mi actuación, el veneno no salió de mi cocina.

Uno de los dos guardias que acababan de entrar retorció a Curtis el brazo y lo tumbó sobre una de las mesas. Tras cachearlo, encontraron que llevaba unos polvos blancos en un sobre de papel.

Monic se acercó y se llevó con el índice unos cuantos gramos blancos a la lengua.

Mi padre me enseñó herboristería. Esto no es musgo del yo, es opio. La preparación es parecida: con un mortero se deshace la planta hasta conseguir grano. Ese grano se puede diluír en líquido o consumir en seco.

Sapo corroboró esa opinión. Otro de los guardias se acercó a cachear a Monic, pero ella se alejó.

¿Sería mucho pedir que me registrase otra mujer para así mantener algo de dignidad?

Yo lo haré, nos registraremos mutuamente.

Monic Vardeau no llevaba viales, pero su dinero era de acuñación extranjera: moneda de Barovia. También llevaba una carta firmada por el Doctor Vardeau y dirigida a Monic, en la que se notificaba su detención. No se hacía mención a Sir Stefan, solo que el Doctor Vardeau era invitado en la hacienda de Lord Von Brausch para curar al hijo del noble.

Valeria, a pesar de ser herborista, no tenía productos de su oficio con ella. Llevaba eso sí dos medallones, con dos símbolos distintos:

El símbolo sagrado de la izquierda es el de Hala, mi diosa. El de la derecha es del Dios Lobo. El medallón del Dios Lobo lo encontré en la hacienda del difunto Lord Von Brausch. Se supone que es el dios de los licántropos.

Al igual que las mujeres se registran entre sí, consideraría un desplante que me cachease otro que tuviese menor rango que yo. ¿Qué me dice, Comandante Credzu? ¿Nos rebuscamos en los bolsillos? Después de todo, como dice Genann, nosotros fuimos los más cercanos a él: estuvimos sentados con él toda la noche.

Credzu asintió y se dejó cachear por Wahrmer. Luego Wahrmer hizo lo mismo. Credzu llevaba unos dados de hueso como artilugio más exótico. Wahrmer llevaba una piedra de afilar, con un blasón cincelado en su superficie. El resto de objetos eran mundanos, incluídas sus bolsas de monedas.

Y ustedes podrían facilitarme las cosas-dijo al grupo de aventureros-. Entreguen sus armas a mis soldados hasta que se aclare el tema de su relación con Gabrielle Aderre. Alguien que lleva orgulloso la medalla de Invidia colabora con la Ley y el Orden.

El comandante Credzu registró al inconsciente Matton. Sus bolsillos estaban vacíos, como si se acabase de vestir. Solo faltaba el encapuchado...

Ahora tú, chico. No me lo pongas difícil...-empezó a cachearlo-¿Qué es esto? Hay ropa que te queda ceñida, con una talla más pequeña a la que debería, y otra te queda ancha... Tiene algunas monedas, pero ni siquiera las lleva en una bolsa de oro, como las personas normales. Es un vagabundo. Usa la ropa de otros y el poco dinero que lleva se lo gasta en alcohol, ¿me equivoco, chico?

Poco importaba si los soldados del exterior lo encontraron en el carruaje de los establos, o si ellos llevaban la jaula consigo: al final Gorro Rojo fue descubierto.

¿Qué diablos es esto...?

Wahmer golpeó los barrotes haciendo que la fata despertase. El Gorro Rojo farfulló en silvano las mismas incoherencias que podría soltar cualquiera al despertar. Eso ayudó a verle más como un animal enjaulado que como a un ser inteligente.

Ya lo he visto todo.

Mientras Sapo usó una servilleta para decantar el vino de la copa de Sir Stefan. Cuando el vino se filtró entre las hebras de tela, quedó un polvo parduzco: musgo del yo. Usando otra servilleta de abanico, un poco de ese mismo polvo se levantó sobre las verduras del plato de la víctima. Tanto la copa como la comida habían sido envenenadas.

Menon no era la persona más atenta del mundo, pero le llamó la atención un pequeño movimiento en la mano, casi imperceptible, un tembleque que delataba al posadero como consumidor habitual de drogas. Un adicto al opio.

Los sospechosos se estuvieron registrando, que el encapuchado tuviera la ropa ceñida lo mismo era para no hacer ruido al moverse, pero tampoco era un experto en esos menesteres, pero mientras todos enseñaban sus cosas, las de la herborista llamaban bastante la atención, Menon vio algo que llamó su atención.

- El tabernero parece que tiene los temblores propios de los adicto, puede que no sea nada, o le implique en algo, pero alguien en su condición puede lanzar hechizos?- le comentó a su grupo.

Pero ya querían quitarles las armas de nuevo? Es que levantabas una piedra, girabas una esquina, cruzabas una acera, y te encontrabas un ladrón. Colaborar con la Ley y el Orden, justo lo que a Quiora le apetecía.

Pues te voy a decir yo a tí otra cosa- contestó la semiorca desafiante- no pienso soltar mi arma mientras el perro este siga respirando- señaló al durmiente licántropo-. Así que tienes dos opciones, o me la quitas tú mismo y te fías de las palabras del traidor amante de la bruja, o dejas el tema tranquilo y te ayudamos a terminar de buscar al asesino antes de regresar a Malocchio para completar nuestra misión para con él. Quizás se cabreé cuando le contemos cómo has interferido en sus asuntos urgentes por un simple noblecillo muerto.

Quiora no pensaba soltar su arma a estas alturas sin una buena razón.

- Esto irrrr mal en peorrrrr... Ahorrrrra fata inventarrrrr historrrrrria de que nosotrrrrrros asesiniarrrrr y así devolverrrrrrnos jugada.... - Dijo en voz baja el resto, echándose la mano a la cara.

Sapo era como si estuviera obsesionado con los licántropos. No le gustaban las infecciones porque eran enfermedades contagiosas, que se pegaban de unos a otros y eso para el era algo inaceptable, totalmente antihigiénico. Al ver el medallón que mostraba la seguidora de Hala no pudo más que intervenir para saciar su curiosidad.

- Cuando dices que lo encontraste en la hacienda del difunto Lord Von Brausch, ¿quieres decir que era propiedad del Lord y que lo robaste?- Preguntó inocentemente, sin querer acusar a la mujer de ladrona.- ¿O que crees que es algo que pudo dejarse el asesino?

Sus pesquisas sobre el veneno empleado para asesinar al noble daban sus frutos. Bebida y comida envenenada. Desde luego el tabernero tenía conocimientos para poder preparar dicho veneno, aunque eso no era una prueba irrefutable y a Sapo le gustaban las matemáticas, precisamente, porque eran irrefutables.

- Soy un gnomo pequeño e indefenso, pero no quiero ir por ahí sin armas, menos aún sin las de plata, puesto que hay un asesino suelto y un hombre lobo que nos persigue.

Alarico había seguido en silencio mientras las cosas, poco a poco, iban caldeándose. Finalmente suspiró, negando pesadamente para acto seguido mirar a los dos comandantes.

- Señores... más allá de las formas de mi compañera Qiora, lo cierto es que, como ya les dije y hemos acreditado, estamos realizando un servicio a favor de Malocchio Aderre. Obviamente, como suele ocurrir en estos casos, no es gusto ni placer del noble que sus asuntos, inquietudes, y cuestiones, sean de dominio público. Pero les puedo asegurar que todas las actuaciones que hemos realizado son bajo las órdenes de este, y que, desde luego, no tenemos nada que ver con este asesinato. Creo, comandante Wahrmer, que como hemos visto cuando este criminal maldito por la licantropía nos ha atacado, es más seguro para todos que tanto yo como mis compañeros sigamos armados. Y más cuando, convendréis conmigo, que somos los que menos probablemente tengamos que ver en este asesinato. 

Cuando Sapo continuó con sus pesquisas, el encapuchado saltó.

¡No! ¡El medallón no es de...! Yo... Esa bruja de Valeria miente. Estoy seguro de que no encontró el medallón del Dios Lobo en la Hacienda de Lord Von Brausch: ese símbolo sagrado no es ni de la víctima, ni de ninguno de los sirvientes de la casa, ni del asesino. No puedo explicarlo, pero no es verdad. Y si ella lo tiene y no lo encontró... significa que es porque es suyo.

Chico... No sabes lo que estás diciendo. ¿Te vas a implicar de ese modo? Eso significa que quizás debiera llamarte... Marcellus Von Brausch, hijo del difunto Lord Von Brausch.

La historia volvía a repetirse. De igual modo que Sapo y Matton se autodelataron por hablar más de la cuenta, Valeria y Marcellus estaban haciendo lo mismo.

¡Basta! ¡Callaos! ¡Silencio todo el mundo!

Wahrmer hervía de rabia y ya no reaccionaba a su alrededor. Quiora le estaba amenazando, y lo hacía delante de sus hombres, minando su autoridad. Avanzó dos pasos y elevó la barbilla para mirar a la semiorca directamente a los ojos.

Depondrás tus armas, maldito cagarruto verde, o sino no saldrás viva de esta posada.

Ni el Comandante intimidaba a Quiora ni Quiora intimidaba al Comandante. Las palabras de Alarico calmaron un poco los ánimos. Wahrmer seguía enojado, pero cedió un poco en sus pretensiones.

Está bien. Solo la semiorca, el resto podéis mantener vuestras armas. Y no se las confiscaré, tan solo tendrá que dejarlas todas encima de una de las mesas.

- Quiora, por favor, se que no te apetece... pero para evitar tener que pelear innecesariamente, ¿puedes dejar las armas sobre la mesa? Luego las recogerás. Y al estar sobre la mesa, si las necesitas para luchar, podrás cogerlas, ¿de acuerdo?- miró a la semiorca, sabiendo la poca gracia que le debían estar haciendo sus palabras, pero era necesario. Esperaba que la confianza que ambos habían mostrado en el viaje en varios momentos fuera suficiente. Las posibilidades estaban en su contra si tenían que enfrentarse a todos los soldados de la maldita ciudad. Por no decir que si eso ocurría estaban completamente muertos.

Nada más terminar de hablar miró los medallones, con curiosidad, tratando de recordar lo que sabía de ambos dioses.

- Creo que tanto Marcellus Von Brausch como Valeria Ieleni deben ser interrogados más concienzudamente. Al igual que nuestro hombre lobo y que Curtis Álamo. ¿Alguno tiene la capacidad de determinar si los polvos que llevaba era el veneno que se ha usado para matar a Sir Stefan?

Estaba claro que lo mejor era mantenerse en un discreto segundo plano y estar calladito porque a la que uno apenas carraspeaba le caía algo y lo que le caía no era bueno. Además, todo parecía estarse complicando con la aparición de nuevas identidades, nuevas e inquietantes acusaciones y demás zarandajas.

En medio de todo aquello, el druida se sentía bastante tonto. Estba en aquella tierra de nadie donde lo mejor era recibir órdenes y no tener iniciativas, porque le faltaba la brillantez de una rápida inteligencia sin alcanzar el sopor mental de las hembras del grupo.

Así que a falta de otros estímulos, se acercó a la fata. Estaba preocupado por su salud, pese a todo y pese a todos. De buen grado lo hubiera sacado de aquella jaula y si no fuera por la urgencia de su misión y las predicciones de la vieja vistana, lo dejaría libre.

-Hola, Gorro Rojo -le dijo en silvano y en voz muy baja-. ¿Qué tal estás? ¿Hay algo que pueda hacer por ti? ¿Traerte agua o algo de comida? ¿Cómo van tus heridas? -los murmullos parecían los propios de alguien que hablara con su mascota-. Parece que, una vez más, estamos en un lío. ¿Llegaste a ver u oír algo?