Son las gaitas de un gran ejército-advirtió Sionn-. Apurad el paso, niñas. Tenemos que llegar al castillo.
Ese "niñas" se clavó en Arline como una daga hiriente de condescendencia. Sionn rodeó a su hija con el brazo y la empujó con él para que no aflojara el ritmo. Hasta el tosco y solitario Bryson agarró la mano de otra de las niñas para no dejarla atrás.
Las gaitas afinadas empezaron a soltar el aire con un baile de notas musicales estruendosas con sonido monótono de fondo.
Unas cien... no, ciento cincuenta gaitas. Están a quinientas yardas.
La noche permitió distinguir la silueta de los gaiteros a lomos de sus monturas. Se aproximaban despacio pero inexorables al castillo. La puerta levadiza seguía bajada. La ignoraron para coger el atajo descubierto por Onfale. Quedaron ocultos por una protuberancia de tierra de la ladera que habían subido, y por una de las torres que flanqueaban la entrada principal, dejando el pasadizo secreto a sus espaldas.
Thimaz fue el primero en distinguir a los jinetes: thrasgos tan altos como un humano. ¿Sus monturas? Lobos huargo. Ya habían huido en una ocasión de ellos, pero nunca habían visto a tantos juntos. Los thrasgos descabalgaron en dos tandas: primero, los soldados; luego los gaiteros. Solo un thrasgo permaneció sobre una bestia desplazadora.

¿Sería el líder? Al menos su pantera negra con dos tentáculos saliendo de detrás de la silla de montar sugería cierto estatus por no tratarse de otro huargo. En un momento dado, la imagen del thrasgo titubeó como un conjuro de ilusión mal hecho, al mismo ritmo de su montura. Por algo recibían el nombre de bestias desplazadoras.
Los huargos olisquearon el aire. Sionn contuvo el aliento.
Ssssssh...-mandó callar el leñador, que ni siquiera se molestaba en asomarse para no asumir el riesgo de que lo pudieran ver.
El bebé dhampir se estremeció, incómodo, como si notara la presencia malévola de los thrasgos. Parecía a punto de estallar en un llanto que delataría su posición. Arline lo mecía en sus brazos, tratando de calmarlo.
Los thrasgos empezaron a montar un campamento delante del castillo. Con almádenas fijaban al suelo pitones metálicos a los que enganchaban las cadenas de los collares de los huargos. Algunos descargaban fardos de madera y los iban distribuyendo entre los grupos que se iban formando para que pudieran calentarse con fogatas. Cuando prendieron las primeras hogueras, iluminando la explanada, los humanos vieron con sus propios ojos lo que los de Thimaz habían observado poco antes: el gran ejército de thrasgos, sus huargos, la bestia desplazadora y el jinete de piel verde que la montaba.
Aprovechando la velocidad extra del vuelo, Mundungus puede perseguir al mirón por dentro del castillo. Escucha las gaitas y ve el ejército antes de tomar la decisión de reunirse con sus compañeros junto a la entrada secreta (o cruzar la barbacana y seguir por el interior del castillo, donde su vuelo no le permite aletear todo lo bien que podría en pasillos estrechos y en habitaciones de techos bajos).
Quién quiera: tirada de diplomacia para acunar al bebé dhampir y que no se eche a llorar ruidosamente.
El druida estaba ya demasiado lejos para responder, y los thrasgos demasiado cerca. Parecía que, descartado eso de meterse en el agua, solo les quedaba probar suerte con el castillo.
- Onfale, ¿no habías encontrado tú una entrada en el muro? - susurró a su compañero de aquelarre- anda dame al bebé para tener las manos libres y guíanos hasta allí.-
No dudaba del instinto maternal del perfumista, pero ya había notado que el bebé se estaba poniendo nervioso y pensaba que ella le podía calmar; Que no la gustasen los niños no quería decir que no se la dieran bien. Además, tenía unos generosos pechos donde podría ir bastante confortable mientras huían.
Motivo: calmar bebé
Tirada: 1d20
Resultado: 14(+16)=30 [14]
No sé si Onfale me pasará al bebé así que no adelanto, pero dejo la tirada de diplomacia por si acaso.
Si no sirve, pues siempre quedará el hechizo de silencio :D
El búho gigante planeó con un leve aleteo, apenas un suspiro sobre la noche. Las Fauces del Espíritu aún centelleaban bajo él, una maraña de colmillos incorpóreos que se cerraban buscando su presa. Mundungus mantuvo la mirada fija en el encapuchado, los ojos ámbar reflejando las llamaradas lejanas del campamento thrasgo.
El viento traía ecos de gaitas, y el olor metálico del miedo humano se mezclaba con el del hierro y el sudor de las bestias. El druida entendió que el ejército llegaba, y que pronto no habría cielo lo bastante amplio para escapar.
—Vamos, caraquemada… déjate alcanzar, que tengo preguntas—gruñó con un ulular áspero, mientras las Fauces volvían a cerrarse.
Si el hechizo surtía efecto, aguardaría en la oscuridad, girando en círculos como una sombra paciente. Si no, agitaría las alas y se reuniría con los suyos, sabiendo que el castillo pronto sería el único refugio… o la última trampa.
Motivo: Fauces Espíritu vs Caraquemada
Tirada: 1d20
Resultado: 7(+11)=18 [7]
Miró el campamento como un niño mirando una tarta de manzana. Una bola de fuego y están todos muertos, pensó en voz alta, pero rápidamente la conciencia de Alice apareció en escena: Seguramente no mates a todos, y los que queden vivos te despedazarán. Claramente la voz de la razón pudo más que los instintos pirómanos de la maga. Menos mal que soy maga y no un bárbaro que se guía por los instintos.
Sí, busquemos esa puerta. Dijo, uniéndose a Leiath.
¿Qué estarán buscando aquí? Dijo ahora con mas calma, mirando el campamento en busaca de alguna pista.