Partida Rol por web

Devolverle el raciocinio a Flame no parecía haberle devuelto la cordura; decepcionante. Tampoco su dedicación a Sunny parecía ayudar a la pequeña a recuperar la consciencia y encima el nuevo estado de libertad de movimiento de Thimaz había mermado su arrojo. Alice y Onfale, tampoco estaban poniendo mucho empeño con acabar con la sublevación de sus conjuros.

Leiath se estaba poniendo roja, y esta vez del cabreo que se le estaba acumulando ante tanta ineptitud. Además, las teorías de los demás locos sobre lo que podía estar pasando en aquel lugar parecían bastante sólidas y escalofriantes al mismo tiempo, y no ayudaban en absoluto a calmar los ánimos.

Es que nadie va a hacer nada!?- exclamó exasperada.

Thimaz, Flame! Coged una maldita arma y atacad a esas cosas! No sabemos realmente si caerán con magia solo si no lo probamos como es debido! Nada de esconderse detrás de las faldas de nadie, me oyes?!- espantó al enano de su vera, instigandole a que atacara a los hechizos vivientes.

La bruja tampoco se quedó quieta, sacó la honda que llevaba en su bolsa y probó a darles con la bala ácida que había encontrado por ahí tirada.

- Somos un Aquelarre, bonita...- El eunuco hinchaba el pecho como un palomo dispuesto a pavonearse un poco delante de Isabella cuando los conjuros vivientes volvieron a entrar en acción. Imediatamente se puso en guardia y supo cuál sería su objetivo: el conjuro de grasa.

- Aire, tú a por los de fuego.- El perfumista desenfundó con delicadeza, pero gran velocidad, su estoque y se lanzó a por el limo grasiento.

Apartad la voz de Aire se volvió oscura, igual que sus ojos. Dio un paso al frente y se colocó delante de todos ellos, levantando las manos, apuntando a los conjuros de Alice y Onfale. No parecía del todo preocupante, salvo que la magia oculta de ese lugar pudiese complicar la situación hasta puntos insospechados.

Quizá empiece a hacer frío aquí, no me culpéis por ello Unas partículas blanquecinas empezaron a revolotear entre los dedos de Aire. Al principio se movían lentos, pero no tardaron en adquirir velocidad. A medida que esto sucedía, más partículas iban apareciendo, y una especie de borrasca negra se formó en sus manos. Aire tiñó su rostro con una sonrisa malvada. Hacía tiempo que no saboreaba la magia, y desde luego era un plato muy apetitoso.

Veamos qué capacidad tienen finalizó su frase moviendo los brazos, lanzando una terrible tormenta de hielo contra los seres mágicos.

Alice, como casi siempre, se había abandonado al estudio de su libro y no participo en la “interesante” y “sesuda” conversación sobre metafísica. La maga roja ya había superado su época de hablar de metafísica ahora le gustaban otros temas.

Entonces el caos volvió a desatarse en modo de conjuros viviente. ¿Qué hacer? Golpearles con el libro hasta que quedaran aplastados y comprimidos contra las páginas del grimorio. Puede que fuera un método efectivo, pero parecía un método mucho más efectivo usar el bastón para golpearlos.

La maga volteo el bastón contra el conjuro de Abrir cerraduras. ¿Abre esto si puedes? Dijo mientras golpeaba la forma etérea.

¡No dejéis que me toquen! ¡No dejéis que me toquen!-dijo Rachel, también huyendo a la retaguardia del grupo.

Llegó la tormenta de granizo y nieve de Aire, y cayeron piedras de hielo grandes como pichones. Cuando la ventisca se disipó, cinco de los seis conjuros vivientes habían abandonado su forma de cieno para convertirse en luces flotantes. Según los arcanistas del grupo, solo había que abrir los libros de conjuros y enfocar las páginas vacías hacia las luces para absorverlas y que volviesen a convertirse en escritura mágica.

Otro efecto del granizo ocurrió en el suelo del desván: las tablas de madera se habían roto por el impacto de los bloques de hielo, dejando ver el piso inmediatamente inferior, dónde un enmascarado miró hacia arriba, para a continuación replegarse por uno de los pasillos de la planta intermedia.

Por último, el conjuro viviente de Esfera Flamígera continuaba allí, en su forma de cieno. Se mantenía en el aire gracias a estar sobre una esfera flamígera que había conjurado. Leiath le lanzó la bala de ácido, haciendo que el conjuro viviente se retorciese ligeramente. La esfera flamígera avanzó para acercarse a ellos, y entonces Onfale pudo usar su estoque. Se notaba que era un conjuro del libro de Alice, porque era duro de pelar.

El conjuro viviente de Esfera Flamígera lanzó un pseudópodo llameante, como si fuese un latigazo, que golpeó a Onfale más o menos superficialmente. Ahí se notaba la rivalidad entre magos, y cierto resquemor no verbalizado entre Onfale y Alice, porque el cieno atacó al mayor rival mágico de su antigua ama. Fifí salió en defensa de Onfale, convirtiéndose en un torbellino cuyo aire cortante rasgó el citoplasma del slime mágico. No fue suficiente para derrotarlo, pero el monstruo estaba lo suficientemente debilitado como para que pudiesen acabar con él fácilmente.

Thimaz heroicamente se dirige hacia donde se encuentra Sunny, con el objetivo de recogerla y huir con ella por el lugar en caso de que alguno de esos hechizos vivientes se acerquen a ellos dos. Pese a que podía blandir su hacha y cortar y despedazar a aquellos bichos, prefería quedarse un poco más atrás y asegurar la mercancía.

-¡Vamos muchachos! Solo son un par de gases y bolas brillantes, usad un abanico o algo... 

Thimaz decidió delicadamente coger a Sunny entre sus brazos para luego echársela a la espalda, cual saco de patatas recién adquirido. Puede que Thimaz fuera algo bruto y tosco en sus acciones, no porque aún tuviera algún tipo de malestar en sus extremidades recién adquiridas, sino porque le tenía un asco profundo a la pequeñaja.

El ruido de las enormes bolas de granizo era ensordecedor y a punto estuvo de creer que todo el edificio se derrumbaba. Así de poderosa era la magia de Aire, así de temeroso se mostraba el perfumista de su infantil comportamiento. Esperaba no enfurecerla nunca pues, si ya la magia de Alice superaba la suya, la potencia de la de Aire le dejaba a la altura del betún. Hablando de la Maga Roja...

Su magia liberada en forma de limo parecía seguir su subconsciente y arremeter contra el eunuco. Onfale, en cuanto sintió el ardiente contacto del zarcillo, se escabulló como una anguila y contraatacó teniendo esta vez mucho más cuidado. En su cabeza el limo tenía el rostro sonriente de la maga, con su sonrisa cínica y su mentón levantado, como si se creyese la maga más molona del mundo.*

- Ah sí, pues te cruzaré la cara, zorra.- Se le escapó a la vez que lanzaba la estocada con saña. Cuando acabara con ella su rostro iba a quedar peor que el de Leiath.

Cuando el enervante enano se apoderó de la niña durmiente, Leiath reaccionó con la rapidez del rayo, se colocó a su espalda y se quedó pegada a él como si fuera su sombra.

- Trátala con cuidado! Como permitas que sufra el menor daño te dejo las cinco extremidades tullidas de por vida, o al menos una de ellas...

La bruja llevaba puesto el yelmo que acababa de identificar. No parecía que les fuese a servir de mucho pero al menos podría entender a Fifí si decía algo relevante.

Y ahora qué?-dijo para sus adentros. Mientras esperaba a que Onfale y Alice recogiesen sus díscolos conjuros, meditó sobre las opciones que tenían.

Lo ideal sería usar algo de magia arcana, un buen hechizo de teleportar sería lo mejor, para alejarse aquel lugar lo más rápido posible. Pero había dos cosas a tener en cuenta, bueno, en realidad tres: primero Jadewo, no podían dejarle atrás, aunque quizás ni estuviese por ahí cerca; el padre de Sunny, necesitaban sacarlo de ahí igualmente pues alguien tendría que hacerse cargo de la pequeña. Y por último y no menos importante: poseería Alice un conjuro tan poderoso?

- Alice, no tendrás algún conjuro que nos saque de aquí de forma rápida, verdad?

Leiath hurgó en su bolsa de hierbas medicinales y buscó algo fuerte con lo que despertar a Sunny de una vez y que les ayudase a encontrar a su padre.

Y que sería del plan de fuga del padre de Sunny? Podría funcionarles a ellos? El mensaje que se dejó a sí mismo estaba cargado de incógnitas, pero quizás si lo siguiesen paso por paso... Recordó lo que habían leído:

T U N O M B R E E S N E S T O R L A R M I K A

T U G R A N A M O R S E L L A M A B A S U N N Y

S U N N Y M U R I O E N E L P A R T O D E T U U N I C A H I J A

T U H I J A S E L L A M A C O M O S U M A D R E

N O C O N F I E S E N E L D O C T O R R E H N E R

N O D E J E S Q U E L A H I P N O S I S T E H A G A O L V I D A R

P L A N D E F U G A P A S O 1

T I R A D E L A S A L D A B A S D E L D E S V A N

A T A L A S C A D E N A S A U N B U L T O P E S A D O

T I R A L O S B U L T O S P O R E L H U E C O D E E N F R E N T E

C O G E L A P A L A

P L A N D E F U G A P A S O 2

D U C H A T E C O N A G U A C A L I E N T E E N L A P L A N T A B A J A

Ducha? Por qué ducharse? Además con agua caliente. Mmmmh- la cabeza de la bruja echaba humo.

La maga pelirroja saco el libro de conjuros para que sus conjuros volvieran a su sitio como niños después de haber recibido una reprimenda. Reprimenda en forma de hielo y destrucción de parte de Aire.

Una frase cruzo el aire en ese momento. ¿Zorra? ¿Alguien me ha insultado? Algo en su interior le decía que ese insulto iba dirigido de forma indirecta a ella. Habrán sido imaginaciones mías.

Lo siento Leiath, pero no tengo ningún conjuro de ese tipo. Habrá que seguir las pistas de Néstor Lármika. Aunque parezcan de lo más absurdas.

Mis compañeros de desván parecen gente de lo más entretenida, combaten contra conjuros, se insultan entre ellos, secuestran a la muñequita de Rehner, hablan de pistas de las que yo no sé nada... Siento la tentación de preguntar de qué demonios están hablando, pero se les ve muy ocupados así que opto por dejarles tranquilos por el momento.

Superada la conmoción inicial de ver irrumpir en la estancia a un montón de multicolores conjuros vivientes, me doy cuenta de que con mi actitud actual no voy a llegar a ninguna parte y yo soy de esas personas a las que nunca les ha gustado quedarse quietas. Creo. No lo recuerdo, la verdad.

En cualquier caso, decido aprovechar la distracción para tratar de colarme en la habitación de la que han salido los hechizos. Quizá encuentre allí la fuente de la que sale toda esa magia, o un portal que nos lleve a otro lado o quién sabe qué. Desde luego, no lo descubriré si me quedo donde estoy.

Me echo cuerpo a tierra y comienzo a reptar sigilosamente hacia la puerta, confiando en que nadie repare en mí mientras me alejo para curiosear.

Gadchet observaba atónito lo que estaba ocurriendo. Jamás había visto magia y estaba tratando de encontrar una explicación lógica y razonable a lo que estaba sucediendo, pero no la encontraba. Pues una cosa era ver como una tormenta de nieve se desataba en el interior de un edificio y otra aún más distinta era ver como esa magia tomaba forma y era capaz de convertirse en un enemigo.

No entendía nada, así que no le quedaba más remedio que quedarse observando todo lo que estaba pasando allí. Quizá cuando acabase el combate podría salir de su estado de shock y hacer algo más útil para el grupo. De momento tan solo miraría, pues como ya habían podido ver, Gadchet no había respondido a la orden de Leiath pues al escuchar el nombre de Flame seguía sin darse por aludido.

Una bola de hielo apareció en la mano de Aire, levitando lentamente, mientras partículas heladas orbitaban a su alrededor. La sonrisa de Aire no se iba, al igual que sus ojos. 

Es muy interesante pelear contra conjuros, aunque me hubiese gustado que duraran más. No es algo que se pueda ver todos los días. 

Se dio cuenta de que un enmascarado les había visto desde el piso de abajo, pero eso no importaba en ese momento. Lo mejor era acabar cuanto antes y seguir.

No se lo esperó mucho tiempo. Con un movimiento ágil, lanzó la bola contra la esfera.

El último conjuro viviente había quedado en simple esencia de magia. Cuando Alice enfocó su libro hacia las seis luces, fueron atraídas por las páginas como si se tratase de un agujero negro. Tres de los conjuros, los pertenecientes al libro de Onfale, se resistían a entrar en el grimorio de Alice, nadando contra corriente para no ser absorvidos. Las páginas se pasaron solas según el libro se iba reescribiendo con los conjuros perdidos.

¿Cómo nos vamos a duchar con agua caliente? Recuerdo una loca de los huevos, y creedme que soy experta en locas de los huevos, que intentó abrir los grifos. Y no salió agua. Además, ducharse es cosa de elfos.

En parte por ser zarandeada por el enano, y en parte por el olor de los distintos componentes naturales que usaba Leiath en la creación de pergaminos, Sunny despertó. Estaba somnolienta, desorientada. Fue un despertar más suave que el de la última vez, pero los recuerdos seguían ahí, así que de la elección de las palabras en estos primeros momentos dependería la relación con Sunny a partir de ahora.

El ruido de pasos en la planta intermedia les hizo volver a mirar al boquete. Se asomó el Doctor Heinfronth, mirándoles desde abajo. Aunque veía sus rostros por primera vez, sus túnicas les delataban como pacientes del Sanitarium.

Tenéis que dejar esto. Casi matáis al Doctor Rehner. Volved a vuestras celdas. Me aseguraré de que no se tomen reprimendas. Os lo prometo.

Heinfronth dejó de hablar en cuanto vió a Fifí bajar flotando en el aire hacia él, maravillado y a la vez incrédulo por semejante prodigio. Fifí silbó, volando alrededor del joven psiquiatra, y haciendo bailar su bata blanca desabotonada meciéndola con la brisa que la elemental levantaba a su paso.

No puedo creer lo que ven mis ojos. ¿Qué eres...? Eres hermosa.

¿Tú también eres amigo de los doscaras? Encantada de conocerte. ¿Porqué todos visten de oscuro y tú vistes de blanco?

Aunque el yelmo permitía a Leiath comprenderlo, era probable que los demás solo escuchasen una retahíla de silbidos sin sentido.

Isabela ya no estaba allí para ver cómo una masa gaseosa artificial le birlaba el novio. Ella se había escaqueado segundos antes a una habitación a la que no llegaba la luz de la linterna de Onfale ni el candelabro de Leiath. Sin embargo, minutos antes, el conjuro viviente de luz había golpeado una moneda de oro, contagiando el efecto de su magia. La moneda iluminaba debilmente la habitación.

A parte de las cinco mil monedas de oro, joyas por valor de dos mil, y un saquillo con polvo de diamante por valor de quinientas monedas de oro, el mayor tesoro de aquella habitación era una insulsa mochila...

La recordaba. O por lo menos le resultaba familiar. Ya había visto esa mochila antes. Y lo que encontró en el interior también despertaba cierto halo a déjà vu. La ropa, el cinturón, la daga... todo despertaba en Isabela sensaciones que trataban de emerger. Y sobretodo... una capa de cuero doblada en el fondo de la mochila. Era muy similar a la que ya llevaba, solo que esta era de su talla. Al acariciarla, una imagen se generó en su mente, una imagen cargada con una potente dosis de miedo:

Aquel hombre sin piel bien que necesitaría de todo el cuero de la capa de esa mochila.

Las sorpresas se acumulaban con rapidez sin apenas tiempo para reaccionar.

Al ver recobrar el conocimiento a Sunny, Leiath guardó su utensilios curativos e instó a Thimaz a depositar a la niña con el máximo cuidado sobre su cama.

Bendita sea Hala! Te encuentras mejor pequeña?- le ofreció el cuenco con puré que le había estado guardando.- Tienes hambre? No tengas miedo, no queremos hacerte ningún daño, sino todo lo contrario. Me llamo Leiath y me temo que tengo malas noticias. Están atacando el hospicio y me temo que todos corremos peligro si nos quedamos por más tiempo. Dinos dónde encontrar a tu padre y os sacaremos de aquí sanos y salvos.

Iba a hacer gestos a Fifí para que se acercase, segura de que le encantaría verla, cuando entró en escena Heinforth. La bruja se encontró con que no sabía muy bien qué pensar sobre el supuesto doctor. Durante la cena, se había mostrado humanitario e incluso le había plantado cara a Rehner, pero que el anciano pedófilo le hubiera aceptado como discípulo, no era muy buena señal.

Fiel a sus principio, la joven quiso darle una oportunidad, y dejando el cuenco con comida en manos de Sunny por si esta quería probarlo, se acercó a hablar por el hueco al hombre en bata blanca.

- Como puede comprobar, doctor Heinforth, la magia existe. O Rehner no le ha contado toda la verdad o el anciano es un necio y lo desconoce.

La bruja usó sus botas para levitar y se dejó caer por el hueco hasta quedarse al lado del jóven doctor.

- Todos corremos peligro, y no por los hombres y mujeres que han tenido aquí encerrados y torturados en contra de su voluntad a saber por cuanto tiempo. Si no por algo más terrible y despiadado que busca acabar con la vida misma. Venga conmigo y compruebe por sí mismo como Rehener tenía encerrada a su propia nieta, ayudemosla a encontrar a su padre y poner a salvo a los pacientes. Haga honor a su título de doctor y salve la vida de sus pacientes.

Deme un voto de confianza...

Leiath le ofreció la mano delicadamente para que se la cogiera. No estaba muy segura del peso que aguantarían sus botas, pero si era posible y Heinforth aceptaba, le subiría a ver a Sunny.

Thimaz haciendo caso de lo que aquella compañera de huída le decía, dejó a Sunny sobre la cama con la mayor delicadeza que él fue capaz de reunir. A fin de cuentas, esa muñeca de porcelana que a veces levita, era de un gran valor, tanto para Renher, como para poder huir del lugar. Y sobretodo, no quería molestar a aquella mujer que le había sanado.

-Ea, ahí está. Evité que esas cosas raras la magullaran.

Por otro lado, percatándose de que desde allá abajo había un nombre que parece tener una especie de filia con los seres pequeños y voladores -espero que no vea a Sunny en actuación-, el enano decidió acercarse un poco a aquel hueco entre la madera y observar con cautela el espectáculo, de como aquel supuesto doctor estaba embobado mirando a Fifí.

-Eh, tú. ¿Quieres saber lo que te dice? Creo que tenemos un cacharro capaz de traducir sus sonidos.

Gadchet seguía sorprendido y observándolo todo con curiosidad. No se había percatado del elemental de aire, pero entonces escuchó a la que todo el mundo conocía como la Bruja de Hala y se sorprendió ante sus palabras. "La magia existe" había dicho. ¿Cómo era posible que en todos sus años de investigación jamás se habría encontrado con algo similiar? O a caso sí que lo había visto y había pensado toda la vida que tendría que tener una explicación lógica y científica.

Seguía sorprendido, anonadado y con la cabeza que no paraba de darle vueltas ante tanto descubrimiento.

Me arrastro por el suelo, temiendo ser descubierta en cualquier momento por los multicolores conjuros vivientes pero ninguno de ellos repara en mi presencia, entretenidos como están batallando contra mis entusiastas compañeros de desván. De este modo logro alcanzar sin incidentes mi tenuemente iluminado destino.

Allí me aguarda un considerable tesoro, uno que no puedo cargar yo sola y para el que necesitaré la ayuda de los otros huéspedes del sanatorio mental. Mis ojos recorren la estancia en busca de un recipiente de guardar tantas piedras preciosas y reparan en una gastada mochila de cuero. Está llena y no dudo en sacudirla bocabajo para liberarla de su inútil carga para poder llenarla con cosas más valiosas.

Mi sorpresa es mayúscula cuando el contenido se derrama a mis pies, acompañado de la sensación de reconocerlo como propio. Prenda tras prenda, comienzo a vestirme con ellas constatando que se adaptan a la perfección a mi cuerpo. A este cuerpo que es demasiado adulto para ser el mío. Tal vez, después de todo, estos objetos no fueran míos sino de la persona cuyo cuerpo ocupo ahora. Quizá Rehner nos intercambiase los cerebros y...

Cierro los ojos con fuerza tratando de no pensarlo, pero lo que acude a mi mente es un grotesco individuo descarnado. Me apresuro a desprenderme de la capa que visto (demasiado grande para mí) y a guardarla en el interior de la mochila. Es demasiado bonita como para dejarla aquí abandonada cuando huya.

Libre de mi atuendo de paciente, con mi brillante camisote de mallas, mis elegantes guantes de cuero negro con tachuelas de oro a juego con las botas, mi suave capa y mi llamativo sombrero de ala ancha decorado con una pluma de pavo real, al fin me siento una personita. Una bastante impresionante, todo sea dicho.

Tres cristales de distintos colores adornan la vaina de la preciosa daga que me cuelgo del cinturón. Casi creo recordar que sirven para algo, pero solo casi y ahora mismo no tengo tiempo para tratar de hacer memoria. En cualquier momento pueden irrumpir mis compañeros aquí y confío en haber podido esconder en los bolsillos interiores de la mochila unas cuantas piedras preciosas con las que pagar un medio de transporte que me lleve muy lejos de aquí.